jueves, 14 de mayo de 2020



Como es sabido, John Rawls, uno de los principale y más famosos filósofos políticos del siglo XX y máximo representante del liberalismo de izquierdas -liberalismo no en el sentido americano, sinónimo de izquierdismo, sino en el respetabilísimo liberalismo político europeo de toda la vida – concibió en una de sus dos obras fundamentales, ‘Teoría de la justicia’, una situación contrafáctica que sería una especie de condición previa para que los ciudadanos se reunieran, deliberasen y estableciesen las normas que debían regir, por ser justas, la organización de la convivencia sociopolítica. A esa situación la llamó Rawls ‘posición original’ y consiste en que esos ciudadanos constituyentes sometidos a una operación cerebral  o la ingesta de determinados psicotrópicos, se vieran revestidos de un ‘velo de ignorancia’, un estado mental en el que se les olvidara cuales son sus intereses particulares, sus gustos personales, sus afecciones emocionales, su pertenencia a grupos de apego (en sentido amplio, incluyendo partidos políticos), etc. Con ese ‘velo, sólo les restarían a esas personas los grandes principios generales e universales, categóricos -Kant está por todos lados-, carentes necesariamente de todo egoísmo, con los que sería posible elaborar normas, leyes, instituciones justas. No es que yo sea muy fan de Rawls, aunque le respeto muchísimo, pero me viene al pelo como introducción.

La evolución política y cultural de occidente en los últimos años -incluyendo formas rudimentarias y fundamentalistas de identitarismo, y me fastidia decirlo porque soy un multiculturalista convencido – va justamente en sentido contrario al de ese velo de ignorancia de intereses particulares y de prejuicios confortantes. Cada vez con mayor intensidad las opiniones acerca de cualquier evento o dinámica social obedecen más a intereses, simpatías, compromisos, que a un anhelo de entenderlos. Mi intuición, necesitada de un análisis más fundamentado, me apunta que es debido, en parte al menos, a la inmensa cantidad de información cocinada, esto es interpretada, valorada, que recibimos continuamente y que no tiene parangón con alguna otra en la historia de la humanidad. Dado que tenemos que lidiar con centenares de mensajes contradictorios que, insisto, sea cual sea su forma son, por completo o en parte, ideologemas, y sólo podemos asimilar una pequeña proporción, es preciso un filtrado previo que, por la profusión de datos, debe ser casi mecánico; ese mecanismo de selección, creo, son los sesgos de confirmación y de adhesión, directo o contrario sensu, a la autoridad. Viene a ser la extensión de aquel concepto jurídico de aplicación creciente, el ‘Derecho de autor’, del que deriva el ‘Derecho penal de enemigo’. La idea, un tanto zaratústrica, es que la realidad es un combate binario entre los míos y los otros, entendiendo que no hay 'unos' los otros, sino 'un' los otros. Así, tanto por razones estratégicas, como por motivos psicoemocionales, prima el argumento (no lo llamaré falacia) genético: esto es bueno, cierto, bello, porque lo dicen o lo hacen los míos, falso, nocivo, feo, porque lo hacen o dicen los otros.

Aplicado esto a la política de aquí y ahora, es decir, siendo lo uno, la  derecha y lo otro, la izquierda, me preocupa mucho esta deriva. Desde luego, por lo que se refiere a la izquierda, partiendo de que yo me autositúo en este campo. Y me preocupa porque conlleva entregarle al rival nuestro primer y más importante arma: la crítica, el arma de la crítica, que decía el Marx joven (de la crítica de las armas, ya ni hablamos). Para la derecha este proceso no es un problema, al contrario, para ella el problema es la actitud crítica. El campo cultural de la derecha es el del dogma, el de la norma indiscutible, el de la obediencia al poder. Estamos jugando en su terreno. Por supuesto, es fácil postular la crítica sin más, el pensamiento crítico, sin cuestionar -sin hacer crítica de– la dificultad del concepto y de las condiciones concretas en que se desarrolla la actividad crítica. Sin entrar en eso, creo que todo el que me lea sabe de que estoy hablando a un nivel no abstracto. Es como la Verdad, un tema sobre el que los más grandes filósofos no han llegado a una noción homogénea, mientras que cualquiera comprende perfectamente el sentido del enunciado ‘el señor x está mintiendo’.

Mucho más modestamente que Rawls creo que deberíamos ponernos un mini-velo a la hora de afrontar intelectualmente los contenidos que nos llegan de los media y las redes sociales, especialmente cuando vienen disfrazados de mera información ‘objetiva’. 

Por ejemplo, el lunes pasado se llegó a un acuerdo, plasmado en un decreto ley al día siguiente, entre gobierno, sindicatos oficiales y organizaciones empresariales, por el que se prorrogan los ERTEs asociados al covid-19 hasta el 30 de junio, con independencia del estado de alarma. La medida es una trivialidad de puro evidente, máxime cuando el fin del estado de alarma se va a acercar mucho al 30 de junio. Los empresarios se salieron con la suya en varias cosas; por ejemplo, considerar que los seis meses en lo que no se puede despedir a los acogidos a un ERTE se cuentan a partir de la fecha en que se inició y no, como pedían lo sindicatos, cuando se reintegren al trabajo. Nada muy grave (excepto para lo que lo sufran), digamos normal. 

Pero, claro, el gobierno, especialmente una de sus patas, no podía desperdiciar una ocasión de autobombo progresista, así que en sus media afines, el mensaje relevante, el que aparecía en letras grandes era, con muy ligeras variantes: “Las empresas domiciliadas en paraísos fiscales no podrán acogerse a los ERTE”. Muy progre, sí. Nos poníamos al nivel de Francia, Polonia y Dinamarca, y no es que los dos primero tengan gobiernos muy de izquierdas. Pero hay truco, un truco muy barato. Antes de nada, debo reconocer que no sé en que términos Dinamarca y Polonia han excluido de ayudas fiscales a sus empresa, y a lo mejor han sido tan trileros como aquí. En cualquier caso, el gobierno de Macron, y, concretamente el ministro de economía, Bruno Le Maire, lo tiene muy claro: “Toda empresa que tenga su sede fiscal o filiales en un paraíso fiscal será excluida de las ayudas de tesorería anunciadas estas últimas semanas”.

 Suena parecido pero es muy distinto; lo que diferencia a la medida francesa de la española es ese, en apariencia insignificante, ‘o filiales’. Si se hubiera incluido ese pequeño añadido aquí, 34 de las 35 empresas del Ibex no podrían beneficiarse, por ejemplo, de los ERTEs. Resulta que, de ellas, únicamente Aena carece de filiales en paraísos fiscales. Entre las otras 34 tienen 805 filiales. El Santander tiene 207 filiales, y ACS, de Don Florentino, 102. Que tengan aquí la sede central del holding o conglomerado no significa apenas nada como sabe quien tenga unas nociones del modus operandi de la multinacionales; de hecho, y llegado el caso, estas empresas pueden llegar a justificar ayudas fiscales en España por pérdidas mientras obtienen beneficios multimillonarios sin apenas impuestos en esa filiales a las que ilegal o ilegítimamente se han transferido las ganancias de otras sedes. Recomiendo encarecidamente la lectura o consulta del informe sobre el asunto de Oxfam de octubre del año pasado, en donde están lo datos que he empleado y, más interesante, explicaciones de cómo se las gastan estas empresas tan corporativamente responsables filantrópicas. Está en https://cdn2.hubspot.net/hubfs/426027/Oxfam-Website/OxfamWeb-Documentos/OxfamWeb-Informes/quien-parte-y-reparte-informe-ibex-2019.pdf 

Creo que, si no queremos contribuir a la reproducción de un estado de cosas que nos lleva, a corto plazo, al desastre, no ya como sociedad, sino como especie, estaría bien, siguiendo los consejos de Rawls, preguntarse primero por el qué de algo, y dejar un poco aparcado el si me interesa o no.

miércoles, 13 de mayo de 2020




Bienes. Riqueza. Activos



Marx : “La riqueza de las sociedades en las que domina el modo de producción capitalista se presenta como un ‘enorme cúmulo de mercancías’, y la mercancía individual como la forma elemental de esa riqueza”. Yo, más bien, diría: “El modo de producción capitalista presenta la riqueza de las sociedades como un enorme cúmulo de mercancías y la mercancía individual como la forma elemental de esa riqueza”. ¿Por qué esa reformulación? No porque crea que la de Marx es errónea, en absoluto lo es -y ese 'se presenta' o, en otras traducciones, 'aparece' es determinante- sino porque creo que refleja el planteamiento marxiano de un modo más claro y preciso. Las sociedades en que domina el modo de producción capitalista (MPC), y aunque domine mucho, son mucho más amplias y complejas que sus relaciones económicas, e incluso aunque el MPC sea dominante no toda producción o distribución de bienes y servicios se hace siguiendo el modelo mercantil-capitalista (aunque ciertamente, cada vez va quedando menos fuera del alcance normativo del capital). La idea es que, para el MPC en sí, en su lógica específica, no hay más riqueza, más valores de uso, más bienes y servicios que aquellos que pueden intercambiarse en una transacción mercantil, esto es, en una compraventa, y ello implica que tienen un precio fijado por el Mercado. No es que el MPC ‘considere’ que, para sus hijos, el amor de madre no sea un bien y la actividad culinaria de la madre un servicio, sino que no los contempla, no existe nada de eso para él. Lo del amor es más complicado, pero la cocina de la madre se convertiría en un servicio mercantil, o sea, en una mercancía si trabaja en un restaurante y entraría en el espacio del MPC.

La concepción marxiana de que toda riqueza es mercancía implica, dándole la vuelta, que toda mercancía es riqueza, lo que, a su vez, conduce a la idea de valor frente a valor de cambio. No hay valor sin precio, de modo que, aunque puede haber valor de uso sin valor, no puede haber valor sin valor de uso, porque todo valor, esa especie de substrato esencial del precio, requiere una demanda que, directa o indirectamente, surge de la utilidad para alguien de lo demandado.

¿Qué entidades tienen precio en el Mercado? Intuitivamente, aparecen tres tipos, los bienes y servicios producidos (B/S), el dinero y los préstamos (o deudas, según el punto de vista). Según el criterio del precio, que me parece el más preciso, los tres tipos son, entonces, mercancías. Sin embargo, el lenguaje ordinario, incluso en Marx, el término ‘mercancía’ suele reservarse a los B/S. Esto no crea ningún problema teórico, aunque puede ser motivo de confusión y requerir explicaciones adicionales. Lo importante es distinguir unos tipos de otros. El atributo diferenciador que me parece más preciso en el marco de una teoría del MPC es el de la valoración, o, lo que viene a ser lo mismo, la constitución del precio. Los B/S que denominaré a partir de ahora ‘mercancías’ sin más, se valoran por una combinación de su precio de producción -llaméselo costos laborales y de capital o valor de la fuerza de trabajo pasada y presente – y las condiciones de oferta/demanda (O/D), siendo el primero elemento lo fundamental y el segundo, un factor de variación circunstancial no muy grande que oscila en torno al precio de producción*. Que no todo B/S, todo valor de uso, tiene valor se entiende perfectamente con la paradoja que planteó Pigou. La historia es totalmente sexista, pero en los años 1920 habría sido difícil que Mr. Pigou hubiera tenido constancia de eso. Más o menos, viene a contar que un
 señor tiene a su servicio una mujer que limpia su casa, a la que paga, pongamos, 1000 € al mes. Está dada de alta en la Seguridad Social, paga su IRPF, etc., por lo que sus ingresos, correspondientes al valor añadido, computan en el PIB. Surge la chispa y el señor y la señora se casan. Automáticamente, la mujer pasa a ser señora de la casa, pero no por eso deja sus tareas domésticas. La actividad que realiza sigue siendo, pues la misma, la utilidad que produce o el tiempo de trabajo consumido es el mismo, pero como no recibe sueldo está fuera del PIB. Resulta que el amor ha contribuido negativamente a la riqueza de la nación. Esto no es exactamente así, porque seguramente el dinero que el señor  no gasta en la asistenta lo gastará en otra cosa, que redundará en ingresos para otro, pero eso no tiene importancia aquí, lo que se trata de entender que un mismo servicio en un caso tiene precio y es una mercancía y, tras la boda, deja de apreciarse y, por tanto, de considerarse mercancía.

Por su parte la deuda/préstamo no tiene precio de producción, su valor-precio viene fijado exclusivamente por la O/D. Tópicamente, se considera que el precio de un préstamo es la remuneración por el adelanto de una mercancía o de dinero. Por comodidad expositiva, me referiré solo al préstamo de dinero. A veces se malinterpretan los conceptos y se afirma que el interés de un préstamo es el precio del dinero. No, el el precio del servicio de préstamo, es la retribución al prestamista por el riesgo y por la renuncia momentánea al gasto, por ‘su frugalidad’. Esto explica que el precio de ese servicio**, la tasa de interés, sea proporcional al dinero prestado y a la duración del préstamo, puesto que cuanto más dinero y por más tiempo se presta, mayor es el riesgo y la abstención del gasto. 


Finalmente, el dinero. Antes de continuar, debo aclarar que me voy a referir al dinero actual, el que surgió, no tanto del incumplimiento como de la imposibilidad de cumplir los acuerdos de Bretton Woods; aludo, claro, a la declaración de inconvertibilidad del dólar en 1971. Es decir, dinero, aquí, es siempre dinero fiat, creado por el Estado. También aclaro que sigo, en su parte descriptiva y explicativa, la Teoría Monetaria Moderna (TMM). Asím el dinero no tiene precio***, el dinero es el precio, es quien da precio a las demás mercancías y a los préstamos; por tanto el precio del dinero viene dado por el resto de entidades mercantiles. Por ello, aunque sea útil heurísticamente, es erróneo afirmar, por ejemplo, que la inflación baja el precio del dinero. La inflación sube el precio, en promedio, de todas las mercancías. 


La denominación que me parece más perspicua para todos los miembros de estos tres tipos de ‘bienes económicos’ o ‘entes con valor’, siempre en el marco económico mercantil-capitalista es la de ‘activos’. La homologación de nombres y conceptos sería la siguiente:

- Activos reales. Se corresponden con las mercancías clásicas, los B/S. Tienen un valor propio, cuya naturaleza es explicada de modos diversos por las distintas teorías del valor.

- Activos financieros estándar. Designan los préstamo, los títulos de compromiso de pagos futuros asumidos por otro. Un activo financiero, siempre está asociado con un pasivo de ese otro, el deudor.

- Activos financieros netos. Es el dinero fiat. Son netos, porque no tienen pasivo (a no ser que se considere al Estado como su deudor, lo que me parece muy cogido por los pelos). Su precio lo establece el Estado al atribuirle ‘valor’ nominal, totalmente arbitrario.

*No entro aquí en los dos grandes teorías del valor, la objetivista del valor-trabajo y la subjetivista de la utilidad. En otro texto trataré de mostrar que ambas son bastante más parecidas, al menos en la práctica, de lo que suele creerse.

**No se confunda el servicio, por llamarlo de algún modo, de prestar dinero a los servicios necesarios para crear la infraestructura institucional para hacer posible los préstamos: bancos, notarios, etc.

***El objeto material que soporta la función dinero tiene un precio de producción, pero es despreciable en relación con el nominal, lo que sería el precio del dinero (los mercancías o deuda que pueden comprarse con él).


lunes, 11 de mayo de 2020




 Entrevista a Jean Quatremer 


    
Jean Quatremer, el corresponsal de Libération en Bruselas, Jean Quatremer no es epidemiólogo y no se jacta de ello. Quatremer a menudo tiene posiciones claras, a veces provocativas.  En esta crisis de coronavirus, fue uno de los que se atrevió a debatir el confinamiento, las medidas, las acciones de los líderes.  Primero en Twitter, luego en su blog alojado por el diario francés.  Una salida que le valió una oleada de odio e incluso amenazas de muerte.  Sin embargo, en una democracia, las elecciones de los gobiernos pueden ser discutidas, debatidas, criticadas.  Crisis de salud o no.  Es el invitado del sábado de LaLibre.be.

- ¿La medida de confinamiento es extrema?

El confinamiento es, de hecho, una cuarentena, una medida medieval inventada en Ragusa (Dubrovnik), en 1383, y abandonada en el siglo XX porque era un símbolo de barbarie e ignorancia.  Es extraordinario que regresó en el siglo XXI, en un momento en que consideramos que la ciencia y la razón han triunfado, ¡y qué retorno!  Se ha impuesto el confinamiento, en diversos grados, en países enteros, y la mitad de la humanidad ha sido puesta bajo arresto domiciliario. Una medida extrema y brutal que es difícil de entender, porque la pandemia de coronavirus no es en absoluto una nueva "peste negra".  Su tasa de mortalidad, incluso antes del parto, sigue siendo ciertamente más alta que la de la gripe, pero no tiene nada que ver con la del SARS o el Ébola ...

- ¿Quién está detrás de este "avivamiento"?  

No una democracia, sino un estado totalitario, China.  Sin embargo, Europa y el resto del mundo tenían otros modelos a su disposición cuando la pandemia los golpeó, en particular el de Taiwán, Japón y Corea del Sur.  Pero, en pánico, cuando el número de muertos comenzó a aumentar, fue el modelo chino el que surgió como obvio, sin ningún debate democrático. Fue Italia quien abrió el melón el 10 de marzo, lo que causó un verdadero efecto dominó en Europa, y cada Estado tuvo que demostrar que protegía a su población: España, Francia, Bélgica, Austria  o Irlanda lo siguieron. De hecho, solo en Bélgica se ha intentado debatir esta medida extrema, pero el N-VA fue enviado rápidamente a sus redes en nombre de la emergencia sanitaria y el ejemplo francés  que todavía inspira tanto las políticas públicas locales ...

- ¿No fue necesario actuar rápidamente para detener la pandemia?

 Este pánico por el coronavirus sigue siendo asombroso: todo sucedió como si fuera una enfermedad que amenazara a decenas de millones de vidas, algo que incluso los pronósticos más pesimistas, después cuestionados, no consideraron nunca. Realmente, parece que las personas se han dado cuenta de que, ayudados por el sobretratamiento  de los medios ayudando, son mortales.  Sin embargo, como dice Woody Allen, se sabe desde que el hombre es hombre que "la vida es una enfermedad mortal de transmisión sexual".  Cada año, 600,000 personas mueren en Francia.  Y con el envejecimiento de los boomers, experimentaremos un pico significativo de mortalidad en los próximos diez años.  Y uno no muere solo por la vejez: cada año, en Francia, 150,000 personas son víctimas de cáncer, sin que nadie haya pensado aún en prohibir completamente el tabaco y el alcohol.  Del mismo modo, 68,000 personas mueren por enfermedades respiratorias, 3,500 por accidentes de tráfico, sin contar la gripe estacional que mata cada año, mientras haya una vacuna, entre 3,000 y 15,000 personas, a veces mucho más que en 1969 - 31,000  muertos mientras que Francia tenía solo 51 millones de habitantes, o, incluso antes, en 1959, con 30,000 muertos en un país de 45 millones de habitantes.

- Poco se sabe sobre la tasa de mortalidad por coronavirus.

 Es cierto, aún no lo sabemos con certeza, ya que no sabemos cuántas personas han sido infectadas con el virus.  Pero los escenarios más negros no se han realizado incluso en países que tienen poco o ningún confinamiento.  Lo que es seguro desde el comienzo de esta pandemia es que es esencialmente fatal para organismos debilitados, personas mayores de 80 años y personas con otras enfermedades u obesidad.  Para menores de 50 años, su tasa de mortalidad es más baja que la de la gripe estacional. Sin embargo, aunque las autoridades eran plenamente conscientes de estas cifras, tomaron la decisión de confinar a toda la población, especialmente a aquellos trabajadores que no arriesgaban demasiado, lo que llegó al punto de cerrar nuestras economías.  ¿Por qué no tomó, al menos inicialmente, medidas específicas, por ejemplo, aconsejando a las personas mayores de 70 años que no salgan y movilizando medios médicos en hogares de ancianos, los lugares más probables donde llegar a ser personas realmente moribundas?  Del mismo modo, podríamos tener regiones o ciudades aisladas, ya que en Francia, por ejemplo, ni el oeste ni el sur se vieron afectados a diferencia de Oise, Île-de-France o  del Alto Rin.  Ni siquiera lo hemos probado.  El miedo y el pánico parecen haber borrado la razón.
 Como resultado, hemos causado colectivamente la peor recesión fuera de la guerra en al menos tres siglos.  ¿Quién sufrirá?  Menores de 60 años.  Este desastre económico causará sufrimiento y muerte extremos en decenas de miles.  Debido a que a menudo se olvida, el desempleo mata, debido a suicidios, cánceres relacionados con el alcoholismo y el tabaquismo o enfermedades no detectadas, por falta de medios.  Por lo tanto, en Francia, se estima que se le pueden atribuir 14,000 muertes por año. El próximo desempleo masivo también debilitará nuestros estados y, por lo tanto, nuestros sistemas de salud pública, lo que es un mal augurio para la prevención de futuras pandemias.  Lamentablemente, este debate sobre las consecuencias económicas de una contención total, la relación costo-beneficio, tampoco tuvo lugar y lo pagaremos caro.

- En Italia, intentaron una contención limitada, particularmente en el norte, pero esto causó pánico general.  ¿Era realmente posible actuar de otra manera que no fuera la contención general?

 No se puede negar que el sentido de responsabilidad individual varía mucho de un país a otro, en particular entre países con una tradición protestante y católica, por decirlo de manera aproximada.  Por lo tanto, Alemania consideró que sus ciudadanos son lo suficientemente maduros como para protegerse a sí mismos y, por lo tanto, no adoptó la forma francesa de confinamiento brutal y autoritario, lo que permitió que su economía continuara mantenerse al 80% versus el 60% en Francia. Suecia, por su parte, ha seguido esta lógica al rechazar cualquier confinamiento autoritario.  En realidad, los países que han decidido el confinamieto total han tratado a los ciudadanos como niños que no pueden manejarse solos.  Bélgica es un caso especial bastante sorprendente: si bien el estado central se ha debilitado a lo largo de los años por el conflicto comunitario, reaccionó con la misma autoridad que en Francia cuando las autoridades políticas se dieron cuenta de la crisis. Peor aún: el país pasó de la nada a todo en pocos días, mientras que ni siquiera hubo una campaña de información del gobierno sobre gestos de barrera, a diferencia de Francia, que intentó durante una quincena de  jugar en el sentido de la responsabilidad individual.

- En Bélgica se veían los spots franceses...

 La diferencia de atmósfera entre París y Bruselas a principios de marzo fue realmente asombrosa.  En Bélgica, la gente apenas sabía qué era el coronavirus, mientras que en Francia el tema era omnipresente: carteles en lugares públicos, mensajes de televisión y radio, etc.


- Cuando hablamos de la infantilización de la población, ¿fue posible hacer lo contrario?  A menudo hablamos de los países nórdicos o de Alemania, pero ¿podemos romper estos clichés?

 Si los franceses están infantilizados por su estado, también son responsables de ello, porque tienen una relación infantil con el estado.  Esperan todo de él, pero no admiten órdenes.  Nuestras instituciones han agravado esta deficiencia: cada cinco años elegimos a Santa Claus con plenos poderes de quienes esperamos todo y después de seis meses queremos cortarle la cabeza. El gobierno no hace nada para arreglar esta ruptura: se atrinchera en sus palacios y considera a la población con susìcacia. El entrenamiento de nuestras élites obviamente no ayuda en nada cuando nunca hemos conocido el mundo real porque fuimos de Louis-le-Grand a la ENA antes de aterrizar en los grandes cuerpos del Estado  Sin salir de París, eso no te predispone a entender "el espíritu del chaleco amarillo".
 Esta desconfianza del Estado hacia sus ciudadanos se manifestó lógicamente por las medidas de guerra adoptadas para imponer la contención: la ley sobre el estado de salud de emergencia del 23 de marzo simplemente suspendió la democracia francesa  y casi todas las libertades públicas, incluida la libertad de ir y venir, reunirse, emprender, trabajar, tener una vida familiar normal, hacer que su caso sea escuchado por un tribunal y recibir asistencia  un abogado.  Y eso le dio plenos poderes al gobierno y a la policía.  Realmente no tiene precedentes desde el régimen de Vichy.
 No es casualidad que, para justificar este régimen excepcional, el Jefe de Estado habló de una "guerra" contra el coronavirus, cuando no es el tema, como  recordó acertadamente al presidente de la República de Alemania, Frank-Walter Steinmeier, en un discurso.  Es asombroso que los ciudadanos hayan dado su consentimiento sin siquiera hacer preguntas a estas privaciones de libertades.  Poner la supervivencia por encima de todos nuestros principios es una regresión sin precedentes.

-  Emmanuel Macron ha abandonado abandonó su lenguaje guerrero, era comunicación.

 El resultado está ahí: a diferencia de Alemania y la mayoría de los demás países europeos, Francia ha considerado imperativo suspender su estado de derecho. Además, el gobierno acaba de obtener la extensión del estado de emergencia de salud hasta fines de julio y nada dice que saldremos de él por mucho tiempo. Este discurso bélico y estas leyes excepcionales que dramatizaron la situación también hicieron posible ocultar la completa falta de preparación del Estado francés, que ha fallado gravemente en su gestión de la pandemia. No estoy acusando a Emmanuel Macron, sino al estado profundo, el de los burócratas, quien ha demostrado su impotencia. Si bien todas las señales de advertencia se pusieron rojas en febrero, el Estado las ignoró en lugar de preparar las mentalidades, emitiendo advertencias, adquiriendo los medios materiales necesarios para enfrentar la próxima pandemia, trabajando junto con interlocutores económicos y sociales y con los otros países europeos.  No es necesario suspender las libertades públicas o confinar a todo el país para esto: ¿por qué no haber lanzado la producción de máscaras y respiradores, aumentado la capacidad de los hospitales, organizado aguas arriba la transferencia de pacientes si un hospital tuviera exceso de capacidad , desplegado recursos en casas de retiro, eliminado los obstáculos reglamentarios para movilizar recursos, etc.?  Tenemos una de las burocracias más pesadas entre las grandes democracias, no podemos decir que se haya hecho sus deberes en esta crisis.  Su reacción exagerada es solo una reacción de pánico a su bancarrota.

- Para Emmanuel Macron, ¿tal vez también fue una oportunidad para aumentar su margen de maniobra ante la crisis?

 La pregunta que hace es más profunda, cuestiona la capacidad de las democracias para manejar las crisis. Porque hemos entrado en un ciclo inquietante que sacude profundamente el modelo democrático: con cada crisis, el estado tiene como primer reflejo suspender el estado de derecho como si la democracia fuera en sí un obstáculo para su resolución. Lo vimos en Francia en noviembre de 2015 con la proclamación por François Hollande del estado de emergencia, un estado de emergencia que se transcribió en 2017 al derecho ordinario, porque una vez que hemos entrado en esta lógica de  leyes excepcionales, es difícil salir, los ciudadanos se arriesgan a acusar al estado de debilidad en caso de un nuevo ataque. En 2020, es una crisis de salud que motiva un ataque sin precedentes al estado de derecho. Sin embargo, experimentaremos otras crisis de salud, lo que nos motivará a mantener la ley del 23 de marzo en el arsenal legislativo.  Se producirán otras crisis, especialmente las ambientales, que implicarán nuevas leyes de emergencia y cada vez menos libertad.  Estamos enviando el mensaje de que la democracia está hecha para funcionar en tiempo de paz, en tiempo de calma, pero tan pronto como es una tormenta, la suspendemos. Si la democracia no se adapta a la crisis, eso significa que la democracia ya no es un régimen adaptado al siglo XXI.  Básicamente, la adopción del modelo chino para combatir la pandemia puede haber anunciado el triunfo de su modelo político.  Ojalá los ciudadanos se despierten.

- Pero ante lo desconocido, sin conocer el peligro y el verdadero contagio del virus, ¿no es la deliberación democrática demasiado débil, demasiado lenta?

 ¿A qué nivel de riesgo suspendemos la democracia?  ¿Cual es el criterio?  ¿Qué precio estamos dispuestos a pagar, en términos democráticos y económicos, para salvar la menor vida?

- ¿Qué opinas del rastreo?

 En nombre del bienestar de las personas, estamos tentados a imponer un monitoreo general de las poblaciones, lo que pone en tela de juicio el derecho a la privacidad y la libertad de ir y venir.  Debe comprender el peligro de este seguimiento de personas: esto significa que le brindamos al estado los medios para saber en todo momento lo que está haciendo.  El modelo chino no es de ninguna manera compatible con la democracia.

- Pero es anónimo, dicen ...

 Al principio, será anónimo. ¿Pero hasta dónde iremos?  Es un primer paso hacia un rastreo generalizado de poblaciones.  Del mismo modo, estamos en el proceso de cuestionar la confidencialidad médica, en cualquier caso, en Francia, donde el médico deberá transmitir a la administración la identidad de las personas infectadas con Covid, así como todas las personas en el hogar y, si  es posible, personas con quienes ha estado en contacto.  Si levanta el secreto médico para el coronavirus, se abre la puerta a otras enfermedades.  ¿Y por qué no enviar su archivo médico a su banco, su seguro, su empleador?  Después de todo, también se trata del bienestar colectivo ... La libertad siempre tiene consecuencias para las personas y para la sociedad, de lo contrario estamos en el mejor de todos los mundos con un Estado omnipresente que lo guiará en todo momento.

- Responderemos que si no tenemos nada de qué culparnos, no nos importa que nos rastreen.

Así se sabría si los ciudadanos son tan honestos y responsables como dicen. Por supuesto, nadie intenta defraudar, nadie hace que alguien trabaje debajo de la mesa, nadie viola el código de la carretera, nadie hace trampa, nadie insulta o amenaza con matar en las redes sociales ... Sé que el  La mayoría de los ciudadanos no es sensible a esta cuestión de las libertades públicas, porque ni siquiera es consciente de disfrutarla en cada momento de la vida. El día en que los ciudadanos que estén dispuestos a renunciar a su libertad tengan que explicarle a un oficial de policía por qué están en la calle, su percepción cambiará.  Obviamente, cuando tenemos miedo, dejamos de pensar.  Y cuando empezamos a pensar de nuevo, es demasiado tarde.

- ¿No estamos aprendiendo de la historia?  Porque las crisis se suceden pero son ligeramente diferentes ...

 Se dice que la historia no se repite, tartamudea.  La forma en que reaccionamos colectivamente a esta crisis de salud recuerda otros períodos de nuestra historia: estados incapaces de anticipar, pánico alimentado por los medios de comunicación, información falsa o información manipulada por potencias extranjeras, autoridades públicas incluidas  el primer reflejo es suspender las libertades públicas y utilizar remedios inadecuados, ciudadanos que roban tiendas y no dudan en denunciar a su vecino como en Burdeos, donde el 70% de las llamadas a la ayuda policial son denuncias, todo esto  es patético

- ¿Crees que nuestras sociedades ya no aceptan la muerte?

 Nuevamente, no entiendo por qué el coronavirus creó tal pánico. No es la pandemia más mortal que ha enfrentado la humanidad, ni mucho menos. Sobre todo, nos codeamos con la muerte todos los días y eso nos deja perfectamente indiferentes. Peor aún: cuando el estado intenta actuar para limitar la mortalidad, parte de los ciudadanos se rebelan. Por lo tanto, el límite de velocidad de 80 km/h en las carreteras nacionales francesas en parte provocó el movimiento de los chalecos amarillos. Del mismo modo, Francia es uno de los países que más esta contra las vacunas -¿cuántas personas se vacunan contra la gripe que mata a jóvenes y viejos? - lo que incluso está detrás de la reaparición del sarampión.

- ¿Están jugando con el argumento de la salud?

 Son las mismas personas que no respetan las medidas mínimas de higiene o que van a trabajar mientras están enfermas las que hoy demandan medidas liberticidas y potencialmente destructivas para nuestras economías.

- ¿Pero es el coronavirus particularmente peligroso?

 Para personas frágiles, sí. Para los demás no es más que una gripe según todas las cifras que se publican.  Es una enfermedad muy contagiosa, pero no necesariamente muy mortal.  Por lo tanto, una gran parte de los marineros del portaaviones Charles de Gaulle estaban contaminados, pero ninguno murió. Es, por supuesto, una población joven ... Del mismo modo, África, que se pronostica que será un desastre, casi no tiene muertes en este momento.  La juventud de este continente sin duda explica muchas cosas.

- Pero el sistema hospitalario se vio abrumado en varios países, incluso con medidas de contención.  Y todavía están bajo presión.

El confinamiento se hace para "romper la curva", es decir, para distribuir el número de pacientes a lo largo del tiempo para evitar que los hospitales se vean abrumados.  Pero el mensaje recibido no es eso. Muchos creen que la contención erradicará la enfermedad.  Ahora los que tienen que atraparlo lo atraparán.  Y aquellos que deben morir por eso morirán.

- A menos que limitemos el contagio ...

 Pero el virus aún estará allí.  Tienes que vivir con eso.  Estará allí hasta que se descubra una vacuna y un tratamiento.

- Se dijo claramente que era para aplanar la curva de todos modos ...

 Sí, pero la gente no lo escuchó así.  ¿Ahora que pasará?  Nos desconfinaremos.  Pero aún habrá cientos de muertes durante varios meses, incluso una segunda ola, no lo sabemos.  Se culpará al estado por desconfinar.  ¿Qué vas a tener que hacer?  ¿Reconfigurar y destruir permanentemente nuestras democracias y nuestras economías?  ¿O aprender a vivir con el virus?

- ¿La relación costo / beneficio es  demasiado baja entonces?

 Hemos causado, en pánico y sin pensar en las consecuencias, la crisis económica más grave en tiempos de paz durante varios siglos.  Tienes que darte cuenta de que la recesión francesa estará entre -8% y -12%.  Cifras alcanzadas durante la Segunda Guerra Mundial.

- El encierro tendrá un impacto en las mentes de las personas.

 Y no solo. La crisis que hemos decidido apresurar tendrá grandes consecuencias. Los jóvenes que acaban de ingresar al mercado laboral perderán sus empleos, las personas con poca capacitación o las personas mayores de 50 años también. Los primeros planes de despidos han comenzado.  Decidimos sacrificar a las generaciones jóvenes para salvar a las personas mayores de 80 años.  Al menos eso habría requerido un debate. Eso es lo que me está causando el problema. Tengo 62 años, yo mismo comienzo a formar parte de las reliquias del pasado y prefiero asegurar un futuro feliz para mis hijos.  Es el sentido de lo colectivo.  Si cada pandemia se limita, volveremos a la Edad Media en términos de nivel de vida.

- ¿Crees lo mismo que André Comte-Sponville?

 De hecho.  Prefiero morir en una democracia que vivir en una dictadura.  Prefiero vivir en un país que ofrece un futuro para sus hijos que en un país en ruinas. Sé que este discurso es impopular, que la opinión pública, completamente anestesiada por las medidas para apoyar la economía, no quiere escuchar este discurso. El despertar será brutal.  Cuando la gente vea los estragos del confinamiento, puedo asegurarle que el poder político va a pasarlo mal.  Los ciudadanos cambiarán su discurso.

- ¿Qué piensas de poner a los científicos a la vanguardia?  ¿Es esto un retorno del cientificismo?

 Tendremos que cuestionar seriamente la responsabilidad de los científicos que dijeron todo y su contrario. En máscaras, en contención, en peligrosidad para los niños, etc. Con la misma confianza, lo que hizo que la toma de decisiones políticas fuera particularmente compleja. Todavía tenemos que recordar lo que Maggie De Block tuiteó a principios de marzo sobre una petición de científicos.  Ella los llamó "reinas del drama".  Porque la mayoría de la profesión médica dijo que se mantenía en calma.  Y los mismos, después, dijeron que no hemos sido lo suficientemente rápidos o lo suficientemente lejos. La responsabilidad de los médicos es fabulosa.  Lo siento por nuestros gobernantes, deben vivir una pesadilla.

- ¿Habrá un impacto en la democracia?

 La democracia ha recibido un golpe excepcionalmente severo y será muy difícil recuperarse de él. Lo vimos con el estado de emergencia en Francia o con la Ley Patriota en los Estados Unidos después de los ataques del 11 de septiembre.  No ha habido más ataques en los Estados Unidos desde 2001 y, sin embargo, todavía está en vigor e incluso se ha fortalecido considerablemente desde ... Cuando un Estado toma poderes excepcionales, no los deja ir,  excepto por una revolución.


- Usted escribió, el 30 de abril, un artículo en su blog titulado "Confinamiento, el debate prohibido". ¿Qué comentarios ha tenido?

 Lancé el debate a fines de marzo en Twitter preguntándome sobre el costo-beneficio del confinamiento, cuando entendí que esta política loca se iba a prolongar. Supongamos que estuvo justificado durante 15 días para causar un shock psicológico, pero luego su costo económico se volvió apocalíptico. Mis tweets provocaron odio. Me dijeron que tenía que salvar todas las vidas, que quería preservar los dividendos de las empresas cuando se trataba de salvar el trabajo de las personas, etc. La economía no es algo separado  de la vida sin embargo. Incluso recibí cientos de amenazas de muerte de personas que me explicaron que tenía que morir así como a mi familia porque pensaban que era necesario salvar todas las vidas ... No vieron contradicciones allí, claro. Incluso tuve que pasar mi cuenta de Twitter en privado durante tres días mientras estos trolls se calmaban.  Obviamente, este debate fue demasiado apasionado.  Pero eso ha cambiado un poco.  No fui el primero en preocuparme por lo que estaba pasando. La pregunta debe hacerse. En estos momentos de pánico hay un espíritu "Fana Mili", fanático militar.  De repente tienes que ir a la guerra y todos los que están en contra son traidores.  La prensa, como regla, funciona así.

- Ella también está allí para diseccionar y contrarrestar estos argumentos.

 Sí, no hay que suprimir la prensa. Pero también alimenta el pánico, el fanatismo.  A menudo ha desempeñado un papel nocivo, cuando debería, siempre, hacer las preguntas fastidiosas.  Un periodista que no disgusta es un cortesano.

- ¿Qué crees que debería hacerse?

Los términos del debate deberían haberse establecido para que los ciudadanos pudieran elegir.  Sea el confinamiento, y habrá una recesión terrible y usted y sus hijos estarán desempleados. Sea contentándose con limitar la propagación de la pandemia, tomando medidas específicas y explicando que habrá miles de muertes. Esta deliberación democrática no tuvo lugar.

- ¿Crees que habrá un "cambio de sistema" después de la crisis?

 Siempre desconfío de quienes lo predicen.  Por supuesto, debemos aprovechar la crisis para reorientar nuestro sistema económico y hacerlo más sostenible.  Pero si tenemos éxito, se hará en pequeños pasos.

- ¿Vamos a repetir los mismos errores para revivir la economía?

 Sí. La economía global no es un fueraborda, es un portaaviones.  Especialmente porque no sabemos exactamente qué hacer. Por ejemplo, en las reubicaciones de ciertas industrias.  ¿Tiene sentido producir paracetamol en Europa?  ¿No deberíamos diversificar nuestras fuentes de suministro?  ¿No es mejor desarrollar las industrias del futuro, por ejemplo, inteligencia artificial, nuevas energías?
 Espero al menos que esta crisis nos permita comprender que debemos prepararnos ahora para el choque del cambio climático.  Hay que reaprender a anticiparse, incluso si duele. Pero por experiencia, sabemos que la capacidad de las personas para olvidar es asombrosa: colectivamente, tenemos la memoria de un pez dorado.  Verá que con la recesión, la gente querrá empleos primero, sin importar el costo para el medio ambiente.  Hablaremos de eso en un año.

viernes, 8 de mayo de 2020



Ayer murió Billy el Niño. A mí no me torturó, ni siquiera me interrogó durante mis estancias en la DGS. De hecho, nadie me torturó, unas cuantas hostias, bastantes amenazas terroríficas, pero nada más. Nada más, en el plano estrictamente físico. Imposible olvidar, y, de verdad, me gustaría, pero no puedo, la sensación de estar en manos de unos psicópatas (o, ni eso) que podían hacer conmigo lo que quisieran, la sensación de no ser nada frente al desprecio infinito que mostraban, sentir que estaba a merced de la arbitrariedad de unos chuloputas perdonavidas, esa conciencia de infinita vulnerabilidad que me invadía cada vez que uno de los interrogantes (el Gitano, le llamaban), paseando a tus espaldas, me daba una bofetada al despiste y ne tiraba de la silla -imposible mantener el equilibrio, esposado-. No me tocó Billy, afortunadamente, pero sí a varios amigos y a una amiga, que me contaron, más o menos, lo que hemos oído al Chato bastantes veces en los medios. Excepto la amiga, que me contó cosas peores. 

Años después, amigos vascos que hice en la mili y con los que conservé alguna relación posterior, me contaban cosas parecidas, algunas más sofisticadas, que sucedían en los diversos Intxaurrondos que por allí proliferaron en las últimas décadas del siglo XX. Billy ya no estaba en la policía. Se había marchado voluntariamente para ganar más dinero aprovechando sus conocimientos y contactos con las llamadas ‘cloacas’ del Estado. A lo mejor no era tan sádico como cuentan los que le conocieron. Prefirió hincharse de pasta en lugar de seguir obteniendo la satisfacción libidinal que le proporcionaba destrozar cuerpos y destruir personas. Y con vistas al mar. Quizá estaba demasiado quemado, no lo sé. 

Recuerdo de los interrogatorios que, en algún momento, me soltaron esa especie de mantra -se lo decían a casi todos– de que no pensara en vengarme cuando ganara la izquierda, incluso si yo llegaba a ser un cargo gubernamental, que todos los Estados necesitaban gente como ellos y que, en ese supuesto de vuelta de tortilla en que yo alcanzaría algún poder institucional, seguro que acabábamos haciéndonos favores mutuos. Cinismo pata negra. Y no se olvide que el cinismo es una forma de realismo, o de hiperrealismo. Tenían razón (excepto en la hipótesis de que yo alcanzaría algún puestecillo de político profesional). El PSOE ese integrante del gobierno más de izquierdas que han conocido los siglos, pudo meter mano a Billy durante los muchos años en que ha gobernado. Aunque sólo hubiera sido él, a modo de símbolo. Pero el simbolismo era el contrario, era dejar claro la continuidad eterna del Estado, que el aparato de Estado franquista no se tocaba, sino que se utilizaba. Después, lo llevaron a la práctica en Euskalherria, con los Amedo y los Galindos, utilizando a los abogados del Estado para defender a los policías denunciados por torturas, potenciando la Audiencia Nacional - pura guerra sucia jurídica- y manteniendo y ascendiendo a jueces como Garzón (que si cayó en desgracia fue por tocarle las pelotas al PP) y Grande-Marlaska, colaboradores necesarios de unas prácticas de tortura sintomática. 

Ahora me salen el vicepresidente Iglesias y la ministra Irene Montero pidiendo perdón en internet por no haberle quitado las pensiones honoríficas a Billy. Puedo soportar postureos, pero hasta un límite. Tienen a un cómplice directo de la tortura de Estado en el gobierno que coocupan. La mayoría, muy muy mayoría en los hechos, del gobierno que coocupan la ostenta un partido que ha utilizado a los billys que pululan por las comisarias o las comandancias de la Guardia Civil. Y que seguirán utilizándolos. Forman parte de un gobierno que sustenta una razón de Estado en que la tortura forma parte de su modus operandi siempre que se haga con discreción y con la adecuada colaboración de mandos y jueces. José Bergamín, buen cristiano, hacía un retruécano con la famosa frase del Nazareno: “Mi reino no es de este mundo”; él la hacía suya transformándola en: “Mi mundo no es de este reino”. Pues eso. Que tragaremos con la ignominia moral de mantener un estado de cosas en las que Billy y sus amigos son enterrados con las pecheras llenas de medallas, sí, del mismo metal que las de los que salían en las ruedas de prensa policial-sanitarias hasta hace poco. Hay muchos billys entre nosotros. Disculpaos por eso, que, por no ser, no sois ni cínicos.

miércoles, 6 de mayo de 2020




Mientras continua el cine mudo en las Cortes españolas, en el mundo pasan cosas importantes. Ayer, una que me parece de enorme relevancia. Me refiero a la sentencia del Tribunal Constitucional de Alemania respecto a una posible irregularidad del BCE en la ejecución del PSPP (Public Sector Purchase Program), un plan de compra de deuda soberana que formaba parte de la política de flexibilización cuantitativa que el BCE sostuvo a lo largo de la década de 2010, y cuyo objeto era salvar a la banca y a los Estados de la deuda impagable que acumulaban.  En la sentencia citada, el TC alemán le da tres meses de plazo al BCE para que justifique la legalidad de su actuación, y, si no se da por satisfecho, el Bunsesbank se retiraría del plan. Poco espectacular en la letra y además poco operativa, pues supongo que -el PSPP es del 2015- el Bundesbank ya habrá aflojado la pasta hace tiempo. Pero, reitero, la cola que puede traer, las consecuencias directa o indirectas del fallo, es muy probable que sean  determinantes para el futuro de la Union Europea, especialmente en estos tiempos de crisis en todos los ámbitos sociales. 

En mi opinión, la sentencia tiene dos efectos fundamentales. El primero es que, aunque en el texto del TC se explicita que no tiene nada que ver con el reciente, y muy similar, plan del BCE para financiar, mediante compra de deuda, los gastos extraordinarios que genera el covid-19, se lanza un claro aviso a navegantes: Alemania no está dispuesta a sacrificarse por quienes considera Estados irresponsables en la gestión económica. Creo que, implícitamente, es la puntilla de los coronabonos y, por supuesto, del genial invento español (con el que estoy de acuerdo en su teoría, que conste) de la financiación monetaria directa bajo la forma de deuda perpetua a bajo o nulo interés.

La otra consecuencia es aún de mayor calado. Resulta que el PSPP pasó, preceptivamente, por el Tribunal de Justicia de la UE, que, como es sabido es el máximo órgano judicial de la UE, de modo que sus sentencias son obligatorias para todos los Estados miembros de la Unión, prevaleciendo siempre sobre las de sus tribunales domésticos. EL TJUE lo analizó y le dió el visto bueno jurídico. Y ahora el TC alemán le viene a enmendar la plana, desafiando de facto la supremacía de aquél. Hablamos de Alemania, no de Eslovenia, con perdón de Zizek. Es probable que, finalmente, se imponga la diplomacia y el choque de trenes no vaya a más. Pero, desde el punto de vista de la insólita imagen dada, y teniendo en cuenta que el TC sabía a la perfección el revuelo que iba a causar, está claro que la UE, como realidad y como proyecto, hace aguas por todos lados. 

domingo, 3 de mayo de 2020



La trinchera de los balcones (4)


Este es, pues, el encaje de bolillos que se ven obligados a confeccionar los ‘padres de la Constitución’, casi un imposible. Tenemos un régimen dictatorial lleno de contradicciones y de dificultades para mantenerse en pie. La primera de ellas, no es trivial; se ha muerto el dictador que, por miedo y por devoción, permitía la reproducción de las estructuras de dominación pese a la creciente animosidad entre las fuerzas políticas de camisa vieja y camisa nueva (y con corbata) que dirigían la política del Estado. Se ha muerto sin sucesión, digamos carismática. En aquella época no sólo las izquierdas, también la derecha franquista consideraba que el nuevo rey, el encabezador de la ‘monarquía del 18 de julio’ era tonto. Luego, hemos podido comprobar todos que no era tonto, que era muy listo, demasiado listo; pero eso es otra historia. A todo esto hay que sumarle el antimonarquismo ideológico de algunas familias políticas del Régimen. 
En paralelo, la oposición extramuros, aquellos que quieren acabar con el Estado franquista, con dos instancias bastante diferenciadas, por un lado la presión internacional, ejercida sobre todo por los países democráticos europeos -los mismos que se lavaron la manos en la Guerra del 36-. Creo que a los poderes fácticos, a la oligarquía española, esto no le importaba demasiado, sabían bien que el dinero hace milagros y que tenían todo un país para vender. Por otro lado, estaba la lucha en auge del movimiento obrero y democrático, su organización en sindicatos ‘raros’, aún muy alejados de lo que han sido los sindicatos en los países demoliberales tras la II Guerra Mundial y lo que serían aquí no mucho después (esto me recuerda que ya no se habla de los nuevos pactos de la Moncloa; ¡ay, Iván Redondo!, que cada vez te pasas más de listo); recuérdese que, a la sazón y pese a los submarinos carrillistas, Comisiones Obreras se consideraba a sí misma un sindicato-movimiento y los más hiperventilados la veían como un embrión de los futuros soviets a la española. Y, a diferencia de lo que dijeran Le Monde o el New York Times, a nuestros poderes fácticos esto sí que les preocupaba, más exactamente, les aterraba. Y es que en España, hasta que ya todo ha quedado asolado, la burguesía creía mucho más que las burocracias social-comunistas en la posibilidad de una revolución socialista.

Los artífices de la Transición llevaron a cabo tan hercúlea superación de obstáculos en dos etapas.  Iba a escribir ‘intentaron llevar a cabo’, pero no sólo lo intentaron, lo consiguieron. No creo que detrás de tal hazaña hubiera mentes privilegiadas, y menos aún, un diseño y una planificación de ingeniería sociopolítica que se fuesen ejecutando como un mecanismo de precisión. Hubo mucha improvisación, mucho test&error y, digamos, una especie de red de seguridad, la inmensa mayoría silenciosa que, quizá quería cambios, pero sólo la puntita y que no doliesen. Fue muy desmoralizador para la izquierda rupturista comprobar cómo, tanto si se hacían las cosas mal (lo habitual, ciertamente) como si se hacían bien, el resultado era el mismo: mover a tres gatos y que te votaran dos. 

Dos etapas, decía. En la primera, se trataba de apaciguar los ánimos antagonísticos; se consiguió a base de miedo. A los franquistas, a la mayor parte, al menos, se les convenció de que si no tragaban con la Reforma, es decir, con un proyecto agonístico, tendría lugar la famosa vuelta de la tortilla, en forma de revolución; se mantendría el antagonismo, sí, pero esta vez sería ellos los eliminados de la política, y, como los rojos son muy salvajes, probablemente también eliminados sin más añadidos. A los rojos se les hizo ver lo mismo, contrario sensu, con la variante del golpe de Estado militar, en lugar de revolución proletaria y de que los asilvestrados liquidadores son aquí los fachas. Sobre este miedo recíproco, alimentado más de fantasías que de realidad, se fundó el nuevo Régimen llamado del 78. 

Si dar el primer paso merecía un sobresaliente, el segundo era de matrícula de honor. Una vez ‘edificado’ el R78, el objetivo siguiente era dotarle de estabilidad, lo que exigía, como a cualquier sistema político, imprimirle una dinámica de autoreproducción que le permitiera superar las dificultades que la marcha de la historia opone a cada paso. No bastaba el miedo, el coco de la revolución/golpe militar no podía mantenerse indefinidamente. De nuevo,  habia que crear. El tratamiento que hasta ahora, hemos visto que había sido similar para derecha e izquierda, se vuelve asimétrico. Empecemos por el de la derecha, distingamos dos enfoques de la misma. Desde el punto de vista socieconómico, la derecha, la burguesía, los ricos, habían vuelto a ganar la Guerra Civil. Todos sus intereses materiales se respetaron religiosamente, como no podía ser menos estando el alto clero entre su principales componentes. Ya  he hablado sobre esto y no insistiré. Pero hay una derecha, una categorización distinta de la derecha, cuya cohesión no procede de sus intereses comunes sino del compartir una ideología, es la derecha cultural. La España de la que el franquismo fue la quintaesencia, la España reaccionaria, clerical, antiilustrada, caciquil, adversaria de cualquier novedad, la España del señorito y el limpiabotas. Y, desventuradamente, no la integran sólo las capas más privilegiadas de la sociedad; son cerca de la mitad de la población. Esta derecha detesta a la otra parte, a la izquierda; la teme, cada vez menos, y la desprecia, cada vez más. Los rojos, todos esos subseres de natural traidor,  esos hijos desnaturalizados renegadores de la madre Patria, que forman la Antiespaña. ¿Cómo construir una relación de agonismo con unas personas que llevan el mal en sus genes? ¿Que tipo de razón comunicativa puede establecer un vinculo con quienes no pueden ser sino mendaces? ¿Que contrato cerrar con gente de índole deshonesta? 

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sábado, 2 de mayo de 2020



La trinchera de los balcones (3)



La politóloga Chantal Mouffe, siguiendo en parte a Carl Schmitt, distingue dos formas de encarar el conflicto que subyace a toda política: el agonístico y el agónico. A partir de esta visión de que la política es, en lo esencial, el tratamiento de disputas entre colectivos que se agrupan por mantener o acabar con algún tipo de privilegio respecto al otro, habría, grosso modo,  dos formas de abordar el conflicto inmanente. La guerra y la política; dos marcos de acción colectiva entre las que hay un continuo, que yo, en la estela teórica de Clausewitz y Foucault, considero bidireccional. 

El antagonismo es la guerra. Guerra en un sentido amplio y no necesariamente bélico; puede ser la guerra (lucha) de clases marxiana, donde el proletariado ha de aniquilar a  la burguesía, como clase, para poder vivir dignamente, y entonces ya no como clase, sino como una comunidad de personas libres e iguales. Es decir, el conflicto antagónico enfrenta a dos bandos donde cada uno de ellos no da por legítima la existencia del otro, en tanto que supone que sólo puede subsistir si el otro desaparece. También aquí el concepto de desaparición no ha de tomarse en un sentido necesariamente físico, sino más bien político, puede ser la exclusión de uno de los grupos de la vida pública, del juego de poderes. Por ejemplo, la materialización de la democracia ateniense del siglo V a.E.C, conllevaba el tratamiento antagónico de los esclavos. 

El agonismo, por el contrario, organiza la coexistencia de grupos constituidos en torno a un conflicto dentro de una estructura institucional común. Esto exige un reconocimiento de cada parte al derecho a existir, física y políticamente, de la otra. También, aunque esto es ya problemático, una cierta identificación, aunque sea parcial y acompañada de otros elementos separadores; pensemos la conciencia emocional y racional de ser miembros de la misma nación. La política agonista puede implementarse de varias formas. La democrática pluralista mantiene el conflicto, pero lo suaviza y lo encauza mediante consensos y acuerdos parciales entre las dos partes en contradicción. Vayamos, con este ligero bagaje, a nuestra historia reciente.

Durante treinta y nueve años, desde el golpe de Estado militar hasta la muerte de Franco, este país vivió en guerra, los tres primeros años de conflicto bélico formal y los treinta y seis siguientes de una dictadura que negaba toda posibilidad de existencia civil a la izquierda, cristalizando así  el antagonismo entre las dos Españas al negar toda posibilidad de existencia civil a la izquierda.

Tras la muerte del tirano ya no era posible continuar la guerra -la paz de los muertos, esa respuesta genial a la machacona propaganda del Regimen franquista autoproclamando ser quien trajo y mantuvo la paz en España. Había llegado el momento de la política, de pasar de un régimen de antagonismo a otro de agonismo y de otorgarle, dadas las relaciones de fuerza internas y las circunstancias geopolíticas exteriores, la forma de democracia. Había que dar voz a los silenciados, como diría Rancière, dar parte a los sin parte, contar con los incontados. Como diría algún que otro politólogo, había que establecer un nuevo ‘contrato social’. 

Tarea no precisamente sencilla. Y se presentaba un problema añadido. Al elegir como nuevo marco político una democracia formal, se optaba implícitamente por uno de los bandos, el que había defendido la democracia y el Estado de Derecho, materializado en la II República, frente a quienes, de modo expreso, se reivindicaron antidemócratas y construyeron un Estado corporativo en las antípodas del Derecho liberal y de la democracia típica de los Estados de nuestro entorno geográfico y cultural (no, 'orgánica' no se acepta como anima de compañía de democracia). De algún modo, pues, el establecimiento de un régimen democrático era un restablecimiento y suponía algo que la derecha española captó con lucidez como un grave peligro (para ella) que era necesario evitar, que la proclamación de la democracia le daba la vuelta al resultado de la Guerra Civil, que los rojos, finalmente, habían vencido. Y tenían razón: eso habría representado la Ruptura frente a la reforma, y, por lo que se vio, nadie, de las viejas y nuevas élites, estaba por ella.

Hay que reconocer, en loor o en disculpa de los Carrillos, Gonzalez y cia (y CIA) que el embrollo a que tenían que dar una solución era de magnitudes cósmicas. Desde el punto de vista  socioeconómico y geoestratégico, había que mantener y reforzar el capitalismo y alinearse sin ambigüedad alguna con USA en la Guerra Fría, lo que se concretaba en la incorporación a la OTAN. Ambos, posicionamientos contrarios a lo que defendía el movimiento obrero y amplios sectores de clase media radicalizados. En cuanto a la política interna -el ámbito de libertad que nos dejaban nuestros ‘aliados’ internacionales-, se trataba de, con esos prerequisitos de capitalismo y atlantismo que ya lesionaban a una de las partes, crear un espacio jurídico-político agónico, que superara el antagónico del régimen franquista. 

Tan peliaguda tarea se desarrolló, como es sabido, mediante una negociación, y la ejecución coordinada de lo acordado, llevadas a cabo por élites, dirigentes de partidos tradicionales (izquierda) o nuevos (derecha) que se arrogaron la representación de esas dos Españas que habían de coexistir en un plano de igualdad política formal e imaginaria. En primer lugar estas élites necesitaban trabajar con libertad, sin presiones o interferencias y, menos aún, contrapoderes provenientes de instancias exteriores a sus conciliábulos. Así, se aprestaron a conseguir la mayor pasividad posible quienes podrían cuestionar sus acuerdos, unos la del ‘bunker’ fascista y otros la del movimiento obrero y de la entonces no insignificante ‘extrema izquierda’. 

Otro factor importante era la relación de fuerzas entre esas élites, particularmente entre las que representaban a las izquierdas y las que hacían lo propio con las derechas (no puedo detenerme aquí en las internas a cada bando). Como dijo felizmente Vazquez Montalban, ‘la correlación de debilidades’, señalando que lo que les movía a unos y otros era más el miedo que la afirmación de su poder sobre el otro. Mi impresión de entonces, en plena lucha anticapitalista, y la de ahora, en plena aceptación de las muchas derrotas que me ha tocado vivir, es que la burocracia del PCE y la tecnocracia de los jovencitos ‘socialistas’ de Suresnes temían tanto, si no más, a las masas de trabajadores en progresiva radicalización  que a los franquistas. No obstante, Intentando ser de nuevo justo con los líderes comunistas y socialistas de entonces, que tantas ruedas de molino hicieron tragar como si fueran dios bendito a las clases populares de este país, debe reconocerse que los 'reformistas de la derecha tenían un as en la manga, la amenaza de un golpe militar. Creo que de aquí derivan las otras dos grandes concesiones -otros, más entusiastas, las llamarán ‘traiciones’- junto a la económica (capitalismo) y la geopolítica (OTAN), de la Sagrada Transición: la monarquía y la unidad de España (en realidad, PCE y PSOE son partidos esencialmente jacobinos, y de ello tenemos confirmaciones muy cercanas), pero creo que entonces, al menos en el PCE y soleturas aparte, sí había gente que reconocía la existencia de las naciones vasca y catalana y defendían sinceramente el derecho a su autodeterminación).

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jueves, 30 de abril de 2020



La trinchera de los balcones (2)


Leí ayer, después de publicar el post, un articulito de El País titulado “Vox quiere acabar con los aplausos de agradecimiento a los sanitarios”. No ofrece ningún dato sobre la influencia de Vox en las caceroladas, más allá de que se ha sostenido esta postura en elToro.tv, que pertenece al grupo de Intereconomía, y éste es de Ariza y Ariza es de Vox. El citado artículo debe corresponder a la ración diaria de collejas que el País atiza a Vox, mera rutina. Sí me vale para reforzar la sensación que tengo del progresivo reemplazo de aplausos por cacerolas, pero tengo dos objeciones respecto a lo que dice El País. La primera es que, en mi opinión, no se quiere acabar con los aplausos, sino, integrarlos y, por utilizar un término de moda, resignificarlos. Es un proceso muy sutil y muy característico de la expansión de los populismos en general, y de los populismos de extrema derecha, en particular. Escribiré sobre ello en otra ocasión porque aquí ocuparía mucho espacio y desbordaría el asunto específico que trato. El segundo reparo es que, aunque Vox, el aparato de partido ultrajerarquizado de Vox, lo vea con muy buenos ojos, no creo que se trate de una táctica de partido elaborada en alguna reunión orgánica, sino que obedece más a la forma de pensar y de actuar de la extrema derecha populista o parafascista. Esto es, que, tomando el término con mucho cuidado, puede decirse que se trata más de un fenómeno espontáneo que inducido por un partido concreto; además del hecho de que miles de militantes y votantes del PP, estoy seguro, participan entusiásticamente en la cacerolada. 

Continuo el hilo de ayer.

Resumiendo lo anterior: en unos momentos tan llenos de pathos como los que estamos viviendo surgen unos sentimientos muy dignos y respetables y, de éstos, unas acciones, que, primero el gobierno y después la derecha manipulan más o menos descaradamente para llevar el agua a su terreno. En los barrios donde predomina, la derecha gana; en aquellos en que, sin ser necesariamente de izquierdas, la derecha militante es escasa en número, no gana nadie, porque esa transición subrepticia desde el ser humanos a ser españoles y, de ahí, a ser españoles de bien y, por tanto, contrarios a este gobierno de bolivarianos asesinos, no puede hacerse en sentido contrario, en un sentido, digamos, de izquierda.

Hagamos un ejercicio de imaginación. En lugar del gobierno PSOE-UP hay un gobierno PP-Cs con apoyo de Vox, como en Andalucía. Ese gobierno no gestiona mejor la crisis sanitaria que el actual, de hecho, lo hace casi igual. Seguramente, la oposición de los partidos de izquierda es menos lenguaraz, menos trol y abyecta que la que estamos sufriendo en el mundo real, pero estoy seguro de que es también bastante feroz. ¿Que pasaría en los balcones? Pues que en los barrios donde hubiera más presencia militante de los partidos de izquierda habría pancartas críticas con el gobierno y que se harían caceroladas para pedir su dimisión. Eso sí, con la diferencia de que lo harían a otra hora, respetando los aplausos a los sanitarios y no mezclándolos con la percusión de los cacharros, porque la catadura moral del derechista medio y la del izquierdista medio no son iguales. Sí, ese banderín de enganche resentido de los fachas que es indignarse ante la supuesta ‘superioridad moral de la izquierda’ no es arbitrario. 

Al asimilar, con excepciones, el comportamiento real de la oposición de derecha con el hipotético de una oposición de izquierda no pretendo hacer una exhibición de equidistancia. El Espagueti Volador me libre. Sólo fundamentar mi análisis ya descrito someramente en algunos posts anteriores, sobre el tipo de gobernabilidad estratégica que pergeñó el R78. Hay un hecho que nadie podrá negar que dividió a los españoles en dos bandos enfrentados, stricto sensu, a muerte: la Guerra Civil del 36. Obviamente, hay una larga historia detrás, pero no me voy a remontar a la expulsión de los moriscos o a las guerras carlistas. En aquellos momentos la población española se dividió en dos fracciones bastante similares en cuanto al número, y durante tres años una combatió contra la otra, en el frente de las armas, y también en el de la propaganda: cada bando demonizó al otro. La masacre terrorista de rojos en los primeros años de la posguerra y la ideología y la represión franquistas hasta la muerte del tirano tampoco ayudaron mucho para sofocar el miedo y el odio de una parte (ambos justificados en mi opinión) y el desprecio y la deshumanización de ‘los rojos’, por la otra (algo menos justificable pero perfectamente explicable). La campaña de la reconciliación nacional que iniciaron los carrillistas ya en la década de los 1960s fue una broma, o quizá una jugada táctica para preparar a sus huestes al amargo camino de los abandonos.
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La trinchera de los balcones (1)


Algunas amigas me alertaron hace unos cuantos días que los aplausos de las ocho se habían ido sustituyendo paulatinamente, no por completo, desde luego, por caceroladas. Comprobé entonces que, en efecto, desde mi ventana había una proporción en torno al 50% de aplausos y de metales chocando. Según parece, la cacerolada codifica el rechazo al modo en que el gobierno está gestionando la crisis, y, ya de paso, al gobierno en general. Así que he tomado los escasos datos que tengo al respecto y he sacado algunas conclusiones, carentes de valor científico por lo reducido de la muestra, que expongo a continuación. Primero los datos, que, integrados, indican que la proporción caceroladas/aplausos es creciente, pero no en todos lados, sino en barrios de Madrid de media-alta capacidad adquisitiva, barrios burgueses, barrios en que los partidos de derechas arrasan. Ahora, las conclusiones.

La iniciativa de aplaudir desde los hogares de reclusión, a modo de homenaje a los sanitarios por, según el caso, su abnegación, o por su heroísmo o porque estaban ahí, les había tocado salvar vidas y se lo agradecíamos, si no espontánea (no sé de dónde surgió, creo que se hace en varios países), sí incidió en la sensibilidad de muchísimas personas y ha conseguido un éxito indiscutible. Pero no se olvide que la sensibilidad colectiva no es un asunto de la 'naturaleza humana', sino de la naturaleza social. Entre otras cosas porque se interpreta culturalmente en la misma cultura con la que el sensibilizado vive simbólicamente sus sensaciones. 
Desde el primer momento el aplauso quería apelar y representar la empatía, la solidaridad, la unidad de los seres humanos en tanto que seres humanos; también estaba claro, no hacía falta más que escuchar los que contaban los medias y los propios aplaudidores, que en esos bellos sentimientos latía un cierto rechazo de lo que nos separaba, una pretensión de que nuestra condición de humanos, en tan graves circunstancias, arramblara con las minudencias que nos llevaban a enfrentarnos los unos con los otros. No muy hobbesiano, desde luego, pero sí muy revelador de un hartazgo de conflicto.

Bonito, demasiado bonito. Y demasiado abstracto para una cultura de horror vacui, una cultura que quiere llenarlo todo. Ya sea por muy arraigadas asociaciones de ideas, ya por la desvergonzada propensión de nuestros políticos a aprovecharlo cualquier cosa que tenga a mano, ese sentimiento de unidad oceánica se fue volviendo más tangible. El gobierno tuvo algo que ver, con su puesta en escena de la epidemia trasvestida de guerra. Aparecen imágenes más reconocibles, el presidente nos cuenta que el coronavirus no conoce fronteras; se refiere a fronteras, internas porque las de los Pirineos o las del Miño sí que paralizan al dichoso bichito. Es decir, nos dice sin decirlo  que lo del Estado Autonómico queda muy bien para la foto pero no para jugar el partido (la última ocurrencia, la de las provincias, es ya de traca). Así que, nos dice el gobierno, esto es una guerra que se disputa en territorio español, el virus es el invasor y, contra él, todos somos soldados españoles, por encima de nuestras diferencias, que ahora se muestran  triviales. Por supuesto, ello convierte en traición de lesa patria criticar al gobierno, ahora bajo la forma de la ‘autoridad competente’, representada icónicamente por unos señores llenos de chapitas que salen en la tele a informar y no saben lo que dicen (su incompatibilidad con el logos es estructural). Todo muy pedestre, y, además -lo siento, Ivan Redondo no te enteras- irremisiblemente condenado al fracaso.

Pasamos de ser todos humanos a ser todos españoles. Y aquí empieza la disimetría. Unos españoles saben serlo mejor que otros. De hecho, saben lo qué es ser español y saben que el hecho de haber nacido en Ciudad Rodrigo no te hacer ser español, tan sólo te da la posibilidad de serlo (cosa que no ocurre si has nacido en Marrakech o en Quito). Aparecen las banderitas, los himnos, los gritos de ‘viva España’, de esa España que nos hemos dado constitucionalmente entre todos. La manifestación a domicilio de las ocho de la tarde se va ‘politizando’ (entre comillas, porque nunca dejó de ser política) allá donde puede hacerlo. La aparición de las caceroladas que ya van explícitamente dirigidas contra el gobierno es la culminación de ese proceso, que quizá sea penoso para muchos pero que no hace sino seguir la lógica de nuestra historia. 
(cont.)

sábado, 25 de abril de 2020




La UE nos va a salvar (2)


Continuo, conociendo ya las conclusiones de la Cumbre. Además de confirmar el paquete acordado por el Eurogrupo de préstamos por más de medio millón para responder a las necesidades inmediatas de la crisis sanitaria, el único acuerdo adoptado es vaporoso, consiste en aceptar la necesidad de crear un fondo de recuperación económica que comenzaría a funcionar antes del 2021 con una cuantía en torno a 1,5 billones de euros. Una cantidad semejante a la que pedía el non paper del gobierno español. Tan vaporoso que se le pasa el muerto a la Comisión para que sea ella quien lo concrete, tanto en el monto de dinero final como, y esto el lo importante, en la forma de financiarlo. En este punto es cuando el asunto se vuelve lioso, aparte de por su propia complejidad, por las cortinas de humo en economés  con las que se ‘informa’ a la opinión pública. Aunque tengo la sospecha, después de haber leido a Varoufakis y a Jamie Galbraith, de que la mitad de los políticos, incluyendo los ministros de economía, tienen preocupantes lagunas conceptuales (preocupantes porque, como diría Keynes, se convierten en esclavos de economistas que si saben, lo que controlan los discursos de saber-poder). 

Los periodistas económicos y asimilados describen la continuamente escenificada polémica entre los países ricos del norte y los menos ricos del sur centrada en la financiación de los fondos, donde  los del norte defenderían los préstamos y los segundos, las subvenciones. Ursula  Von der Leyen, la comisionada de la Comisión, ha afirmado tras la cumbre que se buscará “un equilibrio correcto entre préstamos y subsidios”; claro, la fórmula Ricitos de Oro: ni frio, ni caliente, sino todo lo contrario. Este relato conduce a escamotear el auténtico punto conflictivo. La UE, especialmente en la fase neoliberal que comenzó en los años 1980s es un tinglado que hace justamente lo contrario de lo que proclama. La UE en el curso de su historia crea un marco jurídico que favorece la acumulación y concentración de capital, en eso sí es ‘globalizadora’: respeta que el capital, lo mismo que el coronavirus, no conoce fronteras. Sin embargo, esa sublime misión idealista de construir una supranación europea, basada en el federalismo o lo que sea, donde naciones y pueblos conviven fraternalmente bajo el emblema ‘Europa’, es pura filfa, bullshit. 

Los Estados han sido y son el elemento central de la UE, y el cometido real, más allá de eslóganes propagandísticos, de ésta no es ir avanzando hacía su reconversión en un gran Estado unificado con mayor o menor autónoma de sus miembros,  sino establecer un sistema de relación entre Estados, y las sociedades correspondientes, que sirva a la citada acumulación a mayor gloria, medida en euros, de las grandes empresas, esta sí, multinacionalistas. Cada Estado va a lo suyo, respetando el diseño  jerárquico centro-periferia, y pugnando, dentro de esta lógica por conseguir la mayor tajada posible. Sorprenderse amargamente por la falta de solidaridad de los alemanes y holandeses es marcarse un capitán Renault. Los ricos sólo dan a los pobres el dinero que les sobra. Cuando les sobra, y no es éste el caso. 

El concepto principal que define lo que está en disputa es la famosa mutualización, que es muy simple, se trata de compartir los gastos o los pagos de deudas de todos en función de lo que tiene cada uno. Vendría a ser algo similar de cuando Voy a comer con mi hijo a un restaurante. El pide un chuletón y yo un huevo frito, porque él tiene más hambre que yo; yo pago la cuenta porque él no tiene dinero y yo sí. Probablemente, yo quiero más a mi hijo que Holanda a España (y, si les mentas al duque de Alba, ya ni te cuento). Pero, hay distintas modalidades; veamos cada caso. 
La mutualización de los eurobonos consiste en que cada Estado emite su deuda, no como tal Estado sino como miembro de la UE. No sé, porque no se han emitido aún nunca y son posibles varias alternativas, cómo se realizaría exactamente la emisión. Supongo que cada Estado emitiría su deuda como siempre pero con el aval explícito de la UE. Esto significa que si el Estado en cuestión no paga, se hace cargo la UE. La consecuencia es que se iguala el nivel de riesgo de los distintos países, por lo que la tasa de interés sería la misma para todos, una especie de promedio, desapareciendo la prima de riesgo interna; ello perjudica a países como Alemanía que tendrían que vender más barato (tipo de interés mayor) que si emitieran por su cuenta y favorecería a otros, como el nuestro, que verían bajar sustancialmente la tasa respecto a la prima de riesgo actual. Pero hay más, si si diera el caso de que el Estado español no pudiese pagar lo adeudado -cosa muy improbable, pero no imposible, al no tener soberanía monetaria (emisión de moneda propia)-, tomaría su obligación el avalista, la UE. Ésta tendría que responder con parte de su presupuesto (obviemos, por simplificar, soluciones como reestructurar la deuda por medio del BCE). Y resulta que ese presupuesto se constituye en sus tres cuartas partes por las aportaciones de los países, que son un tanto por ciento fijo (ahora es un 1,2%, es de suponer  subirá rápidamente). Así que todos los miembros de la UE habrían de contribuir a cubrir la deuda española.

Frente a la opción crédito parece levantarse la subvención. ‘Parece’, porque en realidad puede llegar ser casi lo mismo que la anteriormente descrita. Para conseguir un monto de dinero tan enorme como el que se baraja para el fondo de reconstrucción, la Comisión tendría que aumentar espectacularmente su presupuesto, el cual, como acabo de señalar, sale de las arcas de los Estados miembros en proporción a su PIB. Es decir, con una mano lo ingreso y con la otra lo extraigo. Aquí, la cuestión es como se iba a distribuir ese fondo entre los países. La idea de España, con la adhesión de Italia, Francia, etc., viene señalada en el non paper: “Debería [el fondo de reconstrucción] otorgar subvenciones a los Estados miembros a través del presupuesto de la UE en función de una clave de asignación nacional relacionada con el impacto de la crisis COVID 19 sobre la base de indicadores claros y transparentes, como el porcentaje de población afectada, la caída del PIB, el aumento del desempleo niveles, etc.” Es muy descarado que con este criterio España iba a salir muy gananciosa en cuanto aportación al fondo y subvención obtenida. Eso es, claro, lo que busca el gobierno con la formulación citada. Para entendernos, sería como ir a un garito con varios amigos, hacer un bote con aportaciones idénticas, y que unos tomen cervezas y otros gintonics de Bombay Saphire. Si somos todos muy troncos, no hay problema, pero si hay algunos que con o sin razón creen que los del gintonic siempre están poniendo la gorra, pues a lo mejor no están muy de acuerdo con lo del bote y prefieren el escote, aunque sea más cutre. 

Por último, la variante del fondo, en lo que se refiere a la financiación, expuesta en el non paper. La emisión de deuda perpetua. Como es sabido, este tipo de deuda se emite sin fecha de rendimiento, o visto de otro modo, con un vencimiento a un año y una renovación automática indefinida, ‘eterna’. Es decir, en la práctica sólo se pagan los intereses. Que, al igual que en el caso anterior, sería cubiertos, con el presupuesto de la UE para lo que tendría que aumentar su presupuesto. La diferencia es que no sería necesario un incremento tan drástico porque no es lo mismo amortizar una deuda de 1,5 billones, aunque sea a doce años, que pagar sólo sus intereses. Unos intereses que -esta claro que quienes diseñaron la propuesta de Sanchez son unos genios- se pagarían con la parte del presupuesto que no precede de las aportaciones de los  miembros, sino de una serie de impuestos, que sí tendrían  que incrementarse notablemente. 

Esta modalidad de la deuda perpetua es superior a la de los eurobonos, con mucho, para España. Y, a primera vista, para todos los países miembros de la UE. ¿Cual es el problema? Lo apunté ariba. De un modo bastante alambicado lo que se está proponiendo es un QE (Quantitative Easing), puro, un señoreaje a la antigua, pasando, eso sí, por los bancos privados que se llevarían un buen pico por el diferencial de intereses. Porque está claro -en el non paper lo insinúan solapadamente: “El BCE debe seguir desempeñando un papel clave para garantizar la estabilidad financiera mediante la liquidez”- que el BCE iba a financiarlo de facto creando dinero, en vez de darle a la manivela de las imprenta de billetes, como se havía antes, clicando  la opción de pantalla “aumentar reservas bancarias a tope”. De hecho, es probable que el BCE haya de cambiar, en previsión de lo que va a caer encima, sus estatutos y se autopermita comprar deuda pública directamente al emisor (mercado primario). Que conste que a mí, particularmente, me parece bien la deuda perpetua y mejor aún, la solución inglesa, por lo directo. El Banco de Inglaterra lo acaba de hacer sin pasar por zarandajas enmascaradoras de bonos del Tesoro y similares: ‘¿Cuanto dinero quieres, Boris? Vale te lo fabrico en un periquete’. Eso sí, lo apoyaria siempre y cuando, en lugar de Boris, estuviera, como mínimo, un Jeremy (que ya va a ser que, como el cuervo de Poe, nevermore). 

Veremos qué pasa. Imagino que esta asimilación a lo grande de la teoría monetaria moderna por el Bank of England (e incluso por la FED) habrá provocado infartos o pesadillas de weimerianas en Sajonia, en Baviera y hasta en Renania. Sin embargo, la señora Merkel, que está demostrando un nivel muy por encima de cualquier otro líder occidental, aunque sabe del terror de la burguesía a la inflación causada por las inyecciones estatales de dinero, y ella misma ha sido hasta ahora una ordoliberal convencida, es consciente de lo que se nos va a caer encima y de que hay que dejar de ordeñar a la vaca cuando está al borde de la muerte de tanto extraerla leche. Por eso, frente a Holandeses, austríacos, finlandeses, etc., se ha mostrado cauta e, incluso, misteriosa. No es imposible que la señora Van der Leyden, una merkeliana fiel, pueda dar una sorpresa dentro de dos semanas y proponer una combinación mágica que haría feliz a Ricitos. Veremos.



La UE nos va a salvar (1)


Seguramente, el debate más importante de la Economía en el siglo XX fue el llamado ‘Cambridge contra Cambridge’, sobre la naturaleza del capital. El jueguecito de palabras reside en que un Cambridge era ingles, y sus polemistas eran profesores de su universidad, mientra que el otro hacía referencia a la ciudad de USA en que se ubica el MIT (Massachussets Institute of Technology) y, por tanto, a sus profesores. Entre éstos se hallaban Samuelson y  Solow, ambos merecidos Nobel, y, por el equipo británico, Robinson y Sraffa, ambos sin Nobel; les está merecido, por rojos. Pues bien, esa mujer sabia que fue Joan Robinson escribió, en el texto con que se inició el debate, un párrafo de humor ingles paradigmático. Hablando de la función de producción neoclásica, en la que el capital, junto al trabajo y un tercer factor misterioso en el que no voy a entrar, son las variables independientes, es decir, directamente medibles, ironiza Robinson sobre la típica introducción de primero de carrera. El profesor explica con toda claridad las diversas formas de computar el trabajo y, cuando le toca el turno al capital “… se les dice algo del problema de los números índice involucrados en la elección de una unidad de producto, y luego se pasa a toda velocidad a la cuestión siguiente, con la esperanza de que [a algún alumno] no se le ocurra preguntar en qué unidades mide C. Antes de que llegue a preguntar, [el alumno] ya se habrá convertido en profesor, y así se transmiten de una generación a la siguiente los torpes hábitos de pensamiento.” 

 Ayer, me vino de nuevo a las mientes esta ingeniosidad de Robinson -me sucede con mucha frecuencia con textos de Economía mainstream-  al leer dos artículos de eximios economistas patrios, Juan Torres y Luis Garicano (ostras, iba a poner Garicano Goñi, qué tiempos), alabando, pese a ser uno de izquierdas y el otro de derechas la insólita propuesta que llevaba Sanchez que envió a la UE en un ‘non paper’ (que nombre más delicioso, es como el ‘esto no es una pipa’ de Margritte). En realidad el sarcasmo robinsoniano esta aquí un poco cogido por los pelos (es que me encanta). Torres y Garicano no confunden conceptos (en estos textos), sencillamente, se dedican a embrollar unos procesos que son, per se, un poco complicados pero que el argot economés convierte en entes herméticos. Mas que de incomprensión habría que hablar de bullshit, palabra inglesa que no tiene una traducción exacta en castellano, se necesitarían varias palabras aportando parte de sus significados. Un filósofo analítico americano, Harry Frankfurt dedicó un incisivo ensayo al asunto, y, en la traducción que leí lo dejaban en inglés. Puestos a elegir un sólo término, me quedo con ‘charlatanería’, entendiendo al charlatán no como aquel que habla por hablar, aunque lo parezca, sino que pretende algo con su desmandado torrente verbal.  Para los que teneis, pese a vuestra juventud, unos cuantos años: Manolo Moran vendiendo crecepelos o lo que se tercie.
Llevamos tres o cuatro semanas bombardeados por economistas y periodistas ‘expertos’ en economía con la insolidaridad de los paises centroeuropeos y nórdicos, con especial protagonismo del Alemania y, la ahora mala malísima Holanda -de la que hemos descubierto que es un ‘paraiso fiscal’, que práctica el ‘dumping fiscal’ como dicen los mas enteraos; ¡qué escándalo!, ¡aquí se juega!-.

Excurso: al igual que se ha creado con ocasión de la crisis el personaje del capitán apriori, que me parece un hallazgo feliz, aunque no siempre se emplee honestamente, propongo la figura del capitán Renault (éste ya viene con el grado puesto), ese inefable jefe de policía del Régimen de Vichy en Casablanca, que se indigna al hacerse público que el bar de Rick es un casino encubierto, cuando él lleva años cobrando una comisión por mantenerlo encubierto. Sigo 

 ¡No quieren mutualizar la deuda! Increible, ¿donde esta el europeismo? Si los países que constituyeron la Unión Europea, con la excepción de la muy venida a menos Francia, quisieran mutualizar la deuda, estaría de hecho, traicionando a los fundadores. La UE no se creó para eso, y, mucho menos, la unión monetaria y la libre circulación de mercancías y capitales sin restricciones cualesquiera. No es una cuestión moral, es el Mercado, amigo. Y es la pervivencia de los Estados, de las naciones que los vendedores de hojas de afeitar pretendían esconder con relatos fantasiosos sobre la globalización o la economía-mundo (me refiero a ciertos relatos apologéticos, no a los conceptos; un respeto a Wallerstein).

Los eurobonos o coronabonos (eurobonos específicos para enfrentar la crisis sanitaria y económica), como es sabido, son un instrumento de financiación en los mercados de deuda, consistente en que cada Estado emite deuda soberana cuyo acreedor, o avalista, según la modalidad, es el conjunto de los países del euro. Es un invento que estaría bien si la UE fuese algo parecido a un Estado plurinacional idílico, en el que los alemanes amaran y respetaran a los españoles tanto como los españoles a los alemanes. Como es sabido lo  Pero, resulta que la versión alemana de la película tiene su lógica (hasta su moral, ellos que son tan luterano-calvinistas). Para ellos, y es cierto desde su perspectiva ahistórica, los bonos mutualizados solo servirán para castigar la buena gestión económica, la de ellos, obligándolos a pagar unas tasas de interés demasiado altas y a socorrer a los morosos, que no iban a ser precisamente ellos. Sobre los latinos y PIGSs en general hay división de opiniones, unos nos llaman gorrones y otros, parásitos. 
Pues bien ahora el equipo económico de Sanchez a la vista de que no cuela lo de los eurobonos, aun llamándolos en plan dramático ‘coronabonos’, se marca un farol y aparece el bullshit para difuminarlo. Se trata de que ‘la UE’, se supone que la Comisión, emite deuda, mucha, entre 1 y 2 billones de euros, y con ella se crea un ‘Fondo de Recuperación Económica’ que repartirá ese dinero a modo de subvenciones, gratis total, entre los miembros de la EU, “en función de una clave de asignación nacional relacionada con el impacto de la crisis COVID 19”. O sea, para Italia, España y Francia más que para nadie. Y sin aumentar déficits ni deudas estatales. Como la UE no tiene ni de lejos dinero para avalar tal cuantía de pasta, solución genial, la deuda es perpetua y la cubre el BCE, directa o indirectamente. Para pagarle los intereses se aumenta el presupuesto de la unión y, tatachán, tatachán, todo arreglado. El ordoliberalismo aleman, si nos tomara un poco en  consideración, se sentiría más escandalizado por la propuesta -dos billones a fondo perdido– que, no sé, si les hubiésemos llamado nazis.

Seguro que los holandeses no se dan cuenta de la jugada, y compran el gordo de lotería del amigo tonto por 1.5 billones. Todo esto, además de ridículo, tiene el efecto, pretendido o no, de mantener engañada a la gente de a pie con historias de capitalismos buenos y capitalismos malos. El artículo de Torres tiene, finalmente, un aire entrañable. Después de dar muchos argumentos en favor de la proposición de Sanchez a la cumbre del Consejo, sobre lo bien que le vendría a la economía española para superar la crisis (claro), añade un inconveniente, que “sigue el camino de hacer esclavas de la deuda a las economías. Por esta última razón es por lo que creo que Alemania no va a aceptar la propuesta española tal y como se ha presentado.” O sea que estaría muy bien si fuera posible. Hombre, empieza diciendo que te mueves en el mundo de la utopía. Ya en un texto anterior señale cómo uno de los enemigos mas letales de cualquier planteamiento político transformador es el confundir el ser con el deber ser.