lunes, 1 de agosto de 2016



Tercer y último punto del artículo de Errejón.

3. ¿Y ahora qué?

A Podemos, como núcleo del polo de cambio, le toca independizarse de las condiciones de excepcionalidad en las que nació. Le toca construirse en fuerza política de la España que ya está siendo; no ya una “sorpresa” ni una “revelación” o algo excepcional sino un motor de largo aliento capaz de federar intereses comunes de la mayoría subalterna e integrarlos en un horizonte alternativo de país. Esa tarea de dirección institucional, intelectual y política no la solventarán por nosotros ni el repliegue a una posición resistencialista (“al menos decimos las cosas claras”, “seremos el altavoz de las protestas”) ni hipotéticos empeoramientos de la crisis que, en una lectura economicista, nos conduzcan a la contradicción definitiva y la batalla final. Hace tiempo entendimos que, en general, cuanto peor, peor.

Es posible que el partido iconoclasta de la protesta y la impugnación haya tocado un techo, más alto del que nunca se había alcanzado en España. Para pasar de representar a un quinto de los españoles a encarnar una nueva mayoría capaz de agregar en torno a sí un acuerdo para la próxima década hay que incorporar también a los que no vibran con la política, a los que no les basta con la épica, a quienes nos quieren ver portadores de la posibilidad de un orden nuevo, más justo, más democrático, más próspero. La verdadera ruptura es representar con credibilidad y anticipar un orden distinto.

Esto no tiene nada que ver con la lealtad a las necesidades de las mayorías sociales ni con la intransigencia con respecto a la urgencia y profundidad de los cambios. Para ser una fuerza “popular”, la posibilidad de un partido del pueblo que no solo represente a una parte sino que articule un nuevo interés general que integre incluso a parte de los adversarios, es crucial partir, en primer lugar, del reconocimiento de que “el pueblo” no es una unidad homogénea a la que apelar con unos intereses ya formados –¡entonces no haría falta la política!- sino la construcción permanente de voluntad popular, un trabajo de artesanía cultural e institucional que no desvela actores ya constituidos –con mayor o menor “lealtad” o “autenticidad”- sino que construye identidades y fija rumbos compartidos. Solo construye pueblo quien no fetichiza ni esencializa el término. En segundo lugar, es fundamental entender que lo plebeyo, en Europa, es una amalgama compleja de memorias fragmentadas, orgullos, temores, ilusiones y aspiraciones individuales y no siempre comunitarias.

En esta comprensión, adaptación y reformulación de la estrategia puede jugarse Podemos la distancia entre ser un fenómeno de la excepcionalidad o convertirse, entre el declive de la capacidad de dirección de las élites viejas y su capacidad para ganar tiempo aún, en el vector principal de articulación de un nuevo interés general y una nueva esperanza colectiva fundamentada en el día a día. Llegamos hasta aquí no siendo el reflejo de un tiempo tumultuoso sino empujando, interpretando y proponiendo un desarrollo que no estaba escrito. Y nos toca continuarlo en otra fase. No ser expresión política de nada preexistente –ni siquiera de nosotros mismos-, derrotado o caduco, sino hacer política popular, patriótica, plurinacional, de radicalización democrática.

Para seguir siendo el partido del proceso de cambio español, Podemos tiene que mostrar de nuevo habilidad y flexibilidad para adaptarse a los retos de esta nueva fase. Que la política española entre en una cierta dinámica de ralentización y de primacía del “tiempo frío” no significa, en modo alguno, que se hayan solventado los dolores, las contradicciones y los problemas sin resolver que han animado a millones de mujeres y hombres a ilusionarse y ponerse manos a la obra para construir un país mejor, más amable para su gente. El proceso de cambio español sigue abierto, aunque la lógica de la guerra de movimientos deje paso ahora a la guerra de posiciones.

Significa que de la “carga de caballería” que nos ha permitido llegar tan lejos tenemos que pasar a un modelo de “cerco”, en el que Podemos deberá prepararse para una disputa más intrincada y a veces menos inmediata, de conquistas lentas y toma de posiciones en el Estado y la sociedad civil, de construcción de nuevos sentidos compartidos; para la cual la máquina de guerra tiene que dar paso a un movimiento popular, más federal y descentralizado, más amable hacia dentro y seductor hacia fuera, más capaz de disolver los miedos, atraer a los mejores y solucionar el “mientras tanto”. Antonio Gramsci definía las características del cerco en estos términos: “la guerra del cerco, comprimida, difícil, en la cual se requieren grandes dosis de paciencia y espíritu de invención” ( Antología de Manuel Sacristán, Akal, 2013, p. 262). Más producción de sentido que conquista por sorpresa. No dependemos tanto de la acción de nuestros adversarios como de nuestra capacidad colectiva de estar, de nuevo, a la altura del momento. Inventamos o erramos.

Nuestra meta es ni más ni menos que convertirnos en el núcleo de un nuevo proyecto de país que ponga en el centro las necesidades y aspiraciones de la mayoría social maltratada, de un nuevo acuerdo con capacidad de integrar a sectores muy diferentes en un bloque histórico, complejo y heterogéneo, en el que la clave son las mediaciones, las identificaciones colectivas y las ideas compartidas. Es un trabajo más lento, más reticular. No es una empresa abstracta sino eminentemente material y concreta, que podríamos dividir en cuatro grandes grupos de tareas. En primer lugar, ser motor de su concreción en el tejido asociativo y de ocio, de vínculos comunitarios y emocionales que aseguren espacios cotidianos de socialización y cotidianidad – deportivos, barriales, de excursionismo y montaña, bares y Moradas, musicales, de lectura, cooperativas, de apoyo mutuo, de cultura, etc.- que generalicen un país nuevo en el interior del actual. Esta tarea implica combinar la relación con los actores e instituciones de la sociedad civil realmente existente con la generación de nuevos espacios.

En segundo lugar, la creación cultural de los símbolos y la estética, los hitos, narraciones, canciones e ideas que anticipen la voluntad popular nueva y la hagan atractiva y masiva. La construcción de un pueblo es en gran medida una tarea semántica y emocional, que acompaña, explica y recompensa estética y expresivamente el compromiso político. Esta labor de creación es desordenada, solapada y contradictoria. Afortunadamente no se decreta ni se ordena, sino que se generan las condiciones para que pueda suceder y para que los sectores más dinámicos de la sociedad sean irradiadores de lo deseable y de la posibilidad concreta de un país mejor. El prestigio de una fuerza política, que es algo más grande que un partido político, se mide en gran medida por su capacidad para ser generadora y expresión de un nuevo clima cultural, de una ola en marcha que seduce más que asusta.

En tercer lugar la tarea de formación y relevo de cuadros de gestión y de dirección, que proviene tanto de las capacidades propias, aprendidas en el camino, como de la incorporación de expertos, técnicos, funcionarios y profesionales al campo del cambio político. Esta incorporación -no somos ingenuos al respecto- no es solo un proceso de atracción cultural sino también de creación de fidelidades y apertura de oportunidades para ser, al mismo tiempo, “profesional” y parte activa del cambio político, con estricto respeto a la institucionalidad y con el compromiso al mismo tiempo de trabajar desde ella por un país más justo y más democrático. En las instituciones ya en manos del cambio, como los ayuntamientos de buena parte de las principales ciudades, es crucial la asunción de que se está de paso pero que se pueden generar transformaciones culturales, jurídicas y económicas que solo serán profundas si se anclan y generan nueva normalidad, si se hacen relativamente irreversibles.

En la medida en que “gobernar es prever”, el trabajo institucional ha de servir, además de para generar solvencia e ir rebajando los miedos que aún anidan entre gran parte de nuestra sociedad, para prefigurar la hoja de ruta de las transformaciones, sus límites y sus recorridos posibles. Demostrarse una fuerza útil desde ya, en el aquí y el ahora, para mejorar las condiciones de vida de la gente, en particular de la más golpeada por las políticas oligárquicas injustas, crueles e ineficaces. Los militantes del cambio, por su parte, tienen que estudiar y prepararse concienzudamente para desempeñar las miles de tareas y responsabilidades necesarias para que la nueva voluntad popular se haga nuevo proyecto de país y de Estado.

En cuarto lugar la generación de una fuerza política y cultural más federalizada y descentralizada, más arraigada en el territorio –especialmente en el más abandonado y donde llega con más lentitud el cambio- con el rol crucial de los círculos para ser útiles hacia fuera, para los que faltan; menos vertical y más capaz de enriquecerse con dinámicas de abajo a arriba, más amable hacia dentro y seductora hacia fuera; más atenta a la formación teórica; más capaz de trabajar para generar relevos de manera tal que cada militante del cambio sea un dirigente en su entorno, que haga de portavoz, porte la moral de victoria, proponga tareas y sepa sugerir rumbos que privilegien las cuestiones centrales del momento; mientras al mismo tiempo trabaje para que cuando deje el testigo haya tres compañeros, y en particular compañeras, más preparados y formados, más generosos y más capaces.

Estas son algunas de las tareas del “carril largo” que ahora se tornan imprescindibles para ir permeando, difundiendo y dando forma, no ya al proyecto de un partido ni a una propuesta electoral, sino al núcleo de un nuevo acuerdo de país: imprimir el rumbo -mientras las élites viejas ganan tiempo y prolongan la crisis- de un nuevo horizonte general marcado por los intereses y aspiraciones de la mayoría social, convertirse en fuerza articuladora y dirigente ya desde antes de ser fuerza gobernante.


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Cuando yo era joven, y de eso hace mucho, militaba en un partido marxista de extrema izquierda. En las discusiones internas, citar profusamente a nuestros grandes próceres revolucionarios proporcionaba muchos más puntos que elaborar un discurso propio, aunque éste fuese más coherente y atinente al caso que el tomado en préstamo al gurú. Había camaradas que enlazaban frase tras frase de Lenin, aportando de su propia cosecha únicamente las conjunciones. Por supuesto, en tres días ya estaban en el Comité Central. Errejón viene a hacer eso, corregido y aumentado, con Gramsci. Venga o no a cuento ahí aparecen el bloque histórico, lo nacional-popular, la guerra de posiciones y de movimientos, el cerco, la hegemonía. Más parece que, en lugar de valerse del utillaje teórico y conceptual de Gramsci para analizar la realidad política (iba a escribir 'social', pero no), lo que busca es encajar los hechos en los términos gramscianos, aunque haya que forzar alguna pieza. Hay una no pequeña diferencia entre Gramsci y Errejón. La que va de un pensador sólidamente materialista, militante de un partido anclado en la historia que surge de decenios de luchas y que tiene un objetivo muy claro, acabar con el capitalismo y construir una sociedad comunista, y unos medios no menos nítidos, la lucha de los trabajadores, a una especie de Quijote empachado de libros que flota en el espacio como aquella paloma de Kant que imaginaba que podría volar mejor en el vacío, sin las ataduras que impone la realidad mundana (por cierto, muy bello paraje de la Ética Crítica de la Razón pura).

La lectura de los dos primero puntos del artículo de Errejón en eldiario.es, básicamente una exposición de la trayectoria de Podemos desde su surgimiento y de la coyuntura política en que hubo de intervenir, dejan la impresión de una notable falta de rigor en los análisis (incluyendo una total ausencia de autocrítica), algo inevitable dada la pobreza metodológica de un ultrapoliticismo académico que unas veces recuerda a los economistas neoclásicos cuando intentan explicar cualquier tipo de relación social en términos de utilidades marginales y costes de oportunidad, y otras el canon economicista marxiano. Un problema añadido, y de mas calado, es que 
ese politicismo no se plantea  desde unas concepciones materialistas, a la manera de Maquiavelo, sino con una visión del mundo postmoderna donde 'todo está en el texto' a lo Derrida, o, mejor post-postmoderna, en la que se resucitan los grandes relatos, con la ventaja de que ahora sabemos que son relatos y podemos construirlos y cambiarlos a nuestro gusto o interés.

Pero bueno, lo pasado, pasado. Podemos es una entidad capaz de reconfigurarse, más aun, de reinventarse en cada situación. Se mueve con entera libertad en el ámbito de la teoría, en ese espacio hiperuránico platónico donde flotan grácilmente las ideas puras El mundo material sublunar lo construyen ellos, los nuevos demiurgos, como simulacro de la Verdad a que puede llegar el pueblo. De lo que se trata, en su concepción bélica binaria, es de ser eficaz en la batalla frente al enemigo, un enemigo, el 'ellos', que definimos a nuestro gusto – el significante flotante; por ejemplo, una veces está incluido el PSOE y, cuando no interesa que esté, no está – y cuyo resto, el complemento, somos nosotros, la gente, el ejército del bien. Y para gozar de aun mayor libertad táctica, el enemigo tampoco es propiamente enemigo, sino adversario, no agonista, sino antagonista (Mouffe dicet), de modo que tenemos, al tiempo, que combatirlo pero sin acabar con él, incluso manteniendo y potenciando un espacio simbólico común donde el conflicto se desarrolla … simbólicamente: las instituciones. Aquello de que sólo puede desaparecer la explotación y la dominación con la desaparición de la clase dominante y explotadora, era demasiado antagonista, arcaicamente esencialista. En fin, todo esto parece no tener sentido, y, sin embargo, lo tiene.

El tercer y último apartado del texto de Errejón versa sobre el futuro. En los anteriores la productividad textual había revelado ya un cierto desprecio por los hechos, que la realidad empírica no te arruine una buena teoría, 
parafraseando aquello de los periodistas,. Pese a todo, había que partir de hechos hablando del pasado. Pero cuando se aborda lo que no ha sido, todavía, tal limitación factual desaparece y el discurso, ya antes con tendencias a la divagación especulativa, se torna, con perdón, casi delirante. Admitiendo la posibilidad, más aún la alta probabilidad, de que mi capacidad de comprensión no llega a las altas cimas errejonianas, este punto me suscitó la impresión de estar leyendo una sucesión continua de sintagmas que oscilaban entre la carencia de sentido y la artificiosidad vacua. A modo de ejemplo, dos frases seguidas: “La verdadera ruptura es representar con credibilidad y anticipar un orden distinto.”, y, a continuación: “Esto no tiene nada que ver con la lealtad a las necesidades de las mayorías sociales ni con la intransigencia con respecto a la urgencia y profundidad de los cambios”. ¿Quiere decir que para representar un orden futuro distinto, el que se propone, no hay que tener para nada en cuenta las necesidades de las mayorías sociales?, o, peor aún ¿que se las puede traicionar? Tan preocupantes es que Íñigo no sepa lo que esta diciendo como que lo sepa.

El mantra podemita posterior al 26J es la necesidad de pasar de la guerra de movimientos a la de posiciones, la enésima referencia a Gramsci sin demasiado sentido, pues la situación histórica europea e italiana que analizaba el sardo, un periodo ultradinámico de flujo y reflujo de la revolución, de agudización de los antagonismos de clase y de una incapacidad de instaurarse un orden estable con los mecanismos normales de la democracia liberal-burguesa, no tiene nada que ver con la nuestra actual. Esas rimbombantes guerras errejónicas no son otra cosa que pasar de las campañas electorales como actividad prioritaria, yo diría única (junto con establecer una organización férreamente centralizada), a la acción institucional. La cosa es muy simple; desde que nació, Podemos ha ido de una elección a otra sin preocuparse más que de conseguir los mejores resultados, subordinándolo todo a esto. El éxito de las europeas les obnubiló hasta el extremo de llegar a pensar en que era posible presidir un gobierno en las generales del años siguiente; se inventaron entonces la tesis de la ventana de oportunidad. La idea era: bien, cuando estemos en el gobierno ya veremos qué hacemos, ahora no debemos perder tiempo en tales disquisiciones, porque se nos pasa el arroz. No llegaron al gobierno, y también se acabaron las elecciones (sigo estando casi seguro de que no habrá terceras). Tienen que encarar una situación nueva para ellos, cosa lógica en un partido tan joven, y ahora se encuentran en el punto del clásico 'qué hacer' leniniano. Para ir ganando tiempo, y porque algo hay que decir – Errejón es el estratega de guardia permanente, el mago de las palabras; si da una imagen de desconcierto, de no tener la receta a punto, de necesitar tiempo para pensar, está kaputt – se sacan de la manga el eslogan de la guerra de posiciones cara a la galería y se vuelve a un discurso que es vino viejo en odres nuevos; la visión laclauiana de construcción del pueblo, adaptada a la nueva etapa que, en la versión podemita es, en periodo electoral, ganar las elecciones, en periodo no electoral, crear las condiciones para ganar las próximas.

El objetivo estratégico, y explícito, de Podemos es construir un pueblo y ser el partido del pueblo. En orden inverso. El pueblo, primero, lo construyen ellos con sus sabias prédicas. Porque el pueblo no es nada en sí – otra cosa, creer por ejemplo en unas condiciones materiales que crean afinidades, agrupaciones y rechazos, es esencialismo –, es un conjunto numeroso de personas, cuantas más, mejor, todas valen, que se congregan en torno a quien les cuenta una bonita historia de buenos y malos y anuncia la felicidad futura; solo tiene que confiar en el cuentista. Y votarle, sobre todo, votarle. Cuando no hay elecciones a la vista, y uno no gobierna, se trata de mantener los votantes que ya se tienen – “amable hacia dentro” – y conseguir muchos más – "seductor hacia fuera" –. Errejón enuncia cuatro grupos de tareas que deberán ocupar la actividad de Podemos en las nuevas circunstancias (léase: sin comicios generales, en principio, cercanas, y asumiendo que lo de ganar elecciones y surpassar al PSOE no es tan sencillo). Pueden resumirse, muy sumariamente y grosso modo, en insertarse en las prácticas normales de la 'sociedad civil', y llegar a lugares no urbanos extendiéndose y arraigando en todo el territorio nacional, para impulsar la socialización desde la visión de los relatos e ideas propagados por Podemos; creando hegemonía (“convertirse en fuerza articuladora y dirigente ya desde antes de ser fuerza gobernante”) muy deprisa y muy pragmática: “ que cada militante del cambio sea un dirigente en su entorno”, frase esta última que acojona un poco, será un lapso. Podemos debe también robustecerse orgánicamente, profesionalizándose y reclutando cuadros externos al partido; primando la cualificación sin importar mucho que las motivaciones para incorporarse al proyecto sean ideológicas o utilitarias, siempre que los captados sean confiables. La idea que subyace es, además de procurar la maxima eficiencia empresarial -- lo que hace asomar el fantasma de la tecnocracia -- , ofrecer una imagen de seriedad y de no sectarismo. La famosa transversalidad del 'aquí todos caben mientras sean honrados'.

En mi opinión, las disquisiciones políticas de Errejón llevadas a la práctica hacen de Podemos un mero elemento de renovación generacional de la fracción de izquierda del partido orgánico del Régimen, aquel PPSOE que tan bien supo ver el 15M. Su línea programática es tan flexible (algunos dirían oportunista) como para adaptarse a cualquier circunstancia que mejore sus 'posiciones', siempre en una trayectoria de derechización. La poda del programa de las europeas hasta llegar al catálogo de Ikea es impresionante. Sabían, el núcleo irradiador, no los pobres anticapis que ilusamente lo elaboraron, que era un brindis al sol. Pero para hacer programas que se da por sentado que no se van a cumplir, que son una mera formalidad llena de bellos objetivos, no necesitábamos nueva política, ya teníamos la vieja, que eso lo hace muy bien. Podemos va camino de la cooptación por el Régimen. Ya que les gusta tanto Gramsci: a lo mejor no es éste un momento populista, sino un momento transformista.

Todo va a depender de la gente de Podemos. En su base militante, las cien a ciento cincuenta mil personas que votan en las consultas internas, creo que hay una amalgama de, por un lado, individuos muy posibilistas y poco ideologizados – esos que tienen siempre en la punta de la boca lo de la transversalidad – que van a hacer carrera política, lo que me parece totalmente respetable y no dice nada en contra de su honestidad, por otro, cazadores cazados, los citados anticapis, y por último y mayoritariamente, personas idealistas y con la mejor voluntad, pero con poco bagaje político; de éstos, muchos participantes en el 15M, si bien – y quizá sea injusto, o prejuicioso, o arbitrario diciendo esto – de los que se quedaron en la superficie. Los que captaron en su profundidad la carga política explosiva del 15M y se unieron a Podemos, que no fueron pocos en los inicios, se fueron saliendo en su gran mayoría, decepcionados cuando no indignados por el rumbo que se tomó a partir de las europeas y, sobre todo, por la actitud frente a las iniciativas de formación por la base de candidaturas municipales de unidad popular. De la capacidad crítica de quienes están en Podemos -- por el momento, me temo que han dejado de ser un polo de atracción para nuevos militantes --, de la inteligencia política que hayan ido adquiriendo estos años, de su capacidad para enfrentarse a los aprendices de brujo que piensan Podemos como una partida de ajedrez, venciendo los lazos emocionales de admiración y gratitud y liberándose del encantamiento intelectual, de todo ello depende la eventualidad de un cambio radical de los actuales planteamientos y una recuperación de lo más lúcido del 15M, en la vía de impulsar y facilitar los procesos de autoorganización popular contra la oligarquía capitalista que redobla los ataques contra las condiciones de vida presentes y futuras de las clases subalternas. Es un asunto de vidas reales, no de construcciones narrativas ni cambios en las relaciones entre significante y significado que se materializan en el eterno retorno de lo viejo.

Habrá que observar atentamente qué hace Podemos a partir de ahora, una vez haya gobierno. Escucharles, no tanto.