sábado, 20 de noviembre de 2010

Hace unos pocos días London was burning, ma non troppo. Miles de estudiantes se manifestaron contra el proyecto de Ley elaborado por el gobierno de Cameron que pretende cortar el acceso de la chusma a la universidad; cada uno en su lugar, como en los buenos tiempos del Imperio. Parte de la manifestación se congregó ante la sede de los tories y se rompió algún cristal. Parte de los manifestantes rellenarán en breve el UB 40. Londres no ardió.




 Me ha enviado un amigo el texto titulado "Manifiesto de economistas aterrados". Pretende desmontar los dogmas neoliberales - presentados por la Economía burguesa académica como evidencias científicas - que sostienen las medidas que, con el objetivo de 'salir de la crisis', están siendo adoptadas por los distintos gobiernos, aunque más correcto seria decir por  poderes supragubernamentales, los gobiernos se limitan a aplicarlas dócilmente, quien manda, manda.  A cada una de las medidas, o paquetes de medidas, que se derivan de alguno de esos dogmas, el "Manifiesto ..." opone alternativas desde una posición 'progresista'. No conozco a quienes encabezan el escrito, supongo que son economistas franceses de izquierda y, por el 'tono general' de lo que se niega y se afirma, da la impresión de que se mueven en el espacio teórico-ideológico de ATTAC. También doy por supuesto que se encuentran aterrados

El texto se estructura en una introducción, diez 'falsedades' (críticas de falsedades neoliberales) y una conclusión. El "Manifiesto ..." me resulta doblemente interesante. En primer lugar, por si mismo; en medio de un monopolio casi absoluto de una opinión económica publicada donde el keynesianismo representa la extrema izquierda (y, por tanto, apenas aparece en los medios; sin figurones como Krugman o Stiglitz, ese 'apenas' sería 'no') cualquier voz más radical es siempre bienvenida. En segundo, porque me ha parecido un buen pie para exponer, aunque sea de un modo somero y muy compendiado, mis ideas sobre estos asuntos. Así que iré incluyendo en cada entrada una sección del "Manifiesto..." (letra cursiva) y, a continuación, mis comentarios.

Debido a que el blogger no ofrece esa facilidad, para conseguir una secuenciación adecuada de las entregas me he visto obligado a manipular las fechas, de modo que las entradas aparecen en sentido anticronológico pero ordenado textualmente.

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Manifiesto de economistas aterrados, 01/09/2010


Primeros firmantes:
Philippe Askenazy (CNRS, Ecole d’économie de Paris), Thomas Coutrot (Conseil scientifique d’Attac), André Orléan (CNRS, EHESS), Henri Sterdyniak (OFCE) 
CRISIS Y DEUDA EN EUROPA: 10 FALSAS EVIDENCIAS (FALSEDADES) Y 22 MEDIDAS A DEBATE PARA SALIR DEL PUNTO MUERTO

Introducción:

La recuperación económica mundial posibilitada por una colosal inyección de fondos públicos en el circuito económico (realizada desde los Estados Unidos hasta China), s frágil pero real. Un solo continente queda en la retaguardia: Europa. Su prioridad política no está en recuperar el camino del crecimiento. Su objetivo está centrado en la lucha contra los deficits públicos.

Ciertamente en la U.E estos deficits son altos – 7% de media en 2010- pero son menores que el 11% registrado en Estados Unidos. Mientras que algunos Estados norteamericanos con un peso económico más importante que Grecia, por ejemplo California, están en semi-quiebra, los mercados financieros han decidido especular con las deudas soberanas de los países europeos, sobre todo los del Sur de Europa. Europa es, de hecho, prisionera de su propia trampa institucional: los Estados deben endeudarse ante instituciones financieras privadas, las cuales obtienen su liquidez a bajo precio del BCE. Los mercados tienen la llave de la financiación de los Estados. En este marco, la ausencia de solidaridad europea lleva a la especulación, mientras que las agencias de calificación juegan a acentuar la desconfianza.
Fue necesario que el 15 de junio, se degradara la calificación dada a Grecia por Moody’s, para que los dirigentes europeos retomaran el termino “irracionalidad” que tanto habían empleado al comienzo de la crisis de las “subprime”. De la misma manera, se descubre ahora que España está más amenazada por la fragilidad de su modelo de crecimiento y de su sistema bancario que por su endeudamiento público. Para calmar a los mercados, se ha improvisado un Fondo de estabilización y se han lanzado en toda Europa planes drásticos y, frecuentemente, carentes de sentido. Los funcionarios han sido los primeros en ser afectados, también en Francia donde el alza de las cotizaciones para pensiones será una bajada enmascarada de su salario. El número de funcionarios disminuye amenazando a los servicios públicos.

Las prestaciones sociales están en trance de ser amputadas gravemente desde Holanda a Portugal, pasando por Francia con su actual reforma de las jubilaciones.Esta política, que ha calmado provisionalmente la especulación, tiene ya consecuencias sociales en numerosos países europeos, afectando sobre todo a la juventud, al mundo del trabajo y a los más débiles. A cierto plazo hará aumentar las tensiones en Europa y amenazará la construcción europea, que es algo más que un proyecto económico. La economía ha de ser considerada al servicio de la construcción de un continente democrático, pacificado y unido. En lugar de esto, hoy se impone una especie de dictadura de los mercados, sobre todo en Portugal, España y Grecia, tres países que eran aun dictaduras a comienzos de los 70, hace apenas cuarenta años.

No es aceptable someterse a esta dictadura, sea como un intento de “calmar a los mercados” o como un pretexto para imponer decisiones dictadas por la ideología, sobre todo cuando se ha probado su ineficacia económica y su potencial destructivo en los planos político y social. Debe darse un verdadero debate democrático sobre las decisiones en política económica, tanto en Francia como en toda Europa. La mayoría de los economistas que están interviniendo en los debates públicos lo hacen para justificar y racionalizar la sumisión de las políticas a las exigencias de los mercados financieros. Es verdad que los poderes públicos han improvisado por doquier planes keynesianos de relanzamiento e incluso, a veces, nacionalizado temporalmente bancos. Pero quieren cerrar lo más rápidamente posible este paréntesis. La lógica neoliberal es siempre la única reconocida como legitima a pesar de sus patentes fracasos. Bajo la hipótesis de la eficacia de los mercadosfinancieros se preconiza reducir los gastos públicos, privatizar los servicios públicos, flexibilizar el mercado de trabajo, liberalizar el comercio, los servicios financieros y los mercados de capitales, incrementar la concurrencia1 en todo momento y lugar…Como economistas estamos aterrados al ver estas políticas siempre en primer plano y que sus fundamentos teóricos no sean puestos en cuestión. Los argumentos utilizados desde hace treinta años para orientar las decisiones en las políticas económicas europeas están, sin embargo, puestos en duda por los hechos. 

La crisis ha puesto al desnudo el carácter dogmático e infundado de la mayor parte de las pretendidas evidencias repetidas hasta la saciedad en base a las cuales se basan los que toman decisiones y sus consejeros. Ya se trate de la eficacia y racionalidad de los mercados financieros, de la necesidad de recortar gastos para reducir la deuda pública o reforzar el “pacto de estabilidad”, es necesario poner en evidencia estas falsedades y mostrar la pluralidad de decisiones posibles en materia de política económica. Otras decisiones son posibles y deseables a condición de “aflojar las tuercas” ajustadas por la industria financiera a las políticas públicas. Presentamos una crítica de diez postulados que inspiran cada día las decisiones de los poderes públicos en toda Europa, a pesar de los sangrantes desmentidos aportados por la crisis y sus secuelas. Se trata de falsas evidencias que inspiran medidas injustas e ineficaces, cara a las que proponemos el debate de veinticinco medidas contrapuestas. Cada una de ellas no tiene, necesariamente, la unanimidad de los firmantes de este texto, pero deberían tomarse en consideración si se quiere hacer salir a Europa del “impasse”.

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 En efecto Europa es ahora 'el eslabón más débil' en términos de Lenin, aunque hablar de Europa es apenas decir algo, ya que si la homogeneidad de la UE en sus épocas primerizas dejaba bastante que desear, con la crisis ha estallado en mil pedazos. La UE ha sido una proyecto  conducido desde el primer momento por doctrinarios, que partían de la certeza absoluta de que un mercado, cuanto menos intervenido, mas eficiente es. El centro de este sueño dogmático fue el BCE, que aplicó literalmente los dicti ultraliberales del Consenso de Washington: un banco central – y futuro emisor en la perspectiva, entonces, de una moneda única - totalmente independiente de los gobiernos (no así de los banqueros) cuyo objetivo preferente y prioritario es el control monetarista de precios, inficionado de una fobia patológica a la inflación que le lleva a autoimponerse el increíble lastre de no poder comprar deuda pública de los países miembros de la UE; por cierto, norma que ha tenido que suspenderse provisionalmente hace cuatro meses para impedir la caída de Grecia y, en efecto dómino, del euro.
        
Las enormes desigualdades dentro de la UE – se puede hablar de una situación interna paracolonial – están en el origen de las deudas galopantes de los países con un aparato productivo menos eficiente, los cuales además padecen una clase político–empresarial que despilfarró, cuando no apandó, los famosos fondos de cohesión, ese remedo imposible de una política fiscal y presupuestaria unificadas. Este inmenso, en términos absolutos y relativos al PIB, volumen de deuda, pública y privada, puso en bandeja al capital 'especulativo' el forrarse con los PIGs. Máxime cuando el BCE tenía los límites de actuación mencionados y, además, la fracción dominante de la UE, el capital industrial-financiero alemán, veía con muy buenos ojos la depreciación del euro respecto a las principales divisas.
          
Se juntaron entonces el hambre y las ganas de comer: por un lado, una plétora de capital que había salido de rositas del pinchazo de la burbuja inmobilario-financiara de 2007 gracias a las ayudas gubernamentales y que encontraba un nuevo filón especulativo (no tan pingüe como las subprimes, pero aún goloso) en las deudas estatales, bien sazonadas por campañas mediáticas para sembrar el pánico de una posible 'quiebra' de los Estados (un absurdo lógico); por otro lado, la aplicación de las recetas neoliberales de ajuste fiscal, que todos, incluyendo a quienes lo hacen, sabemos que son contraproducentes en fases recesivas o de estancamiento como la actual, permiten recuperar a corto plazo – el capitalismo sólo entiende del hoy - unas tasas de ganancia ahora ya sí en descenso. Por supuesto en el cajón de sastre de las 'políticas de austeridad' o de 'ajuste' se meten todas las medidas preconizadas por el liberalismo doctrinario cuyo último designio es 'ahogar a la bestia', reducir al mínimo el Leviathan estatal.
        
Me resulta conmovedor el párrafo en que los aterrados afirman que no se pongan en cuestión estas políticas. Además de aterrados, parecen haberse caído de un guindo, ¿no conocen como funcionan los centros de producción y difusión ideológica del Imperio? (no es que sea yo muy negriano, precisamente, pero es cómodo emplear este término tan omnicomprehensivo), ¿de verdad se creen que hay algún economista no amordazado que desarrolle su actividad profesional desde el principio de que la economía “debe estar al servicio de un continente más democrático, pacificado y unido”?
         
Pero quizá en estos tiempos en que la crítica radical es rara avis y en que la ideología funcional al sistema campa incontestada (por incontestable de facto) es buena táctica hacerse el tonto, pretender que el escorpión no pique a la rana y que, además, se hagan socios y monten una empresa naviera. Hoy en día, y siendo realistas, o pedimos más de lo mismo o pedimos lo imposible. En cualquier caso, me parece hacerse demasiado el tonto plantear que” Otras decisiones son posibles y deseables a condición de “aflojar las tuercas” ajustadas por la industria financiera a las políticas públicas”. Me temo que el tres en uno es insuficiente.

viernes, 12 de noviembre de 2010


We can't make it here anymore                      James Mcmurtry                                                                                       

 FALSEDAD Nº 1: LOS MERCADOS FINANCIEROS SON EFICIENTES

Actualmente se acepta un hecho entre todos los observadores: El papel fundamental que juegan los mercados financieros en el funcionamiento de la economía. Es el resultado de una larga evolución que comenzó al final de los 60s. De alguna forma esta evolución implica una ruptura neta, cuantitativa y cualitativa, respecto a los decenios anteriores. Bajo la presión de los mercados financieros la regulación de conjunto del capitalismo ha sufrido una profunda transformación, dando lugar al nacimiento de una forma inédita de capitalismo que algunos han llamado “capitalismo patrimonial”, “capitalismo financiero” o incluso “capitalismo neoliberal”.

Estos cambios han encontrado su justificación teórica en la hipótesis de la eficacia de la información de los mercados financieros. Según esta hipótesis es importante desarrollar estos mercados, actuar para que puedan funcionar de la forma más libre posible, ya que constituyen el único mecanismo de reasignación eficaz del capital. Las políticas puestas en marcha tenazmente desde hace treinta años siguen esta recomendación. Se trata de construir un mercado financiero mundialmente integrado en el que todos los actores (empresas, hogares, Estados, instituciones financieras) puedan intercambiar todo tipo de títulos (acciones, obligaciones, deudas, derivados, divisas) para todo tipo de plazos (largo, medio, corto). Los mercados financieros se parecerían al mercado “sin roces” descrito en los manuales: Este discurso económico ha llegado a configurar la realidad. Siendo los mercados cada vez más “perfectos”, en el sentido de la teoría económica dominante, los analistas han creído que el sistema financiero era mucho más estable que en el pasado. La “gran moderación” -periodo de crecimiento económico sin alza de salarios habido en los EE.UU. de 1990 a 2007- parecía confirmarlo así.

Aún hoy, el G20 persiste en la idea de que los mercados financieros son el mejor mecanismo de reasignación del capital. La preeminencia e integridad de los mercados financieros siguen siendo los objetivos finales que persigue su regulación financiera. La crisis se interpreta, no como el resultado inevitable de una lógica de mercados desregulados, sino como consecuencia de la falta de honestidad e irresponsabilidad de algunos actores financieros mal dirigidos por los poderes públicos.

Sin embargo, la crisis se ha encargado de demostrar que estos mercados no son eficientes, y no permiten una reasignación eficaz del capital. Las consecuencias de este hecho en materia de regulación y política económica son inmensas. La teoría de la eficiencia descansa en la idea de que los inversores buscan y encuentran la información más fiable posible sobre el valor de los proyectos que concurren para encontrar financiación. De creer esta teoría, el precio que se forma en el mercado refleja los juicios de los inversores y sintetiza el conjunto de la información disponible: constituye una buena estima del verdadero valor de los títulos. Ahora bien, este valor se supone que resume toda la información necesaria para orientar la actividad económica y, por tanto, la vida social. Así, el capital se invertiría en los proyectos más rentables y relegaría los proyectos menos eficaces. Tal es la idea central de esta teoría: la concurrencia financiera produce precios justos que constituyen señales fiables para los inversores y orientan eficazmente el desarrollo económico.

Pero la crisis ha venido a confirmar los diferentes trabajos críticos que habían puesto en duda esta proposición. La concurrencia financiera no produce necesariamente precios justos. Peor aún: la concurrencia financiera es frecuentemente desestabilizadora y lleva la formación de precios excesivos e irracionales, las burbujas financieras. El mayor error de la teoría de la eficiencia de los mercados financieros consiste en trasponer a los productos financieros la teoría habitual de los mercados de bienes ordinarios. En estos últimos, la concurrencia es en parte autorreguladora en virtud de la ley de la oferta y la demanda: cuando el precio de un bien aumenta, los productores aumentan su oferta y los compradores reducen su demanda, el precio baja y se acerca a su nivel de equilibrio. Dicho de otra forma, cuando el precio de un bien aumenta, las fuerzas de atracción hacia el mismo tienden a frenarse y además se invierte el alza. La concurrencia produce lo que se llama “feedbacks negativos”, fuerzas de atracción que van en sentido contrario al inicial. La idea de eficiencia nace de una transposición directa de este mecanismo a las finanzas de mercado.

Ahora bien, para esta última, la situación es muy diferente: Cuando el precio aumenta es frecuente observar no una baja, ¡sino un alza de la demanda! En este caso el alza de los precios significa un mayor rendimiento para los poseedores de títulos, mayor plusvalía realizada. El alza de precios llama a nuevos compradores, lo que refuerza aún más el alza inicial. Las promesas de bonus empujan a los brokers a ampliar más el movimiento. Hasta el incidente imprevisible, pero inevitable, que provoca la inversión de las anticipations y el crac. Este fenómeno, digno de los corderos de Panurgo, es un proceso de “feedbacks positivos”, que agrava los desequilibrios. Es la burbuja especulativa: un alza acumulativa de precios que se nutre a si misma. Este tipo de procesos no produce precios justos sino, por el contrario, a precios inapropiados.

El lugar preponderante de los mercados financieros no puede pues conducir a eficacia de cualquier manera. Incluso más, es una fuente permanente de inestabilidad, como lo muestra claramente la serie ininterrumpida de burbujas que hemos conocido desde hace 20 años: Japón, Sudeste Asiático, Internet, Mercados emergentes, Inmobiliario, Titrisatión. La inestabilidad financiera se traduce por fuertes fluctuaciones en tasas de cambio y en la Bolsa, claramente sin relación alguna con los fundamentos de la economía. Esta inestabilidad, nacida del sector financiero, se propaga a la economía real mediante numerosos mecanismos. Para reducir la ineficiencia y la inestabilidad de los mercados financieros, sugerimos cuatro medidas:

- Medida 1ª: Acotar estrictamente los mercados financieros y las actividades de los actores de estos mercados, prohibir a los bancos especular por cuenta propia para evitar la propagación de burbujas y cracs.
- Medida 2ª: Reducir la liquidez y la especulación desestabilizadora mediante controles sobre los movimientos de capital y tasas sobre transacciones financieras
- Medida 3ª: Limitar las transacciones financieras a las que respondan a las necesidades de la economía real (Ej.: CDS únicamente para los poseedores de títulos asegurados, etc.).
- Medida 4ª: Limitar la remuneración de los brokers

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Sin duda, en estos últimos cuarenta años el capitalismo ha experimentado una importante transformación bajo la férula de las directrices neoliberales que el poder en constante ascenso de la clase capitalista pudo imponer: los trabajadores están perdiendo la guerra de clases, eso es un hecho. Sin embargo, no es correcto, en mi opinión afirmar, como hacen los autores del “Manifiesto ...”, que el capitalismo 'clásico' o 'productivo' ha sido sustituido por un capitalismo ' financiero' o 'neoliberal'. No hay un nuevo tipo de capitalismo, los cambios no han afectado en absoluto a la esencia del sistema, lo que se ha producido, esto sí, es un proceso de financiarización del capitalismo tout court. El esquema de desenvolvimiento del capital ha pasado del 

                                                                                                    
tradicional: ”… D – M (MP, FT) – ... – M' – D' …    a:    

             De' – De' – De' ...                                     De: dinero especulativo
… D [                                                     Dp: dinero productivo
             Dp' – M (MP, FT) - .... M' – De'' ...
                                                                          
Parte del dinero obtenido en un ciclo de valorización de las mercancías, o ahorrado de ciclos anteriores, se ha empleado no en adquirir medios de producción y fuerza de trabajo que pongan en marcha un nuevo proceso productivo, ni en prestárselo a alguien que desee utilizarlo a tal fin, sino para especular en el mercado de dinero. El origen de la desviación masiva de dinero hacía la esfera especulativa – siempre ha existido especulación en el capitalismo, lo que cambia es la proporción capital especulativo / capital productivo, que ha ido adquiriendo desde 1980s una dimensión insólita en tiempos pasados – tiene su origen en la evolución de las tasas de ganancia. Es éste un asunto sobre el que se ha dado, y se continua dando, una intensa controversia en el campo de la economía de raíz marxiana. No en vano es el núcleo de lo que Marx denominó como “la ley mas importante de la economía política”, la tendencia a la caída de la tasa de ganancia, el fatum del capitalismo. Polémica de una gran complejidad técnica y un calado político, en la que muchos de los participantes incurren en alguno de los s vicios que reprochan (con razón) a la economía académica burguesa, por ejemplo, una matematización vacua por falta de rigor en la elaboración conceptual. Obviamente, no voy a entrar ahora en esta polémica; me limitaré a enunciar algo indiscutible: las inversiones especulativas han rendido, al menos entre burbuja y burbuja, unos beneficios superiores a los obtenidos por la inversión productiva.

No creo que nadie, apologetas y legitimadores profesionales del statu quo aparte, plantee que los mercados financieros son eficientes, sin más. No, al menos, cuando – como es la situación que se ha ido conformando en las últimas décadas – se han alejado de los mercados de bienes y servicios hasta hacerse casi independientes de ellos (cuando no de ponerlos a su servicio). La teoría de la asignación óptima de recursos por los mercados (sean de mercancías o financieros), tildada de error en el texto, da la impresión de remitirse a una época anterior a la actual, cuando los mercados de dinero estaban mucho más ligados, y aun supeditados, a los mercados de bienes y servicios. En tal circunstancia, la Economía académica burguesa sostenía las clásicas tesis de que el mercado de dinero realizaba básicamente la función de trasladar la capacidad de compra para consumo o para inversión productiva desde donde había excedentes hacía donde había escaseces. Y este movimiento siempre estaba fundado, en última instancia, sobre la economía real, la que produce bienes para su uso, la de la mano oculta que construye un idílico equilibrio general a partir de una infinita diversidad de egoísmos particulares.

Es un malentendido, pues, lo que lleva a plantear como paradójico que cuando suben los precios de las mercancías su demanda disminuye y que, en cambio, si los precios que suben son los de los activos financieros, la demanda de estos aumenta. No hay tal paradoja, se trata de que en el primer caso la ganancia se genera en y por el proceso productivo y, en el segundo, a través de la compraventa: comprar caro, vender barato, la nuda definición de especulación. El dinero, fuera de su uso productivo, solo permite obtener ganancia especulativamente, ¡pero es que lo mismo sucede con las mercancías!: el especulador financiero compra tal título de deuda no porque haya subido de precio, sino porque piensa que va a seguir subiendo y que podrá venderlo por más dinero que el que acaba de pagar por él; como hay muchos especuladores que piensan los mismo, los títulos suben. Nada esencialmente distinto de los comerciantes especuladores, que acumulan alimentos, sin ponerlos a la venta, porque ven como sus precio suben; asimismo, esa acumulación, estimula el aumento de precios. Se trata de comprender la diferencia esencial entre la praxis productivo-mercantil y la praxis especulativa; la primera maneja bienes y servicios de uso accesibles a los sentidos, la segunda expectativas de ganancia, la codicia humana, que no deja de serlo por muchas fábulas de abejas y de manos ocultas que se pretenda vender. En la esfera productiva, la trampa es estructural y se llama plusvalía; en la esfera especulativa no hay más que un juego de trileros. Cuando un título de capital ficticio sube de precio la demanda especulativa del mismo crece también, en lugar de bajar, porque su valor de uso, a diferencia de las mercancías estándares, no permanece invariado, aumenta; y es que el valor de uso de un efecto especulativo es su potencia de obtener ganancias por la cara a costa de que otros sufran pérdidas. El cordero de Panurgo  - todos creen serlo, poco lo son - se tira al agua con flotador. Simple pillaje anónimo, en el que siempre pillan los mismos; nada personal. Así, no es que las burbujas sean inherentes a la financiarización, es que son la misma financiarización: un capital ficticio que se automultiplica en algo así como el universo hiperuránico platoniano hasta que la realidad material “hace una llamada al orden”.

Las medidas que se proponen están en la onda de reformar el capitalismo, reconduciéndolo hacia los buenos tiempos fordistas-keynesianos-socialdemócratas. Se orientan todas ellas a poner límites a la finaciarización, a frenar el crecimiento desmedido de las prácticas especulativas y su predominio sobre las 'productivas'. Pero esos viejos buenos tiempos pasaron y no se repetirán ni como farsa. En todo caso, falta analizar, con una perspectiva que vaya mucho más allá de lo 'económico', por qué pasaron y si las condiciones sociohistoricas que determinaron el cambio en el modelo de capitalismo allá por los 70s del siglo XX son ahora tan distintas que permiten una reversión de ese cambio. No lo creo.  

jueves, 11 de noviembre de 2010

FALSEDAD Nº 2: LOS MERCADOS FINANCIEROS FAVORECEN EL CRECIMIENTO ECONÓMICO

La integración financiera ha llevado el poder de las finanzas a su cenit porque ha unificado y centralizado la propiedad capitalista a escala mundial. A partir de este momento son las finanzas las que determinan las normas de rentabilidad exigibles al conjunto de los capitales. El proyecto consistía en que las finanzas del mercado sustituyeran a la financiación bancaria de las inversiones, proyecto; que por cierto; ha fracasado, ya que a día de hoy son las empresas las que financian a los accionistas y no al contrario. Sin embargo, la gobernanza de las empresas se ha transformado profundamente para ajustarse a las normas de rentabilidad del mercado. Con el aumento del poder del valor actionnariale se ha impuesto una nueva concepción de la empresa y su gestión, centrada en el servicio exclusivo del accionariado. La idea de un interés común de las diferentes partes involucradas en la empresa ha desaparecido. Los directivos de las empresas que cotizan en Bolsa tienen ahora como misión principal satisfacer el deseo de enriquecimiento de los accionistas y de si mismos. Como consecuencia, han dejado de ser asalariados, como lo demuestra lo desmesurado de sus remuneraciones. Como explica la teoría de la “agencia”, se trata de que los intereses de los directivos sean convergentes con los de los accionistas.

La norma impuesta por las finanzas a las empresas y a los asalariados consiste en que el ROE (Return on Equity o rendimiento de los capitales) esté entre el 15% al 25%. La herramienta para ejercer este poder es la liquidez, ya que permite a los capitales no “satisfechos” irse a otro “lado” en cualquier momento. Cara a este poder, tanto los asalariados como la soberanía política están en inferioridad por su fraccionamiento. Esta situación de desequilibrio conduce a exigencias de beneficio no razonables porque frenan el crecimiento económico y conducen a un continuo aumento de las desigualdades de las rentas. Por una parte las exigencias de rentabilidad inhiben fuertemente a la inversión: la rentabilidad requerida es tan alta que es difícil encontrar proyectos con un comportamiento capaz de satisfacerla.

Las tasas de inversión permanecen débiles históricamente en Europa y los Estados Unidos. De otra parte, estas exigencias provocan una constante presión a la baja sobre los salarios y el poder de compra, lo que no favorece la demanda. El freno simultáneo de la inversión y el consumo conducen a un crecimiento débil y a un paro endémico. Esta tendencia se ha contrarrestado en los países anglosajones mediante el aumento del endeudamiento de los hogares y por las burbujas financieras que han creado una riqueza ficticia, permitiendo un incremento del consumo sin salarios, pero acabando en el crac.

Para remediar estos efectos negativos de los mercados financieros sobre la actividad económica proponemos tres medidas a debate:
Medida 5ª: Reforzar significativamente los contrapoderes en las empresas para obligar a las direcciones a tener en cuenta los intereses de las partes presentes.
Medida 6ª: Incrementar fuertemente la imposición a las rentas muy altas para desincentivar la carrera hacia rendimientos insostenibles.
Medida 7ª: Reducir la dependencia de las empresas respecto de los mercados financieros, desarrollando una política pública de crédito (tasas preferentes para las actividades prioritarias en el plano social y ambiental).

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Uno de los fenómenos más significativos de la financiarización del capitalismo en la etapa postfordista ha sido la sustitución progresiva de los sistemas de financiación empresarial, desde el predominio del empréstito bancario al de la apelación a los mercados de préstamo (referido a grandes y medianas empresas, claro; las pequeñas siguen dependiendo de los bancos). Proceso, por otro lado desigual, muy intenso en los países anglosajones y no tanto en otros como Alemania y Japón. No es causal que éstos sean, junto con algunos emergentes, las principales potencias exportadoras del mundo (tampoco me parece casual que sean los perdedores de la II Guerra Mundial, aunque no voy a desarrollar aquí tan inusitada hipótesis).

La financiación directa en el mercado de dinero constituye un factor primordial en la creciente supremacía de la economía especulativa. Con más precisión la supremacía de las prácticas especulativas sobre las productivo-comerciales, supremacía que, en mi concepción, es el punctum crucis de la financiarización del capitalismo, lo que en puridad lo define. Sin embargo, no hay una ligazón entre financiación en mercados de capitales y especulación (mejor: especulativización; de vez en cuando hay que echar mano de la potencia creativa, de innovación, del lenguaje ordinario, ¡vivan los miembros y las miembras!). De hecho, esa visión idílica del capitalismo reconciliado con el pueblo, el de las sociedades anónimas con propiedad extendida a la mayoría de la población, esa sociedad de trabajadores-accionistas que quebraba la voz de una dama en ese instante no tan férrea, es un capitalismo autofinanciado por los agentes productivos.

Si se produjo la relación causal citada fue porque se concitaron una serie de circunstancias, económicas y extraeconómicas, que movieron a gran parte de los dueños del capital a desplazarse de los mercados primarios a los secundarios (desfigurando, paru passi, los mercados primarios) en pos de ganancias impensables en otros ámbitos. También pérdidas, claro; al fin y al cabo estamos hablando de un 'capitalismo de casino' en feliz expresión de Keynes. El industrioso burgués calvinista de Weber mutó en una especie de übermensch hortera.

El Manifiesto afirma que “ el proyecto [de sustitución de la financiación bancaria de las inversiones por la obtenida en mercados financieros] ha fracasado, ya que a día de hoy son las empresas las que financian a los accionistas y no al contrario.” No me parece un análisis muy fino. As usual, me veré obligado a resumir en exceso ( intento, en permanente lucha contra mis propensiones innatas, no enladrillar del todo este blog, que, por otra parte, ignoro a quien va, o iría, dirigido; lo dejaremos en 'a todos y a ninguno'). Muy por encima: la apelación a los mercados financieros de los empresarios 'productivos' forma parte del proceso general que se inicia en la década de 1980 de recurrir a dichos mercados aprovechando la gran cantidad de capitales libres, y que tiene uno de sus principales hitos en la decisión del FED de financiar el déficit con deuda pública y no con emisiones inflacionistas de moneda.

Este proceso contribuyó a aumentar el peso global de los mercados de dinero y el poder relativo de los capitalistas financieros, lo que promovió, a su vez, una intensa desregulación de las operaciones en esos mercados. El capital financiero pasó de ser primum inter pares a dictator; nadie puede poner límites, restricciones, controles a su libre discurrir. Sin embargo, y en mi opinión, el recurso a los mercados financieros de las inversiones productivas es un componente secundario y contingente de la financiarización; lo esencial es el ya mencionado desplazamiento progresivo de las actividades económicas desde la esfera productiva a la especulativa, desde los mercados de dinero (mal llamados a veces 'de capital') primarios – relacionados directamente con la producción y comercialización de bienes y servicios, donde la obtención de ganancia pasa por la extracción de plusvalía - a los secundarios, meramente especulativos, en los cuales las ganancias no son sino redistribución de ganancias previas.

No creo, pues, que haya fracasado la desintermediación bancaria en la financiación de inversiones y su correlativa realización en los mercados financieros; no parece observarse una vuelta a los viejos tiempos de la financiación bancaria predominante que permitiría, entonces sí, hablar de fracaso. Por ello debo de objetar el lapidario aserto del 'Manifiesto': “a día de hoy son las empresas las que financian a los accionistas y no al contrario.” En primer lugar, ese “no al contrario” es incierto, las empresas siguen financiándose en los mercados de acciones y obligaciones. Por otro lado, es bastante sesgada, por no decir abstrusa, la formulación: “las empresas financian a los accionistas”. Si no la interpreto mal - lo hago a la luz de lo que en el texto viene a continuación -, se trata de apuntar el fenómeno de que sea el capital especulativo quien fije, durante un tiempo insólitamente prolongado, los tipos de interés de referencia, teniendo el capital productivo que adaptarse a ellos. Pero esto, al menos en teoría, podría haberse producido aun con el modelo de financiación antiguo. Sencillamente, el tipo de interés de los activo bancarios estarían fijados por el sector especulativo.

Veamos como funciona esta adaptación de lo productivo a lo especulativo. En el capitalismo de los manuales académicos, las empresas devengan dividendos a sus accionistas en función de las ganancias obtenidas; la rentabilidad de cada acción covaría así, con la tasa de ganancia, de hecho el dividendo es, propiamente, una participación alícuota en los beneficios de la empresa. Así, el accionista 'tradicional' estaba interesado en la buena marcha de la empresa porque se veía beneficiado de dos modos: los dividendos aumentaban y el valor real contraparte de su acción también se incrementaba (la empresa valía más). Pero las operaciones especulativas que experimentan las acciones en los mercados secundarios trastocan este armónico panorama. En el curso de una burbuja financiera, las acciones incrementan su cotización muy por encima de la marcha real de las empresas; como ya se dijo, la especulación trabaja con expectativas, no con realidades presentes. Lo que le importa a los accionistas 'modernos' no es que se dé valor a la empresa sino a las acciones de la empresa; incluso los dividendos son para ellos algo secundario. Lógico: si, surfeando sobre una burbuja, una empresa ve duplicarse la cotización de sus acciones, un dividendo de un, pongamos, 10%, es insignificante en relación a esa revalorización del 100%. De ahí las frecuente sustituciones, con el beneplácito de la masa accionarial, del reparto de dividendos por la creación de expectativas positivas (supuesto crecimiento) que disparen aun más el precio de las acciones. Lo que no le importa a los accionistas y, al parecer, a nadie, es que ese 10% de dividendos es, más o menos, riqueza creada, nuevos valores de uso, mientras que el 100% de la repreciación de las acciones (el 90%, siendo más precisos y deduciendo esa riqueza real del 10% que ya no se devenga) es mero humo; si es materia sería, en todo caso, aquella que Próspero atribuía al ser humano: la de los sueños.

Muy resumidamente, éstos fueron los hechos: tras unos primeros años, década de 1980, en los que se produjo una fuerte elevación de las tasas de ganancia, debida a la reducción de salarios reales ocasionada, a su vez, por la ofensiva política e ideológica neoliberal que marcó el fin del periodo fordista-keynesiano, comenzaron los problemas de realización de las mercancías, es decir, de sobreacumulación. Ello dio lugar a una reducción de las inversiones productivas, generando un 'problema' adicional: una enorme cantidad de dinero – el obtenido del aumento de los beneficios, más los petrodólares y aún los eurodólares de los 50s – en busca de unas ganancias que ya no podía suministrar el aparato productivo de los paises desarrollados. La deslocalización de industrias y la financiarización trasnacionalizada – lo que ha venido en llamarse 'globalización' – ofrecieron salida a esas masas de dinero ansiosas de trocarse en capital (es decir, en fuente de beneficios). En este entorno, las exigencias de rentabilidad empresarial se desbocaron. Es el famoso, y delirante, ROI estándar del 15% , que obliga a perseguir unos ROE de hasta el 25%, como señala el Manifiesto. Con estas condiciones, poco capital productivo pudo acumularse en los países occidentales. Los salarios reales de los trabajadores de dichos países seguían disminuyendo (o, al menos, la masa salarial global), pero eso no era suficiente para obtener las ganancias mencionadas; la fiebre especulativa proporcionó la ficción de que esas ganancias podían conseguirse 'jugando a la Bolsa' (sinécdoque de prácticas especulativas cualesquiera). Burbujas y sobreendeudamiento se sobrealimentaban mutuamente en un proceso vesánico que, sin embargo, era bendecido por la Economía académica cuando cualquier estudiante de 1º de Económicas podría haber detectado su absurdidad si no se hubiera hallado narcotizado por la Ciencia de sus profesores. El pinchazo inmobiliario puso fin a este desplazamiento de lo real a por lo fantasioso. El inmenso valor crediticio que se había creado a costa de las subidas arbitrarias de los precios del suelo y los diversos esquemas Ponzi construidos sobre ellas, se reveló como lo que era: en buena parte, nada (esa 'buena parte', la proporción del valor ficticio, sin contrapartida alguna de riqueza, aun esta muy lejos de saberse). Incipit tragœdia.

Esto se eterniza. Corto. Es interesante la alusión del Manifiesto a una de las consecuencias más relevantes en el ámbito social y político de la financiarización: el relevo del empresario-propietario clásico, el héroe schumpeteriano, por la 'corporate gobernance', los altos ejecutivos que llevan de facto la gestión de las empresas, una nueva subclase en parte asalariada y en parte empresarial, puesto que un componente de sus ingresos totales esta en función de los beneficios de la empresa. Forman un grupo social que por sus características, formación académica, visión del mundo, etc, se adecuan a la perfección al objetivo prioritario de las grandes y medianas empresas en la época de la financiarización: revalorizar al máximo y en el menor tiempo posible sus acciones de la empresa, aunque vaya en detrimento de su solidez como entidad productiva.Esta revalorización prevalece incluso sobre el incremento de dividendos; no es ajeno a ello que una parte importante de la remuneración de los gestores se realice a través de las stock options. El nuevo grupo social de ejecutores de la gobernanza empresarial se incorpora al conglomerado de dirección del Sistema, constituyéndose así una nueva estructura global de poder en donde lo político y lo económico se funde y se confunde aun más que antes abarcando todos los estratos jerárquicos del establishment, incluso los más bajos.

En cuanto a las medidas propuestas, la 5ª es un brindis al sol, es obvio que hay que reforzar los contrapoderes; pero, para eso, hay que aumentar nuestro poder y disminuir el de los otros. En eso ¿estamos? La 6ª y la 7ª son medidas socialdemócratas clásicas. En especial, la 7ª es de una timidez extrema proponiendo un modelo de sector financiero mixto para desarrollar “una política pública de crédito”. Creo, sin necesidad de romper con la socialdemocracia, que la nacionalización de la banca es algo que debe reivindicarse sin restricción ni mediación algunas, obvia en lo económico y de una mínima decencia desde una perspectiva ética, y hasta estética.


martes, 9 de noviembre de 2010

Falsedad número 3

FALSEDAD Nº 3: LOS MERCADOS SON BUENOS JUECES DE LA SOLVENCIA DE LOS ESTADOS

Según los defensores de la eficacia de los mercados financieros, los operadores del mercado tienen en cuenta la situación objetiva de las finanzas públicas para evaluar el riesgo de suscribir deuda pública de un Estado. Tomemos el caso de la deuda griega: los operadores financieros y los responsables se han dejado llevar por las evaluaciones financieras para juzgar la situación. Así, cuando la tasa exigida de Grecia ha alcanzado el 10%, han deducido que el riesgo de default estaba próximo: si los inversores exigían tal prima de riesgo es que el peligro era extremo.

Esto es un profundo error si se comprende la verdadera naturaleza de la evaluación realizada por el mercado financiero. Esta no es tan eficiente, produce frecuentemente precios sin fundamento alguno. En estas condiciones no es razonable remitirse únicamente a las evaluaciones financieras para juzgar una situación. Evaluar el valor de un titulo financiero no es una operación comparable a medir algo objetivo, como por ejemplo el peso de un objeto. Un titulo financiero es un derecho sobre rentas futuras: para evaluarlo es necesario prever como será ese futuro. Es una cuestión de opinión, no de medida objetiva, porque en el instante t el porvenir no está predeterminado. En las salles de marché, no es lo que los operadores imaginan que será. Un precio financiero descansa en un juicio, en una creencia, un parecer sobre el porvenir: nadie puede asegurar que la opinión de los mercados tenga alguna superioridad sobre otros pareceres.

Sobre todo la evaluación financiera no es neutra: afecta al objeto evaluado, compromete y construye el futuro que imagina. Así, las agencias de calificación financieras contribuyen en gran medida a determinar las tasas de interés de los mercados de obligaciones atribuyendo calificaciones contaminadas de una gran subjetividad, incluso de voluntad de alimentar la inestabilidad, fuente de beneficios especulativos.

Cuando degradan la calificación de un Estado, aumentan el tipo de interés exigido por los actores financieros para comprar títulos de deuda pública de ese Estado y aumentan, por tanto, el riesgo de quiebra que habían anunciado.

Para disminuir la influencia de la psicología de los mercados sobre la financiación de los Estados, proponemos a debate las siguientes medidas:

Medida 8ª: Las agencias de calificación financiera no deben ser autorizadas a presionar arbitrariamente sobre las tasas de interés de los mercados de obligaciones degradando la calificación de un Estado: Se debería reglamentar su actividad exigiendo que su nota resulte de un cálculo económico transparente.

Medida 8ª bis: Liberar a los Estados de la amenaza de los mercados financieros garantizando la recompra de títulos públicos por el BCE.

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En este punto discrepo en parte de las afirmaciones del manifiesto. En general, los ataques especulativos contra una empresa, un gobierno o una economía regional no son totalmente arbitrarios ni caprichosos, tiene una base real, aunque, desde luego, no justificadora casi nunca de tales ataques. El capital especulativo detecta situaciones reales de debilidad o vulnerabilidad de esas entidades o de sus mercados que presagian un futuro problemático; entonces se lanza contra ellas, siempre con el objetivo de obtener ganancias a corto. Ocurre, entonces, que el presagio se convierte en una profecía autocumplida: si, en efecto, el futuro de la entidad hubiera sido malo, el ataque lo hace mucho peor; e, incluso, aunque hubiera tenido una buena evolución ( la detección de los problemas era errónea ) o hubiera podido superar sus dificultades, el ataque le prefigura un futuro inexorablemente negro.

En la práctica especulativa financiera las ganancias son tanto mayores cuanto más precozmente se toman las decisiones. Por contra, esa precocidad conlleva mayor riesgo, dado que los elementos de juicio en el momento de la actuación son borrosos, indiciarios en el mejor de los casos. De ahí el factor de azar, de casino, de la especulación financiera: sólo hay grandes ganancias cuando se asumen grandes riesgos. En teoría, o no para todos; el capital financiero juega siempre tan sucio como le sea posible. Conoce perfectamente por experiencia, la capacidad de hacer reales sus pronósticos. Sabe que un ataque financiero puede poner en serias, cuando no dramáticas, dificultades a cualquier ente económico. Basta para ello con que en el ataque se emplee suficiente munición, que, en este caso, es o bien dinero o bien capacidad para hacer creer a los demás lo que uno desea (esto también se consigue con dinero, con control de media formales o informales). Así, un agente financiero con suficiente capital puede vender millones de títulos de deuda de una entidad disminuyendo su valor y obligando a dicha entidad a pagar intereses mucho mayores para poder seguir financiándose en el mercado de capitales. Es el caso de Soros cuando forzó la devaluación de la libra en 1992 (embolsándose, paru passi, unos mil millones de dólares). También puede difundir rumores de quiebras o suspensión de pagos inminentes que empujen a otros agentes a vender masivamente, para luego ofrecerse como prestamistas, a unos tipos de interés artificialmente altos, de la entidad 'devaluada'; espectáculo éste que hemos podido contemplar a lo largo de este año con las 'amenazas de quiebra' de Grecia e Irlanda (y las que vendrán después).

Pero en ambos ejemplos de ataque especulativo había detrás hechos ciertos: la libra estaba excesivamente (más que de costumbre) sobrevaluada en 1992 y los PIGS (Portugal, Grecia, Irlanda y eSpaña) , además de muy endeudados, presentan unos desequilibrios macroeconómicos que no se dan en otros países con un volumen de deuda y deficit relativos al PIB similares; a lo que hay que añadir la endeblez estructural de pertenecer a la eurozona . El problema, según mi opinión no es tanto que “los mercados [no] son buenos jueces de la solvencia de los Estados” - sostenido por el Manifiesto – como que los mercados (financieros) se convierten en jueces, y ejecutores, de los Estados, y que les imponen unas penas muy superiores a sus faltas para mayor beneficio de el juez y parte.

La medida de reglamentar la actividad de las agencias de calificación me parece extremadamente timorata, amén de ingenua. Lo que hay que hacer con estas agencias es suprimirlas y sustituirlas por una institución internacional que investigue, con total independencia de gobiernos o lobbies económicos y financieros y adecuados controles legales de sus actuaciones, las cuentas de Estados y empresas, estableciendo calificaciones basadas en criterios objetivos y homogéneos.


domingo, 7 de noviembre de 2010

Falsedad número 4

FALSEDAD Nº 4: EL AUMENTO DE LAS DEUDAS PÚBLICAS ES PRODUCTO DE UN
EXCESO DE GASTO

Michel Péreau, uno de los 'padrinos' de la banca francesa, describía en 2005 en uno de sus informes oficiales ad hoc, una Francia ahogada por la deuda pública, sacrificando a sus generaciones futuras, entregada a gastos sociales sin razonamiento. El Estado se endeudaría como un padre de familia alcohólico que bebe por encima de sus posibilidades: tal es la visión difundida por los editorialistas. La reciente explosión de la deuda pública en Europa y el mundo, tiene otra causa: los planes de sabotaje de la finanza y, sobretodo, la recesión provocada por la crisis bancaria y financiera que comenzó en 2008: el déficit público medio de la zona euro solo era el 0’6% del PIB en 2007, pero la crisis le hizo ascender al 7% en 2010. La deuda pública pasó en el mismo periodo del 66% al 84% del PIB.

A pesar de esta subida, en Francia y numerosos países europeos la deuda pública, ya había sido moderada antes de esta recesión: proviene principalmente, no de una tendencia al alza del gasto público – al contrario, en relación al PIB se han estabilizado o bajado en la UE desde el comienzo de los 90- sino del desmoronamiento de los ingresos públicos, la debilidad del crecimiento económico en el periodo considerado y la contrarrevolución fiscal llevada a cabo por la mayoría de los gobiernos desde hace veinticinco años. A largo plazo, la contrarrevolución fiscal ha alimentado continuamente el hinchado de la deuda de una recesión a la otra. Por ejemplo, en Francia un reciente informe parlamentario cifra en 10.000 millones de euros (en 2010?) el coste de la baja de impuestos en el periodo 2.000 – 2.010, sin incluir las exenciones a las cotizaciones sociales (30.000 millones de euros y otros 'gastos fiscales'. Los estados europeos, faltos de armonización fiscal, se han enzarzado en una competencia fiscal entre ellos, bajando impuestos a
las sociedades, las rentas altas y los patrimonios. Incluso si el peso relativo de estos factores varía de un país a otro, el alza casi generalizada de los déficits públicos y los ratios de deuda pública en Europa en los últimos treinta años no es un producto principal de la deriva culpable de los gastos públicos. Un diagnostico que abre vías diferentes a la sempiterna reducción de gastos públicos.

Para reabrir el debate público fundamentado sobre el origen de la deuda y por tanto de los medios para remediarla, proponemos a debate luna proposición:

Medida 9ª: Realizar una auditoria pública y ciudadana de las deudas públicas, para determinar su origen y conocer la identidad de los principales poseedores de títulos de deuda y las cantidades que poseen.

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En efecto, el déficit fiscal, y la deuda publica que va acumulando, aumentaron notablemente los últimos treinta años. Pero ello no fue debido, como sostienen sumariamente los neoliberales, a un gasto público para el que no ahorran calificativos feroces – desmandado, ineficiente, dispendiosos, etc -. De hecho durante el periodo 1980-2007 el gasto publico apenas creció en relación con el PIB. La principal causa del déficit en estos años fue la disminución de los ingresos fiscales. El triunfo de las ideas ultraliberales y su concreción en la llamada 'economía de la oferta', dio lugar, en el ámbito de la política hacendística a una contrarreforma fiscal que rebajaba los tipos de los ingresos salariales más altos, de las rentas de capital así como los impuestos a las empresas. Ciertamente, los gastos de los Estados se han disparado desde el 2007, en una pequeña parte para el amago de puesta en marcha de políticas anticíclicas keynesianaas que pudieran paliar y acortar la recesión que se abatió sobre todos los países occidentales y en otra parte muy grande para salvar a las instituciones financieras en trance de quiebra por su 'mala cabeza'. Exceptuando algún austroliberal, ningún economista liberal tachó de ineficientes o dispendiosos estos gastos.
Coincido, pues, con el análisis del Manifiesto en este punto. Pero no puedo resistirme a expresar la repugnancia que me provoca esa explicación 'moral' de la crisis, quizá la mas extendida en los media, que la atribuye a que “todos”, ricos y pobres, capitalistas y trabajadores, hemos vivido por encima de nuestras posibilidades gracias al uso irresponsable del crédito. Asimilar al contratante de un préstamo hipotecario en condiciones demenciales literalmente engañado por su agente comercial bancario con el Sr. Botín o el Sr. Buffet es una grotesca desfachatez. Eppure, no deja de haber en mí una veta bíblica, incluso savonaroliana, que se escandaliza con la orgía kitsch de dispendio generalizado que se ha producido en los países occidentales – típicamente, como no, en el nuestro – a lo largo de estas últimas décadas, con los obreros renegando de ese glorioso nombre y autodesígnandose (o, al menos, aceptando satisfechos la heterodesignación) 'clases medias', ciñendo su horizonte vital a la posesión de un coche u un apartamento en la costa.