sábado, 8 de noviembre de 2025

 

Quizá me equivoque, y alguien podría tildarme de conspiranoico, pero veo en los media del establishment -los que cada día nos dicen no ya lo que tenemos qué pensar, sino incluso cómo es el mundo, que datos, supuestamente empíricos, informan el sistema cognitivo de los mayores de 30 o 35 años- una tendencia a hablar menos del cambio climático y, cuando se habla, a subestimarlo. De los jóvenes, ni hablo; ellos obtienen su información básicamente en las redes, donde las fakes hacen su agosto y donde, en buena medida por incomparecencia de la ‘izquierde’, medra a su antojo la extrema derecha. Añadiendo a lo anterior que la población, la supuesta garante de las democracias liberales, asume, como buenos, dóciles, ciudadanos del sistema este ninguneo del cambio climático. Leo en la Vanguardia: “Entre los países que más baja la preocupación [por el cambio climático] están Francia (52 a 45%), Dinamarca (51 a 41%), Reino Unido (45 a 35%), España (44 a 37%) y Alemania (42 a 34%). A nivel global, la preocupación de los ciudadanos por la emergencia climática cayó 21 puntos en tres años”. Tres años en los que los efectos deletéreos de la perturbación atmosférica no han dejado de crecer y manifestarse. Recomiendo, en relación con el creciente desinterés hacia esta temática, el artículo de la Vanguardia del que saque los datos de arriba; es muy interesante y bastante riguroso. https://www.lavanguardia.com/vivo/tendencias/20251107/11230243/cambio-climatico-ceba-europa-gente-vez-le-preocupa.html

Todo este asunto parece que se consiste en una acción combinada, y favorecida por los tiempos históricos que corren, de un sector de la oligarquía política y, globalmente, por el gran capital de la megacorporaciones y ultrarricos. El primer factor es el auge hasta ahora imparable de la extrema derecha, negacionista o, como mínimo, retardista: o bien no existe tal cosa como el cambio climático antropogénico (yo diría capitalogénico, pero eso es otra historia), o bien se han exagerado mucho e interesadamente -por todos menos por ellos- sus efectos y su inminencia. El caso de Trump es paradigmático y apesta; por ejemplo, pone a un tal Zeldin, un ultraretaedista del mundillo del petróleo, de director de la agencia de medio ambiente, el zorro en el gallinero. Pero incluso el entusiasmo del converso que movió a la UE en la segunda década del siglo actual se ha visto muy atemperado en su programa del Pacto Verde Europeo que, si bien hacía aguas por todas partes desde el punto de vista ecológico, al menos mostraba una preocupación aparentemente real. Pese a sser tan  poco ambicioso en objetivos,  los plazos establecidos, se incumplen de facto o se retrasa de iure, por falta de implementación de medios adecuados.

Por el lado económico, también es bastante obvia la situación. Todas las políticas ‘verdes’ llevadas a cabo por gobiernos, o supragobiernos tipo UE, han tenido dos fines fundamentales. El primero es propagandístico, hacer ver a las poblaciones, y, en muchos casos, a ellos mismo -no todo es cinismo- que están  muy preocupados por el cambio climático y se aprestan a tomar medidas para mitigarlo; medidas ‘verdes’, que halaguen a ecologistas y a una cantidad entonces creciente de personas concernidas por el problema. El segundo fin es más importante, Hace diez o doce años se empezó a considerar, tras la crisis del 2008 y el estancamiento  posterior del capitalismo occidental, que la industria verde podría ser la nueva locomotora de la acumulación capitalista. La sustitución de los combustibles fósiles por ingenios que que no despidieran cantidades ingentes de CO2, que suministrasen energía no contaminante, es decir, energía eléctrica: fotogeneradores y aerogeneradores de electricidad, supuso para grandes corporaciones industriales y comerciales y para grandes fondos inversores una oportunidad de negocio impresionante. Y, por añadidura, les permitía presentarse, como benefactores de la humanidad -hay anuncios de Repsol, Iberdrola, y compañía que producen vómitos, una vez más el lobo, ahora mostrándose a las gallinitas como su protector. Todo parecía ir sobre ruedas: enormes inversiones en placas solares y en molinos eólicos, apoyadas por aportaciones gubernamentales., crecientes porcentajes de electricidad producida con energías limpias. 

El problema es que no ha tardado en aparecer el tío Paco con las rebajas. Por un lado, aunque esto no les preocupa a industrias y gobiernos, las emisiones de CO2, siguen creciendo -a menor ritmo, eso sí,- cuando la idea es que fueran disminuyendo en términos absolutos hasta llegar a la descarbonización en 2050-. Sucede que la energía producida con fuentes verdes no sustituye, sino que se añade a la energía fósil y las partículas de dióxido de carbono suspendidas en el aire atmosférico han llegado a una concentración más de 420 ppm (partes por millón).

El auténtico problema para el mundo dfinanciero-industrial es que el dinero invertido en la construcción y puesta en funcionamiento de esta producción verde de electricidad no es un buen negocio. Los paneles solares están casi monopolizados por la industria china; sencillamente, producen a unos precios con los que las empresas occidentales no pueden competir, ni siquiera con las subvenciones estatales existentes. En lo que respecta a los molinos, se enfrentan a graves dificultades tecnológicas y la inversión inicial es muy difícilmente amortizable; y, de nuevo, pese a unas subvenciones que, en última instancia, pagan los ciudadanos de a pie, en vías de precarización. Es decir, la tasa de ganancia de las tecnologías es mucho menor de lo que suponían los dueños del capital, muy decepcionante hasta el punto de que las inversiones (occidentales) están estancándose o decayendo. A esto se suma, favorecido por las sanciones económicas a Rusia derivadas de la guerra de Ucrania, la ofensiva de extractores y vendedores de las energías fósiles clásicas. El carbón vuelve a utilizarse masivamente, tanto en Europa como en USA, y el gas natural, en ausencia de la competencia rusa, que ahora proporciona USA a Europa procedente en buena medida del fracking, ha elevado sus precios de manera notable. En definitiva, los combustibles fósiles son, hoy por hoy, más rentables que los que proporciona la transformación del sol y el viento en electricidad. 

La economía y la política, pues, se orientan hacia posiciones nítidamente retardistas, y su alternativa, en el campo de lo político, se sitúa más cerca del negacionismo del calentamiento global causado por el efecto invernadero del CO2. Las metas de la COP21 de Paris, no alcanzar un aumento de 1,5 ºC en el 2050, ya se han superado, negativamente, en el 2025. Y en el overshooti, eso de que seguimos aumentando las emisiones como si no hubiera un mañana hasta que la tecnología nos salvb, en especial mediante algún invento de captura del carbono atmosférico que nos devuelva a esos tiempos en que el cambio climático y sus consecuencias eran expresiones de milenarismo.



Por cierto, estoy intelectualmente harto de las identificaciones, como si formaran parte parte de un mismo campo semántico, de colapso con apocalipsis, catastrofismo, milenarismo, incluso a veces, conspiranoia y terraplanismo. Son asociaciones típicas de los progres y sus medios, todavía defensores del Capitalismo Verde; la derecha, en general, ni se molesta. El desarrollo del cambio climático y sus efectos, entre ellos los fenómenos meteorológicos extremos, ambos en progresión, son objeto de un estudio que debe ser científico, lo que entiendo pr mantener siempre una racionalidad crítica, un método científico, siempre ad hoc, pero siempre sosteniéndose en la empiria, y, sobre todo, creo, una absoluta honestidad profesional. Unos serán más gradualistas y otros más disruptivos, pero cualquier polémica o diferencia ha sde dirimirse sobre la base de publicaciones rigurosas, corregidas por pares, etc. No se confundan con tesis absurdas e interesadas, o visiones psicóticas del mundo. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario