domingo, 29 de enero de 2017




No es que empecemos la casa por el tejado. Es que no queremos una casa; queremos un tejado. Luego, ya veremos (3 y ult.).

Tenía la intención de proseguir el folletín acerca de la refundación o refundición de Podemos en VA II, marcado por el duelo mortal a frases bélicas entre Iglesias y Errejón, con varios posts más. En éste pensaba analizar los documentos políticos de los dos bandos que cuenta, porque los de Podemos en Movimiento (anticapitalistas) son chicos majos, estoy más de acuerdo con su propuesta que con la de los otros ( lo que no es decir mucho), etcétera, pero no pintan, ni, me temo, pintarán nunca, apenas nada. Ni tan siquiera como bisagra, con su 10% de peso en un partido en que el conflicto interno se juega al todo o nada. Esa era mi intención, y, de hecho, leí los documentos y tomé algunas notas. A medida que los leía me iba aburriendo y desinteresando más al comprobar la escasez de ideas y falta de rigor político que encerraba tanta retórica, pedantería, autobombo y cursilería

Para acabar de hundirme en la indiferencia, estuve el miércoles pasado en el foro mensual de la revista retropostroskosa Viento Sur. El asunto tenía por título ‘Qué Podemos queremos’, y los ponentes era miembros de cada una de las tres corrientes de Podemos más una chica de la Fundación de los Comunes. Soslayaré a esta última y al chaval de anticapis por las razones de irrelevancia práctica ya apuntadas en el párrafo de arriba. La idea era hacer una presentación de cada documento y, a continuación, debatir, con participación del público. El errejonista se llamaba Rodrigo Amirola, y la pablista, Laura Arroyo. No los conocía; es gente más bien de aparato que, digamos, está a un tercer nivel, inmediatamente por debajo de los Bescansa, Moruno, Mayoral y compañía. Ninguno de los dos llegaría a los treinta años. No quiero decir nada en particular con esto, lo que no significa que no signifique algo.


La exposición tendió, en términos matemáticos, a lo soporífero. Ninguno introdujo la menor crítica directa a las propuestas del otro, a lo sumo veladas insinuaciones. Ya en el turno de intervenciones del público, pedí la palabra y les hice unas preguntas muy concretas: que nos contasen al respetable con qué puntos importantes del documento del otro tenían una mayor discrepancia, si creían que había alguna posibilidad de acuerdo respecto a ella y cómo, en qué términos, podría sustanciarse ese hipotético acuerdo. Mi intención no era obtener un esclarecimiento de las disensiones entre pablistas y errejonistas, que quedan bastante patentes en los borradores, sino obtener información del estado emocional y de la asimilación política del debate por parte de este segundo nivel, que constituye la estructura real de la organización Podemos; abandonados los círculos a su desgracia, ellos forman la masa militante del partido. Como era de esperar Arroyo, la primera en intervenir, no dijo ni mu al respecto, siguió a lo suyo y pasó de polemizar. Cuando avisó que había concluido, salté cual diminuto Júpiter tonante y bramé acerca de sí tan difícil era contestar a la única pregunta – stricto sensu, los demás del público que hablaron se marcaron el clásico rollete – que se les había hecho. Sorprendida ante tal inesperado energumenismo, me contestó algo de que ellos tenían un diagnóstico según el cual consideraban que no creían que hubiésemos entrado en un momento de normalización, pero, vamos, que eso no quiere decir que no se pueda lograr un acuerdo en VA II. A continuación, Rodrigo (el errejonista) sí entró directamente en materia y explicó que ellos no creían que hubiésemos entrado en un momento de normalización, pero los otros sí y por eso pedían más resistencia que ofensiva; aunque lo parezca, no contradecía a Laura, porque parece que se trataba de anormalizaciones distintas, una era más anormal que la otra. Contó también que en lo estratégico coincidían todos en que no se puede pensar más allá del capitalismo– y aquí metió a los anticapis, que callaron como putos ante tamaña ofensa; quizá no lo pillaron, quizá estaban dormidos o quizá, en un arrebato de lucidez (y teniendo en cuenta que el 99% del público eran ellos) ¿para qué coño? –. Luego dijo no se qué del orden, el desorden y la meritocracia y concluyo con que el acuerdo de todos era, por supuesto, posible; la razón: que él era optimista.

Me quedé, pues, como estaba en lo que se refiere a la literalidad de mi pregunta, si bien mi propósito oculto estaba conseguido. Constatar que en la militancia profesional de Podemos – estos dos jóvenes trabajan para el partido – el nivel de cultura y de comprensión política no es el que cabría esperar de ‘la generación más formada de nuestra historia’. Pero lo más grave es la actitud de culto al líder, donde la pretensión es intentar ser su clon discursivo, de decir lo que él diría y cómo él lo diría, actitud que no retrotrae, precisamente, al 15M sino, por ejemplo, a aquellos felices e ilusos años, en que Marx, Lenin y Mao/Trotsky hablaban por nuestras bocas. Así, Laura repitió dos veces la absurda alegoría del poltergeist que se le ha ocurrido al cinéfilo Iglesias y Rodrigo empleaba el mismo lenguaje ampuloso y académico de Errejón; ambos, las metáforas guerreras que tanto encandilan al núcleo irradiador.

La penosa conclusión es que, como colectivo, Podemos carece de virtualidad de una elaboración política que sea capaz, ya no de vehiculizar, tan sólo de impulsar un proceso social que cambie algo más que algunas formas. Debajo de Podemos no hay substancia social que pueda generar y sostener una dinámica emancipatoria en conflicto contra los poderes establecidos por el sistema demoliberal-capitalista. Simplemente, hay en el Estado español una crisis de legitimación del régimen político provocada por el malestar general ante el deterioro de las condiciones de vida de gran parte de la población, el cual es atribuido en gran medida (y con razón) a las llamadas políticas de austeridad. Carente de enjundia social y apoyándose en un estado de opinión más emocional que racional de una fracción de la ciudadanía, que no es, ni de lejos, mayoritario, Podemos se ve abocado a ubicarse en el campo de lo que Rancière llama, frente a lo ‘político’, lo ‘policíaco’, esto es, el marco del orden vigente.

Y es que en los programas de Iglesias y de Errejón todo se conserva, se conserva la monarquía, se conserva la pertenencia a la OTAN y a la EU/euro, se conserva el compromiso de pagar la deuda, se conserva la unidad de la patria, se conserva una economía crecimentista. Se conservan, pues, todos los grandes consensos del Régimen del 78. No hay un ápice de propuesta destituyente ni constituyente. Las disensiones entre errejonistas y pablistas  se sitúan en el interior de los referentes de la estructura política que cambió al franquismo para que no cambiara (apenas) nada. Olvidemos las avalanchas discursivas, tan grandilocuentes como anodinas, de los preclaros líderes. Aquí lo que hay es un sistema de gubernamentalidad basado en dos grandes partidos que, como se decía en los viejos tiempos de la Santa Transición, coinciden en lo fundamental y discrepan en lo accesorio, y un turnismo de gobierno: un par de legislaturas, lo que tarda en quemarse el que lo ocupa. Es, exactamente, el modelo anglosajón que ha permitido una estabilidad secular en Gran Bretaña y USA, aunque en este último caso, el anquilosamiento neoliberal del partido Demócrata y la radicalización y pérdida de rumbo político del Republicano han generado el monstruo Trump. La tercera patita de la gubernamentalidad española era el PCE, y después IU, necesarios para integrar en el juego político insitucional, y, por tanto, neutralizar y controlar, a un sector minoritario pero significativo de la población española traumatizado por la Guerra Civil y la barbarie del franquismo,  un sector que luchó contra el franquismo en las fábricas y las calles como sus padres habían luchado en las trincheras y que no podía aceptar sin más el pasteleo de la restauración borbónico-parafranquista. 

Por cierto, los intelectuales en funciones del Régimen celebran la asimetría de la topología política española: hay un partido, dicen, de izquierda dura, junto a la moderada del PSOE, y, no lo hay a la derecha del PP. Así que, según ellos, que en España no haya una extrema derecha relevante se debería al mérito del PP por integrarla en su interior y por tanto, en el corazón del sistema. Análisis falso y paupérrimo. Lo que no había en este país a la muerte de Franco, con alguna excepción en la periferia, era una derecha liberal, o sea, una derecha no franquista. Prácticamente toda la derecha actuó en bloque para hacer las menores concesiones a la ‘oposición democrática’, para mantener tanto franquismo como fuese posible. Sin duda, dentro de esa derecha había unas facciones más flexibles – los ‘reformistas’ – y otras más intransigentes – los ‘ultras’, el ‘bunker’ –. El hecho de que solo una parte mínima de estos se salieran del pacto de la Transición denota cómo fue esa transición y lo que de ella salió.

Hecha la digresión típica de la casa, vuelvo a al tema y concluyo con él. Podemos no se proyecta al futuro porque no tiene apenas suelo real y, en consecuencia, no puede impulsarse y volar. Podemos se ubica en el sórdido presente y, parafraseando muy abusivamente a Machado, una de las dos españas ha de helarle el corazón. La España del PSOE y la de IU. Y como aquí no hay un sabio Salomón que mantenga entero al niño, mucho me temo que, no necesariamente VAII, lo más probable es que después, tendrá lugar un proceso tortuoso plagado de eufemismos, disfraces y engaños el, en cuyo curso una parte mayoritaria de Podemos llevará a cabo la, more Pareto, necesaria renovación de élites, en este caso de la ‘izquierda’ del Régimen, mientras que la otra parte mayoritaria (ya veremos en VA II la relación actual de fuerzas, quizá el dato más relevante que de ahí se va a obtener) se meterá en ese terreno tenebroso por el que vaga la buena gente que aún cree que es posible derrotar al capitalismo.


Pi, pi. ¡Final en La Condomina! Partido tedioso que acaba con empate a cero y que los mal pensados tildarán de tongo, ante la falta de combatividad de los contendientes. Visto lo visto, se antoja imposible que ninguno de ellos vaya a poner en peligro el secular predominio del Barca y el Real.

A no ser que se produzca alguna novedad explosiva, dejo el tema Podemos hasta ver qué pasa en VA II. A modo de pronostico, todo apunta a que la Asamblea se cerrará en falso, intentando reflejar una imagen de unidad, y metiendo los problemas reales debajo de la alfombra. En los próximos posts, cambio de nivel: comentaré unas interesantes y, por supuesto, provocadoras  reflexiones de Zizek acerca de 'romper los tabúes de la izquierda'.

martes, 17 de enero de 2017


No es que empecemos la casa por el tejado. Es que no queremos una casa; queremos un tejado. Luego, ya veremos. (2)


Nos habíamos quedado en el bipolarismo leniniano acerca de si la pugna entre Iglesias y Errejón es una pura lucha por el poder, manteniendo ambos el mismo proyecto político con algunas variaciones no importantes y compatibles, o por el contrario, si su objetivo es hacer prevalecer uno de dos proyectos políticos esencialmente distintos y cuya coexistencia en un mismo marco orgánico es más que problemática. En el ínterin entre este post y el anterior se ha producido un repliegue de las dos posiciones tras la salida de pata de banco que fue el Iñigoasino#, las peticiones explícitas de intelectuales orgánicos del errejonismo, incluido el postroskoso Santi Alba, de defenestrar a Iglesias, y la campaña gore de El País y compañía . De repente todo el mundo se puso a hablar de unidad, cerrando filas en torno a una abuelita de setenta y cuatro años – rediós, los tengo a la vista; si algún día alguien me llama abuelo, incluidos mis improbables nietos, saldrá, vesánica, la bestia que hay en mi interior, justo al lado del niño y del estalinista – que les reñía por no llevarse bien.


Bip, bip, penalti y expulsión en el Carlos Tartiere. Como soy tan lento – más que el caballo de un fotógrafo, que habría dicho mi muy castizo progenitor –, acaban de salir los borradores de las tres corrientes, en los que, leyendo entre líneas y haciendo todo tipo de juicios de intenciones, a la manera de los vaticanólogos o los antiguos kremlinólogos, se ha de sacar algo en claro. Por tanto, habrá que leerlos, lo que no es plato de gusto, y además con cuidado (esto ya es para mí como un plato de verduras). En los próximos días iré escribiendo mis impresiones, análisis e intuiciones de estos textos que, aunque se trate de borradores destinados a modificarse, supongo se mantendrá lo fundamental de ellos pues han sido elaborados por las primeras espadas de cada facción. Aun en el caso de que se llegara a VAII con unos documentos de consenso, ello sólo significaría que, dadas las relaciones de fuerzas equilibradas, se ha jugado tácticamente a no entablar combates abiertos y a dar una imagen de unidad cara a la galería. Habrá que estar muy atento a las maniobras precongresuales porque proporcionaran datos muy interesantes para conocer la situación actual interna de Podemos y prever su evolución futura.

Lo que hace más interesante, desde mi punto de vista, el estudio de los borradores es porque puede dar idea de hasta que punto cada posición es consciente del papel histórico que le es dado jugar y se va adaptando ideológica y estratégicamente a él. Una de las controversias más añejas del marxismo es aquella que versa sobre si el fin del capitalismo, algo en lo que está de acuerdo todo marxista comme il faut, sería resultado de la lucha del movimiento obrero, aprovechándose por supuesto de las contradicciones del sistema y las crisis que genera y profundizando en ellas, haciendo sangre, o si esas mismas contradicciones inmanentes son autónomas, se van intensificando sin necesidad de que nadie las atice y finalmente provocan una crisis última descomunal, de la que el capitalismo no puede salir y se desmorona en medio no de una revolución sino de un caos social, con canibalismos generalizados y todo eso. En realidad, las dos posiciones sólo difieren básicamente en la previsión de tiempos, la primera acepta que el capitalismo se halla aquejado de contradicciones internas insuperables, pero cree que antes de morir por su propia mano  y es en esto en lo que difiere de la segunda  acabará con él el movimiento obrero guiado por su conciencia de clase revolucionaria y comunista. Además de éstos dos vaticinios, los muy pesimistas y a los que les van bien las cosas, han solido romper amarras con el marxismo ortodoxo – o con todo lo que oliera a Marx – y decretado la inmortalidad del capitalismo, incluso – como señalaba maliciosamente mi tocayo Jameson – más allá del final de la humanidad (ahora que se ha puesto de moda el internet de las cosas, se daría algo así como el capitalismo de las cosas).

Llegó el momento de la verdad en esta digresión que parece absurda, y luego se verá que no lo es tanto. El momento de tomar partido. Pues bien, me decanto, desde luego que de un modo apresurado y no muy serio, por la segunda de las dos tesis marxistas. Respecto a la primera, no descarto que el devenir histórico vaya construyendo un sujeto colectivo que abarque a la mayoría de las poblaciones, tal que adquiera consciencia de la profunda irracionalidad y de la inmanente injusticia del capitalismo, incluso de su carácter profundamente antiestético. Marx atribuía ese destino a la clase obrera. Pero Marx no llegó a sacar las ultimas consecuencias de su impresionante teoría acerca de la mercancía y su fetichización, no llegó a entender que el capitalismo no solo convierte todo objeto en mercancía, también las subjetividades (quizá sería más preciso hablar ya de agencialidades en lugar de subjetividades, pero es un enfoque muy peliagudo que dejaré para cuando sea mayor). No descarto, reitero, la posibilidad de ese suceder, si bien, eso sí, calculo que llegar a tan deseable estado, como culmen de de un proceso evolutivo gradual, llevaría unos tropecientos mil años, más o menos. Por eso, es más que probable que se adelante el crash capitalista en alguna de sus modalidades previstas. 

El capitalismo tal cual es, basado en la economía de mercado y  – por mucho monopolio que haya – en la competencia entre capitales, está condenado a desaparecer. Y pronto. Ni la acumulación de una cantidad de capital ficticio puede asumir una dimensión de varios órdenes de magnitud mayor de lo conocido hasta la fecha, ni está en condiciones – y aunque lo estuviera, me temo que ya es demasiado tarde – de enfrentarse a la crisis ecológica que concluirá en el colapso global. ¿Que llegará antes? No me pronuncio. ¿Cual fin sería preferible? Pues depende, unos prefieren tirarse desde un quinto piso y otros seguir una gira mundial de Alejandro Sanz. Es cuestión de sentidos y sensibilidades.

Y, después de este alentador párrafo, vuelvo a nuestro asunto. ¿Por qué lo que acabo de escribir no es un mero tour por los cerros de Úbeda? Pues porque creo que tanto Errejón como Iglesias, defectillos aparte, son dos personas honradas y tienen unas metas claramente transformadoras. Y, por añadidura, a corto plazo. O sea, que, por lo anteriormente expuesto, ambos son unos ilusos. Los dos, sobre todo Errejón, tienen un empacho de teoría académica que se haya a años luz de alumbrar una perspectiva estratégica rigurosa. Por no tener, ni tienen una teoría mínimamente seria de las élites en el campo subalterno. Hablan de intelectual orgánico, de hegemonía, y ni se acercan a reflejar esas teorías gramscianas, que necesitarían un aggiornamiento (y no el de Laclau, desde luego), en sus propuestas partidarias. Aplicándoles – en especial a Íñigo, Iglesias tiene más tablas y se le nota – su misma medicina, diría que los procesos históricos reales darán significados a su catarata de significantes vacíos. 


El hecho, muy en crudo, es que ellos pretenden transformar el estado de cosas en profundidad en un periodo breve, pongamos diez o quince años, y eso es imposible. No lo es que las cosas se transformen, y más de lo que ellos piensan, en ese lapso, pero no será, precisamente, por su praxis. En mi opinión   más bien una hipótesis que tendré que ir verificando con la lectura de los documentos y con lo que vaya sucediendo en estos días, declaraciones, pactos, interpretaciones, etcétera  , los planteamientos de Iglesias y Errejón son compatibles en el proyecto (en principio) y en la estrategia y no lo son, paradójicamente, en la táctica de medio plazo. Me parece que los proyectos de ambos son compatibles porque ninguno tiene un proyecto claro, al menos como se entendía antes en la izquierda: un objetivo a largo plazo que implica la destrucción de lo viejo y la construcción de algo nuevo al menos mínimamente especificado. Por ejemplo, el proyecto de los partidos comunistas era destruir la sociedad capitalista y construir una sociedad comunista. También lo era de los socialdemócratas, en teoría, hasta su abandono formal del marxismo; la discrepancia radical se daba en el nivel de la estrategia. Vamos a suponer que los proyectos de Errejón e Iglesias coinciden en plantear difusamente una sociedad libre y justa que, para serlo, no puede ser capitalista, o no del todo capitalista. Por eso no van a discutir. 

En el aspecto estratégico son perfectamente compatibles, de hecho proponen lo mismo, que la transformación se hace fundamentalmente desde el Estado, por lo menos a corto y medio plazo, que es lo que les importa (el medio, menos), y que, por tanto el objetivo central es gobernar. Son conscientes, y lo han dicho muchas veces, de que llegar al gobierno no es tener el poder, pero coinciden en que es necesario y en que es el objetivo principal hasta donde les llega la vista.

En cambio, su concepción táctica, en su caso: cómo se ganan elecciones para alcanzar el gobierno, es difícilmente compaginable;  poco menos que imposible, con la visión leninista que tienen del partido y la visión militarista que tienen de la política. Su discrepancia tampoco es novedosa, reproduce una polémica que, explícita o tácitamente, ha sido recurrente en los partidos de izquierda de países demoliberales. Una parte de esa polémica, los errejonistas aquí, piensan que para ampliar la base electoral hay que adaptarse al nivel de los sectores de votantes de partidos próximos a ellos, pero más moderados; la famosa búsqueda del centro. Con ese propósito, recortan los aspectos más radicales de sus programas; asimismo, suavizan su lenguaje y atemperan su imagen. La otra parte, los pablistas en este caso, pretenden hacerse fuertes con sus ideas, constituirse en un polo de referencia para amplios sectores de la población que, ante una crisis que no cesa y unos gobiernos que la aprovechan para transferir rentas de los que menos tienen a los que más, ven empeorar sus condiciones de vida, comprenden que el partido de ‘izquierda’ del Régimen en el que confiaron, el PSOE, participa, y participó siempre, en ese expolio y se radicalizan, pasando a votar a Podemos. Aunque sea un eslogan de Errejón, ‘faltan muchos’ es el motus táctico de ambos; la diferencia es que Errejón quiere que Podemos se acerque a esos muchos e Iglesias que esos muchos se acerquen a Podemos. No hay posibilidad de conciliar ambos objetivos, porque el modus operandi para conseguir uno excluye al otro; por muy hegelianos que nos pongamos (o, para ser precisos, poniéndonos muy hegelianos), uno no puede presentarse como lobo y cordero a la vez.

Lo curioso es que ambas posturas son erróneas, y que queda probado por la lucidez de las críticas que cada una hace a su contraria. Los errejonistas les dicen a los pablistas: “lo que proponéis podría estar bien, pero es una práctica que sólo puede dar resultados, si los da, a un plazo muy superior a la ventana de oportunidad que abre la crisis del Régimen. Se trata de aparecer ante los poderes fácticos, incluyendo, por supuesto, los media, como una opción razonable que respeta, aunque sea críticamente, los consensos básicos del Régimen, y ello nos preservará de una campaña de ataques a todos los niveles como la que tendréis que soportar vosotros con vuestra viejuna retórica identitaria izquierdista. Más aún, si os acercarais a la posibilidad real de tomar el poder, el establishment haría lo que fuera necesario para impedirlo (y aquí se ponen puntos suspensivos para sugerir el horror) . No gobernaréis jamas, vuestra posición es meramente resistencialista y acabareis siendo IU II”.

Enérgica refutación, vive dios. Pero los pablistas no lo tienen más difícil: “La capacidad de asimilación de los aparatos de poder es inmensa y vosotros la desestimáis cándidamente. Empezaréis aceptando cosas inaceptables y pensaréis que es algo provisional y que, una vez en el poder, podréis revertirlas. Pero todas las experiencias históricas muestran que esa táctica conduce a la integración en el sistema que se quiere combatir o transformar. La capacidad de seducción del poder es inmensa. Y, en el caso de que resistieseis a sus encantos, e intentaseis cambiar algo que vaya mas allá de lo ornamental y que exija la confrontación, os daréis cuenta que vuestro poder real es menor que nunca, porque los votantes de ocasión, realmente engañados por vuestra imagen moderada, no os van a seguir y gran parte de la fuerza militante capaz de movilizarse os habrá abandonado ante lo que han vivido, y con motivos, como una deserción, como un cambio de trinchera. Empezaréis tragando con todo y, más pronto que tarde, llegará a gustaros lo que tragáis. Al al final, seréis el PSOE II”.

En definitiva, el mantener la unidad de Podemos tras VA II no va a ser fácil. Cuenta a favor de conseguirlo que ambas fracciones son conscientes de la extrema debilidad con que quedarían si se produjera la escisión, y eso sin hablar de los anticapitalistas. Por la cuenta que les trae, es probable que hagan un paripé de unitarismo cara a la galería. E intuyo que los errejonistas van a ceder bastante, entre otras cosas porque consideran que la coyuntura les beneficia. En el siguiente post, si no hay novedades reseñables en los campos de juego de nuestra piel de toro, le hincaré el diente a los borradores de las tres corrientes, que va a dar en la mar.

lunes, 2 de enero de 2017




No es que empecemos la casa por el tejado. Es que no queremos una casa; queremos un tejado. 
Luego, ya veremos (1). 
(Continuación de lo del postrosko, que ha pasado a morrosko).

Tras el excurso que fue el último post, con Lenin instalado en el cuarto de autoinvitados y Las Gaunas en segunda B (aun nos queda Mendizorroza), sigo con las perspectivas que se abren en torno a VAII. Podemos será todo lo criticable que se quiera, y yo no me corto en ese sentido, pero es indudable que lo que salga de la Asamblea de febrero configurará el panorama político español a corto y medio plazo en lo que se refiere al mantenimiento del régimen del 78, su recomposición ornamental o su modificación relevante (no me parece posible una ruptura real por el momento). Asimismo, el futuro de lo que antes se llamaba izquierda transformadora, donde estaba IU y grupos más radicales también se dirime en lo que puede llamarse ‘proceso VAII’; la preparación política, el acto en sí y la materialización de lo que de allí salga. Es mucho lo que está en juego, aunque con las cartas del tio Perete, no conviene hacerse demasiadas ilusiones.

Si entendemos ‘izquierda’ por el complejo de organizaciones, ideas y prácticas que han puesto en cuestión con rigor el capitalismo existente en cada momento, que lo han criticado y combatido en la perspectiva no de reformarlo, sino de acabar con él y construir una sociedad no capitalista, llámese socialista o comunista en sus múltiples variantes, se puede afirmar que la izquierda europea está en crisis desde el fracaso de las revoluciones alemanas de 1919 y 1923. Crisis que se profundizó con el desarrollo de la URSS – hay victorias que hacen más daño que las derrotas – y que alcanzó dimensiones de catastróficas con el desmoronamiento de los regímenes del ‘Socialismo Real’. En ese siglo XX corto, a lo Hobsbawn, que va desde 1917 a 1990, la práctica política de la izquierda se había organizado en torno a partidos de cuño leninista, ortodoxos o heterodoxos, donde el esquema partido-organización de vanguardia de la clase obrera, a la que enseña y guía por el buen camino hacia el socialismo, se respetaba en lo fundamental. Las únicas alternativas, además de las anarquistas, que siempre arrastraron el hándicap de pretender una política antipolítica (no es tan simple, desde luego, pero lo dejo ahí), fueron las propuestas consejistas, maniatadas, cuando no aniquiladas, por el completo y monolítico predominio de los partidos comunistas. 

Desde el punto de vista organizativo, pues, la casi totalidad de organizaciones políticas marxiatas que se crearon en esos setenta años de existencia del imperio soviético, fueron remedos del partido leninista. Y no sólo en la estructura y el funcionamiento – ese centralismo supuestamente democrático que con tanta facilidad derivaba hacia lo burocrático (espero que Vladimir no lea esto; no creo, le ha cogido el gusto al agua y ahora anda por ahí besando la cabeza a los pianistas) –, también en lo ideológico, en lo programático-final y en lo estratégico había un corpus homogéneo – marxismo interpretado, dictadura del proletariado, socialismo, centralidad del proletariado, etcétera – que con variantes más o menos relevantes abarcaba a la inmensa mayoría de los partidos políticos, que enfrentaban al capitalismo.

El fin del capitalismo burocrático conocido por el nick más falso y confundente de la historia: ‘socialismo real’, arrastró al reino de Hades a la izquierda marxista sedicentemente existente. Los partidos comunistas, siempre fieles a la letra sagrada, se volvieron fantasmas que recorrían Europa, pero esta vez, siglo y medio más tarde, dando menos miedo que un turista surcoreano. [Doy un salto en el tiempo, reprimiendo mi natural de empezar siempre con Viriato, y rompo el hilo discursivo que amenazaba con no tener fin. A lo nuestro] Adonde quiero ir es al hecho de que las tradiciones políticas y organizativas de la izquierda de que se viene hablando, a no ser que se hayan pasado por la criba de una crítica rigurosa e inmisericorde – y creo que eso es una tarea por hacer – constituyen mucho más un lastre que un acervo útil para construir una organización que luche contra las incontables formas de dominación y explotación que se llevan a cabo en las sociedades capitalistas, agrupando a todas las clases y sectores subalternos.

Iglesias y Errejón eran conscientes de ello, máxime después del exorcismo que supuso el 15M. La diferencia que, en mi opinión, está en la base de sus discrepancias en aumento, es que Iglesias fue un comunista ortodoxo, militó bastante tiempo en las Juventudes Comunistas, que no es precisamente un ámbito dado al escepticismo, sino más bien un dispositivo disciplinario donde a los chavales llenos de entusiasmo y confianza se les graba a fuego en el corazón y en el cerebro los inmarcesibles dogmas del marxismo-leninismo. Por supuesto, Pablo evolucionó mucho y fue pensando por su cuenta, pero esa huella del comunismo clásico, con sus explicaciones dialécticas tramposas, con su obrerismo, con su respeto a las jerarquías y sus derivas autoritarias, no se borró por completo; ni de lejos. De hecho, Pablo llegó incluso a participar activamente en alguna de las cien mil ‘refundaciones’ de IU tras ese 15M que había sacado los colores y cercenado las esperanzas a la ‘izquierda auténtica’. La imposibilidad, no ya de conseguir, tan sólo de avanzar un paso más allá de cada patético acto refundacional de PC-IU (muchos discursos, muchos aplausos, Alberto Garzón y, a veces, Pablo Iglesias, exhibidos y mitin final de Cayo Lara) debió abrirle los ojos a Iglesias para dar el salto, aunque, como es sabido, las malas lenguas afirman que fue consecuencia de su ego humillado por la negativa rotunda de Lara  a aceptar las condiciones que le propuso para integrarse en la lista de IU en las europeas del 2014.

Errejón no fue nunca marxista; de jovencito – no quiero tomarme la facilidad multiuso de hacer algún chiste con ‘joven’ y ‘Errejón’ –, estuvo en organizaciones de corte anarquista, lo que por un lado es bueno, ya que se libró de adquirir esos tics estalinistas que todos los que hemos pasado por partidos leninistas llevamos dentro, justo al lado del niño que fuimos; por otro lado es malo, porque se absorbe un antimarxismo emocional y muy poco fundamentado. Ciertamente, ambos, Iglesias y Errejón, veían con claridad que los partidos de izquierda existentes no servían y que no se trataba de crear más de lo mismo, otro partido al uso, por mucho que pretendiera evitar los errores pasados. Sin embargo, y eso es lo que quiero remarcar, sus puntos de partida ideológicos fueron muy diferentes. Nunca dijeron lo mismo, por más que su alianza tras las europeas, que alcanzó el cenit en Vista Alegre I, fuese estrechísima; incluso es muy probable que durante mucho tiempo ni ellos mismos fuesen muy conscientes de la profundidad de su disenso.

Podemos lo creó Pablo Iglesias con el apoyo de Izquierda Anticapitalista, que, tras el escaso éxito de reeditar aquí el NPA francés, se apuntaba a un bombardeo. Intuyo, sin tener dato alguno, que por aquel entonces él no tenía nada claro fundar un partido y que aún se movía en torno a IU, quizá con la intención de constituir un polo de referencia político que la fraccionara o bien que disputara el poder a la vieja dirección. Íñigo por entonces jugaba un papel secundario. El casi sorpasso a IU cambio radicalmente la visión y las expectativas de ambos. Fue un acontecimiento, en la línea de San Pablo y Badiou. Es entonces cuando Errejón pasa a primer plano y se establece esa alianza que toma la forma de bicefalia, dos caras de la misma moneda; cuando en realidad había dos monedas. Dicho de otro modo, parecía haber una alianza estratégica, un único proyecto, pero se trataba de una alianza táctica, orientada a neutralizar a Anticapitalistas y, sobre todo, a acabar con la fogosa actividad autónoma que estaban llevando los círculos. O, ya puestos, a acabar con los círculos; que se convirtieran, como decía Monedero, siempre tan ocurrente, en un lugar para socializar, y, si eso, para ligar.

Una vez conseguidos estos objetivos, con la sanción de la Asamblea de Vista Alegre de hace dos años a una estructura piramidal (o, mejor, cilíndrica) ultrajerárquica y liderista, fueron emergiendo estas diferencias de proyecto, y la recién designada dirigencia de Podemos mostró maneras, pese a su juventud y en muchos caso inexperiencia, asimilándose pronto a uno u a otro referente y formando camarillas con una lógica de confrontación, de guerra de posiciones. En el siguiente post seguiré con el desarrollo de esa progresiva divergencia hasta llegar a la situación actual, cuando ya puede afirmarse que la rivalidad de Iglesias y Errejón, de pablistas y errejonistas, constituye la manifestación de algo que es y que no es una mera lucha por el poder (le he enseñado a Ilich esta frase; cada cuarto de hora le suscita reacciones opuestas; en una le parece puro materialismo dialéctico y en otras una patochada idealista. Cuando le contesté que las dos cosas, reaccionó del mismo modo dual a la respuesta; nos hemos metido en un bucle. Intentaré, también, explicar que quiero decir en próximos posts, a ver si este calvo achinado deja de insultarme).


PS. Apoyo la propuesta del compa Alba Rico de que el próximo Secretario General de Podemos sea el Pato Donald, aunque no saldrá porque es poco transversal.