lunes, 25 de julio de 2016


La miseria política de la narrativa (2)


Las elecciones del 20 de diciembre supusieron un “empate catastrófico” entre las fuerzas del cambio y las de la restauración. Las primeras no tuvimos la fuerza suficiente como para dar un
paso adelante en el proceso de cambio y conducir un gobierno de transformación democrática y popular. Las segundas tampoco tenían los equilibrios necesarios como para rebobinar el proceso o constituir un gobierno estable que, al mismo tiempo que asegurase la continuidad de las políticas de recortes, dejase intacto el juego de vasos comunicantes y el turnismo entre los partidos tradicionales PP-PSOE: no podían salvarse la gobernabilidad y el sistema de partidos al mismo tiempo. En ese escenario de bloqueo y de fuertes presiones todas las salidas pasaban por el PSOE, que debía inclinarse hacia el Partido Popular o hacia alguna modalidad de acuerdo con Podemos. En esta difícil encrucijada histórica entre restauración y cambio, el PSOE quedó atrapado y decidió no elegir y tirar la pelota hacia delante o, mejor dicho, elegir justamente aquello que representaba una no-elección: un pacto con Ciudadanos que no sumaba ni deshacía el nudo. Así, la encrucijada terminó por desembocar en una nueva convocatoria de elecciones: una “segunda vuelta” con sentido de desempate que se trasladaba a la ciudadanía, en medio de un cierto cansancio generalizado con el conjunto de los partidos y desgaste del interés por la política institucional.


El 26 de junio, sin embargo, se produjo una cierta recuperación de la iniciativa por parte del bloque conservador, en el que el reagrupamiento de votos en torno al PP desequilibró a su favor el escenario. Unidos Podemos, por otra parte, perdió más de un millón de votos que principalmente se quedó en casa. Seguramente el grueso de esa pérdida se produjo en el intenso ciclo parlamentario y de las negociaciones de investidura. El profesor norteamericano Bruce Ackerman distingue entre los “momentos calientes” de aceleración histórica y construcción de nuevas correlaciones de fuerzas y los “tiempos fríos” de congelación de esos equilibrios y política como gestión y negociación. Seguramente Podemos haya demostrado moverse mejor en el tiempo caliente de este ciclo corto desde las elecciones europeas, y tenga aún que desarrollar capacidad de adaptación al tiempo frío de la institución y el parlamentarismo. Minusvaloramos el peso de lo institucional y de su capacidad simbólica deproducir certezas y pagamos un cierto desgaste por ello, en unas elecciones que fueron un plebiscito entre lo malo conocido y una alternativa incierta, estimulante y atractiva para la España más joven y sin embargo amenazante para los sectores de mayor edad y de la España interior.


La impresionante expresión 'empate catastrófico' no significa que, debido al valor doble de los goles en campo contrario, tu equipo queda eliminado en semifinales de Champions. No. Su acuñador fue Alvaro García Linera, actual vicepresidente de Bolivia, y una de las mayores influencias intelectuales de Errejón. Veamos como la caracteriza su autor:

“Toda crisis estatal puede ser reversible o bien puede continuar. Si la crisis continúa, una siguiente etapa es el empate catastrófico. Lenin hablaba de una situación revolucionaria; Gramsci, a su modo, habló del empate catastrófico. Ambos hacen referencia a lo mismo pero con distintos lenguajes. El empate catastrófico es una etapa de la crisis de Estado, si ustedes quieren, un segundo momento estructural que se caracteriza por tres cosas: confrontación de dos proyectos políticos nacionales de país, dos horizontes de país con capacidad de movilización, de atracción y de seducción de fuerzas sociales; confrontación en el ámbito institucional –puede ser en el ámbito parlamentario y también en el social– de dos bloques sociales conformados con voluntad y ambición de poder, el bloque dominante y el social ascendente; y, en tercer lugar, una parálisis del mando estatal y la irresolución de la parálisis. Este empate puede durar semanas, meses, años; pero llega un momento en que tiene que producirse un desempate, una salida.” ('Empate catastrófico y punto de bifurcación'. Crítica y emancipación : Revista latinoamericana de Ciencias Sociales. Año 1, no. 1 (jun. 2008).

En primer lugar hablar, como hace Errejón, de que tal empate se da aquí entre las fuerzas del cambio y las de la restauración muestra una cierta carencia de rigor conceptual. No hay fuerzas de restauración, porque no ha habido un cambio desde el cual restaurar lo antiguo. En todo caso, el empate se habría dado entre las fuerzas del cambio y las del sistema vigente. En segundo lugar, si pretende aplicar el concepto tal como lo pensó su creador, estamos muy lejos de ese equilibrio inmovilizador que denota; es casi sonrojante de puro iluso pretender que la relación de fuerzas entre Podemos y la oligarquía corporativo-institucional que soporta el Régimen lleve a una coyuntura de empate catastrófico. A no ser, y esto es lo que me parece más relevante y más grave de la visión errejónica, que se considere que una de las dos fuerzas antagónicas que empatan sin que se llegue nunca a los penaltis, la del cambio, está formada por Podemos y afines junto con el PSOE.

El PSOE como fuerza de cambio. No voy a rebatirlo. No se trata de eso; se trata de no jugar a los significantes vacíos, es decir, de jugar limpio. Desde unos atributos particulares (pero no explicitados) del contenido del concepto cambio, el PSOE es un partido de cambio. Y, desde otros, la Falange. Errejón debería explicar qué tipo de cambio es ese del que puede, no ya ser partícipe, sino protagonista, el PSOE (no se olvide que el gobierno 'de cambio' lo iba a presidir Pedro Sánchez). No es serio pretender que un gobierno del PSOE, aun con Podemos dentro como contrapeso, vaya a poner en marcha una transformación democrática. Y no se hable de programa negociado de gobierno: un programa, en su (improbable) caso, lleno de ambigüedades y de omisiones y con nula voluntad de cumplimiento por los de Ferraz, o San Telmo, o el despacho de Slim, que ya no sabe uno. Da igual, el cambio 
no es transformar tales o cuales relación de dominación o de usurpación, el cambio es lo que dice Podemos que es cambio, y es cambio porque lo dice podemos. Anda, me ha salido el estilo Rajoy; me lo tendré que mirar. A lo que voy es que el cambio es otros de esos significantes vacíos que significa lo que quiere en cada caso y para cada interlocutor lo que quiere e sujeto investido libidinalmente.

"En ese escenario de bloqueo y de fuertes presiones todas las salidas pasaban por el PSOE, que debía inclinarse hacia el Partido Popular o hacia alguna modalidad de acuerdo con Podemos. En esta difícil encrucijada histórica entre restauración y cambio, el PSOE quedó atrapado y decidió no elegir y tirar la pelota hacia delante o, mejor dicho, elegir justamente aquello que representaba una no-elección: un pacto con Ciudadanos que no sumaba ni deshacía el nudo." De nuevo estamos en un discurso tramposo, en el cual, como no se explicitan las premisas, las conclusiones son incontestables. Solo considerando al PSOE una entidad abstracta, un partido político 'en general', puede aseverarse que 'se encontraba en una 'encrucijada histórica entre restauración y cambio', ¡Cómo si el PSOE fuera un jugador de ruleta que escoge entre rojos y negros! El PSOE no eligió no elegir; solo tenía dos opciones, permitir con su abstención el gobierno del PP o, lo que hizo, intentar un gobierno propio, que seguiría siendo un gobierno del Régimen (un gobierno turnista), con el apoyo de C's y la abstención de Podemos, que es lo máximo que le iban a permitir los poderes reales. Ese fantasmal gobierno 'de cambio' con podemos no era una opción.

Afirma Errejón, a modo de autocrítica, que 'minusvaloraron el peso de lo institucional y de su capacidad simbólica de producir certezas'. No, sobrevaloraron y sobrevaloran - y, me temo, Iñigo no va a salir de ahí, no así Pablo - la efectividad de producir certezas mediante construcciones discursivas ajenas a la existencia material y social de las personas reales.


En los primeros pasos de Podemos fuimos muy cuidadosos en hablar de “protagonismo popular y ciudadano”, porque entendíamos que en las ansias de cambio cohabitaban dos composiciones sociales o, mejor dicho, dos momentos: uno popular y otro ciudadano. El primero, simbolizado en las plazas, es el de la primacía del vínculo comunitario, la pasión por la actividad en común y la esperanza de ruptura y refundación; el segundo, más individualizado que colectivista, marcado por la confianza y estima de la institucionalidad existente –que no de las élites tradicionales- y las seguridades que ofrece, la añoranza por garantías cívicas y un marco razonable que permita canalizar las demandas de regeneración democrática y unas políticas públicas más equitativas. No hablamos de diferentes sectores sociológicos o de clase, sino de dos lógicas de la acción política, la popular y la institucional, que conviven en los Estados desarrollados con equilibrios cambiantes en situaciones de crisis o de estabilidad. El partido del cambio en España, el constructor de un nuevo bloque histórico, solo puede ser si entiende ambas sensibilidades y las integra en una suerte de “populismo republicano”: que sabe que no hay avances democráticos sin construcción de un nuevo we the people , vibrante y tumultuoso; pero que sabe al mismo tiempo moverse en el terreno de la institucionalidad heredada mostrándose útil y portador de garantías seductoras más allá de los sectores más movilizados.

En este párrafo, por fin, Errejón expone los elementos teóricos sustantivos sobre los que se sostienen sus planteamientos y propuestas. Y, de un modo algo sesgado y oscuro, utilizando algunos términos con alguna imprecisión, los expone muy bien, demuestra haber captado perfectamente el pensamiento de su mentor, mentora aquí, porque se trata de Chantal Mouffe y su particular lectura de Schmit. Nos movemos, pues, en un terreno de 'alta teoría', de visiones descriptivas y normativas sobre lo político cuyo tratamiento crítico requieren calma, tiempo, rigor y muchos bytes. Lo dejo para otro momento, para otro post, avanzando que difiero radicalmente de la posición teórica que sostiene Mouffe, sin dejar por ello de reconocer su gran sutileza e inteligencia (de ambas, de Mouffe y de su posición). 


Con relativa independencia de lo que suceda en el proceso de investidura, el 26J parece haber cerrado una fase: la del asalto electoral rápido ante las defensas desguarnecidas del antiguo sistema político. Esto no significa que se acabe el proceso de cambio español. Las contradicciones entre los poderes dominantes, el agotamiento de sus relatos y su capacidad de seducir –que no de desmovilizar, intimidar o generar miedo- , las severas limitaciones del modelo de desarrollo español, la quiebra de la confianza social y las instituciones destinadas a mantenerla, o la falta de proyecto nacional –en nuestro caso plurinacional- siguen presentes. Lo que seguramente se termina es la excepcionalidad como factor de aceleración. El asalto electoral corto y rápido no ha logrado sus objetivos, a pesar de haber llegado más lejos que nunca antes en nuestra historia democrática.
Como el arquero de Maquiavelo, Podemos ha apuntado alto para llegar lejos. Si bien no ha alcanzado su objetivo último -liderar un Gobierno de cambio que ponga por fin las instituciones al servicio de la gente con medidas de rescate ciudadano y radicalización democrática-, si ha conseguido sostener la ventana de oportunidad abierta por el proceso de cambio iniciado en España tras el 15M, consolidar un espacio político insoslayable para sus adversarios y mantener la posibilidad de seguir abriendo brecha en el futuro, habiendo conquistando posiciones decisivas y sedimentado su fuerza en poderes que permiten seguir avanzando. Seguro que hemos cometido errores en estos dos años que han parecido décadas, pero ahora tenemos un capital humano, de entusiasmo organizado, un caudal de simpatía popular, posiciones institucionales e inteligencia colectiva como para afrontar en magníficas condiciones, desde lo conseguido, el reto de lo que falta por recorrer.

La única excepcionalidad que ha habido ha sido una crisis económica sin precedentes en su intensidad y duración que trastornó brutalmente un consenso social basado en el bienestar material, en el sentido de capacidad de consumo acrecida, de una gran parte de la población española, la cual, engañada por políticos y media, y cegada de ignorancia y glotonería, no comprendió que se había construido un gigante con los pies de mierda, y que la bonanza no iba a durar para siempre. No hubo agotamiento de relatos, hubo agotamiento del crédito. Sencillamente, ante un estado de irritación general y unas instituciones ahogadas en su propia corrupción, estalló el 15M que no podía ser más que los que fué: un relámpago que ofreció un segundo de claridad a cientos de miles de personas; una parte de ellos aún siguen intentando pensar y digerir lo que se les apareció en ese momento fugaz. El 15M, como el punk, no ha muerto, aunque se les vea poco.

Después vino Podemos y ofertó, ahora sí, una ilusión en forma de narración tremendamente atractiva – muy sexy – para millones que iban en la búsqueda del padre perdido. Realismo mágico. Y sí, un momento populista. Lo que pasa que los fenómenos populistas, como cualquier otro ejercicio de fuerzas sociales que sólo cuentan con su número necesitan ser mayoría, para tomar el poder, o aparentarlo,  y las dinámicas populistas, aunque reflejan un obnubilación popular que origina crecimientos espectaculares, estas condicionadas, como todo, por las circunstancias sociohistóricas específicas. Esto parece que lo olvidan nuestros compañeros de Podemos, que a lo largo del siglo XX aparecieron centenares de movimientos populistas que cobraron más o menos pujanza, pero que la inmensa mayoría de ellos siempre estuvo muy lejos de llegar al poder, ni por vía de 'asalto', ni por peso electoral. Por muchos que fueran, mucho que gritaran y muy entusiasmados que estuvieran, eran insuficientes. 

Por lo demás, la retorica es cansina. El asalto electoral no ha sido otra cosa que una campaña que ha utilizado los mismos métodos de marketing personalizados que el resto de los fuerzas candidatas; todo vieja política. Han abierto brecha en los sillones del Congreso y han conquistando posiciones decisivas en la Sexta Noche. Pues bueno, dejémoslos con su épica de Juego de Tronos. Lo que es cierto es que tienen muchos diputados y mucha gente que sigue confiando en ellos; en dos años han conseguido un poder increíble y tienen que gestionarlo desde una indefinición ideológica que puede ser útil a corto plazo pero que no es sostenible. No les
vendría  mal, para empezar, distanciarse de su propio auto-relato. 

La última parte del texto de Errejón versa sobre el 'que hacer' a partir de ahora. Lo veremos.






















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