jueves, 14 de julio de 2016




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Echar al PP. El resto no es silencio


Ha sido éste un país azotado por el caciquismo desde tiempos inmemoriales; un capitalismo renqueante desde sus inicios, ya bien entrado el siglo XIX, tuvo que establece una convivencia perversa con el Antiguo Régimen en ausencia de una revolución burguesa en condiciones, esa que habían llevado a cabo con más o menos efusión de sangre los países europeos occidentales. Si a ello añadimos un catolicismo de pícaros, tan alejado del laborioso y ultrarresponsabilizado protestantismo que, enseñó Weber, había jugado un papel fundamental en la configuración de la mentalidad burguesa, tenemos lo que tenemos: una sociedad muy deficientemente socializada, es decir poco y mal politizada y con un sentido muy laxo de la moral cívica.

Por motivos similares, la modernización cultural, entendiendo por tal la difusión y asimilación del pensamiento ilustrado, nunca llegó a realizarse en España más que muy parcialmente y de manera desigual en los distintos territorios. Éstos y otras muchos factores históricos que aquí obviaré conducen a un fastidioso efecto: la derecha española es la más reaccionaria de Europa Occidental. Si añadimos, más recientemente, la derrota en la Guerra Civil de los esfuerzos civilizadores de la II República, los cuarenta años de franquismo y la muy respetuosa Transición, no ha de extrañarnos que cuando piden la opinión política al espécimen típico del barrio de Salamanca nos parezca estar oyendo al cura Merino redivivo. Aun soslayando los aspectos políticos y éticos, a todos nos produce, 
por mera estética, una enorme vergüenza ajena y un no más pequeño pesar propio constatar que tenemos como gobernantes a personas de la laya de Rajoy, Cospedal, Barberá, Hernando, Fernández Díaz y un interminable etcétera. Es natural que lo que pida el cuerpo, antes de que entre en acción cualquier componente racional, sea, primero, no ver nunca más a esta parada de monstruos; segundo, que, cuando menos, no sigan mandando.

Pero aquí se intenta hablar de política. Que el objetivo de expulsar del gobierno a un determinado partido prime sobre cualquier otro no tiene necesariamente que ser erróneo. Siempre y cuando surja de un análisis previo y no de una emocionalidad desatada, por muy comprensible que sea. En las siguientes líneas examinaré críticamente la posición, no sé si mayoritaria pero en cualquier muy extendida, de la opinión pública y publicada de centro e izquierda, que clama por ese pacto asimétrico PSOE - C's - Podemos que es, vimos en un post anterior, el único que puede asegurar un gobierno con algún viso de estabilidad en el que no esté el PP. Veamos, a modo de muestras de la opinión publicada los artículos de Antonio Gutierrez, “La coalición necesaria”, en El País y de Vicenç Navarro “El comportamiento antidemocrático del Estado ...”, en Público [
Nota bene: como no esta clara la legislación española en lo que respecta a enlaces a medios nacionales, no pongo los links; es fácil encontrar ambos artículos en Google. Sólo enlazaré en el blog a publicaciones extranjeras, que no está el horno para bollos].

Gutierrez, ex secretario general de CCOO y ex diputado socialista, comienza con una declaración de principios:”Adocenar el debate político con pedestres falacias, como la que cacarea que es más democrático el Gobierno de la lista más votada que el de quienes sean capaces de dialogar y coaligarse conjugando muchos más escaños, es impropio de una democracia avanzada.” Prescindamos piadosamente de valoraciones literarias y aceptemos esta premisa. Poco después, otra regla general: “Por higiene democrática habrá que emplearse a fondo para que no puedan esgrimirse los votos obtenidos como redentores de las fechorías cometidas.”Aquí, ya empiezan a confundirse ideas. Los votos obtenidos por el PP no le redimen de sus responsabilidades penales o civiles, faltaría más, todavía queda algo de Estado de Derecho. Sin embargo sí 'limpian' (hablando de higiene) las responsabilidades políticas, en tanto no entren en colisión con las penales, como las penas accesorias de inhabilitación política. O las limpiaría en el caso de que el PP hubiese obtenido mayoría absoluta. No se confunda lo lícito – un valor moral-histórico, necesariamente subjetivo, y, en consecuencia, votable – con lo legal. Expone Gutiérrez después la corrupción generalizada del PP y su gobierno en estos años, nada que objetar, aunque canta mucho el silencio sobre el PSOE, y acaba lamentando que PSOE, Podemos y C's no se pusieran de acuerdo para formar un gobierno de coalición tras el 20D y postula el inexcusable objetivo de hacerlo ahora. El alegato final es conmovedor: “No es pedir demasiado que [los tres partidos] hagan política trascendiendo los confines de sus respectivos intereses de partido; seguramente cosecharán después los réditos de haber ennoblecido la política”.

Vayamos con Navarro. La mayor parte de su artículo trata de una caracterización del electorado español, en general, no sólo el votante de PP, como un colectivo con muy poca cultura política, una cultura política, además, preñada de franquismo y que es mantenida y reproducida por unos media manipuladores y hegemónicamente derechistas. Aunque hay un poco de brocha gorda, explicable por la naturaleza periodística del texto, concuerdo con ello. Luego, pasa a interpretar los resultados de UP; discrepo en bastantes conclusiones, pero no voy a abordar ahora este asunto; (de hecho tengo un post pendiente al respecto). Lo que aquí viene al caso es un breve punto final titulado '¿Qué hay que hacer ahora?, que comienza con una chocante admonición: “La autocrítica es necesaria pero sería mejor que se hiciera en el momento en que el proceso de investidura terminara”. Hacemos como si no lo hubiésemos leído y seguimos. “Un gobierno de progreso es posible con el apoyo del PSOE, UP y las confluencias, y de los nacionalistas vascos y catalanes”, dice Navarro, que ni siquiera se toma la molestia de descartarlo ante su evidente irrealizabilidad. Así que lo suyo sería “una alianza PSOE, UP y C’s, alianza que sería distinta de la coalición PSOE, C’s y UP que el PSOE consideró (el orden de los factores altera el producto). El PSOE y UP podrían acordar un pacto e invitar a C’s a que se sumara a él con medidas que no cuestionaran la esencia de dicho pacto PSOE-UP ...” Después de esta sutil teorización de la no aplicabilidad de la propiedad conmutativa a los acuerdos políticos, Navarro concluye con una no menos sutil muestra de astucia táctica: “Es más que probable que el PSOE no aceptara tal alianza, pues, en realidad, nunca quiso aliarse con Podemos. Pero es importante mostrar a la ciudadanía española que fue el PSOE el que nunca quiso aliarse con las izquierdas”.

Ambos artículos coinciden en que la coalición PSOE-UP-Podemos es deseable. No tanto en que sea posible, algo que Navarro pone, sagazmente, en duda. Ambos artículos también coinciden entre sí, y con la inmensa mayoría de los que se publican en medios de alta audiencia, en la suma pobreza de sus análisis (mayor en uno que en otro, digámoslo).

Reitero que la crítica a estos artículos, más que a su propuesta de gobierno se dirige al tipo de discurso político en que se basan, al aparato conceptual que sostienen, con los que tengo la impresión coincide una proporción nada desdeñable de la opinión pública no derechista. La llamada de Navarro y Gutiérrez al acuerdo tripartito que excluye al PP es un simple brindis al sol. En mi post anterior ya señalé que quienes mandan sobre los partidos y los gobiernos, quienes deciden las cosas importantes, el complejo político-corporativo de poder trasnacional, ya han establecido lo fundamental: no a unas terceras elecciones y un gobierno lo mas fuerte y fiable posible, lo que, ajustándose a los resultados electorales significa, que se formará un gobierno liderado por el PP y con el apoyo activo o pasivo (abstención) de C's y PSOE. Éste es el máximo margen de autonomía que se concede, porque, para los poderes reales, el gobierno ideal sería uno de coalición PP-PSOE; con o sin C's, eso es secundario. Y este será, me temo, el próximo gobierno que tendremos.

Sin tener, creo, una clara conciencia de ello, el reclamo de' cualquier cosa antes de que gobierne el PP', sabiendo ya que esa cualquier cosa es el tripartito PSOE-UP-C's, supone apoyar inconscientemente una recomposición del bipartidismo, y, en consecuencia, un reforzamiento del Régimen del 78, el cual, aunque no ha entrado ni de lejos en una fase de crisis orgánica como sostenían algunos, sí se halla en un estado peligroso por el debilitamiento de una de sus patas. 


Pasado el tiempo, se hacen patentes ciertos hechos, su naturaleza real, que en su momento aparentaban otra cosa. Es el caso de C's . Se presentaron como la nueva derecha y la nueva política. La nueva derecha en el sentido de recambio del PP como fuerza política predominante en el campo de la derecha ante lo que algunos, y en especial los poderes económico, pensaban era el fin o el principio del fin del PP, devorado por los cada vez más escandalosos episodios de corrupción. Se ha visto que el PP resiste en el terreno electoral y, por tanto – siendo, al igual que el PSOE un partido básicamente clientelista –, mantiene su cohesión orgánica. La etiqueta de 'nueva política' aplicada a C's fue siempre más falsa que un dólar murciano. Aun, reduciendo a una mínima significación el concepto de nueva política, digamos: acabar con la corrupción generalizada (y ya sistémica), ni tan siquiera le es atribuible ese rasgo a C's, un partido hecho con los mismos mimbres humanos que el PP, si acaso, más jóvenes y ligeramente menos reaccionarios. Con bastante poco poder institucional en ayuntamientos y comunidades autónomas, ya empiezan a aparecer con profusión pequeños escándalos aquí y allá de cargos suyos. Lo de 'nueva política' fue el eslogan con que C's pretendía conseguir el segundo objetivo para que fue creado, con un monto de dinero de las cúspides económicas españolas que no se veía desde la operación Roca-Garrigues, la neutralización, ya fuera parcial, de Podemos. En las actuales circunstancias y visto sus derroteros, el único papel que le quedaría jugar a C's en un gobierno de pacto con PSOE y UP sería aliarse con el PSOE frente a UP para seguir políticas económicas neoliberales y amenazar con romper el acuerdo si se pretenden tomar medidas de política cultural o institucional demasiado 'atrevidas', inasumibles para el grueso de la derecha española, del tipo de lo que fue matrimonio homosexual y lo que ahora podrían ser orientaciones animalistas o laicistas (aunque para proteger a la ICAR se basta el PSOE). En todo caso, y haga lo que haga, C's ha sido un nice try y, a no ser que se produzca una convulsión sociopolítica, tiene los días contados.

El PSOE sería, evidentemente, el gran beneficiado con un gobierno de este tipo, y con él, el Régimen y el partido orgánico PPSOE que mencioné en un post anterior, quienes restañarían su estabilidad y asegurarían su vigencia. Es obvio que Pedro Sánchez presidiría el gobierno y que su partido (¡el tándem González-Díaz!) tendría mayoría en él y controlaría los ministerios principales, los económicos e Interior. El peligro para ellos procedería del crash a que tarde o temprano, casi con seguridad en esta legislatura, está condenada una economía como la española, tan plena de desequilibrios y sin apenas instrumentos de política económica no ya para detenerlo, apenas para paliarlo (instrumentos, para más inri, que utiliza al dictado de lo que disponga Alemania. No obstante, ese peligro se disipa, porque, llegado el crash y dada su magnitud, se formaría un gobierno de emergencia PP-PSOE, con lo que este último se libraría del desmoronamiento, al menos mientras resistiera el Régimen.

Finalmente, UP sería un rehén del gobierno, sin apenas autonomía; de hecho, su único margen de decisión residiría en seguir apoyando a un gobierno austericida y quemarse con él o dejar de hacerlo y tener que afrontar la acusación de que, con ello, le ha abierto las puertas de la Moncloa al PP; es decir volver al punto de partida con un muy intenso desgaste. En cambio, la alternativa tripartita PP-PSOE-C's, le confiere automáticamente a Podemos ser el partido de la oposición, por mucho que el PSOE pretendiese escenificar, con la aquiescencia del PP, que estaría dispuesto a hacerle concesiones de cara a la galería, una imposible situación de ambivalencia en la que el PSOE es a la vez soporte y oposición al gobierno. Liderar la oposición en tiempos difíciles, en los que el gobierno toma medidas muy impopulares, es una especie de chollo: tu te creces con el extenso catálogo de críticas al gobierno por sus políticas antisociales y el enemigo se desgasta. Y, por añadidura a todo esto, Podemos se coloca en una situación de centralidad que le viene como anillo al dedo para el relato ese que tanto le preocupa a Errejón: Podemos, lo nuevo, frente al bloque unido de lo viejo.

Queda la objeción de que para las clases populares no es lo mismo un gobierno del PSOE que del PP. Eso sería cierto, y sólo en parte, si comparásemos ambos gobiernos en situación de mayoría absoluta, pero ahora en cualquiera de las dos opciones posibles el gobierno que se constituya será enormemente débil. Así, se supone que el gobierno PSOE revocaría parte de la legislación ultrareaccionaria aprobada por el PP en estos años, suposición un tanto ingenua. Ahí la moderación del PSOE y el papel de marcaje que jugaría C's darían lugar a que solo se dieran retoques más bien cosméticos. Y, en la opción de gobierno PP, sería el PSOE quien, para lavar su imagen colaboracionista, forzaría al PP a matizar e incluso derogar los puntos más hirientes de la ley Mordaza y las reformas laborales del 2010 y 2012; la LOMCE iría al cubo de la basura en cualquier escenarios sin que nadie la defendiera. De dos gobiernos tan frágiles e inestables, y que, en muchos aspectos fundamentales, son el mismo excremento, no son esperables grandes diferencias. Y no olvidemos que, a partir de septiembre, los auténticos ministros económicos serán los hombres de negro de la Troika. 

No es adecuado atacar este planteamiento con la tópica acusación de que se esta siguiendo el principio de 'cuanto peor, mejor'. En primer lugar, tan genérico ataque es erróneo en sí. El problema de la afirmación mencionada no es que sea falsa, es que se tome como principio, esto es, como algo universalmente aplicable. Igual sucedería con 'cuanto, mejor, mejor'. Son ambas proposiciones contingentes que dependen de las circunstancias, y su uso como guía de acción depende de un análisis político riguroso previo. Aquello de Lenin sobre que el alma del marxismo es el análisis concreto de la situación concreta. Sí, hay veces que, cuanto peor, mejor. En segundo lugar, no es éste el caso. Aquí y ahora, en la España del Régimen del 78 cada vez más cerrado sobre sí mismo y a las puertas de una vuelta de tuerca a las condiciones de vida de las clases subalternas en forma de ajuste a la talla 36, las diferencias entre un gobierno minoritario del PP y otro del PSOE son mínimas, como he tratado de argumentar arriba. 

Acabo de leer una declaración de Teresa Rodriguez en una entrevista del diario.es del 13 de Julio. En ella, afirma:“ Nosotros tenemos que hacer todos los esfuerzos para evitar una legislatura de Rajoy porque la gente puede acostumbrarse a la precariedad. Y cuando eso ocurra será muy difícil deshacer el entuerto. Hay que evitar ese proceso cueste lo que cueste y no bajar los brazos hasta encontrar una alternativa al Gobierno de Rajoy”. Que la máxima voz de los Anticapitalistas en Podemos diga algo así, alimenta hasta la obesidad mi escepticismo. O hemos bajado mucho el nivel – la gente puede acostumbrarse a la precariedad (?) – o hemos asimilado eso de Errejón de que hasta ahora, y durante 200 años, hemos dicho la verdad y así nos ha ido.





















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