Cuando escribo esto, a media mañana, parece que la huelga
general en el Estado español no esta siendo, y eso es mucho, un fracaso,
teniendo en cuenta las circunstancias del mundo laboral español, en el que ahora
no puedo detenerme. Por supuesto esta noche y mañana los media del sistema, si
es que la citan, tildarán la huelga de fracaso. Una fake más al servicio de
quien les paga.
A propósito de las movilizaciones. Leí hace unos días en El País
del 9 de octubre un artículo de un tal Santiago Gerchunoff con motivo del alto
el fuego acordado por Israél y Hamás. Es bastante corto pero suficiente para
reflexionar sobre un asunto que la izquierda pensante tendría que haber
acometido hace tiempo y que ahora se ha puesto de manifiesto con las muy
numerosas, en cantidad y en número de participantes, movilizaciones
propalestinas de estas semanas.
El artículo de El Pais expresa una opinión tópica y típica
de la socialdemocracia, muy extendida también en ámbitos derechistas, acerca de
estos ciudadanos movilizados. Cito el texto:
“… En Israel hay alivio y en Gaza se ven niños que ríen, adultos que lloran de emoción, multitudes que celebran el fin —aunque sea momentáneo— del horror. Y, sin embargo, algo resulta desconcertante: en muchas cuentas de redes sociales occidentales, en artículos y declaraciones de activistas que durante meses clamaron por el fin del genocidio, no se percibe alegría. No celebran. Les cuesta alegrarse.”
El autor, después, acepta de muy mala gana la racionalidad
de quien considera una trampa el alto el fuego, sin embargo, señala que “los
propios palestinos pueden sentir alivio y felicidad, mientras quienes decían
representarlos desde lejos solo sienten desconfianza o tristeza”. Pocas
palabras, pero suficientes para comprobar que no se entera de nada, o, mejor,
que no quiere enterarse. Veamos. En primer lugar, los palestinos, supongo que
se refiere a los gazatíes, están muy contentos, y con toda razón, no porque se
hayan superados sus problemas materiales e históricos, sino porque saben que,
al menos, las siguientes noches podrán acostarse sin saber que es probable que
no despierten. Cada día, de momento, con un poco de comida y agua. Una
bendición.
Vamos ahora a los aludidos, y criticados, que son esos ‘activistas
(aunque no sé a quién denomina el
autor ‘activistas’, me incluyo) que durante meses clamaron por el fin del
genocidio” y ahora no se alegran.’.
Coincido parcialmente con el autor en que algunos de los movilizados se
mueven por las pavorosas imágenes de personas fulminadas por las bombas de las
FDI, especialmente cuando son niños. Sin embargo, no creo que ni un solo
manifestante se quede ahí. Todos sabemos que hay un problema de fondo, la
inmensa mayoría sabemos que los palestinos tienen la razón histórica y hay
algunos que, aunque sean más tibios o equidistantes, piensan que lo que está haciendo
el gobierno israelí, la matanza indiscriminada, no es el procedimiento adecuado
para solucionar el conflicto. Por la tregua nos alegramos todos los que salimos
a la calle por una Palestina libre. Sigamos.
“El occidental que no sufre en su cuerpo el conflicto, que no pierde a un hijo ni vive bajo las bombas, sufre de otra cosa: de una pérdida de sentido. Lo que podría extinguirse con el alto el fuego es la urgencia de su causa. Esa causa que le permitía salir a la calle, gritar, sentirse parte de algo, compartir una emoción política. Como toda movilización, tenía también algo de fiesta: una comunidad, un calor. Al llegar la tregua, esa energía se apaga. Y con ella aparece un vacío”
En este párrafo se observa un amago de emplear el falaz
truquito de las butacas, ellos están sentados en sus butacas mientras juzgan a
aquellos que se matan o que sufren las calamidades de la guerra, el hambre,
etc. Ocurre que aquí no permanecemos desparramados en nuestras butacas, nos movilizamos
porque no podemos hacer más. Eso se llama solidaridad, empatía, con las víctimas
de una opresión violente -aniquilación, en este caso- y, por supuesto, con un componente de ‘egoísmo’, porque la
lucha, sea cual sea, apunta a un mundo en que no únicamente los palestinos, la
gran mayoría social nos encontremos mejor. Es probable que, si consiguiéramos nuestro
objetivo final, sentiríamos un vacío, pero estamos muy lejos de ello; quizá el
autor tiene suficiente con que por ahora no se asesinen palestinos, aunque el
genocidio vuelva dentro de un mes y, mientras tanto la crueldad, la opresión,
la discriminación, persistan.
Lo que sigue es de traca:
“ … cuando la violencia amaina, también decae el fervor. Lo paradójico —y melancólico— es que quienes pedían el fin del baño de sangre parecen entristecerse justo cuando su deseo empieza a cumplirse. Lo que pierden no es solo una lucha: es una identidad.”
Tan sencillo como negar la mayor, nuestro deseo no ‘empieza
a cumplirse’. Eso es lo que dice Trump y lo que quieren vendernos de tapadillo estos
mercachifles de El País y similares, que el alto el fuego forma parte de un
plan, el de los 20 puntos, que ese plan se ha asumido por unos y otros y que
nos llevará al fin de la disputa histórica en Palestina donde la Justicia
reinará. Tras más líneas remachando este clavo de la tristeza y la
desmovilización, una auténtica falacia del espantapájaros: nosotros no somos eso
que él inventa para fundamentar sus tesis.
“Pero hay algo más profundo detrás de esa paradoja: el viejo problema del humanismo y sus trampas […] El activista occidental que milita a miles de kilómetros no lo hace desde su experiencia, sino desde una abstracción moral. Su compromiso se justifica en nombre de la humanidad: la solidaridad entre seres racionales, la empatía universal. Siguiendo el eco kantiano, se siente llamado a oponerse a la injusticia dondequiera que esté […] El humanismo moderno heredó, sin reconocerlo del todo, algo del platonismo más extremo: la ilusión de que el bien y la justicia existen como ideas puras, accesibles y apropiables a través de la razón”
No hay ningún viejo problema del humanismo. El humanismo
tiene muchos, y algunos muy remotos, antecedentes, pero cuando se habla del humanismo
la referencia es el humanismo político, al de la Ilustración, el que se basa en
la moral y en la razón, evocamos desde Kant y Rousseau a Rawls y Habermas. En esta
acepción, lo que dice al autor en el párrafo de arriba es cierto. Sin embargo,
derrapa cuando afirma la deuda del ‘humanismo moderno’ (supongo que se refiere
al ilustrado) con platón. Es exactamente lo contrario. Platón a firma que la
verdad, la justicia, la belleza, etc., habitan un mundo inteligible -un mundo
ajeno al humano, aunque accesible a él en determinadas circunstancias- y lo
habitan en sus contenidos, esto es, en lo verdadero, lo justo, lo bello,
mientras que para el humanismo la verdad, la belleza y el bien son formas que
están, necesaria y universalmente, en el humano, pero que los contenidos de
esas formas los crean los humanos y son contingentes en la medida en que esos
humanos son históricos. Por supuesto, luego puede darse mayor o menor peso a la
historia o a la naturaleza; otra temática harto importante que soslayo aquí. Cuando
el autor escribe que “Toda ética verdadera parte de nuestra condición
corporal, particular, histórica y mortal” está en lo cierto, pero eso no
desmiente el ‘humanismo moderno’. El
autor, que creo que es filósofo, confunde la Verdad con lo verdadero, y así sucesivamente.
En fin.
Por mi parte, sí creo que hay una crisis del humanismo, en
concreto del humanismo, no ‘moderno’, que es como no decir nada- sino ‘liberal’,
pero esa crisis no tiene nada que ver con las consideraciones del autor. Así:
“No existe el lado correcto de la historia. Hay que asumirlo de una vez. Solo hay seres humanos situados, que actúan desde su cuerpo, su historia y sus límites. Tal vez lo verdaderamente humanista —y lo verdaderamente difícil— sería alegrarse hoy, con la gente que festeja en Gaza, por el simple hecho de que, al menos por un instante, las bombas han dejado de caer.”
No existe un ‘lado correcto de la historia’, universal y
atemporal, precisamente porque el lado corriente de la historia es
socio-histórico, en cada momento hay uno o más ‘lados correctos’ y son los
humanos en su relación social, es decir, colectivos de humanos, quienes deciden
cual es el lado bueno y cómo deben actuar, un lado bueno que será el lado malo
para otros colectivos contemporáneos. Se llama ideología y todos la tenemos.
Todos. Si creemos que el sionismo es un proyecto colonialista de asentamiento y
que el llevarlo a la práctica conllevó limpieza étnica y genocidio -como el
resto de colonialismo a lo largo del devenir histórico - estamos en un lado de
la historia que nosotros llamamos ‘bueno’ y otros, como Trump y Netanyahu, llaman
malo. Y viceversa. En definitiva, nos alegramos que “las bombas han dejado
de caer” y nos entristecemos sabiendo que es sólo “por un instante”.
En todo caso lo anterior es una buena base para pensar en
torno a las movilizaciones populares, su relación con la política
institucional, las condiciones de su
aparición y de su eventual agotamiento. Lo intentaré en el próximo post.
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