jueves, 22 de septiembre de 2016




En la tertulia de ayer, por mi falta de pericia expositiva y el ambiente dinámico y chispeante propio de una reunión de amigos, no conseguí explicar bien mi postura sobre el muy relevante tema propuesto por Perico. Brevísimamente, el egoísmo individual está en la base de la economía mercantil capitalista. Ese egoísmo se moduló y moderó en los países en los que nació y desarrolló el capitalismo, Europa centro-occidental, nórdica y anglosajona (incluyendo USA, con bastantes peculiaridades) gracias a la existencia de una moral social que procedía de la tradición protestante, sobre todo de la rama calvinista, propuegnadora de una férrea responsabilidad ética del individuo ante sus actos. Weber lo explica bien, aunque yo creo que más que el papel de impulsor del capitalismo, que propone Weber, la ética protestante jugó un papel principal de embridador, de integrador social, de un sistema que tiende a un caos chungo. La visión del mundo católica – u ortodoxa, muy parecida en esto a la papista – de los países del sur de Europa era, en cambio, disfuncional a este proceso. La España del XVI-XVII, que recogía el oro y la plata de América y la enviaba a los Países Bajos, Alemania o el norte de Italia para permitirles su acumulación originaria de capital, venía a ser ese patio de Monipodio que Cervantes insinuaba como metáfora de Castilla. Aquí la idea no era montar empresas, sino hacer negocios. Robar a los panolis, eso sí con mucha dignidad, poniendo, antes, después y si te pillan, la misma cara de español honorable que Rita Barberá o Rodrigo Rato.

Con frecuencia se dice que el gran drama de este país en que nunca se hizo una revolución liberal-burguesa, y es cierto. En lo que suele entrarse menos es en explicar por qué no tuvo lugar; algunos lo toman como una 'desgracia', algo así como si te atropella un tren. Lo cierto es que esta sociedad no daba para más. Y sigue sin dar, con el único rayo de esperanza que fue la II República y que, precisamente por ello, a la España eterna no le bastó acabar con ella: había que desintegrarla.

Hay otro proceso más moderno que se suma este y que procede del extranjero. Es la entrada del capitalismo en la fase neoliberal, cuyo principal efecto en el ámbito sociocultural ha sido extender, en lugar de la ética protestante al espíritu del capitalismo, el espíritu del capitalismo a la ética protestante (y a todas las demás). Ello ha dado lugar – hablo en líneas muy generales, las cosas son más complejas – al surgimiento de una casta que se ha aliado, de igual a igual cuando no de un modo predominante, a la clase burguesa de toda la vida: las élites que dirigen la gobernanza corporativa, ese conglomerado político-empresarial en que lo económico es hegemónico hasta el punto de que los Estados tienden a gestionarse como empresas. Es aquí donde ya encontramos el egoísmo en estado puro, no el que antepone sus intereses particulares a los de los demás o a los de la colectividad, sino el que sólo conoce sus propios intereses; creo que es la figura del psicópata, que me corrija Víctor. La sociedad capitalista mundial tiende a estar gobernada por psicópatas que manejan las instituciones económicas y políticas ya no cómo empresarios clásicos tipo Ford o Krupp, las manejan, citando a Marx, como mera personificación del capital. Pues en España, lo mismo y con caspa, mucha caspa, mucha ignorancia, mucho talante señorial de ese antiguo régimen que nunca se ha superado del todo en este puto país.

martes, 20 de septiembre de 2016








4. Burkini y feminismo. Te ordeno que me desobedezcas.
En este post me centraré no ya en cómo se piensa que debe actuar el Estado ante el problema de la forma de vestir de muchas mujeres musulmanas, sino en la propia caracterización teórica del problema en el campo feminista, de la cual emanan, entre otras cosas, esas demandas de actuación a los poderes públicos. Se trataría de analizar que concepciones hay detrás de las dos posiciones que aquí han personificado Vasallo y Lucas, unas concepciones ya bastante abstractas y que surgen a su vez, de visiones antropológicas más que distintas, opuestas. Al fin y al cabo, el feminismo, o para ser más precisos, los feminismos, las diversas corrientes del feminismo, son descansan sobre, son ideologemas. Aclaro, que en mi uso 'ideología' tiene un sentido valorativamente neutro, en absoluto el significado cientifista de 'falsa conciencia'; una ideología es, sin más, un conjunto de ideas con un mínimo de coherencia que explican las relaciones sociales, el mundo y la vida. Y como toda explicación de lo social legitima unas cosas y execra otras. 

¿Qué hay de común en ese multiverso ideológico que es el feminismo? Noelia Adanez, en un artículo de Publico.es del 31 de agosto, cita a Gayatri Spivak, quien señala con una superlativa capacidad de ir al grano que "el feminismo se interroga, en todos los casos, por las diversas maneras en las que la humanidad ha sido poco amable con las mujeres". Ninguna corriente del feminismo se opondrá a esta definición ultracomprimida. Pero, ciertamente, nos conduce a una serie de nuevas preguntas: ¿Por qué, cuándo y cómo se es poco amable con las mujeres?, ¿quien lo decide?, ¿las mismas mujeres que reciben el trato u otras mujeres que establecen unos valores para todas? 

Lenin decía que la clase obrera era espontáneamente tradeunionista (reformista, se traduciría después) y que la conciencia que haría posible una revolución proletaria socialista habría de serle incrustada desde afuera. En el feminismo y, en general, en cualquier realización de pensamiento-acción emancipadores, aparece este problema modo recurrente. Las feministas, les guste o no, son la vanguardia del movimiento de las mujeres, un movimiento que empieza con ellas y que debería extenderse, como efecto de su actividad militante, a todas o a la mayor parte de las mujeres hasta lograr esa fusión vanguardia-masas cuya fuerza relativa permite llevar a cabo los cambio sociales deseados. Las feministas militantes son, pues, la vanguardia de la lucha actual y de las luchas futuras de las mujeres para que la humanidad sea 'amable con ellas'. De más está, o debería estar, precisar que aquí la humanidad es la organización social, no los hombres. No se trata de que los hombres sean más amables, sino de construir una sociedad en la que, entre otras a-cracias, no tenga cabida la estructura patriarcal y donde la mayor o menor 'amabilidad' de los hombres con las mujeres carezca de sentido, sea algo anacrónico.

Además del Estado, las feministas han de pensar su relación con el grupo de población a liberar, las mujeres, que es donde se halla la fuerza material para el combate. Es decir deben cuestionarse en qué consiste eso de ser vanguardia, si hay varias formas de serlo y, en su caso, optar por una de ellas. Las relaciones entre las vanguardias y las bases es uno de los componentes más relevantes de toda acción política iniciada desde la sociedad civil; la enjundia teórica de su análisis está lejos de la extensión y pretensión de este texto, de modo que me ceñiré al caso concreto del conflicto de la vestimenta musulmana, que, por otra parte, ejemplifica las dos opciones primarias de todas las vanguardias: bien superponerse a la base y dirigirlas, o bien crear las condiciones para una toma de conciencia de esa base, lo que implica su autoorganización para la lucha. Esta última es la que defiendo yo … y casi todo el mundo. Muy pocas militantes feministas, si alguna, declararán que a las mujeres 'no concienciadas' hay que indicarles lo que tienen qué pensar y cómo deben actuar, siempre siguiendo fielmente sus consignas y sus planes de acción. Esos planteamientos tan crudos se dieron en el movimiento obrero durante las épocas del culto a la personalidad y de la deificación del Partido. Por fortuna, las organizaciones feministas de la segunda ola, las que lanzaron el feminismo actual, aparecieron en tiempos de desestalinización. De palabra todos – o casi todos, Falcón, no – nos apuntamos a la posición chachi de la autonomía personal, de la organización democrática a todos los niveles, de antidogmatismo, etc.

Y, en general, hasta donde yo sé, esto funciona así en el feminismo occidental. Hay lideresas, hay rigideces, hay sectarismos y doctrinarismos, pero nada muy grave. El movimiento feminista occidental es básicamente abierto, democrático y plural. Donde se revela esa segunda forma de ser vanguardia que tiende al dirigismo y al tutelaje es cuando el feminismo occidental se enfrenta a la situación de las mujeres no occidentales, en concreto, hacia aquellas con las que comparte territorio, con las inmigrantes provenientes de zonas con culturas distintas. Ello se ha puesto de manifiesto con la polémica, no sólo en el campo teórico, en torno a algunas prendas femeninas musulmanas. Recordemos muy brevemente posts anteriores. Veíamos allí que, al menos formalmente, un Estado de derecho liberal reconoce una serie de libertades individuales, bajo la forma de derechos protegibles. Veíamos también que para poder actuar contra la vulneración de esos derechos la mayoría de las veces es preciso que la víctima lo denuncie, incluyendo la identificación del transgresor, y que, de hecho, muy pocas mujeres musulmana denuncian haber sido coaccionadas para llevar por las calles velos o burkas; que, por el contrario, se sienten atacadas en su libertad cuando se les multa por llevar burkini y se les impone la alternativa de quitárselo o abandonar la playa. Se trata de examinar cómo se enfrentan las feministas a un estado de conciencia subjetivo que choca con unas concepciones que ellas (y con buena parte de razón) no pueden dejar de considerar 'objetivas', adecuadas a los hechos reales.

El hecho real, nos dicen abiertamente las feministas a lo Lucas (quizá este siendo injusto con ella, estereotipándola en exceso, me excuso por ello; lo que pretendo es analizar ideas, no hacer un trabajo filológico), es que portar velos, burkas y burkinis constituye una manifestación del sexismo de esas culturas y que la libertad de decisión que aduce quien las lleva es ficiticia, que, aun admitiendo que esa mujer esté siendo absolutamente sincera en su declaración, se cree libre y, en realidad, no lo es; se autoengaña. El engaño, auto o hetero, implica una doble ignorancia: no conocer lo que es verdadero, y conocer lo que es falso tomándolo por verdadero. En todo caso, siempre está antes la verdad, sólo sabiendo lo que es verdadero puedo tachar algo de falso y no engañar. ¿Cual es el discurso 'verdadero' de la feminista occidental ante la práctica de la mujer musulmana y su pretensión de libertad?: “las mujeres de los países o comunidades islámicas han sido férrea y represivamente educadas en el seno familiar o en las mezquitas para que acepten conjunto de normas machistas porque proceden de la divinidad y, en consecuencia, son buenas en sí y beneficiosas a corto y a largo plazo; no se las ha posibilitado contrastar su fe con las demás religiones o ideologías, que ya de antemano, y sin describirlas o describiéndola falsamente, aseguraban que eran erróneas y malvadas. Todo es es una gran manipulación, porque todo emana de mentiras”. Éste es el mensaje; lo que queda ya es pedagogía, cómo contarles todo esto a las mujeres musulmanas para convencerlas, para 'desengañarlas'.

Utilicemos las palabra que utilicemos, por mucho que le pongamos una música de fondo sinuosamente chill out y una voz de terciopelo, se les está diciendo, en plata, que su cosmovisión, todo aquello que respalda sus formas de vida y su sentido común es radicalmente falso; falso y malvado, puesto que su objetivo es oprimirla y someterla al macho islámico. Por muchas vueltas y muchos artificios retóricos que usemos, es el mensaje del hombre blanco a esos ajenos seres antropomorfos 'mitad demonios, mitad niños'. Entramos en su cultura como un elefante en una cacharrería, por un agujero, tamaño elefante, abierto por nuestros ejércitos y apuntalado por nuestros comerciantes. El eurocentrismo y el colonialismo cultural están, apenas ocultos, detrás de esta corriente de feminismo que 'llama a las cosas por su nombre' y que,si no llega a reclamarlo, se muestra muy comprensiva hacia la imposición de los valores de occidente vía penal.

Cuando a un feminismo de este jaez se le hace notar que, a la idea de que las mujeres musulmanas están manipuladas y esclavizadas por su formación, esto es, por su cultura propia, muchas mujeres musulmanas redargüirían que las mujeres occidentales, incluidas la feministas, están igualmente sometidas a sus valores culturales y que no son más libres que ellas, que tan sólo se pretende imponerles unos criterios de libertad ¡a la fuerza!, esto es: restringiendo su libertad. Entonces es cuando las feministas que conocen la Verdad echan mano de lo mas granado de la artillería dialéctica  del etnocentrismo occidentalista contra este razonamiento montaigniano: "tú, es que eres un relativista". Relativismo la palabra anatema para los Papas y los marxista-leninistas. Y para Lucas (y los señores de Sinpermiso), que lo menciona repetidamente a lo largo de su entrevista, como un artefacto teórico derechista tan evidente que no merece molestarse en justificarlo. El relativismo cultural es un asunto de calado tal – epistemológica y, más allá, ontológicamente – que queda a años luz de lo que es razonable tratar en este post, por lo que me limitaré a apuntar que es un término suele utilizarse mal, generalmente como muñeco de paja para polemizar falazmente con las posiciones pluralistas antimonistas y antiabolutistas. 

Para ilustrar esta temática me valdré de una comparación con otra cuestión explosiva del feminismo, la prostitución, la controversia entre abolicionistas y regulacionistas. Hay una analogía indiscutible de (muchas) prostitutas con (muchas) musulmanas en el hecho de que ambas afirman ser libres en sus actividades retribuidas y en sus hábitos indumentarios, respectivamente. Antes de continuar aclaro que me refiero, por supuesto, a aquellas mujeres adultas que se consideran libres; a una mujer que denuncia coacciones – o éstas son manifiestas – para ejercer la prostitución o para llevar tal o cual prenda de vestir se la debe proteger desde el Estado y desde la Sociedad Civil. La siguiente similitud reside en la reacción del feminismo dogmático ante unas y otras: "os autoengañáis, habéis perdido el juicio (o aun no lo habéis adquirido)". Se trata, pues, de negar a esas mujeres su capacidad mental y su autonomía ciudadana. Y, nueva aclaración, con esto no me posiciono contra el abolicionismo en general. Yo soy regulacionista, pero me parece totalmente legítima la posición abolicionista que basa su propuesta de prohibición legal de la prostitución en que ésta es un mal social en sí mismo, con independencia de las circunstancias concretas en que tiene lugar, y que, en consecuencia, no debe ser permitido. Creo que esa lógica se nutre de principios muy peligrosos, pero la respeto. Lo que no respeto es la hipocresía de quienes postulan acabar con la prostitución por el bien de las prostitutas, aunque ellas no quieran; ese paternalismo que esta convencido de su Verdad (patriarcal), de que cuando ellas (las putas, las musulmanas  o los niños) se hagan mayores ya se darán cuenta de lo equivocadas que estaban y la razón que alumbraba a sus autodesignados salvadores.




El objetivo de sacar a escena la prostitución no es sólo para señalar su analogía con el uso de atavíos islámicos, sino también, y principalmente,  para iluminar la diferencia sutil pero muy relevante en el interior de esa semejanza. Recurriré a un buen apoyo, Emmanuel Kant. Cuando el rutinario de Königsberg define la Ilustración como la salida del humano de su minoría de edad, estaba acusando a los poderes menos reaccionarios de su tiempo, a eso que se llamó 'despotismo ilustrado', de considerar al pueblo como aquí a las musulmanas veladas y a las putas irrespetuosas: como niños que tienen que ser dirigidos mediante engaños o fuerza por aquellos que saben lo que realmente les conviene, aunque ellos, ignorantes, protesten. Sin embargo, hay en ese postulación de Kant una diferencia esencial con las musulmanas que no se da con las prostitutas. El filósofo  habla desde su cultura, desde la crítica de su cultura, y llama a las personas valiosas a salir del oscurantismo dominante, a 'atreverse' a pensar por su cuenta. Es decir a reconocer sus cadenas y luchar por romperlas. Desde dentro de su cultura, como ha hecho él y han hecho otros tantos contemporáneos que osan pensar autónomamente, y escriben contra el Antiguo Régimen, y hacen revoluciones. Se trata de una vanguardia que surge de la base y se dirige a esa misma base. Haciendo abstracción de las diferencias socioculturales, cada súbdito de las monarquías absolutas puede liberarse de su opresión (al menos, y como primer paso, mentalmente) porque la vive en sus carnes, porque la piensa con un lenguaje que le vale para impugnarla. Los ciudadanos parisienses podrían, muchos de ellos, horrorizarse o escandalizarse con las arengas de Danton, pero todos las entendían. Las prostitutas actuales entienden a la perfección los argumentos de sus redentoras – y redentores, en este asunto el purplewashing de Vasallo funciona a tope – prohibicionistas, y precisamente por ello, los rechazan, y lo hacen con lúcida contundencia. Son mayores de edad y la liberación de las cadenas que les quienes imponer saben, o intuyen, que en realidad procede de las cadenas forjadas por la mente de sus 'liberadores'.

¿Sucede tal cosa con las musulmanas? No. Las musulmanas que viven en un país y en una cultura extraños, y con frecuencia hostiles, sólo perciben que se las insulta por las calles por llevar burka o, incluso, hiyab, que se las mira con irritación y desprecio, que se las multa y expulsa de las playas, que se las ofende cuando unas chicas muy leídas y unos tertulianos omniscientes les revelan que todo en lo que ellas creen es falso e intentan explicárselo con unos argumentos para ellas lunáticos, con un lenguaje semánticamente abstruso. Da igual, la vanguardia feminista occidental vela – ¡anda!, de aquí sacaría Albert Rivera un juego de palabras: vela-velo, como madura-Maduro; es que lo pongo a huevo – por sus intereses objetivos 'en tanto que mujeres'. Que para ello tengan que dejar a un lado sus intereses subjetivos y sus intereses objetivos, en tanto que son otras cosas además de ser mujeres, son daños colaterales.

Las feministas de la corriente laicista-identitaria – las partidarias del Estado laicista – les piden a las mujeres musulmanas que se sometan a sus designios, que confíen en ellas del mismo modo que confían en el Profeta, es decir: ciegamente. A lo mejor lo que les cuentan les suena a chino a tan desconcienciados seres; ya aprenderán cuando asimilen los códigos occidentales, entonces se darán cuenta de que habían sido, como insinúa Lucas, un banderín de enganche y un icono del terrorismo yihadista islámico. Se les demanda, pues, una actitud subalterna respecto al feminismo hasta que estén en condiciones de integrarse en él; todo ello, claro, desde la consideración de que no hay más feminismo que el occidental. A partir de  esa negación de su autonomía, poca vanguardia y poca autoorganización puede esperarse que salga de las mujeres musulmanas. Afortunadamente, éstas no hacen caso alguno de ese tipo de feminismo tuitivo que les impone dejar el noventa por ciento de su cultura para poder emanciparse de la opresión machista. A pesar de los pesares y del fuego amigo, están surgiendo grupos feministas – vanguardias – más o menos independientes de los feminismos anteriores (prácticamente todos occidentales), formados por mujeres de otras tradiciones culturales; también musulmanas. Así, el grupo Red Musulmanas de feminismo islámico, del que forma parte Brigitte Vasallo.

Aceptando todo lo anterior, y mi cercanía a las opiniones que expresa Vasallo en la entrevista (y en otros artículos suyos que he leído), no dejan de chirriarme algunas afirmaciones que allí hace, y aun la misma locución 'feminismo islámico'. A lo largo de estos posts he hablado de mujeres musulmanas habiendo efectuado una depuración previa; casi todo lo que que aseverado de ellas se refería en realidad a un subconjunto de las mujeres de religión islámica residentes en Europa, aquellas más conservadoras, más ligadas a costumbres tradicionales, que siguen las normas sexistas sin vacilaciones como algo natural y, aunque suene siniestro, gozoso. Pero si contemplamos la población total, sería impropio hasta el nombre, porque hay muchas inmigrantes originarias de países mahometanos que han abandonado la práctica de su religión y de gran parte de sus hábitos étnicos; de hecho, la mayoría se ha occidentalizado en mayor o menor grado. Todas las sociedades y todas las culturas tienen una dinámica internas, todas evolucionan, y las culturas incrustadas dentro de otras culturas hegemónicas – caso de la islámica dentro de la cristiano-capitalista – lo hacen más rápidamente y adquieren numerosos elementos de la cultura dominante. Como siempre, cada proceso histórico es particular y hay casos en que la integración de la cultura subalterna en la hegemónica acaba con la disolución de la primera y otros en que la cultura subalterna se aísla, más habitualmente, es aislada, y se convierte en un bunker cerrado y detenido en el tiempo. Lo que se conoce por guetización. En nuestro caso, la situación global de ese cajón de sastre que llamamos comunidad musulmana europea es propicia para que muchas mujeres pertenecientes a ella tomen conciencia de su situación subordinada respecto a los hombres y den el paso adelante que lleva a la acción feminista, y uno de los factores principales que la hacen propicia es el contacto y la colaboración con las feministas europeas de origen. Gran parte del largo camino de reflexión y de experiencias que éstas han recorrido les ahorra tiempo y esfuerzo a las musulmanas.

Por ello, frente a un 'feminismo islámico' defiendo un feminismo único, sin adjetivos, que actúa en una multiplicidad de ámbitos socioculturales y que, en cada ámbito, surge por la toma de conciencia de una serie de mujeres que viven y sufren su problemática específica – el modo en que se es 'poco amable con ellas ' –; una vanguardia que pondrá en marcha un proceso en el que colaborará con las feministas del resto de ámbitos, siempre en un plano de igualdad y con una autonomía plena, hasta conseguir el gran objetivo: la libertad formal y real, las libertades positivas y negativas, para todas las mujeres. Hay una respuesta muy interesante de Vasallo en relación a esto. Cuando la preguntan: “¿Hay algún ejemplo de organización o empoderamiento protagonizado por mujeres musulmanas que considere referente?”, contesta: “Todas las luchas por el derecho a llevar el velo y el velo integral en Europa me parecen un ejemplo de los procesos emancipatorios propios de las mujeres musulmanas. El mensaje que trasmiten: 'Decís que estoy sumisa a Dios por llevar velo y que queréis que me lo quite para estar sumisa al Estado', me parece una reivindicación muy interesante sobre qué patrones queremos tener y qué patrones nos imponen. A mi esa me parece una reivindicación muy clara, que las mujeres musulmanas no necesitan que les digamos nada, sino que nos dejemos acompañar por ellas y nos acompañemos entre todas.”

Estoy de acuerdo con todo lo que dice Vasallo, más aún me parece brillante. No obstante, constato un serio peligro en lo que no dice; creo que deja abierta la posibilidad de una inferencia errónea de sus palabras. No he leído a Vasallo lo bastante para saber si ella mantiene tales posiciones o no, por lo que mis apreciaciones no van dirigidas a ella, sino al contenido, a lo que podría ser colegido de esta respuesta. Coincido en que el feminismo, en el ámbito islámico, debe defender el derecho a llevar el velo y el burka y que su interdicción es una agresión sexista por parte de los Estados y sus hooligans islamófobos; es decir, opino que en muchos casos la reivindicación activa del velo es un acto feminista. Pero no hay que entusiasmarse tanto, conviene moverse con rigor intelectual entre la ingenuidad y el cinismo. Las feministas, sea cual sea su entorno cultural, deben tener claro que la mayor parte de las mujeres que llevan estas vestimentas, especialmente el velo integral se mueven en un medio brutalmente patriarcal, que no son libres en absoluto, porque la libertad es siempre de hacer y de no hacer. De acuerdo, llevan el burka porque quieren, pero ¿y si no quisieran? No son libres para no llevarlo; luego, no son libres. También saben que el ocultar el pelo, el rostro, la figura, está en relación con una concepción aberrante de la sexualidad, ni siquiera femenina, masculina. Es el deseo masculino el que se busca disciplinar obligando a la mujer, reducida a un mero objeto de deseo, a ocultarse. Aquí no caben relativismos para una feminista. Las musulmanas pueden tener que darse cuenta de sí mismas en el proceso de reconocimiento crítico de su cultura, pueden no hacer mucho caso a sus listillas colegas occidentales, pero no pueden llegar a la conclusión de que hay que mantener la imposición de la vestimenta y la subordinación absoluta de su sexualidad a la del macho. Voy a ir más lejos: no puede haber un feminismo islámico porque todas las religiones del Libro son repugnantemente sexistas y misóginas. A la larga, las feministas musulmanas o se hacen infieles o se inventan una secta mahometana femenina que interprete las suras del Corán de modo que donde dice literalmente 'si' hay que entender 'no' y viceversa. La lucha por llevar el velo o el burkini es una reivindicación legítima del derecho a que se respete su cultura en un territorio hostil repleto de eurocentristas y xenófobos, incluso es una reivindicación de su autonomía frente a salvadores paternalistas; en ese sentido, esa lucha puede ser feminista de un modo coyuntural y táctico, pero no estratégicamente. El enemigo estratégico de las mujeres musulmanas no es la cultura occidental, es el patriarcado islámico. Cuando se lucha por la libertad de llevar un pañuelo o un saco que apenas deja al descubierto los ojos, el adversario es el Estado laicista francés o el Estado criptocatolicista español y sus leyes. Cuando se lucha por la libertad de no llevar el hiyab o el burka, el rival es el patriarcado islámico representado por un marido que en la impunidad del hogar machaca a golpes a la pecadora.

Efectivamente: “Desde los feminismos blancos no podemos seguir desoyendo las críticas que nos hacen los feminismos decoloniales, postcoloniales, negros, chicanos, islámicos, gitanos y etc… por nuestra política de imposición de valores propios como si fueran universales.” (Vasallo, “Burkas en el ojo ajeno: el feminismo como exclusión”. Pikara magacine, 04-12-2014). Es inaceptable un feminismo al que se pueda replicar “Decís que estoy sumisa a Dios por llevar velo y que queréis que me lo quite para estar sumisa al Estado”; creo que las posiciones de Lucas van en ese sentido. Pero no menos inaceptable sería un feminismo, ahora sí: relativista cultural y adorador de la diferencia, que promulgara la sumisión a un dios cualquiera trasunto del poder del macho armado. Me consta que Vasallo no está en eso, pero creo que no se puede dar nada por sentado y menos en una sociedad en que los media son especialistas en la manipulación de las palabras y de los silencios; es preciso ser explícitos. Aunque, de todos modos, te tergiversarán si interesa, al menos no les facilites la labor. Por ejemplo, posicionarse con claridad frente a la islamofobia no debe impedir conocer y combatir la manipulación por el fundamentalismo islamista, al que el adjetivo 'machista' le queda extremadamente corto, de la resistencia de las mujeres musulmanes a tirar su cultura a la basura a que les insta el laicismo identitario.



A modo de guinda de estos posts, una cita que sintetiza con una fantástica concisión la entera problemática de los velos. Procede de un comentario al artículo de Vasallo enviado por un troll. ¿Por quien, si no? Los trolls, esos máximos exponentes del discurso postpostmoderno de nuestro días. Ellos marcan el camino. “Está muy bien defender el derecho de las musulmanas a llevar la vestimenta que decretó en el Corán aquel esclavista genocida y pederasta llamado Mahoma, pero ¿Qué hay del derecho de las niñas y niños pequeños a que sus cerebros no sean lavados con las mentiras del Islam?” Niquelado; si acaso, se echa en falta una mención a 'los follacabras'.

It's all, folk.                                           
                                                                                                                                                                    


         Si es que van como van y luego pasa lo que pasa


Una lectora de este post ha enviado una serie de objeciones que me resultan interesantes porque ponen de relieve la oscuridad del algunos planteamientos que propongo, la evidencia de que tengo que explicar mejor las cosas si no quiero ser malentendido (y prefiero no serlo). Pongo a continuación esas observaciones y, más abajo, mis comentarios.


Quería comentar que este texto me ha parecido un poco fuerte en el sentido de que critica el "feminismo islámico" y antes que nada de inexistente, pues a favor de una religión de por sí sexista no puede haber feminismos... bueno, yo estoy de acuerdo en que la religión puede ser vista como sexista (a mí todas las religiones me lo parecen, y la católica la primera porque es la que he podido sufrir más de cerca), pero no olvidemos que ese punto de vista también viene dado desde una posición occidental-europeizada-española que no podemos ignorar, es decir, que en el punto de vista de Ruiz García (aunque me ha parecido muy original y me gusta su estilo de expresión), creo que no hay un mínimo intento de utilizar el relativismo cultural como herramienta etnográfica para poder comprender y posicionarse en "las otras", siendo "las otras" esas mujeres islámicas que luchan por lo que consideran justo y necesario para ellas, por lo que les nace, y que se consideran de esta forma a sí mismas "feministas". Yo creo que sí puede haber varias interpretaciones de "feminismo", a diferencia de este autor que defiende un "feminismo único" con diferentes variantes... pero si ellas, desde su bagaje cultural y religioso, se consideran mujeres luchadoras (sin duda lo serán) y feministas, ¿por qué vamos a negarles este calificativo? eso sí que me parece patriarcalista, mucho más que "obedecer a desobedecer", que es otra de las cosas que critica el autor en mujeres musulmanas con un punto de vista poco crítico...


En efecto, critico la expresión ‘feminismo islámico’ al igual que lo haría con ‘feminismo cristiano’, lo que no significa que no crea que haya feministas cristianas o feministas musulmanas, bien que, en mi opinión, siempre habrá en ellas elementos contradictorios. Para centrarnos en un entorno cultural amplio, las religiones del Libro son, las tres, ideológicamente patriarcales, esto es, machistas. Literalmente, desde la primera página. Aquí no cabe mucho relativismo cultural porque, como digo, nos movemos en un universo de sentido bastante homogéneo. Sin embargo, y más en general, precisamente porque me preocupa incurrir en eurocentrismos, apunté una definición de feminismo, de Spivak, la conocida pensadora india, gurú de los estudios postcoloniales, que me pareció, en su sencillez, universalizable para cualquier tiempo y lugar: la pretensión de evitar que se sea 'poco amable' con las mujeres. Creo que una caracterización tan mínima vale para el Bronx actual y para la China de la dinastía Qin. Allá donde hay unas prácticas sistémicas de subordinación de las mujeres a los hombres, hay condiciones para el feminismo, y allá donde mujeres, pocas o muchas, toman conciencia de esta situación y se mueven para acabar con ella surge el feminismo 'sin adjetivos' (a eso me refiero con 'feminismo único'), porque todos esos movimientos y todas esas mujeres son igualmente feministas. En su práctica real-histórica el feminismo adoptará centenares de aspectos, centenares de objetivos, centenares de formas de lucha. Es entonces cuando a esas materializaciones particulares del 'feminismo' las nombramos en plural y las ponemos adjetivos para distinguirlas: feminismos occidentales, feminismos africanos, feminismos de la identidad, feminismos de la diferencia, etc., etc.

Que en el mundo real no haya feminismo sino feminismos y que se empleen adjetivos para identificarlos no excluye que, en mi opinión, no todos los adjetivos que se utilizan sean válidos. Así, el llamado 'feminismo islámico' – y, por supuesto, el 'feminismo cristiano' –. Me parecen expresiones contradictorias porque el adjetivo es incompatible, niega total o parcialmente el sustantivo. Ahora se usa mucho el término oxímoron para nombrarlas. Si, como apunté arriba, la religión musulmana, y la cristiana, son esencialmente sexistas y han fundamentado siempre regímenes patriarcales, no puede haber un feminismo islámico, o cristiano, sino una crítica feminista, ideológica y, también política, de la religión musulmana, y cristiana. Sucede que, sobre todo en las fases más incipientes, la feministas – que lo son de pleno derecho – musulmanas y cristianas intentan mantenerse en el seno de su religión, incluso de forma ortodoxa, y reinterpretan los textos sagrados de un modo diferente al de la jerarquía clerical para excluir o limar los dogmas y preceptos más salvajemente machistas. Lo tienen difícil, por la literalidad de lo escrito y porque las castas sacerdotales, siempre con predominio masculino, no suelen estar muy dispuestas a perder el monopolio de la transmisión de la palabra de deidad de turno. Generalmente, estas feministas, les pasó a las occidentales cristianas y les pasará a las musulmanas, abandonan su religión o la practican de manera muy heterodoxa.

Son justamente posiciones feministas etnocentristas como la de Marieme-Helie Lucas, por muy 'de izquierdas' que se postulen, las que cuestiono en mis posts (sin quitarle por ello a Lucas ni un miligramo de su condición de feminista). Las feministas musulmanas, desde su cultura, pero también necesariamente desde la crítica de su cultura, y desde sus vidas, son quienes han de decidir cómo, donde y cuando luchan contra una socialización sexista que, no se olvide, no proviene sin más de la religión, sino de todo el complejo estructural del poder. Las feministas occidentales deben ayudarlas en todos los aspectos, no darles lecciones, respetando siempre la autonomía para escoger su propio camino. Por supuesto, habrá que confluir, pero sin prisas ni atajos,

jueves, 15 de septiembre de 2016






3. Feminismo y Estado. Cariño, protégeme de tu violencia.


Aunque aplaudí en un post anterior la resolución del Consejo de Estado de Francia, ello no significa, ni mucho menos, que solucione el problema general del que el burkini es una manifestación concreta, tan sólo que es la única jurídicamente razonable en las actuales circunstancias. Y es que, aunque el argumento de la falta de libertad de las mujeres musulmanas para vestir a su entero antojo se ha convertido en un mantra de aquellos cuya función es engordar la islamofobia, no deja de ser potente . Y las feministas no deben cerrar los ojos ante esta realidad; por supuesto, no lo hacen, pero la complejidad del asunto y la pluralidad ideológica del movimiento feminista suscita muy diferentes respuestas. Estamos ante una manifestación concreta de una de los asuntos más intrincados y potencialmente peligrosos en la construcción de una organización social democrática y su correlato político-estatal: la no coincidencia entre las libertades reales y las formales. La mujer musulmana, se dice, es formalmente libre para usar o no burkini y, además es realmente libre, siempre y cuando el Estado, en forma de alcalde xenófobo, no diga lo contrario; y si bien sigue siendo formalmente libre para no llevarlo, carece de esa libertad real. Porque aunque el Estado se la concede, hay agentes no estatales – familiares, clérigos, vecindario – que impiden el ejercicio de esa libertad. Siguiendo en el terreno de lo formal, el Estado tienen la obligación de restablecer la situación de legalidad que ha sido vulnerada, reprimiendo y sancionando a ese o esos agentes que están cometiendo un delito. 

El paso a lo real significa plantearse cómo el Estado puede hacer efectiva esa tutela de las libertades individuales en los distintos casos que se presentan. En primer lugar, el aparato policial-judicial del Estado no puede perseguir un delito si desconoce su existencia; sólo puede actuar entonces 'de oficio' si algún policía esta presente durante su comisión, en otro caso precisa ser informado por  la víctima o por un tercero, testigo del hecho. 

Aplicando esta elementalidad a un episodio de conculcación de la libertad de una musulmana de ir vestida en espacios públicos a su antojo, y suponiendo siempre la ausencia de testigos, si un lepeniano intenta arrancarle el burka es probable que la mujer lo denuncie a la policía; en cambio si es agredida física o verbalmente por algún islamista conocido debido a que no lleva burka o pañuelo cuando se supone que debería llevarlo las posibilidades de denuncia del hecho por la víctima se disipan casi por completo. Es innegable que muchas mujeres musulmanas carecen de libertad real, aunque formalmente el Estado la reconozca, de decidir cómo visten, y que esa falta de libertad  proviene de su comunidad cultural, que dicta las normas de vestimenta y se asegura de su cumplimiento mediante un sistema de sanciones físicas y psíquicas. El verdugo generalmente es el padre o el esposo y el centro de castigo, la intimidad hogareña. Todo ello con total impunidad. Total, a no ser que la esposa o hija lo reporten en comisaría. Allí, supongamos, y es mucho suponer, que la policía se lo tomara en serio, algo muy poco probable, a no ser que la agresión haya ocasionado lesiones graves, lo que, a su vez, es también muy improbable – no es islamófobo admitir que en muchas mezquitas se enseña a los feligreses a azotar a las mujeres sin dejar rastros – El marido o padre se llevaría, a lo sumo, una reconvención policial, una pequeña multa, un arresto corto, y la denunciante iba a encontrar en su casa a un macho muy enfadado y fuera a una comunidad que de muy diversas maneras la haría pagar el haber roto las reglas y traicionado a su esposo/padre-amo con los infieles. 

Vemos aquí las dificultades de un Estado garantista para incursionar en el campo minado de las libertades reales. Desde los poderes públicos pueden implementarse mecanismos y recursos para paliar estas situaciones de hecho; la citada ley española contra la violencia de género, junto con y los medios específicos para que se cumpla, van en ese sentido. Habrá discusiones legítimas sobre este tipo de medidas, unos las juzgarán demasiado tímidas para ser eficaces y otros excesivas porque transgreden derechos formales de terceros y rompen el principio de imparcialidad de la ley. Pero hay una cosa clara: cuando una mujer musulmana desea 'occidentalizarse' totalmente o en parte y se lo hace saber al Estado, éste debe de hace lo que esté en su mano, dentro de los límites que le imponen las leyes, para ayudarla a conseguirlo. Seguimos hablando de un Estado laico, no laicista; la ayuda no porque sea musulmana y desee occidentalizarse, sino porque es una ciudadana que tiene un derecho legalmente protegido a actuar en ese sentido. 

El auténtico callejón de muy difícil salida se presenta cuando las mujeres que llevan la prenda polémica no consideran limitada su libertad; por el contrario creen que la están ejerciendo con su decisión de llevar el burka o el burkini, y justamente lo que ellas sí viven como una supresión de su libertad individual es la existencia de leyes o reglamentos que las prohíben tal atavío. Así, en la entrevista a Brigitte Vasallo, a la pregunta “¿Hasta qué punto las mujeres que usan el burka lo hacen obligadas?”,  responde “Lo primero que se dice sobre el velo integral es que las mujeres lo llevan obligadas. Sin embargo, muchas mujeres dicen que lo llevan porque quieren, e incluso en contra de la voluntad de su familia que no quiere ser estigmatizada. Otras en cambio afirman que lo llevan porque a su marido le gusta, pero que levante la mano la mujer que está libre de hacer cosas para gustarle más a su pareja”. Me parece un punto de partida correcto para el análisis que realizaré en el siguiente punto. 

Todavía en éste, revisaré la posición feminista que reclama que el Estado sea laicista en relación con el asunto del burka y afines. De ella da buena cuenta Marieme-Helie Lucas, en su doble condición de feminista y de izquierdista. A un pregunta bastante parecida a la de arriba – "¿Qué pasa con el derecho de una mujer a elegir su forma de vestir? Algunos dirían que obligar a las mujeres a quitarse el velo viene a ser lo mismo que obligarlas a llevarlo" – se posiciona de modo diametralmente opuesto a Vasallo. No quiero ser parcial, pese a que reconozco de antemano estar mucho más cerca, en este tema, de Vasallo que de Lucas. Sin embargo no puedo dejar de estimar que la forma de argumentar de Lucas – sin entrar en aquello que defiende o ataca – deja mucho que desear. Recuerda, y su biografía no lo haría causal, a unos esquemas de razonamiento que arrastra la izquierda sedicentemente comunista desde, al menos, los tiempos del estalinismo, y que se acercan, cuando no caen en ella de lleno, a la calificación de falacias. Por ejemplo, la primera frase con que contesta la pregunta de arriba es: “Me gustaría empezar apuntando al hecho de que el debate está formulado en términos 'occidentales'. Hasta donde yo sé, no se obliga a las mujeres en el contexto musulmán a NO llevar velo, y estamos hablando de la inmensa mayoría de las musulmanas en el mundo. En cambio, en la inmensa mayoría de los casos se ven obligadas a cubrirse de un modo u otro, a menudo por ley: y todavía no se ha oído una protesta a escala mundial contra esa situación.” Bueno, el debate está formulado en 'términos occidentales' porque tiene lugar en Occidente, versa sobre un problema que surge en occidente y debe ser afrontado por las sociedades occidentales. Que en países musulmanes no se impida llevar velo es una bobada argumentativa, que se les obligue a llevarlo es cierto en muchos casos, pero no tiene nada que ver con la pregunta y que no haya protestas, muchas de ellas, hipócritas – a escala mundial es absolutamente falso en una cultura dominante cada vez más cargada de islamofobia.

La respuesta de Lucas continúa así casi dos páginas enlazando argumentos lamentables con otros que están bien en sí pero que no responden una pregunta tan concreta como es que enuncie su opinión acerca de si el hecho de obligar a las mujeres a quitarse el velo (por los gobiernos occidentales) es equivalente a obligarlas a llevarlo (por gobiernos islamistas o comunidades musulmanas en occidente). Lucas construye un pieza retórica que sería un excelente ejemplo de la falacia – más bien acumulación de falacias – denominada ignoratio elenchi; o sea: marear la perdiz. Para conocer lo que piensa, hay que ir a otra pregunta en la que sí se expresa con claridad acerca de un caso distinto al del burkini pero extensible a la temática general de este texto. Se trata de la prohibición del hiyab y otros pañuelos similares en la escuela pública francesa. Lucas pone como un ejemplo a defender las leyes francesas de 1905 y 1906 sobre separación de iglesias y Estado y libertad de culto. En concreto cita una disposición que prescribe “ la exhibición de 'cualquier símbolo' de afiliación religiosa o política' a dos grupos de funcionarios públicos, los profesores de primaria y secundaria, y 'los funcionarios que están en contacto con el público'.” Lo mismo se aplica a estudiantes de escuelas públicas de primaria y secundaria.

A Lucas le parecen muy bien la interdicción en los tres casos porque es coherente con su posición. A mí me parece que cada uno merece un tratamiento diferente en un Estado laico. Defiendo la aplicación a los profesores, y aplaudo que no afecte a los universitarios. Que el Estado sea ideológicamente neutral, excepto a lo sumo en ideas fundacionales como la soberanía popular, las libertades individuales y poco más, implica que la enseñanza que presta como servicio público tiene que evitar el adoctrinamiento, porque adoctrinamiento sería la enseñanza religiosa o de ideologías sociopolíticas particulares. Teniendo en cuenta que se trata de niños o adolescentes, que el profesor, máxima figura de autoridad simbólica, vaya con sotana o muestre en su solapa una gran insignia roja con una hoz y un martillo es adoctrinamiento, aunque explique matemáticas; no puede se aceptado en un Estado laico. En cambio, no veo por qué funcionarios en contacto con un público adulto debe observar esas normas de indumento, y de hecho hay una incoherencia en eso, pues los profesores universitarios no estarían sujetos a esas limitaciones, precisamente porque sus alumnos son ya personas adultas. En todo caso, y por cortesía, sería preferible que no hicieran mucha ostentación de esos signos de adscripción ideológica; piénsese en un hebreo que observa, ya en la mesa de operaciones, que su cirujano luce una cruz gamada en el gorrillo. 

Aunque ya en este caso, el posicionamiento de Lucas desprende un cierto un tufo laicista, el que más interesa aquí, el de los alumnos de enseñanza pública primaria y secundaria es más complejo y afecta de lleno a la controversia laicidad vs. laicismo del Estado. Lucas, laicista, celebra su inclusión. Su argumento es muy endeble: “… los niños van a las escuelas de la República Laica para ser educados como ciudadanos franceses libres e iguales, y no como representantes de alguna comunidad específica.” La cuestión no es que vayan o no como 'representantes' de una comunidad específica; está claro que no van en tanto que tal. La cuestión si pueden dejar de ser miembros de esa comunidad al entrar en clase y volver a serlo a la salida. El problema de la escuela laica no es lo que llevan las niñas sobre su cabeza, sino dentro de ella, las ideas supersticiosas que les han inculcado y que tiene que dejar a un lado para poder entender algo y pensar por su cuenta con alguna solvencia técnica, que es, debería ser, el objetivo central de a enseñanza preuniversitaria. Que las niñas musulmanas vayan con velo y las cristianas con un crucifijo a la vista tiene que ver con la educación que le dan en sus casas, no con la que van a recibir en una escuela laica, donde, precisamente, van a poder acceder a unas visiones del mundo mucho más abiertas que las que reciben y viven en su hogar y poner en cuestión los dogmas que con tremendos acondicionamientos conductistas les han incrustado sus familias y sus comunidades. Lo que sería inadmisible es que hubiera asignaturas también dogmáticas, aunque fuesen de signo opuesto. Por ejemplo, estoy en contra de una educación militantemente atea; de lo que se no es de refutar a los dioses, sino, sencillamente, de explicar el mundo y la vida sin intervención de dio alguno. Y es que Lucas tiene un rechazo de principio – y, se verá después, tramposo – a todas las comunidades que no son la sociedad global con su Estado adosado que me resulta un tanto sospechoso, como todo lo que tiende a la estatolatría. 





Así, mezclando nuevamente churras y merinas: “La educación como ciudadanos iguales es un poderoso instrumento contra el comunitarismo y las específicas particularidades divisorias que conducen a derechos legales desiguales en un país dado, como ocurre en Gran Bretaña, por ejemplo, con los llamados 'tribunales de sharía', verdaderos sistemas legales paralelos en asuntos de familia.” Sin entrar en los tribunales de sharía británicos, que desconocía totalmente, no veo que haya  que impedir de partida que las comunidades resuelvan internamente ciertos asuntos de convivencia que les competen a ellos, siempre que se respeten los derechos fundamentales iguales para todos en tanto que ciudadanos. Para diversificar los ejemplos, pensemos en una boda gitana y en la prueba del pañuelo, sin cuya superación la ceremonia se interrumpe y el matrimonio no tiene lugar ¿Qué puede hacer el Estado al respecto?, ¿mandar a una pareja de la Benemérita a todas las bodas romaníes para que impida tan poco moderna práctica? Sería entretenido, pero no. El Estado lo más que puede hacer, dentro de un mínimo realismo, es casar por lo civil a una pareja de gitanos que cumplan las normas legales al respecto, entre la que no se halla que alguno de ellos – la mujer, ¡qué casualidad! – no sea virgen. 

Para reforzar su postura contraria a que el Estado acepte los signos religiosos en el vestido de los pequeños alumnos, Lucas cita a una autora iraní que sostiene que “el daño psicológico infligido a las niñas que van con velo es inmenso, al hacerlas responsables desde muy temprana edad de la excitación masculina … La autora explica que el cuerpo de la niña pasa a convertirse de esta guisa en objeto de fitnah (seducción o fuente de desorden), lo que significa que no puede mirarlo o pensar en él de manera positiva. Esa práctica construye así niñas que temen, desconfían y sienten disgusto y aun angustia en relación con sus propios cuerpos”. En fin, me parece todo muy cogido por los pelos. Es probable que obligarle a llevar velo a una niña de ocho años la invista en el universo simbólico del Islam de un carácter de objeto de deseo sexual, pero pasando al ámbito de las existencia real-concreta de la niña no creo que la traumatice ser 'una fuente de desorden” por decreto coránico; más bien le dolerá lo que implica de aislamiento del resto del cuerpo social no musulmán. Y, por supuesto, mucho más grave para su salud psíquica es vivir el rol de pieza de disputa entre la familia y el Estado, el verse obligada a quitarse el velo causando una enorme humillación y pesar a sus padres, el verse obligada a transgredir unas normas que para ella son sagradas. Por todo esto, soy contrario a la medida de prohibir el pañuelo en las aulas; es decir, opino que un Estado laico no debe adoptarla. 

El planteamiento general de Lucas es que, en relación con la amenaza del fundamentalismo islámico, el Estado ha dejado de ser laico (ella lo llama 'postlaico')  y muestra una actitud pacata que le hace incapaz de oponerse con eficacia a los avances de los fanáticos islamistas. Considera que buena parte de la culpa de esa dejación, o traición, del Estado la tiene la izquierda, o cierta izquierda, que ha hecho suyas las teorías multiculturalistas y relativistas. Su propuesta es clara: que el Estado recupere el laicismo que ha perdido, que vuelva a ser un Estado laico. En mi terminología habría que traducirlo a que el Estado ha dejado de ser laicista, no laico, y ha de recuperar el laicismo. Lucas, argelina y por tanto de tradición cultural francesa, tiene in mente al Estado francés como referencia de un Estado laico (o que era laico) y pone como contramodelo, dentro de la cultura occidental, a la Gran Bretaña. Pero da la impresión de que ese Estado francés anterior a la caída en el multiculturalismo que ella reclama es un alguna medida una construcción suya, una amalgama entre el ser y el deber-ser que contiene más rasgos jacobinos, entre ellos, el laicismo, que los que en la realidad ostenta el Estado francés contemporáneo, esa V República surgida de la descolonización de Indochina y Argelia. Lucas se encuentra dentro de esa corriente o sensibilidad política francesa que reivindica la recuperación de los valores originarios de la Revolución francesa (asociados más a la Convención que a la Asamblea Legislativa). 

Por su parte el modelo británico sería una “alternativa al laicismo: no separación, sino igual tolerancia del Estado ante todas las religiones. Así, el Estado británico interactúa con las religiones y considera a las 'iglesias' (o a su equivalente en otras religiones) como interlocutores políticos y representantes de comunidades. Es eso lo que conduce al comunitarismo y al relativismo cultural.” Aquí ya aparece una clara confusión. Quizá el Reino Unido sea un Estado no confesional y no laico, pero eso no será debido a que en su práctica política “interactúa con las religiones y considera a las “iglesias” (o a su equivalente en otras religiones) como interlocutores políticos y representantes de comunidades”. Un Estado, laico o no, cualquier Estado que no sea estrictamente totalitario tiene que partir de la realidad de la sociedad civil, de su diversidad, de sus agrupamientos en base a elementos identitarios – comunidades, en palabra de Lucas –. Un Estado debe tratar específicamente con cada una de ellas, organizando la convivencia social global, mediando en conflictos y no impidiendo el mayor bienestar particular de cada agrupación siempre que tal bienestar no vaya en detrimento de cualquiera de los demás. Lo que no puede hacer un Estado laico es favorecer una comunidad más que a otras por motivos ideológicos, incluyendo, claro, los religiosos, y siempre ha de priorizar en última instancia el cuerpo de legislación común a todos los ciudadanos, con independencia de que pertenezcan o no a subcomunidades, que abarca los componentes fundamentales de la organización social. Si sigue esto, la acción el Estado no “conduce al comunitarismo y al relativismo cultural”, de los que alerta Lucas. Desde luego, me estoy refiriendo a principio generales; es posible que esa atención tan especializada que Lucas denuncia en las comisarías inglesas vaya mas allá de los límites de un Estado laico, no tengo suficiente información para decantarme. En caso de que así fuera realmente estaríamos hablando de que aquí el Estado británico tendría un comportamiento propio de un estado no confesional, no laico. Para ser mas exactos, de un Estado multiconfesional, que es lo que suele haber detrás de esa denominación tan timorata de 'no confesional'. Y eso cuando no, caso del español, se trata de un Estado confesional disfrazado.

Si el laicismo no era “única y exclusivamente una definición y una regulación del Estado frente a la religión', sino algo que puede considerarse un movimiento social, lo mismo, corregido y aumentado, hay que decir del feminismo. Como todo movimiento autónomo que busca cambiar (o que no cambie) la sociedad, el feminismo tiene que plantearse su relación con el Estado. Se le presentan entonces dos alternativas genéricas, una, hacer del Estado el factor principal de realización de los objetivos del movimiento; la otra, intentar mantenerse al margen del Estado e intentar, en todo caso, que este no interfiera en el núcleo central de sus actividades, aquellas que realiza en el seno de la llamada 'sociedad civil'. Las dos tendencias que señalamos para el laicismo. La equivalencia vendría a ser, respecto al Estado laicista y el Estado laico, un Estado feminista y un Estado no machista, respectivamente. Pretender un Estado feminista es un sinsentido. Si el Estado representa siempre prioritariamente los intereses de los sectores sociales dominantes, en una sociedad patriarcal prevalecerán los del varón. Las relaciones de fuerza no se cambian desde los Estados; éstos se constituyen sobre aquellas, las reflejan y las robustecen. Creo que la única opción razonable para el feminismo es apoyar ese Estado laico no (muy) machista en que la igualdad, formal, y real en la medida de lo posible, entre todos los ciudadanos abarque la igualdad de derechos, formal, y real en la medida de lo posible, entre hombres y mujeres, que la mujer sea una ciudadana de pleno derecho. Esta visión limita el margen de maniobra estatal en lo que se refiere a las discriminaciones positivas. No digo que no haya de hacerlas en alguno casos, sino que siempre debe respetar el derechos de los ciudadanos en tanto que tal, aunque algunos no lo 'merezcan'. Por ejemplo, y aunque es un asunto que aquí no puedo abordar para evitar una excesiva dispersión, quizá algún punto en relación con la presunción de no culpabilidad se podría haber mejorado en la redacción de la ley española contra la violencia de genero que, por otro lado, apoyo sin ninguna duda. 



Antes de continuar al tercer punto y para dejar zanjada, en los niveles de síntesis de este texto, el asunto del Estado laico y el laicista, recomiendo vivamente leer un articulo de Etienne Balibar sobre el respecto, y a raíz también de la polémica del burkini, sobre el asunto. El artículo se llama 'Burkini ... Laicismo o identidad?" y está disponible en la web de Viento Sur.  Estoy de acuerdo, si no con el 100%, con el 99% de lo que expone Balibar. Así: "La forma 'francesa' [del laicismo identitario,que se plasmaría en el por mí designado Estado laicista] … nos trastorna profundamente porque tiende a invertir la función política de un principio que ha jugado un papel esencial en nuestra historia política: al límite, se podría decir que un cierto laicismo ha tomado el lugar que ocupó antaño un cierto clericalismo”. 

jueves, 8 de septiembre de 2016



2. Burkini y Estado. En nombre de la ley, ¡desnudese!


La habitual oposición Estado confesional - Estado laico empobrece la realidad y dificulta el análisis, al obviar otros tipos de Estado que no encajan en ninguno de esos dos. Con el objeto de examinar el asunto del burkini et alii, de su permisión o prohibición, me voy a centrar en ese Estado laico que, en su uso por los media, incluso en la Academia, incluye atributos contradictorios entre sí. Y es que esta polémica, los posicionamientos en torno a ella, permite discernir dos concepciones antagónicas respecto a cómo debe tratar un Estado el hecho religioso y la existencia de comunidades religiosas que, con alguna rara excepción (no sé, el budismo zen o el pastafarismo), tratan de conseguir una creciente influencia cultural y política o mantener la que ya tienen. A esas dos concepciones las dedenominaré laicismo y laicidad. Los laicistas persiguen un tipo de Estado que ellos llaman laico y que en este texto designaré 'laicista', mientras que la pretensión de laicidad propugnaría un Estado que aquí se adjetivará como 'laico'. No está de más avanzar que soy partidario de este Estado laico y no laicista. Tanto el Estado laico como el laicista se remiten a los Estados de Derecho liberales de nuestro entorno cultural. Prestaremos especial atención al Estado francés, donde surgió el affaire burkini. En el Estado británico no se habría planteado, lo que no quiere decir que allí aten los perros xenófobos con longaniza de pato (para no ofender a los seguidores de Alá), tan sólo que los conceptos teóricos, por ejemplo laico vs. laicista, sólo valen como herramienta de análisis de lo que realmente importa en política, la multiplicidad de realidades concretas cada una de la s cuales requiere de un praxis específica.

Se entiende por Estado laicista aquel que mantiene una actitud beligerante ante cualquier hecho religioso y que pugna por disminuir la influencia social de las sectas religiosas (no soy sectario, cuando digo 'sectas' incluyo a la Católica). Las propuestas laicistas surgen de una interpretación de la Ilustración como una ideología, vale decir una religión, de la Razón – recuérdense la conversión de catedrales francesas en Templos de la Razón durante la Convención revolucionaria francesa – , y no como lo que, en su conjunto, fue: un ataque a la sinrazón imperante convertida en dogma y guía de acción. El laicismo y los Estados laicistas que conforman van desde casos siniestramente grotescos, por ejemplo el marxismo-leninismo instituido en religión de Estado en la URSS y la China maoista, hasta los tics antirreligiosos que ha mostrado a lo largo de su historia una sensibilidad jacobina dentro del Estado francés, al fin y al cabo heredero de los Robespierre y los Chaumette.

Un Estado laico, en cambio, es aquel que se mantiene al margen, es decir, no interviene, en asuntos relacionados con las ideas de los ciudadanos, no sólo religiosas, tampoco en las consideradas profanas o seculares. No es un Estado laicista, pero tampoco no-confesional, porque para el Estado laico las confesiones no son de su incumbencia, quedan fuera de su horizonte de acción. Un Estado no-confesional es, por ejemplo, el español actual, en cuya constitución no se establece una religión de Estado pero sí se habla de contar con las creencias religiosas de los españoles e incluso se cita explícitamente a la Iglesia Católica, lo que indica con claridad por donde van los tiros (un Estado cripto-confesional más papista que el Papa Francisco). Un Estado laico es, no ya neutro, sino indiferente, respecto a las ideas religiosas y a la prácticas religiosas, tan sólo se ocupa de comportamientos asociados a esa prácticas que supongan una ruptura de la convivencia establecida por el Derecho. Un Estado laico, por ejemplo, no prohibiría o castigaría sacrificios ceremoniales de recién nacidos que por los sacerdotes de tal o cual religión, prohibiría los asesinatos de personas, bebes incluidos y castigaría a esos sacerdotes por asesinos; y prohibiría esa religión no como religión sino por ser una asociación de malhechores.

En general, y según mi opinión, un Estado debe ser lo más laico y descreído posible, pero no laicista activo. Así, creo que una constitución democrática debería contener muy pocas ideas explícitas: que la soberanía reside en el pueblo y poco más. El resto debería centrarse en organizar una institucionalidad, siempre cambiable con facilidad, que haga efectiva esa soberanía de un modo formal y materialmente democrático. El Estado no tiene que imponer o defender ideas, tiene que garantizar que los individuos y los grupos sociales elaboren, profesen y defiendan con entera libertad sus ideas y las medidas que las materializan, creando un marco de conflicto y de debate pacífico y razonable, que se base en el predominio de las mayorías y en el respeto a las minorías y a su posibilidad de llegar a ser mayorías. Por supuesto, todo lo anterior, tan genérico, es muy fácil de decir. Lo difícil es la la letra pequeña, aquella con que se escriben los hechos concretos; elaborar las normas para casos reales complejos en los que entran en litigio derechos, intereses o deseos legítimos e incompatibles. Así, respecto al asunto que nos ocupa, ¿qué papel debe jugar un Estado laico respecto a la vestimenta de las mujeres musulmanas? A primera vista, ninguno específico, aplicar los criterios generales para hombres y mujeres de cualquier credo o condición. Eso es lo que ha hecho el Consejo de Estado francés y, en mi opinión, lo que, en unas circunstancias como la que se dan aquí y ahora, debía hacer todo Estado de Derecho.

El Estado ha de proteger pues, el derecho de cualquier mujer, sea musulmana, atea o devota de lo cool, a ir por la calle con burka o minifalda, a tomar el sol en la playa con burkini o bikini. Ha de garantizar su libertad constitucionalmente reconocida, impidiendo con sus aparatos represivos que un tercero atente contra la libertad de toda mujer (u hombre) de vestir como desee. Un Estado de Derecho no puede ir más allá en lo que respecta a sus funciones policial-judiciales. A lo sumo, puede establecer legislaciones específicas y proveer de recursos extras para afrontar con más eficacia áreas de delito de especia gravedad o extensión, como, por ejemplo, la violencia de género. Unos códigos jurídicos especializados en un tipo de delito que, dicho sea de paso, no constituyen ningún tipo de ataque a la igualdad ante la ley – eslogan que repiten como papagayos los machos españoles que se sienten agraviados por la ley Integral de Violencia de Género –, sino que tratan de reforzar la protección de sectores de población socialmente más propensos a la victimización (todo esto, sin perjuicio de considerar la susodicha ley manifiestamente mejorable en varios puntos).

Aunque en el siguiente punto utilizaré la entrevista a Marieme-Helie Lucas para ilustrar la posición que promueve un Estado laicista, defensor activo de 'los derechos de las mujeres pisoteados por el islamismo', voy a fijarme ahora en la parte de la citada entrevista en que se trata de forma más teórica y general la tópica de lo que Lucas llama Estado laico y yo, laicista. Comencemos con una definición de Lucas: “ ... el laicismo ni pone ni quita velos a las mujeres. Pero resulta indudable que la interpretación fundamentalista de unas órdenes pretendidamente emanadas de Dios busca forzar a las mujeres a llevar velo. El laicismo no es una opinión, ni una creencia; es única y exclusivamente una definición y una regulación del Estado frente a la religión. O el Estado interfiere en la religión, o no interfiere. El laicismo, cuando menos en su definición original, instituye formalmente la no interferencia del Estado en la religión. Y no deberíamos aceptar otra definición del laicismo.” La concepción de Lucas me parece no solamente errónea en sus contenidos sino también analíticamente confusa. El laicismo no es 'única y exclusivamente una definición y una regulación del Estado frente a la religión', el laicismo es una toma de posición teórica y práctica de un conjunto de personas – quienes, en ese sentido, configuran un movimiento – que busca erradicar o disminuir el poder de construcción hegemónica de las religiones en la vida social. Surgido de la crítica a las religiones cristianas llevada a cabo por ilustres pensadores ilustrados – siempre viene Voltaire a la cabeza –, que las consideraban un pensamiento supersticioso y, por ello, un freno del progreso de las sociedades hacia el reino de la Libertad y de la Razón (luego, vino el tío Weber con las rebajas), el laicismo se desarrolla sobre todo en el ámbito de la lucha cultural, combatiendo todo tipo de teismo y proponiendo una visión inmanentista. Hasta ahí nada que objetar. Yo mismo soy laicista, asumiendo que el laicismo es plural, que caben en él planteamientos variados. El problema surge cuando esel laicismo genérico se plantea su relación con el Estado, en concreto acerca e qué debe hacer el Estado con las comunidades y las ideas religiosas. En ese punto se presentan dos posturas, quienes creen que el Estado debe ser neutro e imparcial, lo que llamo 'Estado laico', o bien que el Estado debe ser activo en la consecución de los objetivos laicistas, que es lo que defino como 'Estado laicista'. Vistos los conceptos y sin pretender en absoluto una contienda por los términos, sigo con Lucas.


La pregunta es ahora: “ … hasta qué punto estamos dispuestos a permitir que el Estado intervenga en asuntos privados como, por ejemplo, el modo de vestirnos. ¿Qué diría usted a eso?” Dice Lucas: “... difícilmente podría yo aceptar la fórmula de 'una mujer que elige cómo vestirse'. Ese velo no puede, definitivamente no puede, equipararse con la opción de llevar tacones o zapato plano, minifalda o falda larga. No es una moda; es un marcador político. Si uno decide que va a ponerse un broche con una esvástica, no puede ignorar su significado político; no puede pretender que se desentiende del hecho de que fue la “bandera” de la Alemania nazi. No puede alegar que sólo le gusta su forma. Es una afirmación política.” En primer lugar es más que discutible que no puedan equipararse, mutatis mutandis, la opción del velo con la de llevar tacones (sobre ello escribiré más adelante). Pero la semejanza entre llevar un velo y ostentar una cruz gamada es una pasada total. A no ser que, como ella, se vea en el velo o el burka un marcador político de fundamentalismo terrorista islámico; otra pasada. Continúa Lucas: “De manera que si el Estado se propusiera regular el burka o el nikab, no estaría regulando el modo en que vestimos, ni estaría interfiriendo en un gusto personal o en una moda, sino en la exhibición pública de un signo político de un movimiento de extrema derecha … Hacer eso podría perfectamente caber en el papel del Estado laico. Puede debatirse al respecto. Pero lo que no es debatible es que las mujeres que llevan burka hoy están bajo las garras de un movimiento transnacional de extrema derecha. Y resulta irrelevante que las mujeres con burka sean conscientes del significado político actual de su velo o, al contrario, estén alienadas por el discurso político-religioso fundamentalista.” Puede debatirse, sí, pero creo que ni merece la pena. Se trata de un discurso con una gran coherencia interna, con el que la discrepancia es de principio, y ya dice el aforismo latino 'contra principia negantem non est disputandum'. Descansa en una visión del mundo compartida por ese sector de la izquierda que no duda en autocalificarse de 'verdadera izquierda' porque ya se sabe que “la Verdad es siempre revolucionaria”, y la Verdad esta en posesión del Lenin y sus continuadores. Llamémosle por su nombre: estalinismo. Por cierto que el citado eslogan es la frase de cabecera del blog de Público que redacta Lidia Falcón. Si uno no quería caldo con Lucas, taza y media de la señora Falcón: “Me argüirán enseguida que la mutilación genital causa lesiones físicas incurables y atenta contra la salud de las mujeres, pero, ¿es que acaso el burka y el velo y el burkini no atenta contra la salud psíquica? ¿Es que acaso saberte perteneciente a un sexo tan pecador, poseer un cuerpo objeto de toda clase de lascivias masculinas, tener que taparlo completamente porque no puedes exhibirlo inocente y normalmente, no causa trastornos mentales permanentes?" (Publico.es; 31 de agosto).

Heavy, no: extreme metal.





domingo, 4 de septiembre de 2016




De burkinis, feminismos, derechos e hipocresías varias

1. Lo que hay que ocultar y lo que hay que enseñar

Huyendo de los titulares de la política institucional española, no vaya a ser que me acometan ataques de narcolepsia de esos que le daban a River Phoenix en My private Idaho después de ser sodomizado, reparo que uno de los asuntos que los dueños de los media tiene a bien informarnos en estas fechas playeras, además de las socorridas invasiones de medusas y avistamientos de escualos peligrosamente cercanos a los bañistas, es el conflicto social generado en torno a los burkini. Cuando lo leí, no movió mucho mi interés que los alcaldes de algunas localidades de la Costa Azul prohibieran ese peculiar bañador, lo achaqué perezosamente al calentamiento de motores para las próximas presidenciales francesas; un tour de force (no es una pedantería, es que viene a huevo hablando de la France) entre Sarkozy y Le Pen (Marine) para ver quien es más xenófobo. Después de Valls, por supuesto.

Posteriormente, hace un par de días, me llegó al Facebook un artículo enlazado por mi querida amiga Genoveva Rojo que, en realidad, no hablaba del burkini, sino de su precursor etimológico, el burka, y de otras prendas que suelen llevar las mujeres musulmanas. El texto, de diciembre de 2014, es una entrevista a la escritora feminista Brigite Vasallo, militante de la Red Musulmanas, “colectivo de mujeres que trabajan por la difusión del feminismo --  islámico y contra los prejuicios hacia las mujeres musulmanas”. Me parecieron muy atractivos los planteamientos de Vasallo, sobre todo porque no estoy de acuerdo con bastantes de ellos y me obliga a pensar por qué. Bueno, fuera caretas, la complejísima problemática que va del multiculturalismo al relativismo cultural, pasando por el feminismo, el postcolonialismo y la reconfiguración de la humanidad por el capitalismo tardío, siempre han sido santos de mi devoción. Y, muy cercano a este asunto particular de los burkinis, viví con sumo interés la polémica que tuvo lugar hace siete u ocho años en el Nuevo Partido Anticapitalista frances en torno al velo de las musulmana. Empezó con la presentación de una candidata de religión mahometana y discreto hiyab, y, tras varios meses de formación de fracciones y multiplicidad de escritos, algunos infumables y otros muy lúcidos, la discusión y los enfrentamientos – y algunas cosas más, sin duda – acabaron con el proyecto NPA.

Entonces no tenía este blog (o quizá lo tenía y no lo usaba, no recuerdo) y mis reflexiones sólo fueron expuestas a algún amigo previamente aderezado de la buena disposición que da el tomarse unos espirituosos. Ahora, lo tengo y me dispongo a usarlo. Me valdré para ello, principalmente, de la entrevista a Vasallo, opuesta a toda medida represiva sobre los hábitos indumentarios de las mujeres musulmanas, y en otra entrevista que mantiene un posicionamiento opuesto, ésta a la feminista argelina Marieme-Helie Lucas. La entrevista tuvo lugar en 2014, por lo que no se refiere directamente al burkini pero sí al resto de prendas 'islámicas', y fue traducida y publicada este año en la revista digital Sinpermiso (por cierto que la cabecera del texto, juntando a una mujer con burka, a una monja armada – de tirachinas – que sale mucho en televisión, a Teresa Forcades y a Olivier Besançenot manifestándose al lado de una mujer con hiyab, tiene un claro tufo a periodismo tipo La Razón, pese al notorio izquierdismo post-sacristaniano de Sinpermiso; y el texto introductorio no mejora mucho la parte gráfica). Mi actitud hacia ambas autoras es crítica, aunque con Vasallo tengo acuerdos importantes y discrepo profundamente con la visión global, y sus corolarios particulares, de Lucas. Impugnar afirmaciones y argumentos de mujeres feministas siendo un hombre que pretende ser antimachista es muy delicado. De ningún modo quiero aquí decirles a las mujeres como tienen que afrontar su victimización patriarcal, tan sólo dar una opinión que, en última instancia, no deja de ser la expresión de un acuerdo con unas posturas feministas frente a otras.

Enlaces a las entrevistas:

http://arainfo.org/brigitte-vasallo-pensar-que-el-burka-es-patriarcal-y-que-las-mujeres-no-tienen-manera-de-redomarlo-es-una-mirada-colonial/


http://www.sinpermiso.info/textos/de-velos-islamicos-y-extremas-derechas-el-significado-profundo-del-laicismo-republicano-y-el-cobarde


A la primera pregunta, si “el velo integral es vejatorio para las mujeres”, Vasallo responde certeramente que el debate no debe ser ese, sino que “debería estar en torno a si es legítimo obligar o prohibir a una mujer vestirse de una manera determinada”. En mi opinión, ni siquiera eso, la cuestión clave es si es legítimo obligar a alguien a vestirse de una manera determinada y, en tal caso, por qué motivo habría que hacerlo. No pretendo seguir una táctica, por otro lado empleada por los antifeministas progres y no tan progres, de difuminar un problema de las mujeres en un magma difuso donde todos los gatos son pardos; ese clásico “yo no soy feminista porque no soy partidario de la igualdad solo de de las mujeres, sino de todas las personas”. No, lo que quiero es fijar un marco categorial más genérico que permita iluminar lo que tiene de específico la opresión de las mujeres. Así: existe el patriarcado porque existe la dominación de unos colectivos humanos por otros; el patriarcado es un sistema de dominación que coexiste simbioticamente con otros. Así planteado, la pregunta general es, creo, oportuna.

La forma de vestir no estrictamente funcional a protegerse de peligros naturales en toda formación socio-hístórica es un habito de carácter cultural. Las culturas son el elemento fundamental de consecución del consenso social, de la hegemonía, a lo Gramsci, de una clase. El otro pilar es la violencia de los aparatos represivos del Estado. La cultura legitima la organización social, incluyendo la necesidad de los aparatos represivos, quienes, en justa correspondencia, defienden la cultura con sus parlamentos, sus policías y sus jueces. Esto es una constante histórica en sociedades extensas y desarrolladas. Desde ello, las diferentes culturas son más o menos permisivas, están más o menos normativizadas y las coerciones estatales son más o menos bestias. Las culturas occidentales modernas, donde rigen las llamadas democracias liberales, son poco normativas con la forma de vestir. Si bien hay unos límites variables según los países, en general, la única frontera punible es la desnudez total o parcial. Del resto, el Estado no suele ocuparse, le deja el trabajo a los mecanismos coactivos de la 'sociedad civil'. Si uno asiste a a una boda en calzoncillos o vestido de pokemon, no se le dejará entrar o se le expulsará, generalmente no se llamará a la policía. Occidente es bastante permisivo en cuanto a la libertad de elegir como se viste (hay que añadir que tal permisividad es muchísimo mayor para los hombres que para las mujeres; y además lo es de manera sistémica).

Entonces, ¿por qué preocupa tanto en los países europeos cómo van vestidas las mujeres musulmanas? Creo, y ésta es mi primera 'toma de partido' que porque son musulmanas, no porque sean mujeres. Tengo la casi total certeza que si los musulmanes machos fueran ataviados con turbantes y foulards tipo Lawrence de Arabia, la furia prohibicionista también llegaría a ellos; al menos si con anterioridad se hubiese creado un estado de opinión, basado en la creencia de que la religión islámica obliga a todos los hombres a llevar turbante, que identificara el turbante con la opresión inherente al islam Entiéndase, no discuto que las mujeres musulmanas están, de derecho, obligadas a llevar cómo mínimo el pañuelo en los países islámicos, y, de hecho, en todos lados porque su cultura es, en estos momentos, enormemente impositiva. No llevar el hiyab, o, en algunas subcomunidades, no llevar burka o niqab, acarrea crueles castigos físicos infligidos por la propia familia y, en casos de contumacia, la expulsión de la comunidad y de la fe. La compulsión que sufren las mujeres mahometanas para vestir de una determinada manera es muy superior a la de las mujeres occidentales, y por partida doble, porque es más férrea – los castigos por la transgresión son más severos – y porque las prendas entre las que puede elegir vestirse son mínimas, mientras que las occidentales tienen el problema contrario: demasiado donde escoger. Todo esto es cierto, y más adelante me centraré en ello, pero sostengo que en el asunto concreto de la prohibición del burkini no viene, en rigor, al caso. Considerar que las medidas legales que se han tomado ad hoc para impedir el uso del burkini en algunas playas francesas tiene que ver directa y primordialmente con el feminismo es errar el tiro. Es un asunto de manejo por los poderes políticos de la islamofobia, en el marco, como señalé arriba, de las próximas elecciones a la presidencia de la República francesa.


Como esto es un work in progress, acabo de leer que el Consejo de Estado francés ha declarado nulo de derecho uno de los decretos municipales que prohibía el burkini y que había sido recurrido, estableciendo de paso jurisprudencia al respecto para los demás casos y para futuras tentaciones de regidores chauvinistas. La ilegalidad de las medidas – auténticas alcaldadas – era tan evidente que pone de manifiesto lo ya dicho sobre su grosera finalidad electoralista. Ahora saldrá Sarzkozy con cara contrita diciendo que acata pero discrepa y Marine lanzando rayos y centellas y acusando a la judicatura de estar al servicio de las élites extranjerizantes, y ambos prometiendo acciones drásticas cuando lleguen al poder. El teatrillo de siempre.


Retomando el hilo, mi opinión sobre la polémica del burkini, que se ha presentado como una serpiente de verano, con ligereza, fotos playeras chocantes de señoras vestidas de negro hasta las cejas junto a otras en top-less, es que se trata de una escaramuza menor dentro de la guerra mediática que el establishment occidental ha declarado al islam desde que nos quedamos sin ese otro malvado que era la Unión Soviética. Se me objetará que la declaración de guerra no partió de occidente, que fueron ellos 'los que empezaron', con los atentados en Estados Unidos y Europa. Y es cierto cronológicamente. Sucede que, en mi análisis, coexisten dos guerras distintas aunque, paradójicamente, los contendientes sean los mismos. El islam yihadista ha declarado una guerra a occidente, convencional en sus objetivos, sojuzgar o eliminar al enemigo, aunque no en los métodos, ya que carece de ejércitos regulares en condiciones de entablar un combate abierto. 'Occidente', ese entramado de poderes fácticos y simbólicos que, aun con notables conflictos internos y diferencias tácticas, constituye una unidad inconsútil en cuestiones estratégicas, ha aceptado informalmente la guerra, pero la que realmente disputa no es esa. La guerra que hace occidente contra la yihad no persigue acabar con los combatientes islamistas; al revés, perfectamente sabedor de que, dada la relación de fuerzas armadas, es imposible perderla militarmente, aprovecha que tiene un enemigo y que ese enemigo de vez en cuando le causa daños (pocos y nunca a los que mandan) para construir un elemento de la nueva gubernamentalidad oligárquica adecuada a estos nos tiempos de la triple crisis: la económica, estructural y cronificada, la ecológica – con la amenazante perspectiva de acabar en un colapso que acabe con la especie humana – y la poblacional, relacionada con las anteriores, que está dando lugar, y no es más que el principio, a migraciones de una masividad desconocida hasta ahora y, además, con una característica novedosa y no, precisamente, tranquilizadora: que los migrantes se dirigen a territorios que ya están sobreocupados. La islamofobia cumple, sobre todo en relación a está última crisis, un rol impagable, máxime en Europa, donde gran parte de los inmigrantes son musulmanes. No se olvide que fobia, en griego, es tanto odio como miedo. Poder jugar con estas emociones que impulsan la máxima actividad y la máxima pasividad ofrece unas posibilidades de control social, y en el corto plazo, que solo se me ocurre calificar de acojonantes (en todas las acepciones y coloraciones del término). Pensemos, por ejemplo, en la posibilidad de que se decidiera resolver una situación demográfica crítica expulsando a todos los inmigrantes no europeos.

Lo que me llama la atención de esta jugada tan burda no es que se haya manipulado el feminismo para usarlo como aliado en la construcción imaginaria del moro malo, en una desvergonzada muestra de purplewashing, como lo denomina Vasallo, que es desde hace tiempo una práctica habitual en las producción y reproducción de ideologemas islamofóbicos; lo que me llama la atención es que muchas feministas piquen sistemáticamente el anzuelo y, se conviertan en defensoras objetivas del mantenimiento del orden oligárquico. De nuevo: no quiero dar lecciones a nadie, y menos a mujeres feministas que llevan toda la vida dando el callo, únicamente exponer mis ideas que, por otro lado, seguro que coinciden con las de otras feministas no menos insignes que las que propugnan liberar del velo o el burka a las mujeres musulmanas a golpe de decreto. Además, en mi descargo como claro aspirante a ser calificado de mansplainer, mis apreciaciones no van tanto en el sentido de cómo deben luchar las feministas cuanto en que no deberían involucrarse en guerras que no son suyas.


Se cuestiona Vasallo, veíamos, si es legítimo obligar o prohibir a una mujer vestirse de una manera determinada. 'Legítimo' y no 'legal'; ya sabemos no son sinónimos, ni en intensión ni en extensión. Lo legal remite a un Derecho positivo y lo legítimo a la moral social e, incluso, a la ética individual. Por tanto, lo legítimo es opinable y lo legal no (o sí, pero sólo para los jueces). Lo que se discute aquí es la legalidad, la acutuación de los policías franceses en las playas de la Costa Azul pertenecen al ámbito de lo legal, no de lo legítimo, así que modifico levemente la autopregunta de Vasallo y la dejo en ¿
Es legal obligar o prohibir a una persona, varón o hembra, vestirse de una manera determinada? Pues bien, dicha pregunta, que parece muy incisiva, carece, en rigor, de sentido; y sustituir 'legal' por 'legítimo' no cambia las cosas. Todo puede ser legal, depende del código vigente. De hecho, todos los ordenamientos jurídicos, al nivel de leyes o de preceptos de ivle inferior, establecen alguna norma sobre las vestimentas. Por ejemplo, castigando la desnudez. Por ejemplo, imponiendo un uniforme. La pregunta pertinente versa, entonces, sobre cómo un particular modelo de prohibiciones y mandatos legales se inserta en el sistema de valores que soportan y legitiman un orden de cosas, una organización social. Así, la desnudez, su mayor o menor permisión, revela en la cultura occidental una pugna entre la represión sexual tosca y directa, típica de las religiones cristianas, y una tendencia mas desinhibidora que se junta con las posibilidades de los cuerpos como objetos de consumo. La casuística de la legitimidad es similar en el ámbito de lo no estatal, de lo privado y no aporta nada especial a esto último, tan sólo quien ejerce el control, las instituciones represivas estatales en el ámbito de lo legal, o ese conjunto de reconocimientos y negaciones que conforman la policía moral de la sociedad civil, para lo socialmente legítimado. Ciertamente, en cuanto a los contenidos, lo legal y lo legítim, no pueden diferir en muchas cosas para muchas personas; una buena gubernamentalidad, como parte del momento hegemonizador, debe asegurar que lo legal es legítimo para la gran mayoría de la población, o, cuando menos, que no haya grandes discrepancias entre lo uno y lo otro. 

Examinemos, desde este enfoque, las regulaciones institucionales que afectan a la forma de vestir de las mujeres musulmanas residentes en Europa. Distinguiré dos tipos de prendas, el pañuelo, hiyab o chador, por un lado y el burka, niqab y similares por otro. Respecto al primer grupo, hay una gran variedad de prendas occidentales que cubren la misma superficie de piel sin que a nadie se le haya pasado por la cabeza reglamentar su uso. Que sean precisamente vestiduras propias de una determinada cultura – o religión, da igual – las que se ven sometidas a limitaciones nos está indicando con meridiana claridad una normatividad etnófoba, en este caso, islamófoba. Las prohibiciones del velo total, burka o niqab, se amparan en una regla de policía que data de los siglos XVI y XVII, cuando el rebozo masculino era de uso frecuente, cuyo objetivo es que la cara de las personas quede siempre al descubierto para favorecer el reconocimiento de los delincuentes. Recuérdese nuestro motín de Esquilache. Aquí sí puede alegarse un motivo razonable y carente de connotaciones islamofóbicas, aunque tampoco seamos ingenuos, no se prohíbe el uso conjunto de capucha y gafas de sol, o de llevar puesto un casco integral, o del verdugo, aunque en todos esos casos la cara quede tapada. Pero el hecho de que los distintos tipos de pañuelo asociados a las musulmanas no cubren el rostro, las anteriores consideración son inapicables. Y, por cierto, el famoso burkini, pese a su referencia al burka, pertenece al grupo de los pañuelos en este sentido; sus usuarias muestran la misma cantidad de piel que los que se embuten en trajes de neopreno. Prohibamos a los surfistas, pues. En resumen, las proscripciones de uso de elementos de vestuario cuya única peculiaridad es que los utilizan mujeres musulmanas, constituyen una reglamentacion ad hoc encaminada a deslegitimar la cultura asociada con el islam, eso que podíamos llamar el imaginario islámico de los occidentales: una amalgama incoherente de lo moro, lo árabe, lo mahometano, prácticas subsaharianas como la ablación del clítoris, etc., etc.

Las razones o justificaciones que se aducen los intelectuales orgánicos del sistema para lo que a todas luces es una legislación que transgrede los principios clásicos del derecho liberal en relación a las libertades personales son una insuperable muestra de hipocresía y desvergüenza. De pronto, los machirulos entre machirulos se vuelven feministas y exclaman compungidos “es que las mujeres musulmanas no son libres para elegir no llevar esos atuendos”, los meapilas entre los meapilas, esos que llaman 'legalizar el asesinato' al derecho al aborto y 'legislar contra natura' a institucionalizar el matrimonio homosexual, se hacen abanderados de la laicidad del Estado; entendida a su manera, claro. Nada nuevo. Nada que en lo que merezca la pena detenerse. Sí la merece un debate serio sobre las relaciones entre las religiones y un Estado laico, es decir, en qué consiste un Estado laico, y las relaciones cruzadas entre feminismo, religiones y Estado. En las siguientes líneas trataré por separado, en la medida en que me sea posible discernir dos asuntos tan relacionados, las consideraciones sobre el asunto del burkini y similares desde el punto de vista del Estado y sus atribuciones y desde el punto de vista del feminismo (creo que se puede hablar de feminismo; aunque haya, de hecho, muchos feminismos y, a veces muy enfrentados, hay suficientes puntos básicos de coincidencia como para que sea pertinente usar el término genéricamente).