domingo, 4 de septiembre de 2016




De burkinis, feminismos, derechos e hipocresías varias

1. Lo que hay que ocultar y lo que hay que enseñar

Huyendo de los titulares de la política institucional española, no vaya a ser que me acometan ataques de narcolepsia de esos que le daban a River Phoenix en My private Idaho después de ser sodomizado, reparo que uno de los asuntos que los dueños de los media tiene a bien informarnos en estas fechas playeras, además de las socorridas invasiones de medusas y avistamientos de escualos peligrosamente cercanos a los bañistas, es el conflicto social generado en torno a los burkini. Cuando lo leí, no movió mucho mi interés que los alcaldes de algunas localidades de la Costa Azul prohibieran ese peculiar bañador, lo achaqué perezosamente al calentamiento de motores para las próximas presidenciales francesas; un tour de force (no es una pedantería, es que viene a huevo hablando de la France) entre Sarkozy y Le Pen (Marine) para ver quien es más xenófobo. Después de Valls, por supuesto.

Posteriormente, hace un par de días, me llegó al Facebook un artículo enlazado por mi querida amiga Genoveva Rojo que, en realidad, no hablaba del burkini, sino de su precursor etimológico, el burka, y de otras prendas que suelen llevar las mujeres musulmanas. El texto, de diciembre de 2014, es una entrevista a la escritora feminista Brigite Vasallo, militante de la Red Musulmanas, “colectivo de mujeres que trabajan por la difusión del feminismo --  islámico y contra los prejuicios hacia las mujeres musulmanas”. Me parecieron muy atractivos los planteamientos de Vasallo, sobre todo porque no estoy de acuerdo con bastantes de ellos y me obliga a pensar por qué. Bueno, fuera caretas, la complejísima problemática que va del multiculturalismo al relativismo cultural, pasando por el feminismo, el postcolonialismo y la reconfiguración de la humanidad por el capitalismo tardío, siempre han sido santos de mi devoción. Y, muy cercano a este asunto particular de los burkinis, viví con sumo interés la polémica que tuvo lugar hace siete u ocho años en el Nuevo Partido Anticapitalista frances en torno al velo de las musulmana. Empezó con la presentación de una candidata de religión mahometana y discreto hiyab, y, tras varios meses de formación de fracciones y multiplicidad de escritos, algunos infumables y otros muy lúcidos, la discusión y los enfrentamientos – y algunas cosas más, sin duda – acabaron con el proyecto NPA.

Entonces no tenía este blog (o quizá lo tenía y no lo usaba, no recuerdo) y mis reflexiones sólo fueron expuestas a algún amigo previamente aderezado de la buena disposición que da el tomarse unos espirituosos. Ahora, lo tengo y me dispongo a usarlo. Me valdré para ello, principalmente, de la entrevista a Vasallo, opuesta a toda medida represiva sobre los hábitos indumentarios de las mujeres musulmanas, y en otra entrevista que mantiene un posicionamiento opuesto, ésta a la feminista argelina Marieme-Helie Lucas. La entrevista tuvo lugar en 2014, por lo que no se refiere directamente al burkini pero sí al resto de prendas 'islámicas', y fue traducida y publicada este año en la revista digital Sinpermiso (por cierto que la cabecera del texto, juntando a una mujer con burka, a una monja armada – de tirachinas – que sale mucho en televisión, a Teresa Forcades y a Olivier Besançenot manifestándose al lado de una mujer con hiyab, tiene un claro tufo a periodismo tipo La Razón, pese al notorio izquierdismo post-sacristaniano de Sinpermiso; y el texto introductorio no mejora mucho la parte gráfica). Mi actitud hacia ambas autoras es crítica, aunque con Vasallo tengo acuerdos importantes y discrepo profundamente con la visión global, y sus corolarios particulares, de Lucas. Impugnar afirmaciones y argumentos de mujeres feministas siendo un hombre que pretende ser antimachista es muy delicado. De ningún modo quiero aquí decirles a las mujeres como tienen que afrontar su victimización patriarcal, tan sólo dar una opinión que, en última instancia, no deja de ser la expresión de un acuerdo con unas posturas feministas frente a otras.

Enlaces a las entrevistas:

http://arainfo.org/brigitte-vasallo-pensar-que-el-burka-es-patriarcal-y-que-las-mujeres-no-tienen-manera-de-redomarlo-es-una-mirada-colonial/


http://www.sinpermiso.info/textos/de-velos-islamicos-y-extremas-derechas-el-significado-profundo-del-laicismo-republicano-y-el-cobarde


A la primera pregunta, si “el velo integral es vejatorio para las mujeres”, Vasallo responde certeramente que el debate no debe ser ese, sino que “debería estar en torno a si es legítimo obligar o prohibir a una mujer vestirse de una manera determinada”. En mi opinión, ni siquiera eso, la cuestión clave es si es legítimo obligar a alguien a vestirse de una manera determinada y, en tal caso, por qué motivo habría que hacerlo. No pretendo seguir una táctica, por otro lado empleada por los antifeministas progres y no tan progres, de difuminar un problema de las mujeres en un magma difuso donde todos los gatos son pardos; ese clásico “yo no soy feminista porque no soy partidario de la igualdad solo de de las mujeres, sino de todas las personas”. No, lo que quiero es fijar un marco categorial más genérico que permita iluminar lo que tiene de específico la opresión de las mujeres. Así: existe el patriarcado porque existe la dominación de unos colectivos humanos por otros; el patriarcado es un sistema de dominación que coexiste simbioticamente con otros. Así planteado, la pregunta general es, creo, oportuna.

La forma de vestir no estrictamente funcional a protegerse de peligros naturales en toda formación socio-hístórica es un habito de carácter cultural. Las culturas son el elemento fundamental de consecución del consenso social, de la hegemonía, a lo Gramsci, de una clase. El otro pilar es la violencia de los aparatos represivos del Estado. La cultura legitima la organización social, incluyendo la necesidad de los aparatos represivos, quienes, en justa correspondencia, defienden la cultura con sus parlamentos, sus policías y sus jueces. Esto es una constante histórica en sociedades extensas y desarrolladas. Desde ello, las diferentes culturas son más o menos permisivas, están más o menos normativizadas y las coerciones estatales son más o menos bestias. Las culturas occidentales modernas, donde rigen las llamadas democracias liberales, son poco normativas con la forma de vestir. Si bien hay unos límites variables según los países, en general, la única frontera punible es la desnudez total o parcial. Del resto, el Estado no suele ocuparse, le deja el trabajo a los mecanismos coactivos de la 'sociedad civil'. Si uno asiste a a una boda en calzoncillos o vestido de pokemon, no se le dejará entrar o se le expulsará, generalmente no se llamará a la policía. Occidente es bastante permisivo en cuanto a la libertad de elegir como se viste (hay que añadir que tal permisividad es muchísimo mayor para los hombres que para las mujeres; y además lo es de manera sistémica).

Entonces, ¿por qué preocupa tanto en los países europeos cómo van vestidas las mujeres musulmanas? Creo, y ésta es mi primera 'toma de partido' que porque son musulmanas, no porque sean mujeres. Tengo la casi total certeza que si los musulmanes machos fueran ataviados con turbantes y foulards tipo Lawrence de Arabia, la furia prohibicionista también llegaría a ellos; al menos si con anterioridad se hubiese creado un estado de opinión, basado en la creencia de que la religión islámica obliga a todos los hombres a llevar turbante, que identificara el turbante con la opresión inherente al islam Entiéndase, no discuto que las mujeres musulmanas están, de derecho, obligadas a llevar cómo mínimo el pañuelo en los países islámicos, y, de hecho, en todos lados porque su cultura es, en estos momentos, enormemente impositiva. No llevar el hiyab, o, en algunas subcomunidades, no llevar burka o niqab, acarrea crueles castigos físicos infligidos por la propia familia y, en casos de contumacia, la expulsión de la comunidad y de la fe. La compulsión que sufren las mujeres mahometanas para vestir de una determinada manera es muy superior a la de las mujeres occidentales, y por partida doble, porque es más férrea – los castigos por la transgresión son más severos – y porque las prendas entre las que puede elegir vestirse son mínimas, mientras que las occidentales tienen el problema contrario: demasiado donde escoger. Todo esto es cierto, y más adelante me centraré en ello, pero sostengo que en el asunto concreto de la prohibición del burkini no viene, en rigor, al caso. Considerar que las medidas legales que se han tomado ad hoc para impedir el uso del burkini en algunas playas francesas tiene que ver directa y primordialmente con el feminismo es errar el tiro. Es un asunto de manejo por los poderes políticos de la islamofobia, en el marco, como señalé arriba, de las próximas elecciones a la presidencia de la República francesa.


Como esto es un work in progress, acabo de leer que el Consejo de Estado francés ha declarado nulo de derecho uno de los decretos municipales que prohibía el burkini y que había sido recurrido, estableciendo de paso jurisprudencia al respecto para los demás casos y para futuras tentaciones de regidores chauvinistas. La ilegalidad de las medidas – auténticas alcaldadas – era tan evidente que pone de manifiesto lo ya dicho sobre su grosera finalidad electoralista. Ahora saldrá Sarzkozy con cara contrita diciendo que acata pero discrepa y Marine lanzando rayos y centellas y acusando a la judicatura de estar al servicio de las élites extranjerizantes, y ambos prometiendo acciones drásticas cuando lleguen al poder. El teatrillo de siempre.


Retomando el hilo, mi opinión sobre la polémica del burkini, que se ha presentado como una serpiente de verano, con ligereza, fotos playeras chocantes de señoras vestidas de negro hasta las cejas junto a otras en top-less, es que se trata de una escaramuza menor dentro de la guerra mediática que el establishment occidental ha declarado al islam desde que nos quedamos sin ese otro malvado que era la Unión Soviética. Se me objetará que la declaración de guerra no partió de occidente, que fueron ellos 'los que empezaron', con los atentados en Estados Unidos y Europa. Y es cierto cronológicamente. Sucede que, en mi análisis, coexisten dos guerras distintas aunque, paradójicamente, los contendientes sean los mismos. El islam yihadista ha declarado una guerra a occidente, convencional en sus objetivos, sojuzgar o eliminar al enemigo, aunque no en los métodos, ya que carece de ejércitos regulares en condiciones de entablar un combate abierto. 'Occidente', ese entramado de poderes fácticos y simbólicos que, aun con notables conflictos internos y diferencias tácticas, constituye una unidad inconsútil en cuestiones estratégicas, ha aceptado informalmente la guerra, pero la que realmente disputa no es esa. La guerra que hace occidente contra la yihad no persigue acabar con los combatientes islamistas; al revés, perfectamente sabedor de que, dada la relación de fuerzas armadas, es imposible perderla militarmente, aprovecha que tiene un enemigo y que ese enemigo de vez en cuando le causa daños (pocos y nunca a los que mandan) para construir un elemento de la nueva gubernamentalidad oligárquica adecuada a estos nos tiempos de la triple crisis: la económica, estructural y cronificada, la ecológica – con la amenazante perspectiva de acabar en un colapso que acabe con la especie humana – y la poblacional, relacionada con las anteriores, que está dando lugar, y no es más que el principio, a migraciones de una masividad desconocida hasta ahora y, además, con una característica novedosa y no, precisamente, tranquilizadora: que los migrantes se dirigen a territorios que ya están sobreocupados. La islamofobia cumple, sobre todo en relación a está última crisis, un rol impagable, máxime en Europa, donde gran parte de los inmigrantes son musulmanes. No se olvide que fobia, en griego, es tanto odio como miedo. Poder jugar con estas emociones que impulsan la máxima actividad y la máxima pasividad ofrece unas posibilidades de control social, y en el corto plazo, que solo se me ocurre calificar de acojonantes (en todas las acepciones y coloraciones del término). Pensemos, por ejemplo, en la posibilidad de que se decidiera resolver una situación demográfica crítica expulsando a todos los inmigrantes no europeos.

Lo que me llama la atención de esta jugada tan burda no es que se haya manipulado el feminismo para usarlo como aliado en la construcción imaginaria del moro malo, en una desvergonzada muestra de purplewashing, como lo denomina Vasallo, que es desde hace tiempo una práctica habitual en las producción y reproducción de ideologemas islamofóbicos; lo que me llama la atención es que muchas feministas piquen sistemáticamente el anzuelo y, se conviertan en defensoras objetivas del mantenimiento del orden oligárquico. De nuevo: no quiero dar lecciones a nadie, y menos a mujeres feministas que llevan toda la vida dando el callo, únicamente exponer mis ideas que, por otro lado, seguro que coinciden con las de otras feministas no menos insignes que las que propugnan liberar del velo o el burka a las mujeres musulmanas a golpe de decreto. Además, en mi descargo como claro aspirante a ser calificado de mansplainer, mis apreciaciones no van tanto en el sentido de cómo deben luchar las feministas cuanto en que no deberían involucrarse en guerras que no son suyas.


Se cuestiona Vasallo, veíamos, si es legítimo obligar o prohibir a una mujer vestirse de una manera determinada. 'Legítimo' y no 'legal'; ya sabemos no son sinónimos, ni en intensión ni en extensión. Lo legal remite a un Derecho positivo y lo legítimo a la moral social e, incluso, a la ética individual. Por tanto, lo legítimo es opinable y lo legal no (o sí, pero sólo para los jueces). Lo que se discute aquí es la legalidad, la acutuación de los policías franceses en las playas de la Costa Azul pertenecen al ámbito de lo legal, no de lo legítimo, así que modifico levemente la autopregunta de Vasallo y la dejo en ¿
Es legal obligar o prohibir a una persona, varón o hembra, vestirse de una manera determinada? Pues bien, dicha pregunta, que parece muy incisiva, carece, en rigor, de sentido; y sustituir 'legal' por 'legítimo' no cambia las cosas. Todo puede ser legal, depende del código vigente. De hecho, todos los ordenamientos jurídicos, al nivel de leyes o de preceptos de ivle inferior, establecen alguna norma sobre las vestimentas. Por ejemplo, castigando la desnudez. Por ejemplo, imponiendo un uniforme. La pregunta pertinente versa, entonces, sobre cómo un particular modelo de prohibiciones y mandatos legales se inserta en el sistema de valores que soportan y legitiman un orden de cosas, una organización social. Así, la desnudez, su mayor o menor permisión, revela en la cultura occidental una pugna entre la represión sexual tosca y directa, típica de las religiones cristianas, y una tendencia mas desinhibidora que se junta con las posibilidades de los cuerpos como objetos de consumo. La casuística de la legitimidad es similar en el ámbito de lo no estatal, de lo privado y no aporta nada especial a esto último, tan sólo quien ejerce el control, las instituciones represivas estatales en el ámbito de lo legal, o ese conjunto de reconocimientos y negaciones que conforman la policía moral de la sociedad civil, para lo socialmente legítimado. Ciertamente, en cuanto a los contenidos, lo legal y lo legítim, no pueden diferir en muchas cosas para muchas personas; una buena gubernamentalidad, como parte del momento hegemonizador, debe asegurar que lo legal es legítimo para la gran mayoría de la población, o, cuando menos, que no haya grandes discrepancias entre lo uno y lo otro. 

Examinemos, desde este enfoque, las regulaciones institucionales que afectan a la forma de vestir de las mujeres musulmanas residentes en Europa. Distinguiré dos tipos de prendas, el pañuelo, hiyab o chador, por un lado y el burka, niqab y similares por otro. Respecto al primer grupo, hay una gran variedad de prendas occidentales que cubren la misma superficie de piel sin que a nadie se le haya pasado por la cabeza reglamentar su uso. Que sean precisamente vestiduras propias de una determinada cultura – o religión, da igual – las que se ven sometidas a limitaciones nos está indicando con meridiana claridad una normatividad etnófoba, en este caso, islamófoba. Las prohibiciones del velo total, burka o niqab, se amparan en una regla de policía que data de los siglos XVI y XVII, cuando el rebozo masculino era de uso frecuente, cuyo objetivo es que la cara de las personas quede siempre al descubierto para favorecer el reconocimiento de los delincuentes. Recuérdese nuestro motín de Esquilache. Aquí sí puede alegarse un motivo razonable y carente de connotaciones islamofóbicas, aunque tampoco seamos ingenuos, no se prohíbe el uso conjunto de capucha y gafas de sol, o de llevar puesto un casco integral, o del verdugo, aunque en todos esos casos la cara quede tapada. Pero el hecho de que los distintos tipos de pañuelo asociados a las musulmanas no cubren el rostro, las anteriores consideración son inapicables. Y, por cierto, el famoso burkini, pese a su referencia al burka, pertenece al grupo de los pañuelos en este sentido; sus usuarias muestran la misma cantidad de piel que los que se embuten en trajes de neopreno. Prohibamos a los surfistas, pues. En resumen, las proscripciones de uso de elementos de vestuario cuya única peculiaridad es que los utilizan mujeres musulmanas, constituyen una reglamentacion ad hoc encaminada a deslegitimar la cultura asociada con el islam, eso que podíamos llamar el imaginario islámico de los occidentales: una amalgama incoherente de lo moro, lo árabe, lo mahometano, prácticas subsaharianas como la ablación del clítoris, etc., etc.

Las razones o justificaciones que se aducen los intelectuales orgánicos del sistema para lo que a todas luces es una legislación que transgrede los principios clásicos del derecho liberal en relación a las libertades personales son una insuperable muestra de hipocresía y desvergüenza. De pronto, los machirulos entre machirulos se vuelven feministas y exclaman compungidos “es que las mujeres musulmanas no son libres para elegir no llevar esos atuendos”, los meapilas entre los meapilas, esos que llaman 'legalizar el asesinato' al derecho al aborto y 'legislar contra natura' a institucionalizar el matrimonio homosexual, se hacen abanderados de la laicidad del Estado; entendida a su manera, claro. Nada nuevo. Nada que en lo que merezca la pena detenerse. Sí la merece un debate serio sobre las relaciones entre las religiones y un Estado laico, es decir, en qué consiste un Estado laico, y las relaciones cruzadas entre feminismo, religiones y Estado. En las siguientes líneas trataré por separado, en la medida en que me sea posible discernir dos asuntos tan relacionados, las consideraciones sobre el asunto del burkini y similares desde el punto de vista del Estado y sus atribuciones y desde el punto de vista del feminismo (creo que se puede hablar de feminismo; aunque haya, de hecho, muchos feminismos y, a veces muy enfrentados, hay suficientes puntos básicos de coincidencia como para que sea pertinente usar el término genéricamente).

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