jueves, 22 de septiembre de 2016




En la tertulia de ayer, por mi falta de pericia expositiva y el ambiente dinámico y chispeante propio de una reunión de amigos, no conseguí explicar bien mi postura sobre el muy relevante tema propuesto por Perico. Brevísimamente, el egoísmo individual está en la base de la economía mercantil capitalista. Ese egoísmo se moduló y moderó en los países en los que nació y desarrolló el capitalismo, Europa centro-occidental, nórdica y anglosajona (incluyendo USA, con bastantes peculiaridades) gracias a la existencia de una moral social que procedía de la tradición protestante, sobre todo de la rama calvinista, propuegnadora de una férrea responsabilidad ética del individuo ante sus actos. Weber lo explica bien, aunque yo creo que más que el papel de impulsor del capitalismo, que propone Weber, la ética protestante jugó un papel principal de embridador, de integrador social, de un sistema que tiende a un caos chungo. La visión del mundo católica – u ortodoxa, muy parecida en esto a la papista – de los países del sur de Europa era, en cambio, disfuncional a este proceso. La España del XVI-XVII, que recogía el oro y la plata de América y la enviaba a los Países Bajos, Alemania o el norte de Italia para permitirles su acumulación originaria de capital, venía a ser ese patio de Monipodio que Cervantes insinuaba como metáfora de Castilla. Aquí la idea no era montar empresas, sino hacer negocios. Robar a los panolis, eso sí con mucha dignidad, poniendo, antes, después y si te pillan, la misma cara de español honorable que Rita Barberá o Rodrigo Rato.

Con frecuencia se dice que el gran drama de este país en que nunca se hizo una revolución liberal-burguesa, y es cierto. En lo que suele entrarse menos es en explicar por qué no tuvo lugar; algunos lo toman como una 'desgracia', algo así como si te atropella un tren. Lo cierto es que esta sociedad no daba para más. Y sigue sin dar, con el único rayo de esperanza que fue la II República y que, precisamente por ello, a la España eterna no le bastó acabar con ella: había que desintegrarla.

Hay otro proceso más moderno que se suma este y que procede del extranjero. Es la entrada del capitalismo en la fase neoliberal, cuyo principal efecto en el ámbito sociocultural ha sido extender, en lugar de la ética protestante al espíritu del capitalismo, el espíritu del capitalismo a la ética protestante (y a todas las demás). Ello ha dado lugar – hablo en líneas muy generales, las cosas son más complejas – al surgimiento de una casta que se ha aliado, de igual a igual cuando no de un modo predominante, a la clase burguesa de toda la vida: las élites que dirigen la gobernanza corporativa, ese conglomerado político-empresarial en que lo económico es hegemónico hasta el punto de que los Estados tienden a gestionarse como empresas. Es aquí donde ya encontramos el egoísmo en estado puro, no el que antepone sus intereses particulares a los de los demás o a los de la colectividad, sino el que sólo conoce sus propios intereses; creo que es la figura del psicópata, que me corrija Víctor. La sociedad capitalista mundial tiende a estar gobernada por psicópatas que manejan las instituciones económicas y políticas ya no cómo empresarios clásicos tipo Ford o Krupp, las manejan, citando a Marx, como mera personificación del capital. Pues en España, lo mismo y con caspa, mucha caspa, mucha ignorancia, mucho talante señorial de ese antiguo régimen que nunca se ha superado del todo en este puto país.

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