domingo, 12 de octubre de 2025

 

Dos asuntos que mencioné anteyer. Las dificultades de la ‘primera fase’ del plan de paz de Trump, así como su carácter falaz y meramente propagandístico, y, en segundo lugar, la concesión del premio Nobel de la Paz.

El viernes se firmó el acuerdo entre Hamás e Israel y ya han surgido un problema serio, precisamente el que apunté en el anterior post. El intercambio de presos, incluía la entrega por Hamás a Israel de los cerca de cuarenta prisioneros militares y rehenes civiles en su poder, tanto si están vivos o como si murieron (en este caso, sus cadáveres). Asu vez, Israel liberaría a 1700 palestinos detenidos tras el 7 de octubre y a 250 presos condenados a cadena perpetua. Dado que estos últimos son bastante más de 250, el gobierno israelí ha elaborado una lista con la que, era previsible, Hamás está en desacuerdo: Entre los históricos militantes palestino con cadena perpetua no se encuentra, entre otros, Marwan Barghouti, del que ya he hablados, líder de las primeras intifadas y cuya liberación ha sido siempre un reclamo constante de la resistencia palestina. Mantener en prisión a  Barghouti puede suponer una frustración del pueblo palestino que obstaculice el desarrollo del alto el fuego, mientras que, si Netanyahu accediera a incluirlo a él, y a otros dirigentes de Hamás también excluidos, en la lista de los 250, es más que probable que la presión de la extrema derecha sionista, fuera y dentro del gobierno, pusiera en riesgo la misma continuidad de éste. La ‘primera fase’, aun reducida a su mínimo necesario, no va a ser un camino de rosas, precisamente.

El otro asunto. Dudo entre atribuirle a la decisión de otorgarle a Corina Machado el calificativo de jugada maestra o considerarla la mayor cagada de la historia del Nobel (Kissinger era un asesino, pero al menos, sí tenía en su bagaje el reconocimiento, por cuestionable que fuese, de colaborar en el fin de la guerra de Vietnam). Es probable que sea lo primero en el corto plazo y es seguro que sea lo segundo a medio/largo. Supongo que el Comité nobel de Noruega se ha visto sometido a tremendas presiones por parte  de Trump y de su entorno, llegando aquel a decir que no darle el premio era un insulto a USA. El ridículo, terrible pero ridículo, llegó a su apogeo cuando políticos noruegos instaron a su gobierno a prepararse para recibir posibles represalias de USA, subidas de aranceles o cosas peores. Por otro lado, el Comité es nombrado por el parlamento noruego, y no olvidemos que Noruega es miembro de OTAN y una firme aliada de Estados Unidos. 

Por el flanco opuesto, darle a Trump el Nobel habría sido una bomba, habría puesto contra el Comité no sólo a la izquierda, también al establishment liberal de Norte Global -la fracción liberal del establishment, si se prefiere- que sigue siendo, por ahora, globalmente mayoritaria en la UE y los países anglosajones - en su contra. Tenemos a un embustero compulsivo que se arroga falsamente haber mediado exitosamente en conflictos más o menos bélicos, un dictador innato que puede llevar a USA al autoritarismo, un tipo que aprueba deportaciones en masa y asesinatos extrajudiciales en aguas internacionales; la lista es inacabable. El margen de maniobra del Comité se halla, pues, muy limitado ante tal tipo. No se le podía entregar el galardón a Trump, pero tampoco se le podía denegar, sin más. De este dilema surge una inesperada solución salomónica, hábil e ingeniosa, aunque paticorta: Ni dar, ni no dar, dar un poquito, esto es, la solución Corina Machado. 

Corina es Trump en Venezuela. Una política que tomó parte en el golpe a Chavez del 2002 y que ha estado detrás, apoyandolas, de todo tipo de asonadas, guarimbas y golpes de Estado. Una persona de ultraderecha -participó en un reciente acto de Vox-, ultraneoliberal, que no admite resultados electorales contrarios y acusa de fraude, deslegitimando a todo el Estado (¿Te suena, Donald?). Una trumpista venezolana, un instrumento interno de USA en su intención de derrocar por la fuerza a Maduro (como dicen los media occidentales, ‘el régimen de Maduro’, nunca ‘el régimen de Trump’, qué raro). La farsa llega hasta el punto que Trump, al conocer la decisión del Cómite, y tras su pueril berrinche al uso, señaló el gran mérito de Machado, contra la que, por los obvios motivos mencionados, no puede arremeter, e hizo hincapié en que la galardonada no había perdido tiempo en llamarlo para dedicarle el honor. No fue exactamente así (si el orangeman no miente, estalla), pero es cierto que Corina escribió en su primer X: “I dedicate this prize to the suffering people of Venezuela and to President Trump for his decisive support of our cause!”. Corina sabía perfectamente lo que tenía qué hacer para aplacar la cólera de Trump y hacerle partícipe del premio. Conociendo a Trump como le conocemos todos, un estúpido inmaduro, lo conseguirá sólo en parte; él no quiere compartir los juguetes con nadie. Pero, reitero, tampoco arremeter contra el comité por darle el premio, asumiendo sus actividades, a Corinna

Producen estupor las palabras del portavoz del Comité Noruego al explicar por qué se le ha conferido el Nobel de la paz a Machado: solemnemente, eso sí, una sarta de disparates argumentales y de datos fakes que no se sostienen de ninguna manera; en cualquier caso, es indefendible la decisión del Comité en los términos que ellos quieren proyectar al mundo, reconocer y recompensar al autor de unos actos que favorecen la paz en cualquier territorio. Descartado esto, por obvia irrealidad, ¿cuál es el sentido, deliberado o no, de este Nobel? Únicamente, creo, contribuir a la legitimación de la agresión bélica que Trump está preparando contra Venezuela con el objetivo de acabar con Maduro (en la fantasía y a la vez coartada de Trump, el presidente de un Estado narcoterrorista). Una intervención armada del ejército norteamericano que Machado lleva pidiendo desde hace años, y ahora, que parece más cercana, con mayor denuedo. Es posible que los miembros del Comité Nobel de la paz se crean su propia palabrería, pero lo que han hecho este año es impulsar una guerra. No creo que el Nobel pueda recuperarse de esto, demasiado escandaloso, sobre todo si esa posible guerra entre Venezuela y USA llega a suceder. 

Todo esto configura una situación a la que es aplicable aquello de la trampa de Tucídides, el antiguo hegemón, superado económicamente por uno nuevo en vías de sustituirlo, o así lo cree, amenaza con hacerlo, emplea su fuerza militar para recuperar la hegemonía mundial, que, en su visión, nunca puede ser más que la de una sola potencia. Una nueva Guerra Fría a la que una de las partes, la superpotencia en auge, se niega a jugar. Aunque sabe que quizá sea inevitable y se prepara para el armagedón. Me refiero, claro, a USA, superpotencia declinante,  y a China, con Rusia como socio nuclear, superpotencia pujante. De hecho, en los ámbitos de la OTAN ya se habla de que se ha iniciado una ‘guerra híbrida’ -creo que la ínclita von der Leyen ya ha empleado el término- y se inventan provocaciones rusas, drones o aviones de cómbate que entran en terreno ‘enemigo’, así asumido por Polonia y los países bálticos, para ´provocar’, y fakes o semifakes de ese jaez. 



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