jueves, 11 de noviembre de 2010

FALSEDAD Nº 2: LOS MERCADOS FINANCIEROS FAVORECEN EL CRECIMIENTO ECONÓMICO

La integración financiera ha llevado el poder de las finanzas a su cenit porque ha unificado y centralizado la propiedad capitalista a escala mundial. A partir de este momento son las finanzas las que determinan las normas de rentabilidad exigibles al conjunto de los capitales. El proyecto consistía en que las finanzas del mercado sustituyeran a la financiación bancaria de las inversiones, proyecto; que por cierto; ha fracasado, ya que a día de hoy son las empresas las que financian a los accionistas y no al contrario. Sin embargo, la gobernanza de las empresas se ha transformado profundamente para ajustarse a las normas de rentabilidad del mercado. Con el aumento del poder del valor actionnariale se ha impuesto una nueva concepción de la empresa y su gestión, centrada en el servicio exclusivo del accionariado. La idea de un interés común de las diferentes partes involucradas en la empresa ha desaparecido. Los directivos de las empresas que cotizan en Bolsa tienen ahora como misión principal satisfacer el deseo de enriquecimiento de los accionistas y de si mismos. Como consecuencia, han dejado de ser asalariados, como lo demuestra lo desmesurado de sus remuneraciones. Como explica la teoría de la “agencia”, se trata de que los intereses de los directivos sean convergentes con los de los accionistas.

La norma impuesta por las finanzas a las empresas y a los asalariados consiste en que el ROE (Return on Equity o rendimiento de los capitales) esté entre el 15% al 25%. La herramienta para ejercer este poder es la liquidez, ya que permite a los capitales no “satisfechos” irse a otro “lado” en cualquier momento. Cara a este poder, tanto los asalariados como la soberanía política están en inferioridad por su fraccionamiento. Esta situación de desequilibrio conduce a exigencias de beneficio no razonables porque frenan el crecimiento económico y conducen a un continuo aumento de las desigualdades de las rentas. Por una parte las exigencias de rentabilidad inhiben fuertemente a la inversión: la rentabilidad requerida es tan alta que es difícil encontrar proyectos con un comportamiento capaz de satisfacerla.

Las tasas de inversión permanecen débiles históricamente en Europa y los Estados Unidos. De otra parte, estas exigencias provocan una constante presión a la baja sobre los salarios y el poder de compra, lo que no favorece la demanda. El freno simultáneo de la inversión y el consumo conducen a un crecimiento débil y a un paro endémico. Esta tendencia se ha contrarrestado en los países anglosajones mediante el aumento del endeudamiento de los hogares y por las burbujas financieras que han creado una riqueza ficticia, permitiendo un incremento del consumo sin salarios, pero acabando en el crac.

Para remediar estos efectos negativos de los mercados financieros sobre la actividad económica proponemos tres medidas a debate:
Medida 5ª: Reforzar significativamente los contrapoderes en las empresas para obligar a las direcciones a tener en cuenta los intereses de las partes presentes.
Medida 6ª: Incrementar fuertemente la imposición a las rentas muy altas para desincentivar la carrera hacia rendimientos insostenibles.
Medida 7ª: Reducir la dependencia de las empresas respecto de los mercados financieros, desarrollando una política pública de crédito (tasas preferentes para las actividades prioritarias en el plano social y ambiental).

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Uno de los fenómenos más significativos de la financiarización del capitalismo en la etapa postfordista ha sido la sustitución progresiva de los sistemas de financiación empresarial, desde el predominio del empréstito bancario al de la apelación a los mercados de préstamo (referido a grandes y medianas empresas, claro; las pequeñas siguen dependiendo de los bancos). Proceso, por otro lado desigual, muy intenso en los países anglosajones y no tanto en otros como Alemania y Japón. No es causal que éstos sean, junto con algunos emergentes, las principales potencias exportadoras del mundo (tampoco me parece casual que sean los perdedores de la II Guerra Mundial, aunque no voy a desarrollar aquí tan inusitada hipótesis).

La financiación directa en el mercado de dinero constituye un factor primordial en la creciente supremacía de la economía especulativa. Con más precisión la supremacía de las prácticas especulativas sobre las productivo-comerciales, supremacía que, en mi concepción, es el punctum crucis de la financiarización del capitalismo, lo que en puridad lo define. Sin embargo, no hay una ligazón entre financiación en mercados de capitales y especulación (mejor: especulativización; de vez en cuando hay que echar mano de la potencia creativa, de innovación, del lenguaje ordinario, ¡vivan los miembros y las miembras!). De hecho, esa visión idílica del capitalismo reconciliado con el pueblo, el de las sociedades anónimas con propiedad extendida a la mayoría de la población, esa sociedad de trabajadores-accionistas que quebraba la voz de una dama en ese instante no tan férrea, es un capitalismo autofinanciado por los agentes productivos.

Si se produjo la relación causal citada fue porque se concitaron una serie de circunstancias, económicas y extraeconómicas, que movieron a gran parte de los dueños del capital a desplazarse de los mercados primarios a los secundarios (desfigurando, paru passi, los mercados primarios) en pos de ganancias impensables en otros ámbitos. También pérdidas, claro; al fin y al cabo estamos hablando de un 'capitalismo de casino' en feliz expresión de Keynes. El industrioso burgués calvinista de Weber mutó en una especie de übermensch hortera.

El Manifiesto afirma que “ el proyecto [de sustitución de la financiación bancaria de las inversiones por la obtenida en mercados financieros] ha fracasado, ya que a día de hoy son las empresas las que financian a los accionistas y no al contrario.” No me parece un análisis muy fino. As usual, me veré obligado a resumir en exceso ( intento, en permanente lucha contra mis propensiones innatas, no enladrillar del todo este blog, que, por otra parte, ignoro a quien va, o iría, dirigido; lo dejaremos en 'a todos y a ninguno'). Muy por encima: la apelación a los mercados financieros de los empresarios 'productivos' forma parte del proceso general que se inicia en la década de 1980 de recurrir a dichos mercados aprovechando la gran cantidad de capitales libres, y que tiene uno de sus principales hitos en la decisión del FED de financiar el déficit con deuda pública y no con emisiones inflacionistas de moneda.

Este proceso contribuyó a aumentar el peso global de los mercados de dinero y el poder relativo de los capitalistas financieros, lo que promovió, a su vez, una intensa desregulación de las operaciones en esos mercados. El capital financiero pasó de ser primum inter pares a dictator; nadie puede poner límites, restricciones, controles a su libre discurrir. Sin embargo, y en mi opinión, el recurso a los mercados financieros de las inversiones productivas es un componente secundario y contingente de la financiarización; lo esencial es el ya mencionado desplazamiento progresivo de las actividades económicas desde la esfera productiva a la especulativa, desde los mercados de dinero (mal llamados a veces 'de capital') primarios – relacionados directamente con la producción y comercialización de bienes y servicios, donde la obtención de ganancia pasa por la extracción de plusvalía - a los secundarios, meramente especulativos, en los cuales las ganancias no son sino redistribución de ganancias previas.

No creo, pues, que haya fracasado la desintermediación bancaria en la financiación de inversiones y su correlativa realización en los mercados financieros; no parece observarse una vuelta a los viejos tiempos de la financiación bancaria predominante que permitiría, entonces sí, hablar de fracaso. Por ello debo de objetar el lapidario aserto del 'Manifiesto': “a día de hoy son las empresas las que financian a los accionistas y no al contrario.” En primer lugar, ese “no al contrario” es incierto, las empresas siguen financiándose en los mercados de acciones y obligaciones. Por otro lado, es bastante sesgada, por no decir abstrusa, la formulación: “las empresas financian a los accionistas”. Si no la interpreto mal - lo hago a la luz de lo que en el texto viene a continuación -, se trata de apuntar el fenómeno de que sea el capital especulativo quien fije, durante un tiempo insólitamente prolongado, los tipos de interés de referencia, teniendo el capital productivo que adaptarse a ellos. Pero esto, al menos en teoría, podría haberse producido aun con el modelo de financiación antiguo. Sencillamente, el tipo de interés de los activo bancarios estarían fijados por el sector especulativo.

Veamos como funciona esta adaptación de lo productivo a lo especulativo. En el capitalismo de los manuales académicos, las empresas devengan dividendos a sus accionistas en función de las ganancias obtenidas; la rentabilidad de cada acción covaría así, con la tasa de ganancia, de hecho el dividendo es, propiamente, una participación alícuota en los beneficios de la empresa. Así, el accionista 'tradicional' estaba interesado en la buena marcha de la empresa porque se veía beneficiado de dos modos: los dividendos aumentaban y el valor real contraparte de su acción también se incrementaba (la empresa valía más). Pero las operaciones especulativas que experimentan las acciones en los mercados secundarios trastocan este armónico panorama. En el curso de una burbuja financiera, las acciones incrementan su cotización muy por encima de la marcha real de las empresas; como ya se dijo, la especulación trabaja con expectativas, no con realidades presentes. Lo que le importa a los accionistas 'modernos' no es que se dé valor a la empresa sino a las acciones de la empresa; incluso los dividendos son para ellos algo secundario. Lógico: si, surfeando sobre una burbuja, una empresa ve duplicarse la cotización de sus acciones, un dividendo de un, pongamos, 10%, es insignificante en relación a esa revalorización del 100%. De ahí las frecuente sustituciones, con el beneplácito de la masa accionarial, del reparto de dividendos por la creación de expectativas positivas (supuesto crecimiento) que disparen aun más el precio de las acciones. Lo que no le importa a los accionistas y, al parecer, a nadie, es que ese 10% de dividendos es, más o menos, riqueza creada, nuevos valores de uso, mientras que el 100% de la repreciación de las acciones (el 90%, siendo más precisos y deduciendo esa riqueza real del 10% que ya no se devenga) es mero humo; si es materia sería, en todo caso, aquella que Próspero atribuía al ser humano: la de los sueños.

Muy resumidamente, éstos fueron los hechos: tras unos primeros años, década de 1980, en los que se produjo una fuerte elevación de las tasas de ganancia, debida a la reducción de salarios reales ocasionada, a su vez, por la ofensiva política e ideológica neoliberal que marcó el fin del periodo fordista-keynesiano, comenzaron los problemas de realización de las mercancías, es decir, de sobreacumulación. Ello dio lugar a una reducción de las inversiones productivas, generando un 'problema' adicional: una enorme cantidad de dinero – el obtenido del aumento de los beneficios, más los petrodólares y aún los eurodólares de los 50s – en busca de unas ganancias que ya no podía suministrar el aparato productivo de los paises desarrollados. La deslocalización de industrias y la financiarización trasnacionalizada – lo que ha venido en llamarse 'globalización' – ofrecieron salida a esas masas de dinero ansiosas de trocarse en capital (es decir, en fuente de beneficios). En este entorno, las exigencias de rentabilidad empresarial se desbocaron. Es el famoso, y delirante, ROI estándar del 15% , que obliga a perseguir unos ROE de hasta el 25%, como señala el Manifiesto. Con estas condiciones, poco capital productivo pudo acumularse en los países occidentales. Los salarios reales de los trabajadores de dichos países seguían disminuyendo (o, al menos, la masa salarial global), pero eso no era suficiente para obtener las ganancias mencionadas; la fiebre especulativa proporcionó la ficción de que esas ganancias podían conseguirse 'jugando a la Bolsa' (sinécdoque de prácticas especulativas cualesquiera). Burbujas y sobreendeudamiento se sobrealimentaban mutuamente en un proceso vesánico que, sin embargo, era bendecido por la Economía académica cuando cualquier estudiante de 1º de Económicas podría haber detectado su absurdidad si no se hubiera hallado narcotizado por la Ciencia de sus profesores. El pinchazo inmobiliario puso fin a este desplazamiento de lo real a por lo fantasioso. El inmenso valor crediticio que se había creado a costa de las subidas arbitrarias de los precios del suelo y los diversos esquemas Ponzi construidos sobre ellas, se reveló como lo que era: en buena parte, nada (esa 'buena parte', la proporción del valor ficticio, sin contrapartida alguna de riqueza, aun esta muy lejos de saberse). Incipit tragœdia.

Esto se eterniza. Corto. Es interesante la alusión del Manifiesto a una de las consecuencias más relevantes en el ámbito social y político de la financiarización: el relevo del empresario-propietario clásico, el héroe schumpeteriano, por la 'corporate gobernance', los altos ejecutivos que llevan de facto la gestión de las empresas, una nueva subclase en parte asalariada y en parte empresarial, puesto que un componente de sus ingresos totales esta en función de los beneficios de la empresa. Forman un grupo social que por sus características, formación académica, visión del mundo, etc, se adecuan a la perfección al objetivo prioritario de las grandes y medianas empresas en la época de la financiarización: revalorizar al máximo y en el menor tiempo posible sus acciones de la empresa, aunque vaya en detrimento de su solidez como entidad productiva.Esta revalorización prevalece incluso sobre el incremento de dividendos; no es ajeno a ello que una parte importante de la remuneración de los gestores se realice a través de las stock options. El nuevo grupo social de ejecutores de la gobernanza empresarial se incorpora al conglomerado de dirección del Sistema, constituyéndose así una nueva estructura global de poder en donde lo político y lo económico se funde y se confunde aun más que antes abarcando todos los estratos jerárquicos del establishment, incluso los más bajos.

En cuanto a las medidas propuestas, la 5ª es un brindis al sol, es obvio que hay que reforzar los contrapoderes; pero, para eso, hay que aumentar nuestro poder y disminuir el de los otros. En eso ¿estamos? La 6ª y la 7ª son medidas socialdemócratas clásicas. En especial, la 7ª es de una timidez extrema proponiendo un modelo de sector financiero mixto para desarrollar “una política pública de crédito”. Creo, sin necesidad de romper con la socialdemocracia, que la nacionalización de la banca es algo que debe reivindicarse sin restricción ni mediación algunas, obvia en lo económico y de una mínima decencia desde una perspectiva ética, y hasta estética.


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