210225
Feo asunto, éste de Monedero, que no por formar parte de un evidente campaña de PSOE-Sumar contra Podemos, deja de ser feo. A la espera de novedades al respecto, no sé si se quedará en agua de borrajas o engordará hasta hacer un serio desaguisado en el tímido intento de los de Iglesias de hegemonizar ‘la izquierda a la izquierda del PSOE’. Pero, ya ahora, sí da pie a alguna reflexión. Aunque nunca he estado en el meollo, en el círculo pseudopolítico de los que saben ‘cómo se mueven las cosas’ (de su microcírculo político, claro), tenía la idea, tomada de aquí y allá, de que Monedero era un babosillo que se aprovechaba de su capital académico y, después político, para ir más allá de la clara voluntad de muchas chicas de su entorno acerca de lo que hacer y permitir con su cuerpo. Pero lo relevante de esos hechos y su conocimiento es que entonces -no estoy hablando del siglo XVI, me refiero a primeros y mediados de los 2010s- aquello parecía normal o, cuando más, carente de importancia alguna. No estaba bien, desde luego, y menos aún, en un progre, pero bueno, peccata minuta, humanus sum, etc.
La universidad española es una institución notablemente patriarcal, y con tintes de misoginia. Por ejemplo, pese a que no tengo datos (lo que puede hacer que éstos se vuelvan en mi contra), habiendo muchas mujeres en el ámbito docente universitario, sospecho que la proporción de hombres respecto al total es mucho mayor en el nivel de cátedra que en el de profesorado titular. Todes hemos oído chismorreos acerca de affaires sexuales entre becarias o doctorandas y profesores, aprovechándose éstos de que son más viejos pero tienen un muy superior capital académico-cultural, de modo que producen admiración, hasta adoración, en algún caso, o facilitan posibilidades de promoción, en otros.
Infortunada pero no sorprendentemente, una visión similar se hallaba muy extendida entre los machos de izquierda y también entre una buena cantidad de mujeres, nominalmene feministas, para las que la imagen y el rendimiento electoral de su partido estaba muy por encima de un sobeteo ocasional (como si hubiesen sobeteos ocasionales).
Que el movimiento feminista ha impulsado un proceso emancipatorio para todas las mujeres es un hecho que queda patente en estos casos. En apenas diez años, todos esos machirulos con laureles académicos se tentaran bien la ropa antes de iniciar sus penosas aproximaciones a jovencitas a las que sacan treinta años. Y ese ‘penosas’ es tanto un calificativo como un especificativo. La relaciones iguales basadas en el amor o el deseo, aunque sean interetarias, me parecen muy bien; pero tienen que ser totalmente libres y consentidas. Exactamente lo mismo debe aplicarse a los líderes de izquierda sedicentemente feministas (o pro-feministas, una cuestión suculenta).
¿Cultura de cancelación? No, y sin que invalide un análisis ulterior que debería realizar, por poner dos ejemplos, Errejón y Monedero pueden seguir escribiendo o podcasteando su teoría o sus opiniones políticas, incluso sexuales, pero no formar parte activa de partido emancipador alguno: su práctica está aquejada de tóxicidad. Irremediablemente. Sin posibilidad de rehabilitación. No es un asunto de exclusión o de discriminación; es un asunto de selección.
No estaría mal un mea culpa de Podemos, en su justo alcance y sin aceptar fakes ni descalificaciones globales, por supuesto.
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Continúo. He oido las declaraciones de Montero y de Belarra (un poco verborreicas, por cierto) en el medio oficial de Podemos, canal Red. Desde luego, no han siquiera esbozado esa autocrítica que reclamaba en el texto de arriba. Me parece un error y una recurrencia en el arraigado vicio de los partidos de no realizar la menor actuación que salpique algo mínimamente su imagen, aunque a medio y largo plazo seguramente fuese a mostrarse necesario y positivo. Según las lideresas, Podemos lo ha hecho todo bien. Pues no, ni lo hizo bien en el 2015 ni lo ha hecho bien con posterioridad. Ni lo hace bien ahora, enarbolando un argumentario que, como pasa con todos los argumentarios, no resiste argumentos ni datos.
Analicemos, pues, lo ocurrido. Parece que en los albores de Podemos una o más chicas pusieron en conocimiento de la dirección del partido que Monedero, fundador de Podemos y entonces alto cargo, había ejercido contra ellas actos que ahora se consideran, acertadamente, violencia sexual. No tengo ni idea de que hizo Podemos o quien lo hizo; supongo que Clara Serra, responsable a la sazón de feminismo, y el propio Iglesias contarán algo más. En cualquier caso, el resultado fue que Monedero dimitió de su cargo de Secretario de programas. Necesario, pero insuficiente. Veamos.
Ante casos de este tipo, el primer principio feminista es creer a la víctima. No obstante, se trata de una creencia que no debe constituir un dogma indiscutible, como parecen creer algunas despistadas o con tendencia al fanatismo, sino el establecimiento de una hipótesis: acepto, de momento, que la víctima lo es y que lo que dice es cierto. Acepto igualmente su voluntad de anonimato, si es el caso. A partir de ahí, todo protocolo feminista, escrito o no escrito, dicta que el responsable de llevarlo a cabo ha de ponerse en contacto con el hipotético agresor y con testigos para esclarecer los hechos. Aquí habrá que observar el máximo rigor inquisitivo y la máxima discreción para salvaguardar el anonimato de las victimas ante el partido (incluido el agresor (también el anonimato de éste, hasta que no se llegue a una conclusión) así como refrenar la proclividad a creer a la víctima frente a su agresor que, repito, lo es por una hipótesis que debe ser probada en la medida de lo posible.
Supongamos ahora que lo hechos tal como los ha relatado la víctima se dan por reales y que ésta no quiere ninguna publicidad (el caso de las víctimas de Monedero). ¿Qué habría que hacer? Lo que se hizo, sí, pero también unas cuantas cosas más. De momento, ante un hecho de tanta gravedad (actuar en contra de lo que postula el partido) el agresor debe ser expulsado de la organización, no solamente de la dirección. No fue el caso de Monedero quien durante mucho tiempo -justamente hasta el 2023 cuando hubo nuevas denuncias y la situación se consideró insostenible- fue militante y voz oficiosa de Podemos, fue director de no se qué fundación del Partido y Pablo Iglesias le dio un programa propio, ‘En la Frontera’ que duró ¡hasta enero del 24!
Monedero, una vez dadas por buenas las acusaciones contra él, debería de haber sido excluido del partido públicamente. Es decir: “Te expulsamos por haber quebrantado tal o cual norma estatutaria que proscribe los actos de violencia sexual perpetrados contra miembros (o no miembros) de Podemos”. El daño a la imagen del partido, las posibles represalias legales por parte de Monedero -creo que, ante una resolución injusta de un partido, institución de Derecho público, se pueden iniciar acciones jurídicas- o, peor, un chantaje de antiguo dirigente que sabe mucho sobre las miserias orgánicas, son factores que quizá hiciesen inevitable una separación pactada que obvia la conducta improcedente el expulsado. Pero no lo disculpan.
Desconozco los protocolos sobre agresión sexual de Podemos, es probable que, pese a sus declaraciones, la dirección las modifique, perfeccionándolas a la luz del caso Monedero. No es ningún lujo. Un partido realmente feministas debe apartar de sí a cualquier machirulo acosador, aunque se trate de un mero ‘tocón’; por mucho que aporten en otros aspectos. Que no es el caso.