viernes, 22 de diciembre de 2017


21D. Cataluña
1. El eje soberanismo-españolismo se ha mostrado absolutamente predominante y no hay razones, excepto un colapso económico catastrófico, para que no vaya a seguir siéndolo durante mucho tiempo. Es totalmente natural, porque ante un conflicto político nítido y enormemente potente, el eje izquierda derecha esta difuminado. La derecha es cada vez más de derecha y la izquierda también; quiero decir, también más de derecha.

2. La resolución electoral del conflicto ha tocado techo. Con un increíble 83% de participación, y una movilización insólita del unionismo – los datos sobre participación en las diversas poblaciones asociados a sus preferencias políticas habituales permiten una conclusión inequívoca: el diferencial de votantes respecto a las pasadas elecciones se compone de una mayoría sustancial, no menor de tres a uno, de unionistas – sólo han conseguido arañar a los secesionistas un par de diputados. Teniendo en cuenta la terrible brecha, más bien un abismo, que se ha establecido entre los dos bloques, la relación, fluctuante pero siempre cercana al fifty-fifty, no se va a modificar a corto ni a medio plazo. Quizá habría que pensarlo, y como eventualidad, en términos temporales de generación. Mientras tanto, es muy improbable que, a no ser que se cambie la regla d’Hondt o la circunscripción electoral, el voto españolista del gran Barcelona, vaya a sobrecompensar las ventajas de las pequeñas poblaciones y el medio rural independentistas.

3. El sorpasso de JxCat a ERC refleja la decisión de amplias capas de la población catalana de no hacer tabla rasa de lo sucedido allí los últimos tres meses. La muy torpe campaña de ERC, con Marta Rovira hablando del fin del unilateralismo y Tardá poniéndole ojitos a Podemos, se ha topado con la convicción de que no hay que partir de cero, que hay que defender lo avanzado, aunque solo fuere simbólicamente. Una visión cínica sonreiría a la vista de tantos catalanes que consideran a Puigdemont, no el Molt Honorable President de la Generalitat, sino el no menos honorable president (interino) de la República Catalana; pero el cinismo, que yo recuerde, nunca ha movilizado más que a unos cuantos individuos, y siempre para trincar. No han sido sólo la CUP las que creen que hay que seguir un plan de desconexión basado en la ilegal ley de Transitoriedad. De hecho, y frente a los que aún creen en el eje social, derecha izquierda, como predominante en todo momento, me da la impresión de que JxCat le ha ‘quitado’ más votos a la CUP que ERC.

4. El triunfo de C’s es curioso. La inmensa mayoría de sus votantes son, evidentemente, catalanismofobos, pero no se entiende muy bien que haya habido tal desplazamiento desde el PP que, al fin y al cabo es el responsable de activar y aplicar el 155 que tanto les ha hecho gozar (otra hipótesis es que se trate de un castigo al PP por haberlo aplicado con demasiada suavidad). Puede ser un asunto de concentración de voto útil, pero también de un nuevo populismo de derecha donde el otro son los indepes; el tránsito tan espectacular del cinturón rojo del extrarradio barcelonés al cinturón naranja apunta por ahí.

5. Del PSC y CeC, poco hay que decir. Su marginalización e irrelevancia no van a conocer fin. La vieja y la nueva socialdemocracia ya no tienen nada que aportar en ninguna problemática social. Unos morirán de decrepitud y a los otros se los caracterizará de malogrado experimento.

6. Descartado que las elecciones vayan a resolver nada, queda la lucha política en la calle y en las instituciones. Una lucha que, obviamente, no tiene por contendientes a los dos bloques, sino al bloque independentista y al Estado Español. No obstante, ¡caveat Ciutadans!