jueves, 22 de diciembre de 2016


Las tribulaciones de un postrosko en postroskilandia (2)


Si Lenin levantara la cabeza.


A la vejez, viruelas. Pero no pustulosas. No ha variado mi trayectoria crítica en aumento hacia Vladimir Ilich y su concepción de los sujetos históricos, y nada que ver con reivindicaciones a lo Zizek. Véase en el título únicamente un recurso narrativo. No obstante, siempre he admirado, y cada vez, por contraste, más, la insólita capacidad de Lenin para ir al grano, en la práctica política y en la práctica teórica, ámbitos que el él unió como nadie sin supeditar una a otra, sin que su teoría fuera en ningún momento especulativa o, a la inversa, sirviera para justificar el oportunismo o las conveniencias tácticas del momento. Uno puede leer el ¿Qué hacer?, el Izquierdismo o las Tesis de Abril y discrepar en muchas cosas, pero está todo muy claro, no encontraremos ahí ambigüedades defensivas elusiones de lo que duele. El camarada Ulianov siempre dio la cara. Recordemos lo que fue su divisa: “el alma del marxismo es el análisis concreto de las realidades concretas”. En eso siempre seré leninista. Y eso que el aforismo es falso en su modalidad. En lugar de ‘es, Lenin tendría que haber puesto ‘debe ser’, porque el marxismo, históricamente, ha tendido a lo contrario, a crear grandes esquemas interpretativos en los que la empiria se integraba más o menos armoniosamente o, en otro caso, se incrustaba a martillazos.


Por algún error burocrático del Ministerio del Tiempo - los peor pensados sospecharán una repetición de lo del tren blindado - Lenin aterriza en el aeropuerto Adolfo Suárez-Barajas. Inmediatamente quiere ponerse ponerse al tanto de la situación de la izquierda española – no va a ir a un tablado o al Bernabeu: hablamos de Lenin –; alguien le informa de que lo más parecido a tal cosa que pueda tener un mínimo de futuro es Podemos. Se calza, entonces, la gorrilla y se dirige a la Hemeroteca Nacional, donde recopila abundante material acerca de la corta existencia de los morados. Progresivamente, la perplejidad se va apoderando de él. Nada de lo quelee le proporciona conocimiento alguno, al menos en el sentido de lo que él siempre ha considerado conocimiento, aquello referido, directa o indirectamente a la realidad palpable y visible, aquello que posibilita y guía la relación con lo real. De hecho, cuanto más lee, menos se entera. Banalidades, cadenas de significantes contradictorios, cambios de discurso cada dos semanas, declaraciones tan altisonantes como vacías. ¿Éstos de qué van?, ¿habré perdido con el jet lag mi legendaria intuición política? Se anima algo al descubrir que Podemos se hallaba en una fase algo así como de provisionalidad y que hay un congreso cercano en el que se deberán adoptar las líneas y compromisos que caracterizan a un partido 'obrero' (todavía no está Lenin muy aggiornado con los nombres, signos y sociologías del presente). Que, incluso, hay dos   posiciones enfrentadas y una tercera alternativa. Empieza a encontrarse en su salsa. Entrecierra aun más sus siempre entrecerrados ojillos orientaloides y evoca los viejos buenos tiempos del Congreso del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso a principios del XX, sus disputas con Martov, la escisión de los mencheviques, aquel talentoso y arrogante jovenzuelo judio, Bronstein, que saltaba de una posición a otra, más rojo que nadie. ¿Iría de eso Vistalegre II? Pues va a ser que no, Vladimir.

Describamos lo que ve Lenin. Hay una organización, Podemos, que no se reconoce propiamente como partido ni como movimiento; algunos, para salir del paso, hablan de partido-movimiento, extraña y, mientras no se explique (cosa que, hasta ahora, no se ha hecho), contradictoria locución que refiere a un ente nebuloso nunca visto. De vuelta a lo real, todos saben que Podemos es un partido político, registrado legalmente e integrante del aparato institucional como cualquier otro. Su originalidad, hoy por hoy va poco más allá de la pura imagen, de los descorbatamientos y las rastas. Surgido de un modo improvisado como plataforma electora para presentarse a las Europeas del 2014, ante el enorme éxito alcanzado se ‘teorizó – por decirlo de algún modo, en realidad era un wishful thinking generado por la euforia del momento – la existencia de una ventana de oportunidad que haría posible ganar unas elecciones generales y gobernar el país. Ese era y ha seguido siendo hasta el 26J el gran y casi único objetivo. Podemos, no se instituyó como partido ni movimiento, sino en clausewitcianas palabras de Errejón, como ‘máquina de guerra electoral’, y edificó una estructura supercentralizada funcional a el Objetivo, iluso pero coherente, de ganar unas elecciones generales. Todo se supeditó a ello a lo largo de un periodo electoral que se ha venido prolongando dos años, ocupados por dos campañas y el resto del tiempo por las negociaciones para formar gobierno. No se consiguió la victoria perseguida, pero sí unos resultados tan excelentes como peligrosos. 

Ahora, la ultravanguardista máquina de guerra ha de ser sustituida por un dispositivo político para tiempos de normalidad política sin elecciones a la vista. Todas las corrientes coinciden en esto, y, de hecho, llevan varios meses posicionándose e, incluso, librando moderadas escaramuzas en elecciones internas territoriales. Pese a los intentos, ya de por sí significativos y un tanto ridículos, por ocultarlo u oscurecerlo es patente la existencia de tres facciones plenamente conscientes de serlo y que optan por ser hegemónicas en Podemos: los errejonistas, los pablistas y los anticapitalistas. También es patente que entre las dos primeras se ha establecido una rivalidad con tintes de antagonismo, mientras que la última viene a ser la combinación dialéctica de una zambomba en un garaje y un pulpo en un entierro.

En cualquier caso, Lenin se frota las manos: empieza el debate político. Vladimiro, mejor sigue esperando a Godot.

La dirección de Podemos, que ahora es exclusiva y  casi diríase sádicamente Iglesias, decide fijar la fecha del congreso o asamblea, llamémoslo 'VII', con apenas dos meses de tiempo para debatir prácticamente todo lo que se puede debatir, y en el mismo fin de semana que un evento similar del PP. Tal coincidencia es difícil de comprender, se dice que permitirá comparar los métodos democráticos de Podemos con los dictatoriales de los populares, que liberará de carga mediática a VII facilitando el debate, etc. No se ve nada claro y suscita lo contrario de aquello de que el enemigo no os marque los tiempo. Parece, más bien, un golpe de efecto de Iglesias y, hay que reconocer que  es un maestro en eso; sobre todo en los golpes, porque los efectos a veces no son muy favorables. Él sabrá. Además, decide empezar por las cosas serias: cómo se elige a los jefes. Muy marxista, primero la infraestructura y después ya, si eso, la superestructura. 



En la próxima entrega, Lenin y el postrosko contarán sus impresiones sobre la consulta de Podemos a sus 'inscritos' sobre las modalidades de discusión y votación en VII; para entonces se sabrá el resultado, asunto nada baladí. Espero que no se retrase mucho, de eso se encarga él, el hombre de acción por antonomasia. De los que ya no quedan.

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