jueves, 30 de abril de 2020



La trinchera de los balcones (2)


Leí ayer, después de publicar el post, un articulito de El País titulado “Vox quiere acabar con los aplausos de agradecimiento a los sanitarios”. No ofrece ningún dato sobre la influencia de Vox en las caceroladas, más allá de que se ha sostenido esta postura en elToro.tv, que pertenece al grupo de Intereconomía, y éste es de Ariza y Ariza es de Vox. El citado artículo debe corresponder a la ración diaria de collejas que el País atiza a Vox, mera rutina. Sí me vale para reforzar la sensación que tengo del progresivo reemplazo de aplausos por cacerolas, pero tengo dos objeciones respecto a lo que dice El País. La primera es que, en mi opinión, no se quiere acabar con los aplausos, sino, integrarlos y, por utilizar un término de moda, resignificarlos. Es un proceso muy sutil y muy característico de la expansión de los populismos en general, y de los populismos de extrema derecha, en particular. Escribiré sobre ello en otra ocasión porque aquí ocuparía mucho espacio y desbordaría el asunto específico que trato. El segundo reparo es que, aunque Vox, el aparato de partido ultrajerarquizado de Vox, lo vea con muy buenos ojos, no creo que se trate de una táctica de partido elaborada en alguna reunión orgánica, sino que obedece más a la forma de pensar y de actuar de la extrema derecha populista o parafascista. Esto es, que, tomando el término con mucho cuidado, puede decirse que se trata más de un fenómeno espontáneo que inducido por un partido concreto; además del hecho de que miles de militantes y votantes del PP, estoy seguro, participan entusiásticamente en la cacerolada. 

Continuo el hilo de ayer.

Resumiendo lo anterior: en unos momentos tan llenos de pathos como los que estamos viviendo surgen unos sentimientos muy dignos y respetables y, de éstos, unas acciones, que, primero el gobierno y después la derecha manipulan más o menos descaradamente para llevar el agua a su terreno. En los barrios donde predomina, la derecha gana; en aquellos en que, sin ser necesariamente de izquierdas, la derecha militante es escasa en número, no gana nadie, porque esa transición subrepticia desde el ser humanos a ser españoles y, de ahí, a ser españoles de bien y, por tanto, contrarios a este gobierno de bolivarianos asesinos, no puede hacerse en sentido contrario, en un sentido, digamos, de izquierda.

Hagamos un ejercicio de imaginación. En lugar del gobierno PSOE-UP hay un gobierno PP-Cs con apoyo de Vox, como en Andalucía. Ese gobierno no gestiona mejor la crisis sanitaria que el actual, de hecho, lo hace casi igual. Seguramente, la oposición de los partidos de izquierda es menos lenguaraz, menos trol y abyecta que la que estamos sufriendo en el mundo real, pero estoy seguro de que es también bastante feroz. ¿Que pasaría en los balcones? Pues que en los barrios donde hubiera más presencia militante de los partidos de izquierda habría pancartas críticas con el gobierno y que se harían caceroladas para pedir su dimisión. Eso sí, con la diferencia de que lo harían a otra hora, respetando los aplausos a los sanitarios y no mezclándolos con la percusión de los cacharros, porque la catadura moral del derechista medio y la del izquierdista medio no son iguales. Sí, ese banderín de enganche resentido de los fachas que es indignarse ante la supuesta ‘superioridad moral de la izquierda’ no es arbitrario. 

Al asimilar, con excepciones, el comportamiento real de la oposición de derecha con el hipotético de una oposición de izquierda no pretendo hacer una exhibición de equidistancia. El Espagueti Volador me libre. Sólo fundamentar mi análisis ya descrito someramente en algunos posts anteriores, sobre el tipo de gobernabilidad estratégica que pergeñó el R78. Hay un hecho que nadie podrá negar que dividió a los españoles en dos bandos enfrentados, stricto sensu, a muerte: la Guerra Civil del 36. Obviamente, hay una larga historia detrás, pero no me voy a remontar a la expulsión de los moriscos o a las guerras carlistas. En aquellos momentos la población española se dividió en dos fracciones bastante similares en cuanto al número, y durante tres años una combatió contra la otra, en el frente de las armas, y también en el de la propaganda: cada bando demonizó al otro. La masacre terrorista de rojos en los primeros años de la posguerra y la ideología y la represión franquistas hasta la muerte del tirano tampoco ayudaron mucho para sofocar el miedo y el odio de una parte (ambos justificados en mi opinión) y el desprecio y la deshumanización de ‘los rojos’, por la otra (algo menos justificable pero perfectamente explicable). La campaña de la reconciliación nacional que iniciaron los carrillistas ya en la década de los 1960s fue una broma, o quizá una jugada táctica para preparar a sus huestes al amargo camino de los abandonos.
(cont.)

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