jueves, 30 de abril de 2020



La trinchera de los balcones (2)


Leí ayer, después de publicar el post, un articulito de El País titulado “Vox quiere acabar con los aplausos de agradecimiento a los sanitarios”. No ofrece ningún dato sobre la influencia de Vox en las caceroladas, más allá de que se ha sostenido esta postura en elToro.tv, que pertenece al grupo de Intereconomía, y éste es de Ariza y Ariza es de Vox. El citado artículo debe corresponder a la ración diaria de collejas que el País atiza a Vox, mera rutina. Sí me vale para reforzar la sensación que tengo del progresivo reemplazo de aplausos por cacerolas, pero tengo dos objeciones respecto a lo que dice El País. La primera es que, en mi opinión, no se quiere acabar con los aplausos, sino, integrarlos y, por utilizar un término de moda, resignificarlos. Es un proceso muy sutil y muy característico de la expansión de los populismos en general, y de los populismos de extrema derecha, en particular. Escribiré sobre ello en otra ocasión porque aquí ocuparía mucho espacio y desbordaría el asunto específico que trato. El segundo reparo es que, aunque Vox, el aparato de partido ultrajerarquizado de Vox, lo vea con muy buenos ojos, no creo que se trate de una táctica de partido elaborada en alguna reunión orgánica, sino que obedece más a la forma de pensar y de actuar de la extrema derecha populista o parafascista. Esto es, que, tomando el término con mucho cuidado, puede decirse que se trata más de un fenómeno espontáneo que inducido por un partido concreto; además del hecho de que miles de militantes y votantes del PP, estoy seguro, participan entusiásticamente en la cacerolada. 

Continuo el hilo de ayer.

Resumiendo lo anterior: en unos momentos tan llenos de pathos como los que estamos viviendo surgen unos sentimientos muy dignos y respetables y, de éstos, unas acciones, que, primero el gobierno y después la derecha manipulan más o menos descaradamente para llevar el agua a su terreno. En los barrios donde predomina, la derecha gana; en aquellos en que, sin ser necesariamente de izquierdas, la derecha militante es escasa en número, no gana nadie, porque esa transición subrepticia desde el ser humanos a ser españoles y, de ahí, a ser españoles de bien y, por tanto, contrarios a este gobierno de bolivarianos asesinos, no puede hacerse en sentido contrario, en un sentido, digamos, de izquierda.

Hagamos un ejercicio de imaginación. En lugar del gobierno PSOE-UP hay un gobierno PP-Cs con apoyo de Vox, como en Andalucía. Ese gobierno no gestiona mejor la crisis sanitaria que el actual, de hecho, lo hace casi igual. Seguramente, la oposición de los partidos de izquierda es menos lenguaraz, menos trol y abyecta que la que estamos sufriendo en el mundo real, pero estoy seguro de que es también bastante feroz. ¿Que pasaría en los balcones? Pues que en los barrios donde hubiera más presencia militante de los partidos de izquierda habría pancartas críticas con el gobierno y que se harían caceroladas para pedir su dimisión. Eso sí, con la diferencia de que lo harían a otra hora, respetando los aplausos a los sanitarios y no mezclándolos con la percusión de los cacharros, porque la catadura moral del derechista medio y la del izquierdista medio no son iguales. Sí, ese banderín de enganche resentido de los fachas que es indignarse ante la supuesta ‘superioridad moral de la izquierda’ no es arbitrario. 

Al asimilar, con excepciones, el comportamiento real de la oposición de derecha con el hipotético de una oposición de izquierda no pretendo hacer una exhibición de equidistancia. El Espagueti Volador me libre. Sólo fundamentar mi análisis ya descrito someramente en algunos posts anteriores, sobre el tipo de gobernabilidad estratégica que pergeñó el R78. Hay un hecho que nadie podrá negar que dividió a los españoles en dos bandos enfrentados, stricto sensu, a muerte: la Guerra Civil del 36. Obviamente, hay una larga historia detrás, pero no me voy a remontar a la expulsión de los moriscos o a las guerras carlistas. En aquellos momentos la población española se dividió en dos fracciones bastante similares en cuanto al número, y durante tres años una combatió contra la otra, en el frente de las armas, y también en el de la propaganda: cada bando demonizó al otro. La masacre terrorista de rojos en los primeros años de la posguerra y la ideología y la represión franquistas hasta la muerte del tirano tampoco ayudaron mucho para sofocar el miedo y el odio de una parte (ambos justificados en mi opinión) y el desprecio y la deshumanización de ‘los rojos’, por la otra (algo menos justificable pero perfectamente explicable). La campaña de la reconciliación nacional que iniciaron los carrillistas ya en la década de los 1960s fue una broma, o quizá una jugada táctica para preparar a sus huestes al amargo camino de los abandonos.
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La trinchera de los balcones (1)


Algunas amigas me alertaron hace unos cuantos días que los aplausos de las ocho se habían ido sustituyendo paulatinamente, no por completo, desde luego, por caceroladas. Comprobé entonces que, en efecto, desde mi ventana había una proporción en torno al 50% de aplausos y de metales chocando. Según parece, la cacerolada codifica el rechazo al modo en que el gobierno está gestionando la crisis, y, ya de paso, al gobierno en general. Así que he tomado los escasos datos que tengo al respecto y he sacado algunas conclusiones, carentes de valor científico por lo reducido de la muestra, que expongo a continuación. Primero los datos, que, integrados, indican que la proporción caceroladas/aplausos es creciente, pero no en todos lados, sino en barrios de Madrid de media-alta capacidad adquisitiva, barrios burgueses, barrios en que los partidos de derechas arrasan. Ahora, las conclusiones.

La iniciativa de aplaudir desde los hogares de reclusión, a modo de homenaje a los sanitarios por, según el caso, su abnegación, o por su heroísmo o porque estaban ahí, les había tocado salvar vidas y se lo agradecíamos, si no espontánea (no sé de dónde surgió, creo que se hace en varios países), sí incidió en la sensibilidad de muchísimas personas y ha conseguido un éxito indiscutible. Pero no se olvide que la sensibilidad colectiva no es un asunto de la 'naturaleza humana', sino de la naturaleza social. Entre otras cosas porque se interpreta culturalmente en la misma cultura con la que el sensibilizado vive simbólicamente sus sensaciones. 
Desde el primer momento el aplauso quería apelar y representar la empatía, la solidaridad, la unidad de los seres humanos en tanto que seres humanos; también estaba claro, no hacía falta más que escuchar los que contaban los medias y los propios aplaudidores, que en esos bellos sentimientos latía un cierto rechazo de lo que nos separaba, una pretensión de que nuestra condición de humanos, en tan graves circunstancias, arramblara con las minudencias que nos llevaban a enfrentarnos los unos con los otros. No muy hobbesiano, desde luego, pero sí muy revelador de un hartazgo de conflicto.

Bonito, demasiado bonito. Y demasiado abstracto para una cultura de horror vacui, una cultura que quiere llenarlo todo. Ya sea por muy arraigadas asociaciones de ideas, ya por la desvergonzada propensión de nuestros políticos a aprovecharlo cualquier cosa que tenga a mano, ese sentimiento de unidad oceánica se fue volviendo más tangible. El gobierno tuvo algo que ver, con su puesta en escena de la epidemia trasvestida de guerra. Aparecen imágenes más reconocibles, el presidente nos cuenta que el coronavirus no conoce fronteras; se refiere a fronteras, internas porque las de los Pirineos o las del Miño sí que paralizan al dichoso bichito. Es decir, nos dice sin decirlo  que lo del Estado Autonómico queda muy bien para la foto pero no para jugar el partido (la última ocurrencia, la de las provincias, es ya de traca). Así que, nos dice el gobierno, esto es una guerra que se disputa en territorio español, el virus es el invasor y, contra él, todos somos soldados españoles, por encima de nuestras diferencias, que ahora se muestran  triviales. Por supuesto, ello convierte en traición de lesa patria criticar al gobierno, ahora bajo la forma de la ‘autoridad competente’, representada icónicamente por unos señores llenos de chapitas que salen en la tele a informar y no saben lo que dicen (su incompatibilidad con el logos es estructural). Todo muy pedestre, y, además -lo siento, Ivan Redondo no te enteras- irremisiblemente condenado al fracaso.

Pasamos de ser todos humanos a ser todos españoles. Y aquí empieza la disimetría. Unos españoles saben serlo mejor que otros. De hecho, saben lo qué es ser español y saben que el hecho de haber nacido en Ciudad Rodrigo no te hacer ser español, tan sólo te da la posibilidad de serlo (cosa que no ocurre si has nacido en Marrakech o en Quito). Aparecen las banderitas, los himnos, los gritos de ‘viva España’, de esa España que nos hemos dado constitucionalmente entre todos. La manifestación a domicilio de las ocho de la tarde se va ‘politizando’ (entre comillas, porque nunca dejó de ser política) allá donde puede hacerlo. La aparición de las caceroladas que ya van explícitamente dirigidas contra el gobierno es la culminación de ese proceso, que quizá sea penoso para muchos pero que no hace sino seguir la lógica de nuestra historia. 
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sábado, 25 de abril de 2020




La UE nos va a salvar (2)


Continuo, conociendo ya las conclusiones de la Cumbre. Además de confirmar el paquete acordado por el Eurogrupo de préstamos por más de medio millón para responder a las necesidades inmediatas de la crisis sanitaria, el único acuerdo adoptado es vaporoso, consiste en aceptar la necesidad de crear un fondo de recuperación económica que comenzaría a funcionar antes del 2021 con una cuantía en torno a 1,5 billones de euros. Una cantidad semejante a la que pedía el non paper del gobierno español. Tan vaporoso que se le pasa el muerto a la Comisión para que sea ella quien lo concrete, tanto en el monto de dinero final como, y esto el lo importante, en la forma de financiarlo. En este punto es cuando el asunto se vuelve lioso, aparte de por su propia complejidad, por las cortinas de humo en economés  con las que se ‘informa’ a la opinión pública. Aunque tengo la sospecha, después de haber leido a Varoufakis y a Jamie Galbraith, de que la mitad de los políticos, incluyendo los ministros de economía, tienen preocupantes lagunas conceptuales (preocupantes porque, como diría Keynes, se convierten en esclavos de economistas que si saben, lo que controlan los discursos de saber-poder). 

Los periodistas económicos y asimilados describen la continuamente escenificada polémica entre los países ricos del norte y los menos ricos del sur centrada en la financiación de los fondos, donde  los del norte defenderían los préstamos y los segundos, las subvenciones. Ursula  Von der Leyen, la comisionada de la Comisión, ha afirmado tras la cumbre que se buscará “un equilibrio correcto entre préstamos y subsidios”; claro, la fórmula Ricitos de Oro: ni frio, ni caliente, sino todo lo contrario. Este relato conduce a escamotear el auténtico punto conflictivo. La UE, especialmente en la fase neoliberal que comenzó en los años 1980s es un tinglado que hace justamente lo contrario de lo que proclama. La UE en el curso de su historia crea un marco jurídico que favorece la acumulación y concentración de capital, en eso sí es ‘globalizadora’: respeta que el capital, lo mismo que el coronavirus, no conoce fronteras. Sin embargo, esa sublime misión idealista de construir una supranación europea, basada en el federalismo o lo que sea, donde naciones y pueblos conviven fraternalmente bajo el emblema ‘Europa’, es pura filfa, bullshit. 

Los Estados han sido y son el elemento central de la UE, y el cometido real, más allá de eslóganes propagandísticos, de ésta no es ir avanzando hacía su reconversión en un gran Estado unificado con mayor o menor autónoma de sus miembros,  sino establecer un sistema de relación entre Estados, y las sociedades correspondientes, que sirva a la citada acumulación a mayor gloria, medida en euros, de las grandes empresas, esta sí, multinacionalistas. Cada Estado va a lo suyo, respetando el diseño  jerárquico centro-periferia, y pugnando, dentro de esta lógica por conseguir la mayor tajada posible. Sorprenderse amargamente por la falta de solidaridad de los alemanes y holandeses es marcarse un capitán Renault. Los ricos sólo dan a los pobres el dinero que les sobra. Cuando les sobra, y no es éste el caso. 

El concepto principal que define lo que está en disputa es la famosa mutualización, que es muy simple, se trata de compartir los gastos o los pagos de deudas de todos en función de lo que tiene cada uno. Vendría a ser algo similar de cuando Voy a comer con mi hijo a un restaurante. El pide un chuletón y yo un huevo frito, porque él tiene más hambre que yo; yo pago la cuenta porque él no tiene dinero y yo sí. Probablemente, yo quiero más a mi hijo que Holanda a España (y, si les mentas al duque de Alba, ya ni te cuento). Pero, hay distintas modalidades; veamos cada caso. 
La mutualización de los eurobonos consiste en que cada Estado emite su deuda, no como tal Estado sino como miembro de la UE. No sé, porque no se han emitido aún nunca y son posibles varias alternativas, cómo se realizaría exactamente la emisión. Supongo que cada Estado emitiría su deuda como siempre pero con el aval explícito de la UE. Esto significa que si el Estado en cuestión no paga, se hace cargo la UE. La consecuencia es que se iguala el nivel de riesgo de los distintos países, por lo que la tasa de interés sería la misma para todos, una especie de promedio, desapareciendo la prima de riesgo interna; ello perjudica a países como Alemanía que tendrían que vender más barato (tipo de interés mayor) que si emitieran por su cuenta y favorecería a otros, como el nuestro, que verían bajar sustancialmente la tasa respecto a la prima de riesgo actual. Pero hay más, si si diera el caso de que el Estado español no pudiese pagar lo adeudado -cosa muy improbable, pero no imposible, al no tener soberanía monetaria (emisión de moneda propia)-, tomaría su obligación el avalista, la UE. Ésta tendría que responder con parte de su presupuesto (obviemos, por simplificar, soluciones como reestructurar la deuda por medio del BCE). Y resulta que ese presupuesto se constituye en sus tres cuartas partes por las aportaciones de los países, que son un tanto por ciento fijo (ahora es un 1,2%, es de suponer  subirá rápidamente). Así que todos los miembros de la UE habrían de contribuir a cubrir la deuda española.

Frente a la opción crédito parece levantarse la subvención. ‘Parece’, porque en realidad puede llegar ser casi lo mismo que la anteriormente descrita. Para conseguir un monto de dinero tan enorme como el que se baraja para el fondo de reconstrucción, la Comisión tendría que aumentar espectacularmente su presupuesto, el cual, como acabo de señalar, sale de las arcas de los Estados miembros en proporción a su PIB. Es decir, con una mano lo ingreso y con la otra lo extraigo. Aquí, la cuestión es como se iba a distribuir ese fondo entre los países. La idea de España, con la adhesión de Italia, Francia, etc., viene señalada en el non paper: “Debería [el fondo de reconstrucción] otorgar subvenciones a los Estados miembros a través del presupuesto de la UE en función de una clave de asignación nacional relacionada con el impacto de la crisis COVID 19 sobre la base de indicadores claros y transparentes, como el porcentaje de población afectada, la caída del PIB, el aumento del desempleo niveles, etc.” Es muy descarado que con este criterio España iba a salir muy gananciosa en cuanto aportación al fondo y subvención obtenida. Eso es, claro, lo que busca el gobierno con la formulación citada. Para entendernos, sería como ir a un garito con varios amigos, hacer un bote con aportaciones idénticas, y que unos tomen cervezas y otros gintonics de Bombay Saphire. Si somos todos muy troncos, no hay problema, pero si hay algunos que con o sin razón creen que los del gintonic siempre están poniendo la gorra, pues a lo mejor no están muy de acuerdo con lo del bote y prefieren el escote, aunque sea más cutre. 

Por último, la variante del fondo, en lo que se refiere a la financiación, expuesta en el non paper. La emisión de deuda perpetua. Como es sabido, este tipo de deuda se emite sin fecha de rendimiento, o visto de otro modo, con un vencimiento a un año y una renovación automática indefinida, ‘eterna’. Es decir, en la práctica sólo se pagan los intereses. Que, al igual que en el caso anterior, sería cubiertos, con el presupuesto de la UE para lo que tendría que aumentar su presupuesto. La diferencia es que no sería necesario un incremento tan drástico porque no es lo mismo amortizar una deuda de 1,5 billones, aunque sea a doce años, que pagar sólo sus intereses. Unos intereses que -esta claro que quienes diseñaron la propuesta de Sanchez son unos genios- se pagarían con la parte del presupuesto que no precede de las aportaciones de los  miembros, sino de una serie de impuestos, que sí tendrían  que incrementarse notablemente. 

Esta modalidad de la deuda perpetua es superior a la de los eurobonos, con mucho, para España. Y, a primera vista, para todos los países miembros de la UE. ¿Cual es el problema? Lo apunté ariba. De un modo bastante alambicado lo que se está proponiendo es un QE (Quantitative Easing), puro, un señoreaje a la antigua, pasando, eso sí, por los bancos privados que se llevarían un buen pico por el diferencial de intereses. Porque está claro -en el non paper lo insinúan solapadamente: “El BCE debe seguir desempeñando un papel clave para garantizar la estabilidad financiera mediante la liquidez”- que el BCE iba a financiarlo de facto creando dinero, en vez de darle a la manivela de las imprenta de billetes, como se havía antes, clicando  la opción de pantalla “aumentar reservas bancarias a tope”. De hecho, es probable que el BCE haya de cambiar, en previsión de lo que va a caer encima, sus estatutos y se autopermita comprar deuda pública directamente al emisor (mercado primario). Que conste que a mí, particularmente, me parece bien la deuda perpetua y mejor aún, la solución inglesa, por lo directo. El Banco de Inglaterra lo acaba de hacer sin pasar por zarandajas enmascaradoras de bonos del Tesoro y similares: ‘¿Cuanto dinero quieres, Boris? Vale te lo fabrico en un periquete’. Eso sí, lo apoyaria siempre y cuando, en lugar de Boris, estuviera, como mínimo, un Jeremy (que ya va a ser que, como el cuervo de Poe, nevermore). 

Veremos qué pasa. Imagino que esta asimilación a lo grande de la teoría monetaria moderna por el Bank of England (e incluso por la FED) habrá provocado infartos o pesadillas de weimerianas en Sajonia, en Baviera y hasta en Renania. Sin embargo, la señora Merkel, que está demostrando un nivel muy por encima de cualquier otro líder occidental, aunque sabe del terror de la burguesía a la inflación causada por las inyecciones estatales de dinero, y ella misma ha sido hasta ahora una ordoliberal convencida, es consciente de lo que se nos va a caer encima y de que hay que dejar de ordeñar a la vaca cuando está al borde de la muerte de tanto extraerla leche. Por eso, frente a Holandeses, austríacos, finlandeses, etc., se ha mostrado cauta e, incluso, misteriosa. No es imposible que la señora Van der Leyden, una merkeliana fiel, pueda dar una sorpresa dentro de dos semanas y proponer una combinación mágica que haría feliz a Ricitos. Veremos.



La UE nos va a salvar (1)


Seguramente, el debate más importante de la Economía en el siglo XX fue el llamado ‘Cambridge contra Cambridge’, sobre la naturaleza del capital. El jueguecito de palabras reside en que un Cambridge era ingles, y sus polemistas eran profesores de su universidad, mientra que el otro hacía referencia a la ciudad de USA en que se ubica el MIT (Massachussets Institute of Technology) y, por tanto, a sus profesores. Entre éstos se hallaban Samuelson y  Solow, ambos merecidos Nobel, y, por el equipo británico, Robinson y Sraffa, ambos sin Nobel; les está merecido, por rojos. Pues bien, esa mujer sabia que fue Joan Robinson escribió, en el texto con que se inició el debate, un párrafo de humor ingles paradigmático. Hablando de la función de producción neoclásica, en la que el capital, junto al trabajo y un tercer factor misterioso en el que no voy a entrar, son las variables independientes, es decir, directamente medibles, ironiza Robinson sobre la típica introducción de primero de carrera. El profesor explica con toda claridad las diversas formas de computar el trabajo y, cuando le toca el turno al capital “… se les dice algo del problema de los números índice involucrados en la elección de una unidad de producto, y luego se pasa a toda velocidad a la cuestión siguiente, con la esperanza de que [a algún alumno] no se le ocurra preguntar en qué unidades mide C. Antes de que llegue a preguntar, [el alumno] ya se habrá convertido en profesor, y así se transmiten de una generación a la siguiente los torpes hábitos de pensamiento.” 

 Ayer, me vino de nuevo a las mientes esta ingeniosidad de Robinson -me sucede con mucha frecuencia con textos de Economía mainstream-  al leer dos artículos de eximios economistas patrios, Juan Torres y Luis Garicano (ostras, iba a poner Garicano Goñi, qué tiempos), alabando, pese a ser uno de izquierdas y el otro de derechas la insólita propuesta que llevaba Sanchez que envió a la UE en un ‘non paper’ (que nombre más delicioso, es como el ‘esto no es una pipa’ de Margritte). En realidad el sarcasmo robinsoniano esta aquí un poco cogido por los pelos (es que me encanta). Torres y Garicano no confunden conceptos (en estos textos), sencillamente, se dedican a embrollar unos procesos que son, per se, un poco complicados pero que el argot economés convierte en entes herméticos. Mas que de incomprensión habría que hablar de bullshit, palabra inglesa que no tiene una traducción exacta en castellano, se necesitarían varias palabras aportando parte de sus significados. Un filósofo analítico americano, Harry Frankfurt dedicó un incisivo ensayo al asunto, y, en la traducción que leí lo dejaban en inglés. Puestos a elegir un sólo término, me quedo con ‘charlatanería’, entendiendo al charlatán no como aquel que habla por hablar, aunque lo parezca, sino que pretende algo con su desmandado torrente verbal.  Para los que teneis, pese a vuestra juventud, unos cuantos años: Manolo Moran vendiendo crecepelos o lo que se tercie.
Llevamos tres o cuatro semanas bombardeados por economistas y periodistas ‘expertos’ en economía con la insolidaridad de los paises centroeuropeos y nórdicos, con especial protagonismo del Alemania y, la ahora mala malísima Holanda -de la que hemos descubierto que es un ‘paraiso fiscal’, que práctica el ‘dumping fiscal’ como dicen los mas enteraos; ¡qué escándalo!, ¡aquí se juega!-.

Excurso: al igual que se ha creado con ocasión de la crisis el personaje del capitán apriori, que me parece un hallazgo feliz, aunque no siempre se emplee honestamente, propongo la figura del capitán Renault (éste ya viene con el grado puesto), ese inefable jefe de policía del Régimen de Vichy en Casablanca, que se indigna al hacerse público que el bar de Rick es un casino encubierto, cuando él lleva años cobrando una comisión por mantenerlo encubierto. Sigo 

 ¡No quieren mutualizar la deuda! Increible, ¿donde esta el europeismo? Si los países que constituyeron la Unión Europea, con la excepción de la muy venida a menos Francia, quisieran mutualizar la deuda, estaría de hecho, traicionando a los fundadores. La UE no se creó para eso, y, mucho menos, la unión monetaria y la libre circulación de mercancías y capitales sin restricciones cualesquiera. No es una cuestión moral, es el Mercado, amigo. Y es la pervivencia de los Estados, de las naciones que los vendedores de hojas de afeitar pretendían esconder con relatos fantasiosos sobre la globalización o la economía-mundo (me refiero a ciertos relatos apologéticos, no a los conceptos; un respeto a Wallerstein).

Los eurobonos o coronabonos (eurobonos específicos para enfrentar la crisis sanitaria y económica), como es sabido, son un instrumento de financiación en los mercados de deuda, consistente en que cada Estado emite deuda soberana cuyo acreedor, o avalista, según la modalidad, es el conjunto de los países del euro. Es un invento que estaría bien si la UE fuese algo parecido a un Estado plurinacional idílico, en el que los alemanes amaran y respetaran a los españoles tanto como los españoles a los alemanes. Como es sabido lo  Pero, resulta que la versión alemana de la película tiene su lógica (hasta su moral, ellos que son tan luterano-calvinistas). Para ellos, y es cierto desde su perspectiva ahistórica, los bonos mutualizados solo servirán para castigar la buena gestión económica, la de ellos, obligándolos a pagar unas tasas de interés demasiado altas y a socorrer a los morosos, que no iban a ser precisamente ellos. Sobre los latinos y PIGSs en general hay división de opiniones, unos nos llaman gorrones y otros, parásitos. 
Pues bien ahora el equipo económico de Sanchez a la vista de que no cuela lo de los eurobonos, aun llamándolos en plan dramático ‘coronabonos’, se marca un farol y aparece el bullshit para difuminarlo. Se trata de que ‘la UE’, se supone que la Comisión, emite deuda, mucha, entre 1 y 2 billones de euros, y con ella se crea un ‘Fondo de Recuperación Económica’ que repartirá ese dinero a modo de subvenciones, gratis total, entre los miembros de la EU, “en función de una clave de asignación nacional relacionada con el impacto de la crisis COVID 19”. O sea, para Italia, España y Francia más que para nadie. Y sin aumentar déficits ni deudas estatales. Como la UE no tiene ni de lejos dinero para avalar tal cuantía de pasta, solución genial, la deuda es perpetua y la cubre el BCE, directa o indirectamente. Para pagarle los intereses se aumenta el presupuesto de la unión y, tatachán, tatachán, todo arreglado. El ordoliberalismo aleman, si nos tomara un poco en  consideración, se sentiría más escandalizado por la propuesta -dos billones a fondo perdido– que, no sé, si les hubiésemos llamado nazis.

Seguro que los holandeses no se dan cuenta de la jugada, y compran el gordo de lotería del amigo tonto por 1.5 billones. Todo esto, además de ridículo, tiene el efecto, pretendido o no, de mantener engañada a la gente de a pie con historias de capitalismos buenos y capitalismos malos. El artículo de Torres tiene, finalmente, un aire entrañable. Después de dar muchos argumentos en favor de la proposición de Sanchez a la cumbre del Consejo, sobre lo bien que le vendría a la economía española para superar la crisis (claro), añade un inconveniente, que “sigue el camino de hacer esclavas de la deuda a las economías. Por esta última razón es por lo que creo que Alemania no va a aceptar la propuesta española tal y como se ha presentado.” O sea que estaría muy bien si fuera posible. Hombre, empieza diciendo que te mueves en el mundo de la utopía. Ya en un texto anterior señale cómo uno de los enemigos mas letales de cualquier planteamiento político transformador es el confundir el ser con el deber ser.

viernes, 3 de abril de 2020



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Hay muchas voces desde los más variados sectores (no tan variados como parece y como ellos se autodefinen) acerca de que no es el momento de hacer críticas al gobierno; por dos razones: una que en estas circunstancias hay que estar unidos y dejar de lado las diferencias, otra, alternativa, que criticar al gobierno es hacerle el juego a la derecha.
Respecto a la primera, recomiendo la lectura, no difícil, de un opúsculo -ahora se llamaría un paper- muy conocido de Kant, ‘¿Qué es la Ilustración? Ahí, el rutinas de Köninsberg defiende, entre otras cosas, que un funcionario del Estado debe hacer siempre un uso crítico de la razón en tanto humano y un no uso en tanto funcionario. Ahora, todos somos funcionarios en lo que respecta al coronavirus. Y así debe ser. En mi caso, para no ir más lejos, no salgo a correr. No estoy de acuerdo con esa prohibición -por ejemplo, en Milán, donde las condiciones de aislamiento son más serias se puede-, pero la respeto al cien por ciento; podría burlarla con relativa facilidad y no lo hago. Sigo, pues, del modo más estricto todas las normas del decreto de alarma. Y, para quienes no cumplen esas normas, soy partidario de sanciones duras, especialmente, tan especiales como son los tempos que vivimos, duras. Sin embargo, como ser más o menos pensante, no cedo ni un milímetro de mi capacidad crítica acerca de lo que se está haciendo en el nivel gubernamental centralizado, el de la ‘autoridad competente’. No sé qué ganaría con mi sacrificio dell’inteletto. Acaso sembrar la desconfianza hacia nuestros gobernantes en una situación en que psicológicamente sería conveniente considerarlos infalibles. Siempre y en cualquier circunstancia rechazaré esa conveniencia.
El otro argumentario (argumentario: cadena argumental repetida por muchos no siempre habiendo reflexionado mucho, o poco, sobre su solidez) me produce sueño psíquico. Criticar al gobierno socialista por su manera de gestionar la pandemia en territorio español no implica, de ningún modo, suponer o plantear que un gobierno del PP lo habría hecho mejor. En mi opinión, lo habría hecho igual o un poco peor. Técnicamente, son igual de cenutrios, o de genios, si se prefiere. Políticamente, han actuado como agentes del R78, afirmación que trataré de fundamentar en sucesivos posts. ESo sí, habré de aceptar que cada aseveración crítica vaya acompañada explícitamente del “peor lo habría hecho un gobierno de derechas”. Estoy acostumbrado, en los 80-90s del siglo pasado, cada vez que atacaba el plan ZEN tenía, antes, durante y después, que manifestar mi desacuerdo total y rotundo con ETA. Entonces y ahora, me temo que sin ningún resultado.