domingo, 17 de julio de 2016




París bien vale una misa, o la socialdemocracia no era tan mala.



El gran error teórico de la segunda socialdemocracia, la inmediatamente posterior a la muerte de Marx, fue adoptar la visión histórico-política, cuyo mejor expositor fue Bernstein ('lo que importa es el movimiento'), de que había una continuidad entre el reformismo y el socialismo, en virtud de la cual la mejora de las condiciones de los trabajadores y de las clases populares en general conducirían hacia un estado de cosas que sería, de hecho socialista; casi imperceptiblemente de puro gradual, un día nos daríamos cuenta, no sin sorpresa, que, gracias a los socialdemócratas y su acción institucional, estábamos viviendo en una sociedad socialista. Sin que doliera ni un poquito; Marx-Hegel derrotados por Comte.

La extraña relación mundial de fuerzas que originó la Revolución Soviética y las teorías y recetas keynesianas abonaron la susodicha concepción socialdemócrata. Sin embargo, éstos no vieron venir, tampoco vieron como les pasaba por encima, y muchos ni se han enterado todavía, la inversión de la dinámica social del capitalismo en vías de mundialización acelerada de los años 70s, cuyos parteaguas fueron la estanflación (estancamiento con inflación al alza), que impugnaba la teoría keynesiana en la versión moderada que se había adoptado tras la II Guerra Mundial, y la inconvertibilidad del dólar – y, por tanto del resto de monedas – que abría paso a la financiarización del capital. Las caídas de la tasa de ganancias producidas por la sobreacumulación de capital, junto con factores políticos como la estrategia cada vez más defensiva de la URSS que ampliaban el margen de maniobra de la burguesía transnacional, dieron lugar a una vuelta de tuerca del sistema en lo que se ha venido llamando giro neoliberal. Se volvía al capitalismo de siempre, en cuya historia la 'Golden Age' de los años 40s a 70s representó una situación excepcional (posibilitada por la guerra más destructiva hasta el momento).

El camino reformista hacia el socialismo, basado en la transferencia vía fiscal de las rentas altas hacia las bajas, ese modelo nórdico tan prometedor, se mostró ilusorio, al invertirse la redistribución. Y no ya sólo el socialismo, del que huyen como del demonio los actuales jerarcas socialdemócratas políticos y sindicales, bien asentados e las altas instancias del Estado y de la economía, parte ya de la élite oligárquica ( esa casta de la que hablaban tanto los de Podemos al principio y que ya no nombran, conscientes de su poder subversivo –, también ese especioso 'capitalismo de rostro humano' del Estado de Bienestar, que pretendían y siguen pretendiendo vender, hace aguas de forma dramática. 


Cualquier planteamiento socialista con un mínimo de rigor ha de ser anticapitalista. Cualquier intento de crear unas condiciones de vida razonablemente buenas y estables a largo plazo – lo que incluye salvar a la humanidad del colapso ecológico en ciernes –, inviables en una sociedad capitalista, exige avanzar hacía algún tipo, por pensar y construir, de sociedad de los comunes.

La socialdemocracia, como fuerza de cambio social, está muerta desde hace muchos años. Y ahora, algunos aprendices de brujo vuelven a exhibir su cadáver como si fuera algo vivo. Pero hay un inconveniente: apesta.




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