sábado, 30 de septiembre de 2017




La de mañana es una fecha que señalará un hito en la historia contemporánea de Cataluña y, por tanto, de la España actual. Suceda lo que suceda, es el inicio de una nueva fase en el proceso del encaje o desencaje de Cataluña en el Estado español. Por supuesto, el desarrollo de la jornada determinará en gran medida los derroteros siguientes. Creo que no me equivoco si vaticino que el desencuentro es ya irreparable al menos en varias generaciones y que antes de llegar a una improbable conciliación Cataluña dejará de formar parte de lo que se siga llamando España (suponiendo una mínima estabilidad política a nivel mundial y que el cambio climático no eleve las aguas del Mediterraneo hasta el Montseny). Que la derecha española haya actuado como lo ha hecho va de suyo, es lo que se espera de una de las derechas más reaccionarias de Europa, una derecha que quiere construir una nación imposible y que no puede hacerlo, desde su concepción del mundo, sino echando mano de dictaduras o fascismos. Creo que la historia del siglo XX no arroja muchas dudas al respecto.

Quien me duele es la izquierda, la autodenominada izquierda, en la que cada día me reconozco menos. Con excepciones, claro, su incapacidad para entender lo que ha pasado y pasa en Cataluña, su pereza teórica, sus dogmas de catecismo estalinista, no saber ni siquiera reconocer un pueblo – muchos ni siquiera saben distinguir entre un concepto político como pueblo de otro, población, geográfico – que se autoconstituye como fuerza soberana, o lo intenta, con sus errores, sus inconsistencias y sus contradicciones, todo eso y muchísimo más ya no es que la descalifique como fuerza transformadora en un sentido emancipador, necesariamente anticapitalista, sencillamente, certifica su defunción. Que, cuando la historia se les pone delante, sigan buscando al proletariado-dictador; como no lo encontrarán, ya tienen excusa para su inoperancia. Va a ser duro ser el excedente, lo que quedará en esta ampliada Castilla miserable, antes dominadora, que, envuelta en sus andrajos, desprecia cuanto ignora.