jueves, 8 de septiembre de 2016



2. Burkini y Estado. En nombre de la ley, ¡desnudese!


La habitual oposición Estado confesional - Estado laico empobrece la realidad y dificulta el análisis, al obviar otros tipos de Estado que no encajan en ninguno de esos dos. Con el objeto de examinar el asunto del burkini et alii, de su permisión o prohibición, me voy a centrar en ese Estado laico que, en su uso por los media, incluso en la Academia, incluye atributos contradictorios entre sí. Y es que esta polémica, los posicionamientos en torno a ella, permite discernir dos concepciones antagónicas respecto a cómo debe tratar un Estado el hecho religioso y la existencia de comunidades religiosas que, con alguna rara excepción (no sé, el budismo zen o el pastafarismo), tratan de conseguir una creciente influencia cultural y política o mantener la que ya tienen. A esas dos concepciones las dedenominaré laicismo y laicidad. Los laicistas persiguen un tipo de Estado que ellos llaman laico y que en este texto designaré 'laicista', mientras que la pretensión de laicidad propugnaría un Estado que aquí se adjetivará como 'laico'. No está de más avanzar que soy partidario de este Estado laico y no laicista. Tanto el Estado laico como el laicista se remiten a los Estados de Derecho liberales de nuestro entorno cultural. Prestaremos especial atención al Estado francés, donde surgió el affaire burkini. En el Estado británico no se habría planteado, lo que no quiere decir que allí aten los perros xenófobos con longaniza de pato (para no ofender a los seguidores de Alá), tan sólo que los conceptos teóricos, por ejemplo laico vs. laicista, sólo valen como herramienta de análisis de lo que realmente importa en política, la multiplicidad de realidades concretas cada una de la s cuales requiere de un praxis específica.

Se entiende por Estado laicista aquel que mantiene una actitud beligerante ante cualquier hecho religioso y que pugna por disminuir la influencia social de las sectas religiosas (no soy sectario, cuando digo 'sectas' incluyo a la Católica). Las propuestas laicistas surgen de una interpretación de la Ilustración como una ideología, vale decir una religión, de la Razón – recuérdense la conversión de catedrales francesas en Templos de la Razón durante la Convención revolucionaria francesa – , y no como lo que, en su conjunto, fue: un ataque a la sinrazón imperante convertida en dogma y guía de acción. El laicismo y los Estados laicistas que conforman van desde casos siniestramente grotescos, por ejemplo el marxismo-leninismo instituido en religión de Estado en la URSS y la China maoista, hasta los tics antirreligiosos que ha mostrado a lo largo de su historia una sensibilidad jacobina dentro del Estado francés, al fin y al cabo heredero de los Robespierre y los Chaumette.

Un Estado laico, en cambio, es aquel que se mantiene al margen, es decir, no interviene, en asuntos relacionados con las ideas de los ciudadanos, no sólo religiosas, tampoco en las consideradas profanas o seculares. No es un Estado laicista, pero tampoco no-confesional, porque para el Estado laico las confesiones no son de su incumbencia, quedan fuera de su horizonte de acción. Un Estado no-confesional es, por ejemplo, el español actual, en cuya constitución no se establece una religión de Estado pero sí se habla de contar con las creencias religiosas de los españoles e incluso se cita explícitamente a la Iglesia Católica, lo que indica con claridad por donde van los tiros (un Estado cripto-confesional más papista que el Papa Francisco). Un Estado laico es, no ya neutro, sino indiferente, respecto a las ideas religiosas y a la prácticas religiosas, tan sólo se ocupa de comportamientos asociados a esa prácticas que supongan una ruptura de la convivencia establecida por el Derecho. Un Estado laico, por ejemplo, no prohibiría o castigaría sacrificios ceremoniales de recién nacidos que por los sacerdotes de tal o cual religión, prohibiría los asesinatos de personas, bebes incluidos y castigaría a esos sacerdotes por asesinos; y prohibiría esa religión no como religión sino por ser una asociación de malhechores.

En general, y según mi opinión, un Estado debe ser lo más laico y descreído posible, pero no laicista activo. Así, creo que una constitución democrática debería contener muy pocas ideas explícitas: que la soberanía reside en el pueblo y poco más. El resto debería centrarse en organizar una institucionalidad, siempre cambiable con facilidad, que haga efectiva esa soberanía de un modo formal y materialmente democrático. El Estado no tiene que imponer o defender ideas, tiene que garantizar que los individuos y los grupos sociales elaboren, profesen y defiendan con entera libertad sus ideas y las medidas que las materializan, creando un marco de conflicto y de debate pacífico y razonable, que se base en el predominio de las mayorías y en el respeto a las minorías y a su posibilidad de llegar a ser mayorías. Por supuesto, todo lo anterior, tan genérico, es muy fácil de decir. Lo difícil es la la letra pequeña, aquella con que se escriben los hechos concretos; elaborar las normas para casos reales complejos en los que entran en litigio derechos, intereses o deseos legítimos e incompatibles. Así, respecto al asunto que nos ocupa, ¿qué papel debe jugar un Estado laico respecto a la vestimenta de las mujeres musulmanas? A primera vista, ninguno específico, aplicar los criterios generales para hombres y mujeres de cualquier credo o condición. Eso es lo que ha hecho el Consejo de Estado francés y, en mi opinión, lo que, en unas circunstancias como la que se dan aquí y ahora, debía hacer todo Estado de Derecho.

El Estado ha de proteger pues, el derecho de cualquier mujer, sea musulmana, atea o devota de lo cool, a ir por la calle con burka o minifalda, a tomar el sol en la playa con burkini o bikini. Ha de garantizar su libertad constitucionalmente reconocida, impidiendo con sus aparatos represivos que un tercero atente contra la libertad de toda mujer (u hombre) de vestir como desee. Un Estado de Derecho no puede ir más allá en lo que respecta a sus funciones policial-judiciales. A lo sumo, puede establecer legislaciones específicas y proveer de recursos extras para afrontar con más eficacia áreas de delito de especia gravedad o extensión, como, por ejemplo, la violencia de género. Unos códigos jurídicos especializados en un tipo de delito que, dicho sea de paso, no constituyen ningún tipo de ataque a la igualdad ante la ley – eslogan que repiten como papagayos los machos españoles que se sienten agraviados por la ley Integral de Violencia de Género –, sino que tratan de reforzar la protección de sectores de población socialmente más propensos a la victimización (todo esto, sin perjuicio de considerar la susodicha ley manifiestamente mejorable en varios puntos).

Aunque en el siguiente punto utilizaré la entrevista a Marieme-Helie Lucas para ilustrar la posición que promueve un Estado laicista, defensor activo de 'los derechos de las mujeres pisoteados por el islamismo', voy a fijarme ahora en la parte de la citada entrevista en que se trata de forma más teórica y general la tópica de lo que Lucas llama Estado laico y yo, laicista. Comencemos con una definición de Lucas: “ ... el laicismo ni pone ni quita velos a las mujeres. Pero resulta indudable que la interpretación fundamentalista de unas órdenes pretendidamente emanadas de Dios busca forzar a las mujeres a llevar velo. El laicismo no es una opinión, ni una creencia; es única y exclusivamente una definición y una regulación del Estado frente a la religión. O el Estado interfiere en la religión, o no interfiere. El laicismo, cuando menos en su definición original, instituye formalmente la no interferencia del Estado en la religión. Y no deberíamos aceptar otra definición del laicismo.” La concepción de Lucas me parece no solamente errónea en sus contenidos sino también analíticamente confusa. El laicismo no es 'única y exclusivamente una definición y una regulación del Estado frente a la religión', el laicismo es una toma de posición teórica y práctica de un conjunto de personas – quienes, en ese sentido, configuran un movimiento – que busca erradicar o disminuir el poder de construcción hegemónica de las religiones en la vida social. Surgido de la crítica a las religiones cristianas llevada a cabo por ilustres pensadores ilustrados – siempre viene Voltaire a la cabeza –, que las consideraban un pensamiento supersticioso y, por ello, un freno del progreso de las sociedades hacia el reino de la Libertad y de la Razón (luego, vino el tío Weber con las rebajas), el laicismo se desarrolla sobre todo en el ámbito de la lucha cultural, combatiendo todo tipo de teismo y proponiendo una visión inmanentista. Hasta ahí nada que objetar. Yo mismo soy laicista, asumiendo que el laicismo es plural, que caben en él planteamientos variados. El problema surge cuando esel laicismo genérico se plantea su relación con el Estado, en concreto acerca e qué debe hacer el Estado con las comunidades y las ideas religiosas. En ese punto se presentan dos posturas, quienes creen que el Estado debe ser neutro e imparcial, lo que llamo 'Estado laico', o bien que el Estado debe ser activo en la consecución de los objetivos laicistas, que es lo que defino como 'Estado laicista'. Vistos los conceptos y sin pretender en absoluto una contienda por los términos, sigo con Lucas.


La pregunta es ahora: “ … hasta qué punto estamos dispuestos a permitir que el Estado intervenga en asuntos privados como, por ejemplo, el modo de vestirnos. ¿Qué diría usted a eso?” Dice Lucas: “... difícilmente podría yo aceptar la fórmula de 'una mujer que elige cómo vestirse'. Ese velo no puede, definitivamente no puede, equipararse con la opción de llevar tacones o zapato plano, minifalda o falda larga. No es una moda; es un marcador político. Si uno decide que va a ponerse un broche con una esvástica, no puede ignorar su significado político; no puede pretender que se desentiende del hecho de que fue la “bandera” de la Alemania nazi. No puede alegar que sólo le gusta su forma. Es una afirmación política.” En primer lugar es más que discutible que no puedan equipararse, mutatis mutandis, la opción del velo con la de llevar tacones (sobre ello escribiré más adelante). Pero la semejanza entre llevar un velo y ostentar una cruz gamada es una pasada total. A no ser que, como ella, se vea en el velo o el burka un marcador político de fundamentalismo terrorista islámico; otra pasada. Continúa Lucas: “De manera que si el Estado se propusiera regular el burka o el nikab, no estaría regulando el modo en que vestimos, ni estaría interfiriendo en un gusto personal o en una moda, sino en la exhibición pública de un signo político de un movimiento de extrema derecha … Hacer eso podría perfectamente caber en el papel del Estado laico. Puede debatirse al respecto. Pero lo que no es debatible es que las mujeres que llevan burka hoy están bajo las garras de un movimiento transnacional de extrema derecha. Y resulta irrelevante que las mujeres con burka sean conscientes del significado político actual de su velo o, al contrario, estén alienadas por el discurso político-religioso fundamentalista.” Puede debatirse, sí, pero creo que ni merece la pena. Se trata de un discurso con una gran coherencia interna, con el que la discrepancia es de principio, y ya dice el aforismo latino 'contra principia negantem non est disputandum'. Descansa en una visión del mundo compartida por ese sector de la izquierda que no duda en autocalificarse de 'verdadera izquierda' porque ya se sabe que “la Verdad es siempre revolucionaria”, y la Verdad esta en posesión del Lenin y sus continuadores. Llamémosle por su nombre: estalinismo. Por cierto que el citado eslogan es la frase de cabecera del blog de Público que redacta Lidia Falcón. Si uno no quería caldo con Lucas, taza y media de la señora Falcón: “Me argüirán enseguida que la mutilación genital causa lesiones físicas incurables y atenta contra la salud de las mujeres, pero, ¿es que acaso el burka y el velo y el burkini no atenta contra la salud psíquica? ¿Es que acaso saberte perteneciente a un sexo tan pecador, poseer un cuerpo objeto de toda clase de lascivias masculinas, tener que taparlo completamente porque no puedes exhibirlo inocente y normalmente, no causa trastornos mentales permanentes?" (Publico.es; 31 de agosto).

Heavy, no: extreme metal.





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