jueves, 13 de octubre de 2016



Las cuitas del PSOE. Es muy triste tener que pedir, pero más triste es dejar de robar. 

Algunas notas sobre el año
 que Pedro vivió peligrosamente.






Una breve cuestión de método antes de entrar en materia. Teniendo en cuenta que toda relación de poder es, por definición, vertical – la metáfora descriptiva es arriba-abajo –, los análisis históricos de los sistemas de poder deben desarrollarse en un sentido top-down: comenzar por la cumbre y examinar las muy diversas e intrincadas delegaciones hacia abajo. Y, aunque no trataré sobre ello en este texto, añadiré que los de la puesta en cuestión y resistencias a los poderes establecidos y sus tramas jerarquizadas habrían de seguir, a la inversa, un recorrido bottom-up, desde la carencia absoluta de poder factual a la emergencia de un contrapoder cada vez más eficiente que llega a ser poder alternativo y, finalmente, predominante.

Examinar la estructura política española, estatal y civil, como un complejo independiente o cerrado conduce a conclusiones generalmente erróneas. La cúpula de poder nacional tiene por encima a la del poder planetario y ha de someterse a él, no como una entidad externa, sino como integrante de una estructura. Podríamos imaginar, simplificando, una arquitectura de relaciones de poder dispuesta en capas jerárquicas. Cada capa dispondría de una autonomía restringida y, al tiempo, una subordinación a la superior. El estrato jerárquico superior, establece el espacio de asuntos sociales sobre los que el estrato inmediatamente inferior no tiene capacidad decisoria alguna, aquellos sobre los que tan sólo ha de seguir las instrucciones que aquel les dé. Del resto del espacio, en algunas cuestiones el poder inferior habrá de consultar al superior, o pedir su conformidad, y en otros será autónomo.

En la actualidad, la cúpula del poder mundial, el nivel superior planetario, se halla constituida por un complejo entramado de instituciones políticas, financieras e industriales que podemos llamar poder corporativo político-económico transnacional, poderes fácticos, o, como prefiero porque queda más intuitivo, aunque sea un barbarismo, establishment global. Su misión, en síntesis, consiste en establecer, controlar y supervisar los mecanismos de gobernanza de los distintos niveles – incluido el suyo mismo – de modo que sean funcionales al objetivo último de favorecer la acumulación y concentración del Capital. Por debajo de el estrato superior, se hallan los que podemos llamar establishment nacionales; aquí se encuentra el español, esa asimilación Estado-gran empresa cada vez más indistintos.

El establishment español, como todo poder de nivel inferior hay cosas que puede hacer y cosas que no. Puede, por ejemplo, tener como un componente fundamental de su funcionamiento la corrupción, en especial (pero no sólo) la que afecta a las instancias estatales: malversación de fondos, prevaricación, cohecho, malversación de fondos públicos, tráfico de influencias. Al fin y al cabo, por ahí van las tendencias en el capitalismo mundial, con un Estado refeudalizado que da a los ricos lo que roba a los pobres (la acumulación por desposesión a lo Harvey). La especial tosquedad con que nuestros políticos-empresarios – P - E - P' ..., la circulación simple de la golfería  ejercen estas actividades puede resultar fastidiosa y hasta repugnante a los refinados olfatos septentrionales, pero no va más allá de reforzar sus prejuicios sobre los latinos, esos especímenes más morunos que caucásicos fetén.

Lo que no puede hacer un gobierno español es perturbar los planes que la llamada Troika, elemento de la capa superior, tiene adjudicados a nuestro país en lo que se refiere a las llamadas políticas de austeridad, esos mecanismos infernales de transferencia de riqueza vía Estado desde los sectores medios y bajos de la población a las grandes instituciones del capital financiero europeo (entre las que sí se encuentran algunas españolas). La Troika necesita ya mismo un gobierno no interino para que aplique una serie de medidas muy duras de ajuste fiscal y presupuestario que se han venido dilatando a causa de un periodo electoral que amenaza con no tener fin. Aceptó, ante unas elecciones próximas, conceder un periodo de gracia al gobierno con el propósito de favorecer la reelección del PP, hizo la vista gorda con el déficit y  permitió a la banca relajar las restricciones crediticias para crear, junto con la correspondiente campaña de desinformación de los media, una sensación de mejora. Pero ese periodo de gracia ya esta más que consumido. Sencillamente, no puede haber más elecciones.

Otra de las cosas vedadas al Estado español por la superioridad es un gobierno que no sea de la máxima confianza, que tenga dficultades para cumplir las funciones de gobernanza arriba citadas sin sobresaltos ni grandes dificultades. El bipartidismo, el partido orgánico español, PPSOE, a la manera de Gramsci   por supuesto con la eventual inclusión de Ciudadanos  , es una solución óptima. Y, ¿qué pasa con Podemos? 

El problema con Podemos, creo, no es que la Troika y adláteres estén muy preocupados por su voluntad, y, menos aun, su potencialidad subversivas. Lo que probablemente ponen más en duda, y con razón, es su capacidad de gobierno, su estabilidad, la continua necesidad que tendrían, llegado el caso, de realizar gestos 
molestos (para la Troika), e incluso alguna actuación riesgosa (idem), para disimular las capitulaciones de la 'realpolitik' que se verían compelidos a seguir. Hoy por hoy, Podemos no ofrece una garantía suficiente de sostener una gubernamentalidad estable, y, por tanto, no puede gobernar; antes, tiene que ganarse esa confianza. Las reglas del juego.

Todo análisis de la situación político-institucional en la España actual ha de partir, pues, de estos prerrequisitos insoslayables: ni Podemos ni terceras elecciones. Y esto vale también para las tentaciones que le cosquillean al PP de ir a unos nuevos comicios en los que podría conseguir la mayoría absoluta con el apoyo de un Ciudadanos muy venido a menos. El PP habrá de ser disciplinado y asumir que gobernará los próximos años en minoría parlamentaria, bien que una minoría muy mayoritaria y presumiblemente suficiente, al tener enfrente a un grupo en abierta crisis, el PSOE, un grupo que no es improbable que lo esté, Podemos, y finalmente, a otros, los catalanes, que pueden llegar a ser expulsados o a abandonar el Congreso motu propio no muy avanzada la legislatura..

Ya se han gastado ríos de tinta acerca de la crisis del PSOE en relatos variados muchos de los cuales podrían servir de base para el reclamado spín off de Juego de Tronos. Creo que la clave de todas las torpezas, ambiciones desmedidas, cobardías, traiciones, maquinaciones al servicio de poderes ocultos y malignos, amores y odios, de los Díaz, Sánchez, González, Fernández, Pérez Rubalcábez y bonobos diversos, no reside en la lamentable humanidad de los citados, sino en el hecho de que el PSOE es un partido política, ideológica y orgánicamente muerto. 

Desde el punto de vista político-ideológico, el PSOE ha seguido una trayectoria similar al resto de partidos socialdemócratas europeo a partir de los años 70s del siglo pasado, cuando comenzó el fin de la ilusión de los partidos de la Internacional Socialista en la viabilidad de una estrategia generalizada de la 'vía sueca al socialismo'. En primer lugar, un tránsito al social-liberalismo y, posteriormente, con la 'tercera vía' de los Blair y los Schröder, a un liberalismo compasivo que entroncaba con el Partido Demócrata americano. Tan sólo la derechización de los partidos de derecha en su deriva hacia el autoritarismo y la recuperación de valores rancios ha posibilitado que todavía sean distinguibles, a veces con bastante dificultad, los partidos sedicentemente socialdemócratas de los derechistas de siempre.

El PSOE actual no tiene ciento cuarenta años de historia, tiene cuarenta y dos años. Se fundó en el congreso de Suresnes y se liberó de la ganga izquierdista dos años más tarde, cuando abandonó el marxismo, un gesto más catártico y simbólico que otra cosa porque el PSOE de Suresnes no nació como un partido marxista; ni socialista ni obrero. La etiqueta PSOE del viejo partido desvencijado y agonizante le invistió al nuevo partido una legitimidad histórica que utilizó con un oportunismo sin límites para fungir de izquierda del partido orgánico del Régimen monárquico postfranquista, el citado PPSOE. De hecho, el PSOE sostuvo en solitario el Regimen hasta que la derecha se recompuso con el PP de Fraga y Aznar. El PSOE vivió de eso y, ciertamente, vivió muy bien. La crisis del 2008 trajo al tío Paco con las rebajas. Los ocho – diez millones de votantes fijos del PSOE no se creían mucho eso de que era de izquierdas, pero mientras funcionara lo del 'dame pan y llámame tonto' la cosa iba bien. La ideología material suple ventajosamente a la ideología ideológica, como apunta lúcidamente Terry Eagleton. Pero si no hay pan, se acabaron las tomaduras de pelo. Cuando hubo que quitarles las longanizas a los perros, el Régimen entró en crisis de legitimación y el 15M anunció a los cuatro vientos la buena – mala para muchos – nueva. “No nos representan”, se gritaba. En realidad, desde una lógica mínimamente democrática, no nos habían representado nunca, pero la política del palo y la zanahoria habían conseguido que se mirase a otro lado sobre ese particular.

Los resultados de las elecciones de 2011 mostraron un sistema que se desangraba por la izquierda. Y, tras el batacazo electoral, el PSOE no sólo no remontaba sino que se iba hundiendo cada vez más. El surgimiento de Podemos no les facilitó las cosas – siempre hablando en el ámbito electoral-institucional, el único en que se ha movido el PSOE –. Era el momento de hacer un análisis político serio, sin autocomplacencias, de afrontar los nuevos tiempos y las nuevas realidades, de tomar medidas de regeneración interna y de reenganche con una sociedad civil cada vez más lejana. Y ahí fue donde se puso de manifiesto la esclerosis terminal de una organización cuyo objetivo principal era mantener las prebendas de una casta burocrática y enfangada por completo en el sistema basado en la corrupción que devino el Régimen del 78.


Aunque mi hipótesis es que, dadas las circunstancias, sí hicieron un análisis realista y lúcido, explícito o camuflado bajo discursos fútiles y engorrosos (ignoro el nivel de cinismo al que puede haber llegado la dirección del partido). La perspectiva inmediata de volver al gobierno era descartable. En medio de una crisis económica que no va a acabar nunca, en la que los gobiernos – quiéranlo o no, son órdenes de arriba – van a tener que incrementar los ataques contra el nivel de vida del 85-90% de la población (lo del 99% es una pasada) para salvaguardar las tasas de ganancia del resto, el PSOE no tiene nada que decir. O, con mas precisión, diga lo que diga, nadie le va a creer, después de la para algunos traición y para otros desenmascaramiento de Zapatero (y de los límites de la 'socialdemocracia' actual) el 10 de mayo del 2010. La idea era, entonces, replegarse a los territorios autonómicos y 'dejar' al PP que bregase con la crisis, a la espera de tiempos mejores. La estructuración del poder en el PSOE se descentralizaría, apoyándose básicamente en los barones autonómicos, los cuales formarían una malla de poderes asimétricos: los barones de las comunidades en que tienen el gobierno de la autonomía tendrán más peso en el aparato que los de aquellas otras comunidades en que ni lo tienen ni lo van a tener. Y entre los que son presidentes de su comunidad, serán tanto más poderosos cuanto más votos aporten y, esto es importante, cuanto mayor sea su control del partido y de la cautividad del voto popular (entiéndase: cuanto más extendido e intenso sea el clientelismo). Estamos, pues, hablando de un PSOE cuyo elemento preponderante es la aristocracia sociata andaluza con Díaz a la cabeza y González moviendo los hilos.

Esta estrategia dio lugar a la elección de Sánchez, un tipo sin ningún peso político en el partido y con un intelecto muy limitado, en lugar de Madina, un  joven pero ya experto político con prestigio interno y externo que estaba en condiciones de ofrecer un contrapeso central frente a los taifas territoriales y que, además, era del norte, de esas comunidades en las que el PSOE ni estaba ni se le esperaba (la excepción es Asturias, región subsidiada y clientelizada, donde el contubernio PSOE-PP ha sido escandaloso). Se suponía que Sánchez habría de estar agradecido a los grandes barones por haberle regalado un cargo que ni en sus más húmedos sueños había contemplado, lo que le haría especialmente dócil; ello, unido a sus pocas luces e incultura política, hacía prever que aceptaría un papel muy subalterno, casi de mera fachada. A continuación empieza la crónica psicologista, el sapo quiso convertirse en príncipe – percha poseía para ello –, se creyó lo de secretario general y quiso ejercer de tal. 

Imagino que las intenciones del establishment psoero era dejarle perder un par de elecciones y después cambiarlo (hay que mantener el paripé de que se aspira a gobernar). Pero los desastrosos resultados de las elecciones del 20D les complicaron el panorama a todos. Bajar, por bastante, de cien diputados era un varapalo que merecía un reacción drástica de cara a la galería. Y lo peor era que, descartada la derecha catalana por razones obvias,  PP y Ciudadanos no tenían apoyos suficientes para formar gobierno y dejar al PSOE en una cómoda posición opositora.







Entran entonces en acción dos designios. El primero, emanado del poder baronil, quitarse a Sánchez de en medio en el primer congreso que se celebre. El bello Pedro se rebela ante esta muerte anunciada y piensa, o le piensan, una audaz jugada: “Si soy presidente de gobierno, no me van a echar”. La jugada es extraña pero no disparatada. Partiendo del hecho cierto de que una gran parte del electorado que no ha votado al PP tiene por deseo prioritario que Rajoy no repita, el PSOE, cavila, puede hacer un pacto de gobierno con Ciudadanos y presionar a Podemos para que se abstenga con la amenaza de ponerlos en la picota por 'haberle dado el gobierno a Rajoy'. Los números no salían, pero aunque hubieran salido, la oferta era impresentable para Podemos: dejarlo totalmente marginado, con el PSOE-C's en el gobierno, haciendo una política descaradamente de derechas, y el PP en la oposición quitándoles el discurso populista. Todo para que no esté Rajoy y se reformulen un par de artículos de la ley mordaza y de la LOMCE. Iglesias respondió con una contraoferta muy mal planteada en las formas pero hábil en el contenido: un gobierno de coalición con el PSOE apoyado por el PNV y con la abstención de los catalanes. 

Ahí aparece el segundo designio, el ya citado de la Troika: Podemos, de momento, no puede estar en ningún gobierno. Y no hacia falta que lo dijera la Troika, ya el propio PPSOE lo tenía absolutamente descartado, porque habría supuesto un golpe de gracia al Régimen, meter un caballo de Troya en su núcleo operativo. La baronía dominante dejó hacer a Sánchez porque obligarlo a apoyar al PP, que es lo que ellos deseaban, habría sido, en esas circunstancias, demasiado descarado. Eran preferibles unas segundas elecciones en las que el peligro era el sorpasso de Podemos. Ante esa eventualidad, la siguiente jugada habría sido quitarle inmediatamente a Sanchez, montar una gestora de total confianza y negociar un gobierno de grosse koalition con el PP. 

No hubo sorpasso, y los relativamente buenos resultados en las elecciones le dieron aire a Sanchez, quien, ya semienloquecido, pretendió nuevamente formar gobierno, y, cuando constató que, si antes ya se había mostrado imposible tal empeño, ahora era imposible al cubo, se enrocó en un suicida e infantil 'no es no' a votar a Rajoy, enfrentándose así al establishment global, al estatal, al baronil y a tutti quanti. Lo que constituye para mí un enigma es lo que tenia Sánchez en la cabeza para elaborar una estrategia tan oceánicamente descabellada y cree que era viable.

Así que el PSOE real rebobinó e hizo, con la burda excusa de los malos resultados en las elecciones gallegas y vascas, lo que tenía pensado tras las generales del 26 y no llegó a hacer porque el partido había mantenido inopinadamente el tipo: defenestrar a Sánchez y nombrar una gestora ad hoc. Pero, tras el revuelo montado y el grotesco espectáculo que ofreció el Comité Federal, ya quedaba descartada la coalición con el PP; habría sido demasiado cante, incluso para el propio PP. Ya solo restaba la abstención; y en ello están.

Ahora hay que negociar esa abstención. En otras circunstancias, por ejemplo inmediatamente después del 26j, una excelente, y posible, alternativa a la coalición a la alemana era apoyar, absteniéndose, un gobierno del PP sin Rajoy. La política de ese gobierno sería exactamente igual a la de otro presidido por el crísostomo gallego, pero de cara a la opinión publica – en un país de muy poca reflexión y muchas filias y fobias – habría supuesto un puntazo para el PSOE. Sin embargo, tras el show de Ferraz, la relación de fuerzas se ha modificado de manera relevante. Ya, ni pensar en coalición, Rajoy 'si o si' y, ante todo, de ningún modo terceras elecciones. Rendición incondicional, o, mejor, con unas condiciones suaves que no le molestan al PP. Se trata a partir de ahora de reconstruir cuanto antes sea posible el bipartidismo, aceptando un predominio sine die del PP, e impedir que Podemos amplíe su espacio electoral. Es de esperar que después de que se consume la investidura de Rajoy, todas las fuerzas del Régimen, con los media a la cabeza, inicien una campaña de rehabilitación izquierdista del PSOE, complementada con un recrudecimiento de los ataques a Podemos por tierra, mar y aire. El PSOE será reconocido en todos los aspectos, lugares y tiempos como la oposición y sus portavoces radicalizaran el discurso antiPP sin que nadie con voz en los grandes medios les saque los colores.

Encuestas recientes, posteriores al Comité Federal del 1 de octubre indican que la caída en intención de voto del PSOE no es catastrófica – como sería previsible, mostrándose una vez más el nivel de conservadurismo de una población envejecida – , que ahora sacarían sobre setenta y cinco diputados y seguirían por encima de Podemos. Por otro lado, la escasa y deslabazada reacción crítica de la militancia psoera al golpe de palacio contra Sánchez indica la carencia de vitalidad y de fortaleza político-ideológica de los cuadros del partido; en una organización con un mínimo de energía interna y de compromiso con unas ideas, no con unas prebendas, se habría producido un desgarramiento, un debate interno feroz y, probablemente, una escisión. Aquí, los únicos que han dado la cara han sido el alcalde de Valladolid y el de una población cuya existencia ignoraba; no precisamente dos pesos pesados. Ni Sánchez ha tenido un adarme de dignidad, aunque fuere impostada. Ha cogido a su familia y se ha ido a Disneyworld-L.A. Todo un carácter. Y, en cualquier caso, ya ha advertido ese oscuro y sórdido personaje, Javier Fernandez, que la cultura del partido no es contar con las bases, que eso de las primarias y las consultas a la militancias es una podemización del partido que hay que arrancar de cuajo.

Lo que auguran, pues, estos datos, las encuestas, que, aunque no sean fiables, tampoco se van a equivocar en un ochenta por ciento, y la base militante vegetativa, es que los planes que se han descrito arriba tienen muchas posibilidades de éxito, que el bipartidismo se remendará de algún modo – ahí tenemos a la costurera Díaz –. Esta vez con el forúnculo de Podemos (IU no llegó ni a espinilla). Un forúnculo que puede infectarse, extenderse y acabar con el tinglado de la antigua farsa o incorporarse plácidamente a ella. Veremos.


A modo de post scriptum, estos días se multiplican las declaraciones de algunos barones de segunda fila, y algunos de primera como el valenciano Puig, acerca de que su apoyo a la liquidación de la ejecutiva de Sánchez no implicaba la abstención. Este tipo de planteamientos, mendaces en sí, iluminan el grado de desarrollo de las tendencias centrífugas en el PSOE arriba apuntadas. Parece un sálvese quien pueda cuyo único objetivo es salvar la cara ante el electorado del propio territorio, olvidando la responsabilidad política de un gran partido de alcance estatal, una de las dos patas del Régimen. Lo principal es ya conservar el feudo aunque ello implique una vuelta de tuerca en el desmontaje del PSOE. Supongo que este simulacro de firmeza ante el PP durará hasta el próximo Comité Federal en el que habrá de adoptarse una posición sobre la investidura. Porque, si no es así, si los notables que, dicen ahora, van a votar 'no', lo cumplen, las cuentas apenas salen. El caso más probable, que se dé un masivo 'donde dije 'digo' (no), digo 'Diego' (abstención)”, significará un paso más hacia el descrédito más absoluto del partido. Si, impensable pero no inconcebiblemente, hubiera mayoría del no al PP, no se me ocurre otra posibilidad que la ruptura y disgregación del PSOE.