domingo, 7 de noviembre de 2010

Falsedad número 4

FALSEDAD Nº 4: EL AUMENTO DE LAS DEUDAS PÚBLICAS ES PRODUCTO DE UN
EXCESO DE GASTO

Michel Péreau, uno de los 'padrinos' de la banca francesa, describía en 2005 en uno de sus informes oficiales ad hoc, una Francia ahogada por la deuda pública, sacrificando a sus generaciones futuras, entregada a gastos sociales sin razonamiento. El Estado se endeudaría como un padre de familia alcohólico que bebe por encima de sus posibilidades: tal es la visión difundida por los editorialistas. La reciente explosión de la deuda pública en Europa y el mundo, tiene otra causa: los planes de sabotaje de la finanza y, sobretodo, la recesión provocada por la crisis bancaria y financiera que comenzó en 2008: el déficit público medio de la zona euro solo era el 0’6% del PIB en 2007, pero la crisis le hizo ascender al 7% en 2010. La deuda pública pasó en el mismo periodo del 66% al 84% del PIB.

A pesar de esta subida, en Francia y numerosos países europeos la deuda pública, ya había sido moderada antes de esta recesión: proviene principalmente, no de una tendencia al alza del gasto público – al contrario, en relación al PIB se han estabilizado o bajado en la UE desde el comienzo de los 90- sino del desmoronamiento de los ingresos públicos, la debilidad del crecimiento económico en el periodo considerado y la contrarrevolución fiscal llevada a cabo por la mayoría de los gobiernos desde hace veinticinco años. A largo plazo, la contrarrevolución fiscal ha alimentado continuamente el hinchado de la deuda de una recesión a la otra. Por ejemplo, en Francia un reciente informe parlamentario cifra en 10.000 millones de euros (en 2010?) el coste de la baja de impuestos en el periodo 2.000 – 2.010, sin incluir las exenciones a las cotizaciones sociales (30.000 millones de euros y otros 'gastos fiscales'. Los estados europeos, faltos de armonización fiscal, se han enzarzado en una competencia fiscal entre ellos, bajando impuestos a
las sociedades, las rentas altas y los patrimonios. Incluso si el peso relativo de estos factores varía de un país a otro, el alza casi generalizada de los déficits públicos y los ratios de deuda pública en Europa en los últimos treinta años no es un producto principal de la deriva culpable de los gastos públicos. Un diagnostico que abre vías diferentes a la sempiterna reducción de gastos públicos.

Para reabrir el debate público fundamentado sobre el origen de la deuda y por tanto de los medios para remediarla, proponemos a debate luna proposición:

Medida 9ª: Realizar una auditoria pública y ciudadana de las deudas públicas, para determinar su origen y conocer la identidad de los principales poseedores de títulos de deuda y las cantidades que poseen.

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En efecto, el déficit fiscal, y la deuda publica que va acumulando, aumentaron notablemente los últimos treinta años. Pero ello no fue debido, como sostienen sumariamente los neoliberales, a un gasto público para el que no ahorran calificativos feroces – desmandado, ineficiente, dispendiosos, etc -. De hecho durante el periodo 1980-2007 el gasto publico apenas creció en relación con el PIB. La principal causa del déficit en estos años fue la disminución de los ingresos fiscales. El triunfo de las ideas ultraliberales y su concreción en la llamada 'economía de la oferta', dio lugar, en el ámbito de la política hacendística a una contrarreforma fiscal que rebajaba los tipos de los ingresos salariales más altos, de las rentas de capital así como los impuestos a las empresas. Ciertamente, los gastos de los Estados se han disparado desde el 2007, en una pequeña parte para el amago de puesta en marcha de políticas anticíclicas keynesianaas que pudieran paliar y acortar la recesión que se abatió sobre todos los países occidentales y en otra parte muy grande para salvar a las instituciones financieras en trance de quiebra por su 'mala cabeza'. Exceptuando algún austroliberal, ningún economista liberal tachó de ineficientes o dispendiosos estos gastos.
Coincido, pues, con el análisis del Manifiesto en este punto. Pero no puedo resistirme a expresar la repugnancia que me provoca esa explicación 'moral' de la crisis, quizá la mas extendida en los media, que la atribuye a que “todos”, ricos y pobres, capitalistas y trabajadores, hemos vivido por encima de nuestras posibilidades gracias al uso irresponsable del crédito. Asimilar al contratante de un préstamo hipotecario en condiciones demenciales literalmente engañado por su agente comercial bancario con el Sr. Botín o el Sr. Buffet es una grotesca desfachatez. Eppure, no deja de haber en mí una veta bíblica, incluso savonaroliana, que se escandaliza con la orgía kitsch de dispendio generalizado que se ha producido en los países occidentales – típicamente, como no, en el nuestro – a lo largo de estas últimas décadas, con los obreros renegando de ese glorioso nombre y autodesígnandose (o, al menos, aceptando satisfechos la heterodesignación) 'clases medias', ciñendo su horizonte vital a la posesión de un coche u un apartamento en la costa.

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