lunes, 2 de enero de 2017




No es que empecemos la casa por el tejado. Es que no queremos una casa; queremos un tejado. 
Luego, ya veremos (1). 
(Continuación de lo del postrosko, que ha pasado a morrosko).

Tras el excurso que fue el último post, con Lenin instalado en el cuarto de autoinvitados y Las Gaunas en segunda B (aun nos queda Mendizorroza), sigo con las perspectivas que se abren en torno a VAII. Podemos será todo lo criticable que se quiera, y yo no me corto en ese sentido, pero es indudable que lo que salga de la Asamblea de febrero configurará el panorama político español a corto y medio plazo en lo que se refiere al mantenimiento del régimen del 78, su recomposición ornamental o su modificación relevante (no me parece posible una ruptura real por el momento). Asimismo, el futuro de lo que antes se llamaba izquierda transformadora, donde estaba IU y grupos más radicales también se dirime en lo que puede llamarse ‘proceso VAII’; la preparación política, el acto en sí y la materialización de lo que de allí salga. Es mucho lo que está en juego, aunque con las cartas del tio Perete, no conviene hacerse demasiadas ilusiones.

Si entendemos ‘izquierda’ por el complejo de organizaciones, ideas y prácticas que han puesto en cuestión con rigor el capitalismo existente en cada momento, que lo han criticado y combatido en la perspectiva no de reformarlo, sino de acabar con él y construir una sociedad no capitalista, llámese socialista o comunista en sus múltiples variantes, se puede afirmar que la izquierda europea está en crisis desde el fracaso de las revoluciones alemanas de 1919 y 1923. Crisis que se profundizó con el desarrollo de la URSS – hay victorias que hacen más daño que las derrotas – y que alcanzó dimensiones de catastróficas con el desmoronamiento de los regímenes del ‘Socialismo Real’. En ese siglo XX corto, a lo Hobsbawn, que va desde 1917 a 1990, la práctica política de la izquierda se había organizado en torno a partidos de cuño leninista, ortodoxos o heterodoxos, donde el esquema partido-organización de vanguardia de la clase obrera, a la que enseña y guía por el buen camino hacia el socialismo, se respetaba en lo fundamental. Las únicas alternativas, además de las anarquistas, que siempre arrastraron el hándicap de pretender una política antipolítica (no es tan simple, desde luego, pero lo dejo ahí), fueron las propuestas consejistas, maniatadas, cuando no aniquiladas, por el completo y monolítico predominio de los partidos comunistas. 

Desde el punto de vista organizativo, pues, la casi totalidad de organizaciones políticas marxiatas que se crearon en esos setenta años de existencia del imperio soviético, fueron remedos del partido leninista. Y no sólo en la estructura y el funcionamiento – ese centralismo supuestamente democrático que con tanta facilidad derivaba hacia lo burocrático (espero que Vladimir no lea esto; no creo, le ha cogido el gusto al agua y ahora anda por ahí besando la cabeza a los pianistas) –, también en lo ideológico, en lo programático-final y en lo estratégico había un corpus homogéneo – marxismo interpretado, dictadura del proletariado, socialismo, centralidad del proletariado, etcétera – que con variantes más o menos relevantes abarcaba a la inmensa mayoría de los partidos políticos, que enfrentaban al capitalismo.

El fin del capitalismo burocrático conocido por el nick más falso y confundente de la historia: ‘socialismo real’, arrastró al reino de Hades a la izquierda marxista sedicentemente existente. Los partidos comunistas, siempre fieles a la letra sagrada, se volvieron fantasmas que recorrían Europa, pero esta vez, siglo y medio más tarde, dando menos miedo que un turista surcoreano. [Doy un salto en el tiempo, reprimiendo mi natural de empezar siempre con Viriato, y rompo el hilo discursivo que amenazaba con no tener fin. A lo nuestro] Adonde quiero ir es al hecho de que las tradiciones políticas y organizativas de la izquierda de que se viene hablando, a no ser que se hayan pasado por la criba de una crítica rigurosa e inmisericorde – y creo que eso es una tarea por hacer – constituyen mucho más un lastre que un acervo útil para construir una organización que luche contra las incontables formas de dominación y explotación que se llevan a cabo en las sociedades capitalistas, agrupando a todas las clases y sectores subalternos.

Iglesias y Errejón eran conscientes de ello, máxime después del exorcismo que supuso el 15M. La diferencia que, en mi opinión, está en la base de sus discrepancias en aumento, es que Iglesias fue un comunista ortodoxo, militó bastante tiempo en las Juventudes Comunistas, que no es precisamente un ámbito dado al escepticismo, sino más bien un dispositivo disciplinario donde a los chavales llenos de entusiasmo y confianza se les graba a fuego en el corazón y en el cerebro los inmarcesibles dogmas del marxismo-leninismo. Por supuesto, Pablo evolucionó mucho y fue pensando por su cuenta, pero esa huella del comunismo clásico, con sus explicaciones dialécticas tramposas, con su obrerismo, con su respeto a las jerarquías y sus derivas autoritarias, no se borró por completo; ni de lejos. De hecho, Pablo llegó incluso a participar activamente en alguna de las cien mil ‘refundaciones’ de IU tras ese 15M que había sacado los colores y cercenado las esperanzas a la ‘izquierda auténtica’. La imposibilidad, no ya de conseguir, tan sólo de avanzar un paso más allá de cada patético acto refundacional de PC-IU (muchos discursos, muchos aplausos, Alberto Garzón y, a veces, Pablo Iglesias, exhibidos y mitin final de Cayo Lara) debió abrirle los ojos a Iglesias para dar el salto, aunque, como es sabido, las malas lenguas afirman que fue consecuencia de su ego humillado por la negativa rotunda de Lara  a aceptar las condiciones que le propuso para integrarse en la lista de IU en las europeas del 2014.

Errejón no fue nunca marxista; de jovencito – no quiero tomarme la facilidad multiuso de hacer algún chiste con ‘joven’ y ‘Errejón’ –, estuvo en organizaciones de corte anarquista, lo que por un lado es bueno, ya que se libró de adquirir esos tics estalinistas que todos los que hemos pasado por partidos leninistas llevamos dentro, justo al lado del niño que fuimos; por otro lado es malo, porque se absorbe un antimarxismo emocional y muy poco fundamentado. Ciertamente, ambos, Iglesias y Errejón, veían con claridad que los partidos de izquierda existentes no servían y que no se trataba de crear más de lo mismo, otro partido al uso, por mucho que pretendiera evitar los errores pasados. Sin embargo, y eso es lo que quiero remarcar, sus puntos de partida ideológicos fueron muy diferentes. Nunca dijeron lo mismo, por más que su alianza tras las europeas, que alcanzó el cenit en Vista Alegre I, fuese estrechísima; incluso es muy probable que durante mucho tiempo ni ellos mismos fuesen muy conscientes de la profundidad de su disenso.

Podemos lo creó Pablo Iglesias con el apoyo de Izquierda Anticapitalista, que, tras el escaso éxito de reeditar aquí el NPA francés, se apuntaba a un bombardeo. Intuyo, sin tener dato alguno, que por aquel entonces él no tenía nada claro fundar un partido y que aún se movía en torno a IU, quizá con la intención de constituir un polo de referencia político que la fraccionara o bien que disputara el poder a la vieja dirección. Íñigo por entonces jugaba un papel secundario. El casi sorpasso a IU cambio radicalmente la visión y las expectativas de ambos. Fue un acontecimiento, en la línea de San Pablo y Badiou. Es entonces cuando Errejón pasa a primer plano y se establece esa alianza que toma la forma de bicefalia, dos caras de la misma moneda; cuando en realidad había dos monedas. Dicho de otro modo, parecía haber una alianza estratégica, un único proyecto, pero se trataba de una alianza táctica, orientada a neutralizar a Anticapitalistas y, sobre todo, a acabar con la fogosa actividad autónoma que estaban llevando los círculos. O, ya puestos, a acabar con los círculos; que se convirtieran, como decía Monedero, siempre tan ocurrente, en un lugar para socializar, y, si eso, para ligar.

Una vez conseguidos estos objetivos, con la sanción de la Asamblea de Vista Alegre de hace dos años a una estructura piramidal (o, mejor, cilíndrica) ultrajerárquica y liderista, fueron emergiendo estas diferencias de proyecto, y la recién designada dirigencia de Podemos mostró maneras, pese a su juventud y en muchos caso inexperiencia, asimilándose pronto a uno u a otro referente y formando camarillas con una lógica de confrontación, de guerra de posiciones. En el siguiente post seguiré con el desarrollo de esa progresiva divergencia hasta llegar a la situación actual, cuando ya puede afirmarse que la rivalidad de Iglesias y Errejón, de pablistas y errejonistas, constituye la manifestación de algo que es y que no es una mera lucha por el poder (le he enseñado a Ilich esta frase; cada cuarto de hora le suscita reacciones opuestas; en una le parece puro materialismo dialéctico y en otras una patochada idealista. Cuando le contesté que las dos cosas, reaccionó del mismo modo dual a la respuesta; nos hemos metido en un bucle. Intentaré, también, explicar que quiero decir en próximos posts, a ver si este calvo achinado deja de insultarme).


PS. Apoyo la propuesta del compa Alba Rico de que el próximo Secretario General de Podemos sea el Pato Donald, aunque no saldrá porque es poco transversal.

1 comentario:

  1. Podemos War
    Vistalegre II: ¿Le gusta este jardín que es suyo? ¡Evite que sus hijos lo destruyan!

    https://www.youtube.com/watch?v=oP1lmPohBQo&feature=share

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